viernes, 3 de julio de 2015

¿QUÉ CONDICIONES DEBERÍAN DARSE EN LA ESCUELA PARA FOMENTAR LA CONTEMPLACIÓN?

Aquí aparecen algunas propuestas, fruto de un momento creativo...


Educar en el silencio, en poner atención, en el entusiasmo… todo esto hace al hábito de la contemplación. Toda verdad es digna de ser contemplada. (Francisco Forte)

Cuidar la atención, el respeto, el orden, y que cada docente esté entusiasmado, enamorado de la verdad. (Ruth Del Pozzi)

Debería fomentarse la profundidad necesaria en cada una de las disciplinas, para que cada alumno pueda ser capaz de admirarse y desarrollar la capacidad de asombrarse ante las cosas que lo rodean, en el camino educativo que transita. (Francisco Escudero)

Debería haber silencio, que inspire a contemplar, y también música para ambientar… Que la enseñanza lleve al amor, la paz interior, la introspección. (Ma. José Morán)

La escuela debería procurar la salud espiritual y física de los alumnos, brindar espacios de silencio y reflexión, enseñarles a buscar la verdad en la realidad que los rodea y contagiarlos del amor  a lo bello. (Tomás Campi)


Más desarrollo del lenguaje y reflexión sobre el pensamiento. (Luisa Martínez)

Debería orientarse al conocimiento de la verdad, sostener una sana disciplina y los docentes deberían estar muy bien preparados intelectualmente, pues nadie da lo que no tiene. (Mariano Pérez)
Es importante mostrar, visibilizar, el fin del camino a recorrer. (Francisco Burgos)

Guiar a la verdad, enseñar a pensar, a descubrir la maravilla y hermosura de cada cosa. (Emmanuel Gómez)

La disciplina, el tiempo para la reflexión y el silencio; llevar a los alumnos al asombro por las cosas y a poner atención en lo que se hace; el orden, la serenidad, el contento y el cuidado de los objetos; enseñar a salir de uno mismo; el haber contemplado lo que se debe enseñar. (M. de Massabielle Aramburo)

Fomentar la lectura y la espiritualidad. (Leonardo Munita)

Contagiar de amor  a lo verdadero… ayudar a poner atención en las cosas, aprender a observar. (Ruth Gómez)

Es necesario que el maestro motive al alumno, “transmita la verdad que ha contemplado”. Se debe promover hábitos buenos para generar el deseo de alcanzar sabiduría. (Victoria Cipolla)
Que haya más lectura; tiempos de silencio y reflexión; otra opción sería incorporar música clásica en los recreos, ya que está comprobado que ayuda a la contemplación. (Lucas Corral)

Debería darse un ambiente tranquilo en el que el alumno se sienta motivado a meditar, un maestro que tenga experiencia en el camino de la contemplación para poder guiar correctamente al alumno. También se necesita paz, respeto y conocimiento de sí. (Adriana González Micheli)

Procurar la armonía psíquica y física del alumno; proporcionar un ambiente de calma y tranquilidad en el orden; acercar a los alumnos trozos bellos de los pensadores que se han dado a lo largo de la historia, como también vidas y experiencias que despierten la admiración. (Elián Morant)

Promover que los alumnos tengan satisfechas las necesidades básicas, llevar a la búsqueda de la verdad; que los docentes hayan tenido experiencias contemplativas. (Nicolás Pérez)

Que el docente conozca y haya contemplado el objeto que ha de transmitir, ya que esa experiencia se instala en lo mejor de la persona, promoviendo su plenitud. (Celeste López)

Genuino interés de los educadores por lograr en sus alumnos una verdadera trascendencia. (Daniel Sosa)

Fomentar el silencio interior, detenerse en los conceptos, aprender a maravillarse por las cosas. No ir a las apuradas; dar tiempo para el ocio y gozar la paz. (Belén Mihanovich)

martes, 30 de junio de 2015

Dra. Graciela Hernández de Lamas

UNIVERSIDAD FEDERAL DE RÍO GRANDE, RÍO GRANDE DO SUL, BRASIL, SEPTIEMBRE DE 2010

DIOS Y LA EDUCACIÓN

FIN DEL EDUCAR: ¿PERSONALIZAR O DIVINIZAR?

Planteo de la cuestión

 

La ciencia de la educación, como toda disciplina que se ocupa de las cosas del hombre, tropieza con este primer problema: el hombre y su fin. De las soluciones que aquí se encuentren, dependen las posibles argumentaciones restantes.
¿Cómo se presenta el hombre en una primera experiencia, o en la (experiencia) mediada por la literatura (poesía, mito, cuento), la religión, la ciencia, la filosofía o la metafísica?
Es un lugar común que el hombre se presenta como indigente, carenciado, casi desdoblado. En realidad no sabe bien ni siquiera quién es, hace el mal que no quiere y no puede hacer el bien que quiere[1]. Pero tiene una aspiración: un eros, un amor,  un impulso óntico. Esta fuerza es expresión en síntesis abigarrada del ser mismo del hombre y de su esencial aspiración hacia el bien y la belleza. En definitiva es la aspiración a la entelequia, que el hombre debe conseguir, y es también el fundamento inmediato de la educabilidad del hombre. Como quiera que se designe, esta fuerza es la que lo lleva a no quedarse en ese estado tan incómodo de indigencia. Por el contrario, lo impulsa a emprender un camino que se presenta como arduo y difícil.
El eros se ve renovado y potenciado por la esperanza de ver algo que no se ha visto pero de lo que se tiene una sospecha, por algún vestigio o pista. En ese camino el hombre siempre necesita, y se le concede, un auxilio, alguien que lo guía para llegar a la meta o cima tan ansiada. Ese alguien es un maestro, un ángel, Atenea, Beatriz,  Dios mismo como principio exterior o interior.
Este camino y proceso -que presento metafóricamente- trataré de mostrar que es el proceso de la educación, visualizado como un peregrinaje cuya senda está incoada desde el principio, pero que se va descubriendo de a poco, en el tiempo. Lleva al peregrino a encontrarse con él mismo, a conocerse, a percatarse de sus limitaciones, miserias y grandezas insospechadas. Lo lleva a ser más y mejor de lo que ya era. Lo lleva a unificar esas tendencias tan dispersas y dispersantes.  
El camino es de conocimiento y amor, de sabiduría y salvación, de personalización y divinización. En definitiva, de ser mejor en lo más específico. En lo más elevado que se es. Lleva al hombre a ser más persona, casi divina y al mismo tiempo, al encuentro con Dios.

