martes, 19 de julio de 2016

AMISTAD

Por la Hna. María del Salvador Mielniczuk

MÁS VALE PERDER EL TIEMPO CON LOS AMIGOS, QUE PERDER AMIGOS CON EL TIEMPO. POR ESTE DULCE MOTIVO, PIERDO EL TIEMPO CONTIGO, PORQUE NO QUIERO PERDERTE CON EL TIEMPO (s.s. Franciscus)

La amistad es, ciertamente, un don, un regalo inesperado…” y este don implica el haber sido objeto de una elección por parte de otro que me invita a la comunión, a crear lazos.  Como bien sabemos, la literatura de todos los tiempos ha cantado grandes loas a la amistad, viendo en ella la concreción del vínculo que une a las personas en un amor muy elevado.  Los ejemplos de Aquiles y Patroclo, Orestes y Pílades, Damon y Pitias, en el ámbito griego, así como los de Don Quijote y Sancho, Hamlet y Horacio, y más recientemente Sherlock y Watson, en la literatura moderna y contemporánea, dan cuenta de esta virtud,  así como la obra más famosa de Antoine de Saint Exúpery: El principito

La amistad es una experiencia que acompaña al ser humano desde siempre, y que por su carga existencial tan profunda lo ha maravillado e invitado a valorar tal realidad.  La Revelación, tal como está consignada en la Sagrada Escritura, también recoge el ejemplo de los amigos y la amistad para ilustrar los dones que Dios hace al hombre.  Además del ejemplo paradigmático de David y Jonatán, el Antiguo Testamento brinda hermosas enseñanzas sobre la amistad: «El amigo ama en todo momento; en tiempos de angustia es como un hermano» (Prov 17,17); «el bálsamo y el perfume alegran el corazón; los consejos del amigo alegran el alma» (Prov 27,9); «un amigo fiel es una protección segura, el que lo encuentra ha encontrado un tesoro.  Un amigo fiel no tiene precio; su valor no se mide con dinero.  Un amigo fiel protege como un talismán; el que honra a Dios lo encontrará.  El amigo es igual a uno mismo, y sus acciones son iguales a su fama» (Eclo 6,14-17).  Pero es en el Nuevo Testamento con el Señor Jesús, Dios hecho hombre para nuestra reconciliación, donde hallamos la más elevada demostración de lo que significa la amistad.  En su persona, a través de sus palabras, descubrimos del modo más sublime qué significa en verdad el ser amigo: «Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos.  Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando.  No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.  No me habéis elegido vosotros a mí, sino que Yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca…» (Jn 15,13-16).  Palabras sublimes que dibujan el retrato perfecto de la amistad y de Aquel que es el amigo por excelencia.

Adentrando en las características de la amistad, a través de las orientaciones de la obra de Saint-Exúpery en general, y las ideas de El principito en particular,  me impresiona por qué un fenómeno tan profundamente humano como es la amistad puede ser y de hecho es asumido por Dios para realizar la reconciliación que nos salva y nos conduce a la plenitud.  Dios, en Jesucristo, se ha hecho nuestro amigo del modo más humano posible, y de esa manera ha llevado la amistad a una plenitud tal que trasciende lo puramente humano.  Así, hay amistad en la virtud, citando a Aristóteles, por tanto los amigos se sitúan en el ámbito del bien, que no es sino el ser en cuanto vivido.  La amistad implica fidelidad, es decir permanecer en el tiempo, a pesar e incluso con ellas de las dificultades y circunstancias problemáticas de la vida, porque hay un vínculo real que lleva a los amigos a salvaguardar la comunión.  La amistad supone también la magnanimidad, es decir la grandeza del alma que ve en el amigo lo más valioso, y desde allí comprende sus defectos y debilidades, ayudándole a superarse.  La amistad requiere también de humildad, cosa que ciertamente se constata en la experiencia, porque si la humildad está referida al andar en verdad, sobre todo, la verdad sobre sí, el ser humano es él mismo y se acepta como tal cuando está con su amigo.  En la amistad, el silencio y la palabra no son realidades opuestas, antes bien se hallan hermanadas, de modo tal que un hombre habla al amigo con su silencio y le comunica de ese modo realidades muy profundas.  La fortaleza, la capacidad de sacrificio, la consistencia, la misión común, son otras tantas características de la amistad

Y todas estas características las encontramos en la amistad que Jesús ha entablado con nosotros.  Así, podemos hablar de Jesús como el amigo fiel, "que no puede negarse a sí mismo" (2Tim 1,13) y que nos invita a responder fielmente a su invitación.  Jesús nos ha ofrecido su amistad de modo magnánimo, pues ¿cómo podríamos calificar una amistad que va hasta el extremo de ofrecer la propia vida por la del amigo?  Jesús, como bien sabemos, es manso y humilde de corazón y nos ofrece su amistad sabiendo que somos frágiles y pecadores, para que reconozcamos nuestra realidad y desde ella podamos corresponderle.  El Señor Jesús quiere hacerse amigo nuestro, no porque no seamos pecadores, sino precisamente porque somos pecadores, y desde el reconocimiento de esta verdad (nuestro pecado) es que podemos convertirnos y ser amigos transformados a imagen del Amigo.  Jesús -lo habíamos mencionado antes- se ha sacrificado por nosotros, dándonos así testimonio de su amor y amistad: Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.  Jesús, por último, nos muestra su amistad no sólo confiándonos su intimidad, que es la intimidad de Dios, sino además haciéndonos partícipes de su propia misión: "Como el Padre me envió, así también yo os envío" (Jn 20,21). Y esto supone un signo de predilección, porque si la amistad es compartir, qué mejor que darnos una participación de la tarea por la que Jesús mismo es glorificado.

Santo Tomás acuñó el axioma: La gracia supone la naturaleza.  Dios, que nos regala el don de su gracia, y especialmente el don de su amistad, toma en cuenta la amistad que es una expresión de nuestra naturaleza y se adecúa al modo como nosotros vivimos esta realidad, no para hacer un calco, sino para elevar la amistad humana a una plenitud inimaginable, la participación en la vida misma de Dios.  La amistad humana es fundamento y camino para la amistad divina.  La amistad humana, en Cristo, puede vivirse sobrenaturalmente, y de ese modo lleva a una realización que, por ser más que humana, es plenamente humana. 
La amistad nos hace hermanos, porque Jesús nos eligió para ser sus amigos y para ser sus hermanos.

Ama a Jesús y tenle por amigo, que, aunque todos te desamparen -ya que "el amor de las criaturas es falaz e inestable" (Kempis)- Él no te desamparará jamás.