sábado, 30 de septiembre de 2017

Vale la pena!

Por Eulogio Mouchet

“¿Para qué?”, me pregunta de manera retórica. Él no busca una justificación a la pregunta, sino excusarse en su acto de no hacerlo. Darío - quien hace esta pregunta a mí, al cielo, a la existencia - tiene 16 años, buena salud, y el plan de abandonar el colegio secundario para hacer unas “changas”, ahorrar y poder comprarse la moto para finalmente ser “delivery” de pizza. Y mi imaginación se remonta a ese momento en el que uno es pequeño pero con una mente inmensa, ilimitada como la imaginación, y le preguntan: “¿qué querés ser cuando seas grande?”

“Quiero ser delivery de pizza”. Esta última escena podría pertenecer a una obra del grotesco o la tragicomedia. Para algunos teóricos sociales este es un cuadro típico de la llamada “generación Z” o “post-millennials”, los nacidos hacia finales de la década del 90 y comienzos de siglo XXI hasta la actualidad.
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Como Darío hay muchos casos. Iguales, similares o peores todos comparten un factor común: la falta de perspectiva, de horizonte, de ambición, de curiosidad, de búsqueda de desarrollo personal en sociedad. El por qué de esto no se debe a una única razón, sino a una sumatoria de factores, circunstancias, métodos, costumbres, etc. Sea como fuere la situación existe y hay de parte nuestra, una imposibilidad de dar vuelta la cara, de mirar para otro lado e ignorar esta circunstancia. Creemos que detrás de cada renuncia, de cada alejamiento, de cada horizonte resquebrajado de estos jóvenes no hay una decisión feliz sino un paso equivocado producto de la inexperiencia, de la desesperanza y del sufrimiento.

Jean Paul Sartre hacia el final de “A puerta cerrada” hace decir a uno de sus personajes la famosa frase: “el infierno son los demás”. Dicho así no hay mucha esperanza en el prójimo, y mucho menos en uno mismo, condenado a vivir en soledad, cosa que tampoco promete grandes deleites. Hay perspectivas -lamentablemente muchas- que comparten esta visión: en el otro está la miseria, el enemigo, lo ominoso, lo extraño, la amenaza, el déficit, la incapacidad, el obstáculo. A lo largo de la historia se ha utilizado bastante este recurso para generar enemigos, representar males, ejecutar condenas, y hasta también para generar artificialmente una extraña cohesión o un principio de identidad grupal. Nuestra perspectiva es diferente. Nuestra Fundación y quienes se relacionan con nosotros, quienes trabajan junto a nosotros, quienes nos apoyan, estamos convencidos de la necesidad del otro, no como amenaza, sino como igual -a pesar de las diferencias, celebrando la diversidad- con el que lograremos salir adelante y superar los obstáculos. Es que es en ese “Otro” donde reside la posibilidad del amor. Y no hay amor sin esa otredad.

Por lo tanto el vínculo con el otro, con sus alegrías y sus sufrimientos, con sus esperanzas y desesperanzas, y su falta o no de perspectiva es algo que lo vivimos como propio, donde nosotros y el otro formamos una unidad.

“¿Para qué?” Y la pregunta de Darío es seguida inmediatamente por otra:
“¿Para qué estudiar?”. Ambas aún me retumban. Y en ellas ahora escucho también un reproche a mí, a la vida, a la existencia, al cielo, a quien corresponda. Es su excusa que busca señalar las ausencias de oportunidades, los cielos no iluminados de horizontes sin perspectiva. 
Resultado de imagen para futuroEs cierto, Darío: el educarse es un esfuerzo y, como tal, cuesta. También muchas veces tomar consciencia trae desilusiones y amargura. De ahí que se diga que el ignorante es feliz. Pero no estoy de acuerdo con esa frase. 
La ignorancia no trae felicidad, trae incertidumbre y la incapacidad de resolver problemas o la facilidad de caer en ellos. La ignorancia es la que conduce al bebé a introducir sus dedos en el enchufe o al adulto a tomar decisiones importantes a ciegas. La educación, la capacitación de uno, el desarrollo de las aptitudes y las virtudes propias, eso es lo único que nos brindará las herramientas para lograr una vida dichosa. Es cierto: la educación no trae la felicidad ni resuelve nuestros problemas. Nosotros somos los que lo hacemos a través de las herramientas que la educación nos da. Paulo Freire dijo alguna vez: “La educación no cambia al mundo, cambia a las personas que van a cambiar al mundo.” Seamos autores de nuestros actos, no más espectadores.