Trataré de desplegar a grandes rasgos todo este proceso a partir de los griegos, que siempre son la matriz originaria. Si bien me valdré de la meditación platónica, la ciencia a la que acudiré más es a la de Aristóteles, que es el autor de nuestro seminario. Ejemplificaré rápidamente con el camino que describe de modo prolijo San Agustín, ya que es paradigmático y sirve para leer a los grandes filósofos, a los grandes santos y a los grandes y pequeños personajes de la literatura.
En los griegos está también la semilla del proceso de conciencia, en la medida en que Sócrates reivindica como momento especial de su filosofía el conócete a ti mismo. A poco de meditar en este mandato nos persuadimos de que es un componente del fin de la educación. Este conocerse no es ni originario ni fácil, dado el hecho de que la primera intencionalidad del espíritu es hacia la realidad exterior  y la opacidad del hombre para sí. Por ello necesita de todo un camino catártico y de purificación que coincide con el de la sabiduría. Culmina en la contemplación de lo más perfecto, Dios; con la potencia más perfecta, el intelecto; mediante el hábito más perfecto, la Sabiduría[2]. Esta cúspide exige – o supone- el dominio y cierta transparencia de sí.

En la búsqueda consideraré:
1. El fin de la educación, que me llevará a tratar, en vías de fundamentación, la naturaleza humana, su imperfección y su posible  perfeccionamiento.
2. El proceso en el que consiste la búsqueda de tal perfección: el inicio, el camino y la llegada o culminación;
3. Lo específico de este proceso, lo educativo del mismo, ya que el hombre originariamente es incapaz de iniciar el camino que ansía. Necesita de un guía o maestro que lo auxilie y acompañe y le ayude a resolver el conflicto inicial que se le presenta y a encontrar el verdadero sentido de su propia vida;
4. La contemplación y gozo como el fin del proceso. Poco a poco aquel hombre que inicia el camino se ha ido transformando y, en la presencia de la Perfección de lo contemplado se hace transparente para sí, llega a conocer y gozar al Absoluto y también a conocerse plenamente a sí mismo.  Llega a un estado en el que el espíritu se ha desplegado hasta su plenitud, llega a una cierta divinización.

1.        Fin de la educación


Todo lo que hacemos lo hacemos por algo. Siempre el hombre pretende algo cuando realiza una acción y más aún cuando se trata de un proceso. Esto no necesita de ninguna prueba.
La educación, como acción, ha de tener un fin. Éste indicará la ruta a seguir (Si no hay algo que oriente no se puede siquiera emprender el camino).
Ahora bien, al ser la educación un accidente del hombre, es evidente que debe tener relación su fin con el de aquél. Para investigarlo hay que tener en cuenta  que el fin de todo ente es la perfección de su naturaleza. Es lo perfecto, lo todo hecho, terminado, en sentido perfectivo,  no limitativo. Designa lo mismo que el concepto aristotélico de entelequia como esencia acabada que se desarrolla dentro de la línea de su propio ser, hasta su mayor perfección posible.
El fin del hombre coincide entonces con la perfección de la naturaleza humana, por lo que en ésta ha de buscarse el fin de la educación. Esta naturaleza es algo así como el programa, el boceto originario, que ha de indagar y seguir el propio educador.
¿En qué consiste esta naturaleza humana y su fin?

