sábado, 17 de diciembre de 2016

Cómo el marxismo cultural de la Escuela de Frankfurt inventó la persecución al disidente

Roniel Aledo, ex analista de la CIA, expone cómo el marxismo cultural impone "la dictadura del pensamiento" a quien se atreve a cuestionar los nuevos 'dogmas'. La Escuela de Frankfurt, inspirada por Gramsci, instituyó conceptos-dogma como lo 'políticamente correcto'.
Por Roniel Aledo*.
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EEl El marxismo cultural, obra de la Escuela de Frankfurt, es la estrategia para debilitar y de hecho exterminar el cristianismo y la cultura occidental.
A principios del siglo XX muchos radicales marxistas y anarquistas vieron con rabia cómo las masas no se levantaban en revolución sangrienta y espontánea por toda Europa. El italiano comunista Antonio Gramsci decía que los obreros no se levantaban en revolución porque estaban impregnados de la cultura tradicional occidental en todas sus formas y síntomas:
Los hombres eran hombres y se comportaban como tales, las mujeres eran mujeres  y se comportaban como tales, la gente creía en Dios, los europeos estaban orgullosos de su historia, los franceses seguían orgullosos de su imperio, los británicos seguían orgullosos de su imperio, los españoles seguían orgullosos de haber colonizado un nuevo mundo, todos daban por seguro que la cristiandad era la verdadera religión y las otras religiones falsas.
Esto era, según Gramsci, el freno mayor, el impedimento y barrera que no dejaba avanzar la revolución en Occidente.
Para contrarrestarlo, Gramsci decía que había que extirpar por todos los medios la cultura cristiana occidental en un “combate cultural”, al que él llamaba “camino largo” o “marcha larga”.
Esta “marcha larga” debía dirigirse hacia todas las instituciones: universidades, escuelas, museos, iglesias, seminarios, periódicos, revistas, hoy día también televisión, cine, etc. desde donde se propague una anti-cultura que acabe con los cimientos y las convicciones de la cultura cristiana occidental para que la gente, una vez debilitada en sus convicciones, se adhiera a los ideales marxistas que antes habían rechazado de forma natural.
Así pues nace la teoría (después puesta en práctica con increíble éxito como vemos hoy día) de que hay que destruir todo (y a todos) lo que defienda o promueva el cristianismo, la familia tradicional, el rol natural del hombre y la mujer, las etnias autóctonas europeas, la superioridad de la literatura, arte, y música europea, la creencia en Dios, el orgullo en la historia europea (especialmente la conquista y colonización de otros continentes, culturas y religiones), el hetero-sexualismo, y en fin todo lo que componía la cultura y realidad occidental cristiana.
Había que debilitar desde dentro la cultura de Occidente, debilitar la creencia en Dios, en la Ley Natural, en el orden natural de la sociedad y había que defender todo lo que fuera anti cristiano, anti Europa, anti Occidente.
Así, en el 1923 nace en Frankfurt (Alemania) el Instituto para la Investigación Social o, simplemente, la Escuela de Frankfurt dirigida por el húngaro Georg Lukacs y financiada por Félix Weil para diseminar y llevar a la práctica la estrategia concebida por Gramsci.
Sobre el objetivo de esta Escuela, decía su primer director George Lukacs: “Vi la destrucción revolucionaria de la sociedad como la única solución para las contradicciones culturales de la época… Tal volteamiento mundial de valores no puede ocurrir sin la aniquilación de los antiguos valores y la creación de otros nuevos por los revolucionarios”.
De inmediato la Escuela tuvo muchísimo éxito y tanto en el mundo académico como en el cultural se empezó a notar la puesta en práctica de la estrategia, algo muy reflejado en la decadencia de finales de la década de los años 20, los “locos” años 20.
Sin embargo, tanto el trabajo como la influencia en la cultura del instituto se detuvieron bruscamente por la gran Depresión, primero, y por la II Guerra Mundial, después.
Muchos de los grandes arquitectos de la Escuela de Frankfurt se instalaron en la Universidad de Columbia de Nueva York y esperaron tiempos más favorables para impulsar de nuevo su revolución cultural.
Fue en la década de los 60 cuando una nueva generación de adolescentes y jóvenes que no conocían la Depresión ni la Guerra Mundial tomó de nuevo el proceso revolucionario de la Escuela de Frankfurt.
Así, la obra ‘Eros y civilización’ de Marcuse se convirtió en el máximo fundamento doctrinal del hippismo. También es Marcuse quien reenfoca los esfuerzos del marxismo cultural poniendo como máximo objetivo el ganarse y adoctrinar (lavar el cerebro) a los universitarios de clase media y alta.
A la teoría y estrategia de la Escuela de Frankfurt, una vez que salió del salón de clase y empezó verdaderamente a destruir la cultura cristiana occidental, se le llamó marxismo cultural.
Entre las armas que usa este marxismo cultural, están las leyes de “discriminación positiva” que favorezcan a todas las “minorías” y una fuerte imposición de leyes que atenten contra los derechos de todos aquellos que defiendan la Ley Natural moral, la cultura occidental, el rol natural de los hombres y las mujeres, la familia tradicional, etc.
En su ensayo ‘Tolerancia Represiva’, Marcuse da nacimiento indirecto a lo que se convertiría después en el concepto de nuestros días de lo ‘políticamente correcto’, o sea la dictadura del pensamiento que condena con el martillo del rechazo, la vergüenza e incluso la multa o la cárcel a todo aquel que se atreve a cuestionar los nuevos ‘dogmas’ impuestos a golpes y lavado de cerebro por el marxismo cultural.
Decía Marcuse: “La conclusión obtenida es que la realización del objetivo de la tolerancia exige intolerancia hacia orientaciones políticas, actitudes y opiniones dominantes y en cambio, la extensión de la tolerancia a orientaciones políticas, actitudes y opiniones puestas fuera de la ley o eliminadas… intolerancia hacia los movimientos de la derecha, y tolerancia de movimientos de la izquierda” (Tolerancia Represiva, Marcuse).
El propósito del marxismo cultural era destruir todo lo que hasta entonces había sido la civilización occidental: la cultura, la Ley Natural, el rol masculino y el femenino en la sociedad, la creencia en Dios, todo lo pro europeo, todo lo pro cristiano, la historia basada en la superioridad de una civilización e historia fundamentada en la verdadera religión cristiana.
De esa manera y después de la gran “explosión” del marxismo cultural en la década de los años 60, EEUU y el resto de Occidente llevan ya casi 50 años sufriendo bajo esta revolución cultural y social impuesta por los medios de educación y comunicación.
Durante los últimos ocho años, Obama impuso a martillazos y de manera radical la revolución de la Escuela de Frankfurt, y por supuesto, la Europa occidental siguió el ejemplo de su referente por excelencia (EEUU) intentando copiar en todo a Obama para demostrar lo ‘modernos’ que eran. Como decimos en EEUU, monkey see, monkey do.
Existen síntomas de que la contrarrevolución ha comenzado. La gente se rebela, la mayoría silenciada empieza a hablar, y los regímenes y engendros masónicos volterianos se empiezan a tambalear.

