sábado, 31 de diciembre de 2016

Escrito en prisión (4)


De una carta de santo Tomás Moro, escrita en la cárcel a su hija Margarita

 

Aunque estoy bien convencido, mi querida Margarita, de que la maldad de mi vida pasada es tal que merecería que Dios me abandonase del todo, ni por un momento dejaré de confiar en su inmensa bondad. Hasta ahora, su gracia santísima me ha dado fuerzas para postergarlo todo: las riquezas, las ganancias y la misma vida, antes que prestar juramento en contra de mi conciencia; hasta ahora, ha inspirado al mismo rey la suficiente benignidad para que no pasara de privarme de la libertad (y, por cierto, que con esto solo su majestad me ha hecho un favor más grande, por el provecho espiritual que de ello espero sacar para mi alma, que con todos aquellos honores y bienes de que antes me había colmado). Por esto, espero confiadamente que la misma gracia divina continuará favoreciéndome, no permitiendo que el rey vaya más allá, o bien dándome la fuerza necesaria para sufrir lo que sea con paciencia, con fortaleza y de buen grado.

Esta mi paciencia, unida a los méritos de la dolorosísima pasión del Señor (infinitamente superior en todos los aspectos a todo lo que yo pueda sufrir), mitigará la pena que tenga que sufrir en el purgatorio y, gracias a su divina bondad, me conseguirá más tarde un aumento premio en el cielo.

No quiero, mi querida Margarita, desconfiar de la bondad de Dios, por más débil y frágil que me sienta. Más aún, si a causa del terror y el espanto viera que estoy ya a punto de ceder, me acordaré de san Pedro, cuando, por su poca fe, empezaba a hundirse por un solo golpe viento, y haré lo que él hizo. Gritaré a Cristo: Señor, sálvame. Espero que entonces él, tendiéndome la mano, me sujetará y no dejará que me hunda.

Y, si permitiera que mi semejanza con Pedro fuera aún más allá, de tal modo que llegara a la caída total y a jurar y perjurar (lo que Dios, por su misericordia, aparte lejos de mí, y haga que una tal caída redunde más bien en perjuicio que en provecho mío), aun en este caso espero que el Señor me dirija, como a Pedro, una mirada llena de misericordia y me levante de nuevo, para que vuelva a salir en defensa de la verdad y descargue así mi conciencia, y soporte con fortaleza el castigo y la vergüenza de mi anterior negación.

Finalmente, mi querida Margarita, de lo que estoy cierto es de que Dios no me abandonará sin culpa mía. Por esto, me pongo totalmente en manos de Dios con absoluta esperanza y confianza. Si a causa de mis pecados permite mi perdición, por lo menos su justicia será alabada a causa de mi persona. Espero, sin embargo, y lo espero con toda certeza, que su bondad clementísima guardará fielmente mi alma y hará que sea su misericordia, más que su justicia, lo que se ponga en mí de relieve.

Ten, pues, buen ánimo, hija mía, y no te preocupes por mí, sea lo que sea que me pase en este mundo. Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que él quiere, por muy malo que nos parezca, es en realidad lo mejor.

viernes, 30 de diciembre de 2016

Escrito en prisión (3)


“Es casi medianoche. En torno a mi jaula de madera hay lanzas y largos sables. En un rincón de la sala algunos soldados juegan a las cartas; otros se divierten con los dados. De vez en cuando, los centinelas golpean en el tam-tam y el tambor las horas de la noche. A dos metros de mí, una lámpara proyecta su luz vacilante sobre mi hoja de papel chino y me permite trazar estas líneas… Espero cada día mi sentencia. Tal vez mañana me llevarán a la muerte. Probablemente me cortarán la cabeza. Dichosa muerte, ¿verdad? Muerte deseada que conduce a la vida… Voy a ver aquellas bellezas que el ojo humano no vio nunca; a oír aquellas armonías que no oyó el oído del hombre; a gozar de los goces que el corazón no ha gustado jamás…”


De una carta de San Teóphanes Vénard, de la Sociedad de Misiones Extranjeras de París, prisionero y condenado a muerte en Tonkín, Indochina, en 1861, a los 32 años, llamado el “mártir alegre”.



Citado en: Daniel-Rops (1970) Historia de la Iglesia. La Iglesia de las Revoluciones. Vol. XI. Madrid: Círculo de Amigos de la Historia. p. 123.

jueves, 29 de diciembre de 2016

Escrito en prisión. (2)

"Todas tus lágrimas brillan como diamantes sobre el atavío de la Madre de Dios: nada se ha perdido, ni el bien ni el mal; todo está escrito en el libro de la vida. Los sufrimientos pasarán, nuestros tormentos se filtrarán en el olvido y nosotros no sentiremos más que reconocimiento... No puede ser de otra manera; el Señor nos sirve de ejemplo. El que sigue su camino, el camino del amor y de la cruz, comprende la grandeza del Reino de los Cielos."


De una carta de la Emperatriz Alejandra de Rusia, en marzo-abril de 1918, cuatro meses antes de su asesinato.

Citada en:  Kologrivof , Iván (1953) El Verbo de Vida. Buenos Aires: Difusión. p. 292.

martes, 27 de diciembre de 2016

Escrito en prisión (1)




1 Por esto yo, Pablo, el prisionero de Cristo Jesús por amor de vosotros los gentiles., 2 puesto que habéis oído la dispensación de la gracia de Dios a mí conferida en beneficio vuestro, 3 cuando por revelación me fue dado a conocer el misterio que brevemente arriba os dejo expuesto. 4 Por su lectura podéis conocer mi inteligencia del misterio de Cristo, que 5 no fue dado a conocer a las generaciones pasadas, a los hijos de los hombres, como ahora ha sido revelado a sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu: 6 Que son los gentiles coherederos y miembros todos de un mismo cuerpo, copartícipes de las promesas en Cristo Jesús mediante el Evangelio, 7 cuyo ministro fui hecho yo por don de la gracia de Dios a mí otorgada por la acción de su poder. 8 A mí, el menor de todos los santos, me fue otorgada esta gracia de anunciar a los gentiles la incalculable riqueza de Cristo, 9 y darles luz acerca de la dispensación del misterio oculto desde los siglos en Dios, creador de todas las cosas, 10 para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora notificada por medio de la Iglesia a los principados y potestades en los cielos, 11 conforme al plan eterno que El ha realizado en Cristo Jesús, nuestro Señor, 12 en quien tenemos la franca seguridad de acercarnos a El confiadamente por la fe, 13 Por lo cual os pido que no desmayéis a causa de mis tribulaciones por vosotros, pues ellas son vuestra gloria.


La opinión tradicional, y todavía hoy común (Prat, Ricciotti, Huby, Cerfaux, Schmid, Dodd, Harrison.), es que esta carta y otras (Filipenses, Colosenses, Filemón) fueron escritas durante la prisión romana de Pablo (años 61-63).

La fortaleza brilla en el alma de San Pablo en medio de las penosas circunstancias que padece, pues tiene los ojos puestos en Cristo y en "las cosas del cielo". 

San Paolo, Pompeo Batoni, 1742.