La naturaleza humana, su imperfección y su posibilidad de perfección


Si consideramos la naturaleza del hombre, su esencia como fuente de operaciones hacia fines perfectivos, vemos que lo que la distingue es su particular modo de ser espiritual. El hombre es un espíritu encarnado, con una unidad substancial de cuerpo y alma.
Lo definitorio en el hombre es el ser persona con una naturaleza espiritual que se manifiesta en distintas propiedades reducibles a tres: su capacidad de abstraer, el poder tener  conciencia de sí mismo y de sus actos, y la posibilidad de ser libre[3]. Estos tres tipos de actos: abstracción, conciencia y libertad, en que se agrupan los propios del espíritu, son, en el hombre, manifestación progresiva de su ser más específico. Pero no se dan plenamente en su estado inicial. Son potencia; en lenguaje vigotskiano, serían zonas para desarrollar.
En efecto, el hombre comienza su actuar con un conocimiento meramente sensible de lo exterior; la abstracción será  fruto de maduración y aprendizaje. El conocimiento de sí, que es posterior al conocimiento de la realidad exterior es muy borroso durante largo tiempo, su concreción constituye trabajo para toda una vida. Y en cuanto a la libertad, el hombre en tanto no educado, en tanto no se posee a sí mismo, es más liberable que libre. Esto constituye el fundamento de la necesidad de la educación.
El hecho de que el cuerpo y el alma formen una unidad no significa que tengan igual jerarquía. Aristóteles dice que “el ser de cada hombre consiste en el intelecto o en él principalmente”[4], ya que es la “parte más señorial de sí mismo”, “su principio dominativo”, de tal modo que constituye su verdadero ser. Por esto el contenido de la perfección del hombre ha de buscarse en esta parte esencial[5]. La actividad propia de la inteligencia es la contemplación, que no tiene otro fin fuera de sí “y contiene además como propio un placer que aumenta la actividad”[6]. En esta actividad, que debe involucrar toda su vida, parece consistir la felicidad perfecta del hombre.
Sólo se puede dar esta actividad en él “en cuanto que hay en él algo divino”. Si la inteligencia es algo divino con relación al hombre, la vida según la inteligencia será también vida divina con relación a la vida humana, según repite Aristóteles. Vida que se presenta en cierto modo como connatural al hombre, pero requiere un esfuerzo grande para vivir según ella. Pero ya que es posible sería indigno de un hombre libre no aspirar a ello[7]. Por esto, “debemos, en la medida de lo posible, inmortalizarnos y hacer todo esfuerzo para vivir de acuerdo con lo más excelente que hay en nosotros; pues, aun cuando esta parte sea pequeña en volumen, sobrepasa a todas las otras en poder y dignidad”[8].
Al ser este principio o elemento intelectual el dominante y superior sería absurdo que el hombre no escogiese la vida de sí mismo sino la de otro ser. Vemos que para Aristóteles el escoger esa opción por aspirar a lo mejor de sí, es aspirar a ser uno mismo, fiel a la verdadera esencia. Y es en esa fidelidad donde se encuentra la felicidad, ya que “lo que es propio de cada uno por naturaleza es lo mejor y lo más agradable para cada uno. Así, para el hombre, lo será la vida conforme a la mente, si, en verdad, un hombre es primariamente su mente. Y esta vida será también la más feliz”[9]. De tal modo que la infidelidad a la perfección es aspirar a ser otro. Es la raíz del dualismo en el hombre y de su infelicidad.
La contemplación, al ser la actividad de lo más alto, es la perfección natural del hombre.  Aristóteles insiste en que esa perfección consiste en un cierto asemejarse a lo divino.  “La actividad divina que sobrepasa a todas las actividades en beatitud, será contemplativa, y, en consecuencia, la actividad humana que está más íntimamente unida a esta actividad, será la más feliz”[10].
Llegamos así a que la perfección del hombre, que es la actualización de su esencia, la realización de su entelequia, consiste en la contemplación, que a su vez es el acto propio de Dios, por lo que el hombre al practicarlo se diviniza en cierto sentido. Además la sabiduría que implica la contemplación es portadora de autosuficiencia o independencia, una cierta autarquía, cualidades propias de los dioses.
Esta búsqueda y esta vida humana así consagrada, es la vida del filósofo, del que busca la sabiduría. Pero es más perfecto llegar a ella que simplemente buscarla, porque es el logro del objetivo propuesto. De ahí también que sea mayor el deleite que hay en la consideración de la verdad conocida que el que existe en buscarla[11]. Por lo tanto, el fin del hombre ha de consistir en el acto de contemplación y gozo, que consiste, como habíamos anunciado en la introducción, en el acto de la potencia más perfecta, la inteligencia (arrastrando todas las demás potencias unificadamente); con el hábito más perfecto, la sabiduría (y el amor consiguiente); del objeto más perfecto, Dios.
A su vez, este hombre que desenvuelve así su vida, en la búsqueda de la sabiduría y de lo divino, ha de ser sin dudas, “el más amado de los dioses”[12] ya que éstos reciben más contento de lo que es en el hombre lo mejor y lo más próximo a ellos y además los han de recompensar de mejor manera.
Esta participación divina en el mismo ser del hombre es el fundamento de una participación en el operar.
Íntimamente asociada a la naturaleza del hombre está el placer, que es una cierta participación del gozo futuro y la educación deberá considerarlo especialmente al tratar sobre la naturaleza del hombre y su posibilidad de mejora.

