Por la Hna. María del Salvador Mielniczuk
MÁS VALE PERDER EL TIEMPO CON LOS AMIGOS, QUE PERDER
AMIGOS CON EL TIEMPO. POR ESTE DULCE MOTIVO, “PIERDO EL TIEMPO CONTIGO”, PORQUE NO QUIERO PERDERTE CON EL TIEMPO… (s.s. Franciscus)
“La amistad es,
ciertamente, un don, un regalo inesperado…” y este don implica el
haber sido objeto de una elección por parte de otro que me invita a la comunión, a crear lazos. Como bien sabemos,
la literatura de todos los tiempos ha cantado grandes loas a la amistad, viendo
en ella la concreción del vínculo que une a las
personas en un amor muy elevado. Los
ejemplos de Aquiles y Patroclo, Orestes y Pílades,
Damon y Pitias, en el ámbito griego, así como
los de Don Quijote y Sancho, Hamlet y Horacio, y más
recientemente Sherlock y Watson, en la literatura moderna y contemporánea, dan cuenta de esta virtud, así como
la obra más famosa de Antoine de Saint Exúpery: El principito…
La amistad es una experiencia que acompaña al
ser humano desde siempre, y que por su carga existencial tan profunda lo ha
maravillado e invitado a valorar tal realidad.
La Revelación, tal como está
consignada en la Sagrada Escritura, también recoge el ejemplo de
los amigos y la amistad para ilustrar los dones que Dios hace al hombre. Además del ejemplo paradigmático de David y Jonatán, el Antiguo Testamento brinda hermosas enseñanzas sobre la amistad: «El amigo ama en todo momento; en tiempos de
angustia es como un hermano» (Prov 17,17); «el bálsamo y el perfume alegran el corazón; los consejos del
amigo alegran el alma» (Prov 27,9); «un amigo
fiel es una protección segura, el que lo encuentra ha encontrado un
tesoro. Un amigo fiel no tiene precio;
su valor no se mide con dinero. Un amigo
fiel protege como un talismán; el que honra a Dios lo encontrará. El amigo es igual a uno mismo, y
sus acciones son iguales a su fama» (Eclo 6,14-17).
Pero es en el Nuevo Testamento con el Señor Jesús, Dios hecho hombre para nuestra reconciliación,
donde hallamos la más elevada demostración de
lo que significa la amistad. En su
persona, a través de sus palabras, descubrimos del modo más sublime qué significa en verdad el ser amigo: «Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando. No os llamo
ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he
llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he
dado a conocer. No me habéis elegido vosotros a mí, sino que Yo os he elegido a vosotros, y os he
destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca…» (Jn 15,13-16). Palabras sublimes
que dibujan el retrato perfecto de la amistad y de Aquel que es el amigo por
excelencia.
…Adentrando en las
características de la amistad, a través de las orientaciones
de la obra de Saint-Exúpery en general, y las ideas de El principito en
particular, me impresiona por qué un fenómeno tan profundamente humano como es la amistad puede ser —y de hecho es— asumido por Dios para realizar la reconciliación que nos salva y nos conduce a la plenitud. Dios, en Jesucristo, se ha hecho nuestro
amigo del modo más humano posible, y de esa manera ha llevado la
amistad a una plenitud tal que trasciende lo puramente humano. Así, hay amistad en la
virtud, citando a Aristóteles, por tanto los amigos se sitúan en el ámbito del bien, que no es sino el ser en cuanto vivido. La amistad implica fidelidad, es decir
permanecer en el tiempo, a pesar —e incluso con ellas— de
las dificultades y circunstancias problemáticas de la vida, porque
hay un vínculo real que lleva a los amigos a salvaguardar
la comunión. La
amistad supone también la magnanimidad, es decir la grandeza del alma que ve en el amigo
lo más valioso, y desde allí
comprende sus defectos y debilidades, ayudándole
a superarse. La amistad requiere
también de humildad, cosa que ciertamente se constata en la
experiencia, porque si la humildad está referida al “andar en verdad”, sobre todo, la verdad sobre sí, el ser humano es él mismo y se acepta como tal cuando está con su amigo. En la amistad, el
silencio y la palabra no son realidades opuestas, antes bien se hallan
hermanadas, de modo tal que un hombre “habla” al amigo con su silencio y le comunica de ese modo realidades muy
profundas. La fortaleza, la capacidad de
sacrificio, la consistencia, la misión común, son otras tantas características de la amistad …
Y todas estas características las encontramos en la amistad que Jesús ha entablado con nosotros. Así, podemos hablar de Jesús como el amigo fiel, "que no
puede negarse a sí mismo" (2Tim 1,13) y que nos invita a responder fielmente a su
invitación. Jesús nos ha ofrecido su amistad de modo magnánimo,
pues ¿cómo podríamos calificar una
amistad que va hasta el extremo de ofrecer la propia vida por la del
amigo? Jesús,
como bien sabemos, es “manso y humilde de corazón” y nos ofrece su amistad sabiendo que somos frágiles
y pecadores, para que reconozcamos nuestra realidad y desde ella podamos
corresponderle. El Señor Jesús quiere hacerse amigo nuestro, no porque no
seamos pecadores, sino precisamente porque somos pecadores, y desde el reconocimiento
de esta verdad (nuestro pecado) es que podemos convertirnos y ser amigos
transformados a imagen del Amigo. Jesús -lo habíamos mencionado antes- se ha sacrificado por
nosotros, dándonos así testimonio de su amor y
amistad: “Nadie tiene amor más
grande que el que da la vida por sus amigos”. Jesús, por último, nos muestra su amistad no sólo confiándonos su intimidad, que es la intimidad de Dios, sino además haciéndonos partícipes de su propia misión: "Como el Padre me envió, así también yo os envío" (Jn 20,21). Y esto supone un signo de predilección, porque si la amistad es compartir, qué mejor
que darnos una participación de la tarea por la que Jesús
mismo es glorificado.
Santo
Tomás acuñó el axioma: “La gracia supone la naturaleza”. Dios, que
nos regala el don de su gracia, y especialmente el don de su amistad, toma en
cuenta la amistad que es una expresión de nuestra naturaleza
y se adecúa al modo como nosotros vivimos esta realidad, no
para hacer un calco, sino para elevar la amistad humana a una plenitud
inimaginable, la participación en la vida misma de Dios. La amistad humana es fundamento y camino para
la amistad divina. La amistad humana, en
Cristo, puede vivirse sobrenaturalmente, y de ese modo lleva a una realización que, por ser más que humana, es plenamente humana.
La amistad nos hace hermanos, porque Jesús nos
eligió para ser sus amigos y para ser sus hermanos.
Ama a Jesús y tenle por amigo, que, aunque todos te
desamparen -ya que "el amor de las criaturas es falaz e inestable" (Kempis)- Él no te desamparará jamás.