La palabra “magnanimidad” tal como puede inferirse en sus letras: “magna animi”, es decir: el alma magna, nos habla sobre el alma y su grandeza. Santo Tomás, en la cuestión 129 de su Summa, la refiere como “una tendencia del ánimo hacia cosas grandes” (extenso animi ad magna ). Y luego agrega que una persona magnánima tiende a “actos dignos de gran honor”.

¿Qué promesa hay en ser delivery de pizza? O mejor dicho: ¿qué promesas faltan para que esa sea la cima de la montaña de una vida? ¿El ser humano se está convirtiendo en alguien que ya no aspira a grandes hazañas, a grandes descubrimientos? ¿El espíritu humano se está convirtiendo en un desierto? ¿Hasta aquí llegó el cambio climático? ¿O será que las circunstancias hacen que uno no se logre desarrollar como se esperaría? Hay algo que es cierto en la vida: la semilla, fuera de la tierra y sin agua, no se desarrolla. La semilla es semilla y está en su potencialidad ser árbol, crecer, expandirse, ser bosque. Sólo necesita de las circunstancias correctas para que aquello que era potencia sea finalmente acto.

Un compromiso ético y moral nos empuja. Creemos en que grandes cosas pueden hacerse, creemos en que hay posibilidades, oportunidades, futuro. Queremos ayudar a que las circunstancias estén dadas para que, tal como esa semilla que da origen al bosque, estas vidas puedan crecer y desarrollarse de la manera más sana y natural posible. Creemos en las palabras de Darío, no el delivery de pizza, sino el poeta que supo decir: “Juventud divino tesoro”. No queremos desperdiciar ese tesoro. Estamos aquí porque creemos en la juventud.
“¿Para qué?”, me pregunta de manera retórica.

“Para ser aquello que merecés ser, Darío.”

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martes, 26 de septiembre de 2017

Reflexiones sobre la enseñanza: valen para la universidad y demás niveles

Por: Ignacio Sánchez Cámara, Catedrático de Filosofía del Derecho

LA UNIVERSIDAD POSIBLE

La Universidad está mal, incluso muy mal, pero no creo que esté peor que la sociedad. Aunque es cierto, como decantó el clásico, que lo pésimo es la corrupción de lo óptimo. Su nivel, hablo principalmente de España, pero no sólo de ella, ha descendido profundamente. Es acaso la manifestación más aguda de la crisis espiritual. No se trata de la existencia de abusos, que existen. Lo peor son los usos. Aquellos no son tan graves pues se perciben como tales. Lo malo son los usos, el olvido de las prácticas y las virtudes que configuraron la más alta institución que creó Europa.

Omitiendo piadosamente la infeliz expresión “espacio europeo de educación superior”, lo que supongo que alberga es hoy apenas realizable. Al margen del deterioro general, no puede haber una Universidad europea si faltan los dos más decisivos ingredientes que la forjaron: un ámbito espiritual compartido, el cristianismo, y una lengua común, el latín. Por más que se intente, el inglés no es el latín de hoy. Además, existen varios tipos de Universidad, al menos el alemán, el inglés y el americano. Por otra parte, la Universidad, como toda institución, depende del aire público que respira, y ese aire, por más que se invoque la globalización, no es hoy común.

Cabe distinguir entre lo que la Universidad es y, por tanto, puede y debe ser, y lo que no debe ser. Lo primero, siguiendo entre otros pensadores contemporáneos a Jaspers y Ortega, las misiones que tiene, como institución, encomendadas, son la formación profesional superior, la investigación científica y la formación de la persona (Jaspers) o la transmisión de la cultura (Ortega). No hay Universidad sin la tendencia a realizar estos tres fines. Si se limitara a lo primero, a ser un aseado centro de formación profesional, renunciaría, al menos, a dos tercios de su razón de ser. Su esencia consiste, por lo tanto, en ser comunidad de maestros y discípulos en busca de la verdad. Por lo tanto, no hay Universidad sin libertad de investigación y de cátedra.