2.        El proceso


Para llegar a la asimilación o a la conformidad entre el hombre y Dios se necesita un  proceso de purificación y catarsis por parte del hombre, ya que se trata de conformarse con un Bien que es Lo puro, Lo Sin Mezcla. Y el hombre no lo es. Ése es el sentido del tiempo humano.
Hay una distancia entre la postura inicial del hombre, en la que está entenebrecido y no puede distinguir lo más evidente, hasta el estado de luz en que puede ver y en que él se ha purificado. En el estado inicial también su amor es difuso y sin horizontes. Así comienza un proceso temporal y de modificación espiritual clásicamente metaforizado por un viaje. San Agustín dice: “conciudadanos míos que peregrinan conmigo […] compañeros míos de camino en mi viaje terrenal”[13]. Y Platón, al terminar su República: “[...] marcharemos siempre por el camino de arriba […] con ello estaremos en la amistad de nosotros mismos y de los dioses, tanto durante nuestra permanencia aquí como después de haber recogido los galardones de la justicia […]. Así seremos dichosos tanto en este mundo como en el viaje milenario que acabamos de referir” [14].
Es el viaje de Ulises-Eneas, del filósofo de la caverna platónica, de toda la literatura ficcional y no ficcional[15]. Estos viajes explican míticamente el proceso[16].
Este camino es también una paideia y un proceso de conversión, de develamiento (aletheia) en donde se va a manifestar la plena humanidad como la verdad más diáfana, ya que sólo puede darse allí donde el hombre aspira a asemejarse a lo divino, es decir, a la medida eterna, dice Jaeger[17].
El conocimiento borroso del comienzo es suficiente para mover y progresa en el alma, ya que ésta es afín a su objeto último, Dios[18]. El alma tiene un plexo de disposiciones, fruto de la naturaleza, el hábito y el ejercicio, que le posibilitan la presentación de la idea del bien como una meta natural de todas sus aspiraciones, capaz de moverla y de provocar su esfuerzo. La representación de la perfección es la que mueve al hombre a trabajar sobre sí para desechar lo que lo distancia y lograr aquello que intuye es una cierta connaturalidad con el Objeto que lo voca, que lo llama, y cuyo conocimiento pobre provoca ese amor, también pobre aún, que funciona como motor.
Se requiere una preparación para comenzar el camino. De hecho no todos lo emprenden. San Agustín expresa la diferencia existente entre los hombres para hacerlo o no diciendo que “las cosas les hablan lo mismo a todos los hombres; pero sólo las entienden los que comparan el anuncio venido de afuera con la luz interior de la verdad”[19].
Platón habla de la necesidad de las Matemáticas para el inicio ya que el conocimiento de los números favorece que la inteligencia se eleve[20]. La consideración de los números favorece la conversión al ser pues despierta, purifica y estimula el pensar además de disponer positivamente para el estudio de las otras ciencias[21]. Dispone para que los aspirantes tengan buena memoria, sean infatigables y amantes de todo trabajo[22], y tengan templanza, valor y nobleza de espíritu[23]. De esta manera alcanzarán “el conocimiento del ser en sí”, fin del camino. En este estado podrán también discernir acerca de lo bueno y lo malo, lo justo e injusto. Y podrán disfrutar de lo que se debe, y odiar y dolerse de lo malo[24], ya que todos los hombres escogen deliberadamente lo agradable y evitan lo molesto, pero en el estado inicial no siempre coincide este placer y dolor con lo que corresponde.  Armonizar el propio sentimiento con los hechos buenos y malos será tarea de la educación.  

El proceso es paidéico, de “a dos”; es educativo


Este camino y purificación nunca es un camino en soledad sino que implica a otro, que puede ser Dios mismo hablando en el fondo del alma, como el Maestro Interior de San Agustín[25]. El que es indigente y falible necesita un auxilio. Por otra parte, el que consigue traspasar el camino y lograr la meta de la sabiduría tiene la necesidad de comunicar a otros lo que son realmente las cosas, como el filósofo de la caverna. En el estado de plenitud siempre se da un impulso de procreación y perpetuación de sí mismo en sus iguales[26].
La educación es ese camino que se hace de a dos, uno auxiliando al otro para el logro de una plenitud de aptitudes por la  cual el hombre puede llegar a conducirse a sí mismo de manera libre y recta hacia sus fines, que abarcan desde su propia perfección hasta los bienes comunes (familiar, político y total sobrenatural) que perfeccionan su naturaleza[27].
Es necesario el camino educativo por la dualidad originaria y de pobreza a la que hemos hecho referencia. Implica un curriculum de “ciencia y conversión” (de ciencia y virtud). Se presentan interrogantes importantes: “Solo, ¿se puede lograr? Pero, por otra parte, ¿puede un hombre educar a otro hombre; influir en él, en su libertad? ¿Hasta dónde es educación y hasta dónde puede ser manipulación y dominio ilegítimo del otro? ¿Cómo se conjuga el guiar en el camino para que el otro sea dueño de sí? Y en caso de intervención, ¿qué características tendrá la misma? Éste es en última instancia todo el problema de la comunicación entre los dos  “centros ónticos”, entre dos personas, tema que excede este lugar. 
Lo que sí sucede es que desde la carencia, desde la potencia, no se puede iniciar el proceso. Se necesita alguien en acto para mover, para hacer pasar de la potencia al acto.
Ésta es la función que ha asumido vivamente el político griego que, junto al poeta, es el maestro por antonomasia que engendra el marco disposicional para que germine la virtud  y la ulterior chispa divina en sus conciudadanos. Es la figura del maestro como tipo acabado de hombre. Este tipo es en última instancia, el filósofo[28], es decir, el hombre que llegó a ver la Verdad, que llegó a tener con ella cierta connaturalidad. Precisamente Santo Tomás define al Maestro como aquél que transmite la verdad que ha contemplado. Y se da la paradoja de que se comienza en una dualidad personal, y en contacto con otra persona, y se termina en el logro de una fuerte unidad personal y en una auténtica unidad amical con el maestro.
Pero, ¿cómo podrá el hombre ser dócil para recibir este auxilio, que no puede siquiera conocer acabadamente ni el camino ni los obstáculos exteriores e interiores? No hay ayuda externa que alcance.
Aquí llegamos a que necesitará de fuerzas y virtudes para poder autoconducirse, las que constituyen como una segunda naturaleza; hábitos que le permitan operar fácilmente y con economía de esfuerzos hacia el bien y la verdad. Estos hábitos son el camino y posibilitan el término. Son necesarios para constreñir las posibilidades infinitas de error y ayudar al hombre a actuar eficazmente en el camino hacia su fin.
Ahora bien, ¿cómo comienza esta formación de hábitos?
En primer lugar, hay que hablar de disposiciones. Platón, al hablar del eros[29] como elemento positivo y negativo constituyente del hombre mismo, expresa en lenguaje mítico lo que luego explicitará en otros contextos[30] y Aristóteles va a formular con los conceptos precisos de acto y potencia. La conjunción y simultaneidad de ambos componentes en el hombre como raíz de la posibilidad de la educación la explica Santo Tomás en el De Magistro, como potencia activa[31]. Sobre estas disposiciones se constituirá el plexo de hábitos operativos perfectivos.
Nadie comienza este trabajo, y habiéndolo empezado, nadie lo prosigue, si en él sólo hay penurias. Quien guía, el maestro, ha de ser también un buen administrador de placeres, de pequeños goces que amenicen el recorrido y preparen para el final.  El maestro ha de ser el guía que enseñe a amar lo bueno y evitar lo malo. Es toda una pedagogía del placer y del dolor.
Este camino se puede ejemplificar, una vez más, con el que describe  San Agustín en sus Confesiones[32], en el que se pueden distinguir distintos momentos: uno inicial, de necesario conflicto motivador, una búsqueda y un estado de plenitud.   


