HERMANA FLORENTINA MANZUR, FIC.
+ 2 de febrero de 1999
Dios la llenó de dones: padres cristianos de una
familia plena, formadores de sus hijos en la sabiduría y la nobleza.
Tuvo un
natural talento para intuir, razonar y comprender, y una voluntad férrea
templada en la fragua del deber.
Casi niña, el
Señor, enamorándola, tocó su corazón, y ella a los catorce conquistó el permiso
para entrar en religión.
Desde el
primer día quiso dar el todo por el todo, ofrendarse al Señor en cuerpo y alma,
tener por entregarse su tesoro.
Como joyas de
su pobreza lució la alianza del
Crucificado en el dedo, y la medalla de la Inmaculada sobre el pecho.
Por hijos de
su castidad tuvo generaciones enteras que le agradecen su alta exigencia y su
ternura materna.
Por corona de
su obediencia llevó la luz de una promesa cumplida sin conocer renuncias, ni
cansancios, ni treguas.
Amó la verdad
hasta el dolor, sin permitirse jamás pactar con la maldad, la falsedad o el
error.
Ya mira a Dios
cara a cara, y desde su dicha sin fin, nos muestra el camino angosto que lleva
a la vida feliz.