Extractado de: Actuall, 06/12/2016


miércoles, 14 de diciembre de 2016

Para pensar...

La característica del Anticristo será negar abiertamente que Nuestro Señor Jesucristo es el Hijo de Dios venido en carne desde el Cielo. Esta descripción le conviene tan exacta y completamente, que negar a Cristo puede propiamente ser llamado el espíritu del Anticristo, e incluso puede decirse de sus negadores que poseen el espíritu del Anticristo, que son como el Anticristo, que son Anticristos. 
[...]
Quiero insistir en esto: en el presente estado de cosas, cuando el gran objetivo de la educación es aparentemente el desembarazarse de lo sobrenatural, cuando nos sentimos tentados a burlarnos y reírnos de la fe en lo que no vemos, cuando se nos enseña a dar cuenta de todo por medio de hechos conocidos y verificados, a examinar cada afirmación por medio de la piedra de toque de la experiencia, no puedo dejar de pensar que esta visión del Anticristo como un poder sobrenatural por venir, es un don providencial que contrapesa las malignas tendencias de la época.
Además, sin lugar a dudas, es provechoso para nuestro pensamiento el desplazarse hacia atrás y hacia adelante, a los comienzos y a la culminación de los tiempos evangélicos, a la primera y a la segunda venida de Cristo. Lo que deseamos es comprender que nos encontramos en la misma situación de los primeros cristianos, con la misma alianza, el mismo ministerio, los mismos sacramentos y obligaciones; tomar conciencia de un estado de cosas muy lejano en el pasado; sentir que vivimos en un mundo pecador, un mundo asentado en la iniquidad; discernir nuestra posición en él, que somos testigos en él, que el reproche y el sufrimiento son nuestra parte, de tal modo que no debe "parecernos extraño" si se lanzan sobre nosotros, sino más bien una graciosa excepción si no lo hacen; tener nuestros corazones despiertos, como si hubiéramos visto a Cristo y sus Apóstoles y sus milagros, despiertos a la esperanza y a la espera de su Segunda Venida, aguardándola y, aún más, deseando ver sus señales; meditando mucho y a menudo acerca del Juicio que se acerca, penetrando en el pensamiento de que seremos individualmente juzgados.
Todos éstos son actos de una fe verdadera y salvífica. Por tanto, un efecto saludable de la lectura del libro del Apocalipsis y de las otras partes proféticas de la Sagrada Escritura -sin duda muy distinto nuestro conocimiento de su verdadera interpretación- es precisamente arrancar el velo que cubre nuestros ojos, levantar el manto que cubre la faz del mundo y así, día tras día, en nuestras idas y venidas, al levantarnos y al acostarnos, mientras trabajamos, descansamos y nos entretenemos, permitirnos ver el Trono de Dios presente en medio nuestro, Su majestad y Sus juicios y la continua intercesión de Su Hijo por sus elegidos, por sus pruebas y su victoria.

Newman, John Henry (2006: 43 y 59 - 61) La religión del Anticristo (fragmento). En Cuatro sermones sobre el Anticristo. Buenos Aires: Pórtico. 


Estos textos pertenecen a uno de los cuatro sermones predicados por Newman, todavía anglicano, en el Adviento de 1835. En ellos plantea las grandes cuestiones que desde la predicación de los Apóstoles hasta el día de hoy son objeto de meditación de los creyentes, pues sabemos con toda la certeza de la fe que antes del deseado advenimiento glorioso de Cristo ha de venir el Anticristo, con las pruebas que le acompañarán.