3.     La cumbre y plenitud: la contemplación y la felicidad


En la cumbre de todos los esfuerzos y hábitos que se van adquiriendo está, como lo hemos reiterado desde el principio, la sabiduría, cima de la naturaleza humana. Es meta ardua. El filósofo, como prototipo de hombre, es su  amante, el eterno enamorado de algo que sabe no puede encontrar definitivamente, ya que hallándolo, se le vuelve nuevamente inasible. En la medida en que se sabe se sospecha todo lo que se ignora, por lo que el verdadero sabio vuelve a admirarse con una admiración distinta de aquélla que lo movió a comenzar las inquisiciones[33]. La dificultad  no es obstáculo para seguir aspirando a ese estado. Se entrevé que esa sabiduría es la que colma la naturaleza humana, que culmina en una actividad, la contemplación. Supone la existencia, en acto segundo, de alguien que contempla (sujeto) y la presencia en éste de lo contemplado (objeto), que lo perfecciona por su propia perfección. Esa unión entre objeto y sujeto se realiza en el acto mismo y genera una cierta identidad de naturaleza entre ambos, en tanto el sujeto, más que asimilar al objeto es asimilado formalmente por éste; el sujeto, en el acto se hace objeto.
En el acto de contemplación y fruición simultáneas (de sujeto–objeto, hombre–Dios, sujeto–verdad), tiene lugar una comunicación tal en la que se da una participación de lo divino en lo humano, una conformidad necesaria, en el sentido de participación de la misma forma. Aquí  el objeto de contemplación que es Dios comunica su forma al contemplador. Esto no es más que la relación que en realidad existe en todo conocimiento y en todo acto de amor[34]. La particularidad aquí es que al ser el objeto Dios, diviniza al hombre. Entonces este camino de ascenso espiritual culmina en la posesión permanente de lo Uno, Bueno, Verdadero y Bello. El hombre mismo se unifica y convierte en bello y bueno con lo que concluye lo que ya era en estado potencial. La educación logra entonces el instalarse en lo mejor de la persona, que es lo que de eterno hay en el hombre, y hacerlo triunfar en él.
Los protagonistas, como hemos visto, son siempre educando y educador, el pedagogo que conduce, el doctor que posee la doctrina y que enseña del rebalse de su contemplación, como traduce Castellani a Santo Tomás; el magister, que hace ser más al otro; el padre, que es el prototipo de quien dirige, rige y corrige en un ambiente de amistad y amor[35].
En definitiva, se trata de hacer coincidir la norma del amor al otro y la del amor a la sabiduría y a toda forma de virtud, la norma del amado y la del amante[36]. Hacer coincidir el fin del agente y del paciente, nos dirá Santo Tomás, para que la verdadera educación se dé.
Siempre es necesario ese auxilio cuyo cometido principal es despertar en el discípulo los motivos fuertes para emprender el camino; velar para que no yerre; quitar y desbrozar como el hortelano la tierra para que la maleza no ahogue los buenos propósitos; ser una especie de apoyo o sostén; darle fuerzas cuando decae; acompañarlo e interceder por él, como la Atenea con Ulises.
Santo Tomás resume toda la acción del maestro en el tratar de que el discípulo haga el mismo camino que hizo el propio maestro o que haría quien logra por primera vez ciencia, arte o virtud. En definitiva ese camino es un convertirse, mirar hacia dentro de sí mismo, para ver, escuchar a la Verdad, al Bien, a la Belleza.  
La contemplación así se convierte en estado, en un  “detenerse ante el ser como sagrado”, “acción cultual”[37], no ya ante el ser creado que transparenta al Creador, sino ante Él mismo. Contemplación que es actividad autosuficiente, que se la busca por sí misma, actividad  propia de Dios mismo, y que no acabará jamás.
Aristóteles refuerza esta idea de que en la contemplación está la perfección del hombre como natural, que consiste en un cierto asemejarse a lo divino y allí está la felicidad[38]. Ésta es coextensiva a la contemplación, es una forma de contemplación.
Se ha llegado así a una identificación y comunidad de sujeto–Objeto, cumbre del conocimiento y amor, contemplación y fruición, comunidad entre el hombre y Dios. El hombre así se diviniza, en cierto modo y medida, según las dimensiones de su capacidad personal.

