En el Imperio Romano los delitos
contra el Estado se pagaban con la vida. Y durante siglos, antes y después de
la paz de Constantino, ser cristiano fue un delito.
Cuentan las Actas de los Mártires el caso de dos jóvenes cristianas condenadas
a muerte por el hecho de serlo: Perpetua y Felicidad. Como esta última estaba
embarazada, se demoraba la ejecución hasta después del parto, pues la ley prohibía matar a la mujer encinta antes de haber dado a luz.
En medio de las crueldades del circo, los romanos conservaban sin embargo ese
básico sentido de justicia que les impedía ajusticiar al que sabían inocente con el
que consideraban culpable.
No se conocía como hoy, el ADN, pero ellos eran realistas: estaban convencidos
que si de un peral no se espera sino peras, y de una vaca un ternero, el fruto
de la concepción humana es necesariamente un hombre, más allá de la apariencia
que le otorgue su momento evolutivo y etario. Por eso el feto era protegido.
Sorprendentemente, hoy se debate sobre lo indebatible:
- si "eso" que lleva en su vientre la mujer, es humano, es
persona o cuándo empieza a serlo, como si la naturaleza del gestado pudiera cambiar mágicamente de la semana tal a la cual;
- y si nos daremos el derecho de matar a nuestros descendientes, cada vez
que encontremos que su existencia nos complica o molesta, excusándonos en
argumentos insostenibles.
Cuando se tuerce la verdad de la realidad y se pisotea la justicia, ¿en qué
bien se sostendrá la sociedad?