“Cada civilización ofrece
una visión propia del hombre, por la cual puede ser juzgada. Así las civilizaciones del pasado tuvieron
sus aristocracias en quienes se encarnaba un determinado ideal humano. Nos
sería, por ejemplo, imposible entender la civilización griega sin conocer el
ideal del kalós-kagathós, el
bello-bueno, que es su flor; así como no captaríamos la civilización medieval
si nada supiéramos del santo, del caballero, del hidalgo; ni de la civilización
anglosajona sin recordar al gentleman,
ni la civilización japonesa obviando la figura del samurai. Todas las grandes civilizaciones han resaltado un cierto
tipo de hombre, un modelo humano que quizás nunca o casi nunca se concretó del
todo ni existió de hecho siempre, pero cuyo atractivo resultaba fascinante,
suscitando el esfuerzo de todos aquellos sobre los cuales se irradiaba,
particularmente en los estamentos dirigentes.” […]

Fuente:
Sáenz, Alfredo (1998) El hombre moderno. Buenos Aires:
Gladius. p. 109 y 119.