4. Conclusión


La educación puede ser vista, entonces, como un proceso que se inscribe en el desenvolvimiento cualitativo de la vida humana. Se inicia por una necesidad que experimenta el hombre al conocer tan opacamente a lo que lo rodea y a sí mismo. El estado originario se caracteriza por la indigencia y falibilidad para conocer lo que las cosas son, para tener un conocimiento acabado de sí mismo y para ser realmente libre. Esto crea incomodidad, angustia y ansiedad por alcanzar lo que se sospecha que va a significar la felicidad. Algunos despiertan en sí el deseo de vencer esas tinieblas, de ver más nítidamente. Otros son ayudados para ese despertar. Pero el camino no se puede hacer solo. Siempre se necesita de un acompañante, guía, que conozca el camino, conforte y ayude para que pueda ir disfrutando hasta de los mismos obstáculos y vencimientos. El tiempo y todas las mutaciones se presentan también como estorbos y limitaciones, ya que quien ansía la felicidad, anhela que no se acabe, anhela la eternidad, la superación del tiempo.
En este camino, a medida que va clarificando su vista y ganando en precisión, el  hombre se percata de que las cosas son imágenes que funcionan como mojones y guías en el camino para llegar a Lo espejado. Esto motiva conflictos que obligan a no cejar en la búsqueda, a caminar, y así se va el hombre transformando, no sin luchas. Va ganando en  estabilidad y permanencia. Es “más persona”. Encuentra la felicidad buscada y Al que la produce.
El maestro (padre, escuela, Estado) trabajará para que el discípulo valore y emprenda este camino. Se constituirá así más que en maestro en amigo, aquel que desea por sobre todo el mayor bien para su amigo. ¿Qué mayor bien que Dios mismo?
Hemos llegado así a nuestro punto de partida: siendo Dios el fin del hombre, la educación no puede plantearse sin Él. Necesita de Él como de su fundamento. No se puede hablar de educación sin hablar de Dios.


Bibliografía

ARISTÓTELES: Ética a Nicomáco. Madrid, Gredos, 1993.
ARISTÓTELES: Metafísica. Madrid, Gredos, 1998 (3era. Reimpresión). Edición trilingüe de Valentín García Yebra.
BENDA, Ana: Hacia una pedagogía de la contemplación, en Rev. CIAS, Buenos Aires, noviembre 1996, año XLV, N· 458.
JAEGER: Paideia. México, Fondo de Cultura Económica, 1971.
LAMAS, F. A.: El hombre fundamento de la vida social, en Moenia XX,  Buenos Aires, Instituto de Estudios Tomistas, 1985.  
PLATÓN: El banquete. Buenos Aires, Aguilar, 1971,
PLATÓN: La República.  Buenos Aires, Eudeba, 1988.
PLATÓN: Lettres, Tomo XIII, 1ère partie, Paris, Belles Lettres, 1977.
RAMÍREZ, Santiago O. P.: La esencia de la caridad. Biblioteca de teólogos españoles, Madrid, 1978.
RUIZ SÁNCHEZ, Francisco: Fundamentos y Fines de la Educación. EDIVE, San Rafael, 2003.
SAN AGUSTÍN: Confesiones. Madrid, BAC, 1974.
TOMÁS DE AQUINO: De magistro, en Quaestiones disputatae I: De veritati, Roma, Marieti, 1954.