Así, podemos enunciar las principales amenazas que la Universidad debe superar. Y la primera, y más honda y letal, es la negación de la verdad. El escepticismo y el relativismo entrañan la negación de la condición de posibilidad de la Universidad. Si no hay verdad, la Universidad no tiene nada que buscar ni nada de lo que ocuparse. No es este un mal que agobie a la ciencia natural, pero sí una enfermedad mortal de las Humanidades. Después, debe sortear los ataques a la libertad de investigación. En la Universidad, ni se grita ni se acallan las tesis que desagraden. La verdad no se impone por la fuerza; se impone por su propia fuerza. Todo enemigo de la libertad de cátedra es o un falsario o un cobarde (o ambas cosas). Por ello, la politización es otra amenaza al espíritu genuino de la Universidad. Las empresas políticas deben quedar excluidas de la ella. Las Universidades son templos levantados al saber y no seudo-parlamentos de acción revolucionaria (o contrarrevolucionaria). Ni las Universidades ni las iglesias son lugares adecuados para la acción política. Si la política, salvo como objeto de estudio, debe quedar extramuros de la Universidad, también la “democratización” constituye una enfermedad grave para ella. Eso no significa que no puedan existir ámbitos en los que la Universidad pueda y deba someterse a los procedimientos democráticos, pero los decisivos son ajenos a ella. Baste un argumento: la verdad no depende del sufragio universal. Como decía Hume, por más que la mayoría de los hombres opinaran que la Tierra se mantiene quieta y que el Sol gira alrededor de ella, no dejaría de ser falso. En la Universidad no cabe más dogmatismo que el de la verdad. Nada es más ajeno al espíritu de la Universidad que el despotismo. Como afirma Montesquieu, en El espíritu de las leyes, “en un gobierno despótico es igualmente pernicioso que se razone bien o mal; basta con razonar para ir contra el principio del Gobierno”.

También debe mantenerse la Universidad castamente a salvo de la corrupción, no sólo política sino, sobre todo, intelectual y moral. Platón discernió entre los socráticos, incesantes buscadores de la verdad, y los sofistas, perseguidores del poder para utilizarlo en beneficio propio. En la política, el triunfo de los sofistas es nefasto; en la Universidad, es sencillamente letal. En una conferencia pronunciada por Unamuno en el Ateneo de Madrid, poco después de ser destituido como rector de la Universidad salmantina, como consecuencia de turbias maniobras políticas, afirmó: “Una cosa es transigir temporalmente con hediondas miserias políticas y otra vender la conciencia”. Para el gran vasco y, por ello, gran español, no había nunca que dimitir. Había que cumplir con el deber y cargar con las consecuencias: siempre es preferible el cese a la dimisión.

Asistimos a un terrible descenso del nivel. Que un estudiante, incluso de Literatura, lea un libro entero, de principio a fin, puede considerarse hoy como una abusiva pretensión de profesores desconsiderados o sádicos. Casi tortura académica. Todo ha de ser audiovisual y ciberespacial. Pero ni siquiera basta con eso, pues no vale ni cualquier música ni cualquier cine. Ni Bach ni Dreyer. Podrían sufrir una embolia cerebral. Como mucho, Dylan y “Juego de tronos”, y aun esto puede resultar demasiado sofisticado. Debo aclarar que la culpa no es de los estudiantes. Nunca la víctima puede ser culpable. La culpa es de otros, de quienes llevan décadas planificando la ignorancia sistemática y la rebelión contra toda excelencia.

No creo que la única salida sea la deserción de la Universidad por parte de los mejores profesores. Es, sin duda, una tentación ante la que puede no ser fácil dejar de sucumbir. Quizá la sabiduría se refugie hoy en la soledad o en la formación de exiguas comunidades de sabios eremitas. Pero constituye también un deber la resistencia, mientras quepa albergar alguna esperanza. El sueño de la Universidad produce monstruos. Algunos aún confiamos en una Universidad posible, no probable, pero sí posible.


Fuente: ABC.es, 2/3/2017.