[1] SAN PABLO, Romanos, cap. 7, vers. 15 – 16.
[2] ARISTÓTELES: Éth. Nic., Libro X,  cap. 7, 1177ª 11-19. 
[3] Cfr. LAMAS, F. A.: El hombre fundamento de la vida social, en Moenia XX, Buenos Aires, Instituto de Estudios Tomistas, 1985.
[4] ARISTÓTELES, Éth. Nic., Libro IX, 8, 1168 b 36
[5] Aquí cabe aclarar que para un griego, lo mismo que para un Padre de la Iglesia, el contenido significativo de la palabra razón es mucho más rico que la palabra y el concepto que, vaciados por los racionalismos, hemos heredado. Hoy el concepto de razón es algo aislable que parece contraponerse a la fruitio. Y no es así. Como veremos su actividad refleja al hombre en su integridad e implica el gozo y la fiesta.
[6] ARISTÓTELES, Éth. Nic , Libro X, 7, 1177b 20.
[7] Cfr. ARISTÓTELES, Metaph., I, 2, 983 a.
[8] ARISTÓTELES, Éth.. Nic. X, 7, 1178a 1 – 2.
[9] Idem.,  X, 7, 1178 a 5 – 9.
[10] Idem., X, 8, 1178 b 21 – 24.
[11] In Ethicorum, lib. X, lect  10, n 2092. Esto que parece obvio es lo que hoy día se deja de lado en actitudes que centran y terminan su cometido en un tentador aprender a aprender, búsqueda sin término, tan inconcebibles dentro de un sano realismo. En este sentido San Pablo denuncia también a quienes siempre están aprendiendo y nunca serán capaces de llegar al conocimiento de la verdad, en la II carta a Timoteo, III, 7).
[12] ARISTÓTELES, Éth. Nic., Libro X, 8, 1179 a, 30.
[13] SAN AGUSTÍN, Confesiones, libro X, cap. IV, pág. 399.
[14] PLATÓN, República, 621 c - d
[15] Desde el Dante, el Quijote, San Ignacio y Santa Teresa, hasta Martín Fierro, Bilbo y Frodo de Tolkien, los chicos de Narnia de Lewis, entre tantos otros.
[16] Muchas veces se utiliza este tipo de narración, mítica y metafórica, para exponer de manera concreta, vivaz, desplegada, una realidad compleja, rica e inefable que sería difícil transmitirla de otro modo. Este formato lingüístico, insinúa más bien la comprensión para que cada uno pueda captar lo significado en la medida de sus posibilidades. Es un recurso dialéctico cuyo valor es semejante al de los ejemplos, con sus correspondientes limitaciones.
[17] JAEGER, Paideia, pág. 688
[18] “¿No es verdad que lo que todos desean y buscan es la vida feliz y que no existe hombre alguno que no la desee? Pero, ¿en dónde la conocieron para desearla así? ¿En dónde la vieron y se encendieron de amor por ella? Porque nadie desea lo que no conoce. Pero, ¿cómo supieron de ella? [...] el deseo mismo sería imposible si de ningún modo tuvieran la noción de la beatitud”- San Agustín, Confesiones, Libro X, cap. XX.
[19] Confesiones, X, VI, pág. 405.
[20] Cfr. PLATÓN, La República, 525 c
[21] Cfr. Ibidem 527 c
[22] Cfr. Ibidem 535 c
[23] Cfr. Ibidem 536 a
[24] ARISTÓTELES, Éth. Nic , X, 1, 1172 a 23.
[25] San Agustín, Confesiones,  X, II, pág. 394: “nada de bueno le digo a los hombres que no me hayas dicho antes”.
[26] PLATÓN: El Banquete, 207, d: “la naturaleza mortal busca en lo posible existir siempre y ser inmortal”
[27] Paráfrasis de la definición de plenitud dinámica de Ruiz Sánchez en: Fundamentos y Fines de la Educación. EDIVE, San Rafael, 2003.
[28] Aquí la palabra filósofo no se refiere a quien estudia o enseña filosofía sino que está tomado como prototipo humano, como fiel buscador de la verdad.
[29] Eros es hijo de la riqueza, o de Dios, en cuanto es, y de la pobreza, o de los hombres, en cuanto indigente. Por el aspecto positivo simplemente es, y es impulso; y por lo negativo es por lo que necesita moverse en busca de lo que aún no es.: “su indigencia de cosas buenas y bellas le hace desear esas mismas cosas de que está falto”, dice Platón en El Banquete, 202, d. Se encuentra en el término medio entre la sabiduría y la ignorancia [ya que] ninguno de los dioses filosofa, […] ni filosofa todo aquel que sea sabio. [Pero] a su vez los ignorantes ni filosofan ni desean hacerse sabios, pues en esto estriba el mal de la ignorancia: en no ser ni hombre, ni bueno, ni sabio y tener la ilusión de serlo en grado suficiente. Así el que no cree estar falto de nada no siente deseo de lo que no cree necesitar. Platón, El Banquete, 203 e.
[30]  “Si las disposiciones naturales no son buenas, si han sido deterioradas […] en una palabra, quien no tiene ninguna afinidad con el objeto no obtendrá la visión ni por su facilidad de espíritu, ni por su memoria, porque ante todo en una naturaleza extraña (las virtudes) no encontrarán de ningún modo la raíz. Así, si se trata de aquellos que no tienen inclinación por la justicia y el bien no se armonizan con las virtudes –aunque puedan estar bien dotados para aprender y retener, -o de aquellos que poseyendo el parentesco de alma, sean reacios a la ciencia y desprovistos de memoria, - ninguno de entre ellos aprenderá jamás sobre la virtud y el vicio toda la verdad que es posible de conocer. Es necesario, en efecto, aprender al mismo tiempo tanto lo falso como lo verdadero de la esencia de todo, al precio de mucho trabajo y de tiempo, y […] así viene a lucir la luz de la sabiduría y de la inteligencia con toda la intensidad que pueden soportar las fuerzas humanas”, Carta VIII, a, b.
[31] Dice que las formas educativas, es decir los hábitos morales preexisten como “ciertas inclinaciones naturales, que son como incoaciones de las virtudes, pero después, por el ejercicio de las obras, se dirigen a su debida consumación”. Y lo mismo respecto de la adquisición de la ciencia, ya que “preexisten en nosotros algo así como semillas de las ciencias […] y cuando preexiste algo en potencia activa completa, entonces el agente extrínseco no obra sino ayudando al agente intrínseco”. De Veritate, q. 11, art. 1.
[32] a) el estado inicial:   “... mi alma, enferma y ulcerosa, se proyectaba miserablemente hacia fuera, ávida del halago de las cosas sensibles” (Libro III, cap. 1). “Me convertí en un oscuro enigma para mí mismo. Le preguntaba a mi alma ‘¿por qué estás triste y así mi conturbas?’ (ps.41) pero ella nada tenía para responderme...” (Libro IV, cap. IV).  “soy para mí mismo una carga pesada” (Libro X, cap. XXVIII).     “algo hay siempre en el hombre que ni su propio espíritu conoce” (Libro X, cap. V).  b) el conflicto (la dualidad): “Conturbado en el rostro y en el ánimo por aquella bravísima pelea interior que en ese recinto tuyo que es mi corazón libraba yo con mi propia alma, (exclamé): ¿por qué tenemos que aguantar todo esto?” (Libro VIII, cap. VIII). “Me ponías frente a mí mismo para que viera mi fealdad [...]. Me horrorizaba el verme así, pero no tenía manera de huir de mí mismo” (Libro VIII, cap. VII). “[...] y yo  me quedé frente a mí  mismo [...]. Y mi espíritu se estremecía con turbulenta indignación porque no iba yo al compás de tu voluntad cuando todos mis huesos clamaban por Ti con un clamor de alabanza, que se levantaba hasta el cielo” (Libro VIII, cap. VIII). “[...] me volví a mí mismo y me pregunté: y tú quién eres? Y contesté: soy un hombre, y tengo un cuerpo que mira al exterior y un alma que está en mi interior” (Libro X, cap. V). c) necesidad de la ayuda: “nadie podía intervenir en la dura lucha en que andaba conmigo mismo, hasta que se produjera un desenlace que Tú conocías, pero yo no” (Libro VIII, cap. VIII). “Tú estabas delante de mí; pero yo me había retirado de mí mismo y no me podía encontrar. Cuánto menos a Ti!” (Libro V, capítulo III). “En dónde, Verdad Suma, no has estado conmigo enseñándome de qué me debo precaver y qué es lo que debo apetecer, cuando te manifestaba yo mis pensamientos más interiores y pedía tu consejo?” (Libro X, cap. XL). “Y te escuchaba en tus enseñanzas y en tus mandamientos...” (Libro X, cap. XL). “Pero, ¿qué soy, Dios mío, y cuál es mi esencia?” (Libro X, cap. XVII). d)  la búsqueda o el camino: “... acongojado y febril en mi indigencia de verdad, yo te buscaba; pero no con mi inteligencia racional que nos hace superiores a las bestias, sino según los sentimientos de la carne [...]. Tal hembra me pudo seducir porque me encontró fuera de mí mismo, habitando en el ámbito de mis ojos carnales.” (Libro III, cap. VII). “Tarde te amé, belleza siempre antigua y siempre nueva! Tarde te amé. Tú estabas dentro de mí, pero yo andaba fuera de mí mismo, y allá afuera te andaba buscando. Me lanzaba todo deforme entre las hermosuras que Tú creaste. Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo [...]. Gusté tu sabor y por eso ahora tengo más hambre y más sed de ese gusto. Me tocaste, y con tu tacto me encendiste en tu paz” (Libro X, cap. XXVII). “Pasé luego a la sede del espíritu, que puede recordarse a sí mismo y tiene, en consecuencia, asiento en la memoria; pero allí tampoco estabas” (X, cap. XXV). “Mira cómo subiendo por mi alma hacia ti, [...] con el anhelo de alcanzarte por donde te podemos alcanzar.” (Libro X, cap. XVII). “Es por mi alma por donde podré subir hacia Él  [...] el caballo y el mulo no lo pueden encontrar pues carecen de entendimiento” (Libro X, cap. VII). d) El encuentro y estado de plenitud (provisorio) “Algunas veces, allá muy adentro de mí, me haces entrar en un afecto de dulzura inusitada tal que si llega a su plenitud no entiendo cómo podría llamarse vida lo que no es esa vida” (Libro X, cap. XL). “Lo cierto es que habitas en mí, y que te recuerdo siempre, desde que te conocí; y en la memoria te hallo cuando me acuerdo de ti”. ( Libro X, cap. XXV). “Me gozo lleno de temor en los dones que me has dado y harto me duelo de no estar aún consumado en la virtud; pero me anima la esperanza de que tu misericordia me lleva hasta la paz plenaria que en ti van a tener mi hombre interior y mi hombre exterior cuando la muerte sea absorbida en la victoria” (Libro X, cap. XXX). “Encontré a mi Dios donde encontré la verdad, pues mi Dios es la verdad; y una vez conocida no puedo olvidarla” (Libro X, cap. XXIV). “Lo que sé, lo sé porque tú me lo iluminas; y lo que de mí ignoro seguiré sin saberlo hasta que mis tinieblas se vuelvan como el mediodía en tu presencia”. (Libro X, cap. VI).
[33] ARISTÓTELES: Metaph. I, 2, 983 a 30.
[34] El P. Ramírez, en La esencia de la Caridad comenta que la unidad se da con unidad de composición para lo que “importa esencialmente tres cosas: primera, pluralidad de cosas que han de ser unidas; segunda, movimiento, esto es, acción o pasión, o también forma por la que se unen entre sí y, consiguientemente, relación mutua de la  cosas unidas; tercera, la unidad misma o lo uno resultante con unidad de composición”, pág. 358.
[35]  Amuchiguar (multiplicar) non se puede el Pueblo en la tierra, solamente por facer fijos, si los que ouiren fecho, no los supieren criar, e guardar que venga a acabamiento  de ser omes... e por esto  natura da a los padres amar a los fijos más que otra cosa: A esta amistad los aduze a criarlos con gran piedad, ... para que vengan a crianza cumplida, a ser omes acabados”. ALFONSO X, Ley 3,  título 20
[36] PLATÓN: Banquete, 184 d
[37] BENDA, A.: Hacia una pedagogía de la contemplación, en Rev. CIAS, Buenos Aires, noviembre 1996, año XLV, N· 458,  pág. 525.
[38]  Los hombres participan de la bienaventuranza “en la medida en que hay en ellos alguna semejanza con la actividad divina”. ARISTÓTELES, Eth. Nic. X, 8, 1178 b, 27.