sábado, 12 de noviembre de 2016

Para el debate...

Del garantismo educativo al fetichismo tecnológico

El gobierno anterior asimiló el derecho a la educación con el derecho al título, el derecho a no ser "bochado" -en lo posible tampoco evaluado- a pasar de grado sin saber, a pegarle al profesor y no ser expulsado del colegio, etcétera.
Todo ello aderezado por una pedagogía que, en supuesta reacción al enciclopedismo, ha ido vaciando progresivamente de contenidos los programas, ha instalado la idea de que el docente no es el dueño del saber, de que al niño no hay que aburrirlo y de que cada alumno tiene su propio ritmo de aprendizaje. Un eufemismo para no exigir.
Los resultados están a la vista: uno de cada tres alumnos no entiende lo que lee.
En la escuela "enciclopedista", "sarmientina" y "decimonónica" que estos pedagogos desprecian, se aprendía a leer y escribir, a sumar y restar, en primer grado. Porque estaba sobradamente demostrado que todos los niños, en promedio, estaban capacitados para ello a los seis años de edad.
En la escuela de hoy, se puede llegar a tercer grado sin adquirir ese núcleo duro de conocimientos, decisivo para todo el recorrido posterior. Y no es por falta de capacidad del niño. Más aún, es un desperdicio imperdonable de tiempo, porque a esa edad el chico es una esponja por la capacidad que tiene de acumular conocimiento.
Sucesivas evaluaciones, nacionales e internacionales, confirman esta decadencia de nuestra escuela.
En consecuencia, la calidad educativa está en boca de todos. Y muy especialmente de las nuevas autoridades. Es un principio con el que nadie podría estar en desacuerdo. Pero de momento es sólo una declaración de intenciones, un título sin desarrollo.
No está claro aún cómo se lo va a alcanzar. Y, cuando uno le formula la pregunta a alguna autoridad del área, lo que se escucha no es alentador.
La respuesta suele ser tecnológica. Instrumental.
Inglés y computación: la fórmula mágica.
Sin embargo es sabido que la mayor parte de los "cráneos" de Silicon Valley mandan a sus hijos a una escuela sin computadoras, donde la materia informática se dicta recién a los 13 años.
Le consulté a un funcionario del actual Ministerio de Educación de la Nación por esta reducción conceptual de la calidad educativa y me respondió que hoy "el conocimiento está en la red, al alcance de todos: con la tecnología adecuada, cualquiera se lo puede apropiar"…
La confusión entre conocimiento e información puede ser el error de un estudiante pero nunca el de un funcionario del que depende el diseño de la política educativa.
Siempre me pregunté cómo alguien sin una formación sólida, básica, sin lecturas acumuladas, sin análisis y discusión de textos con la guía de un profesor, podía distinguir en el infinito de Internet, lo que es serio de lo que no lo es, lo que tiene rigor científico y lo que no, cómo podía verificar fuentes, chequear datos… Para eso es que en la escuela se lee -o se leía- a los clásicos. Por eso se aprenden complicados teoremas que otros formularon antes que nosotros y que nos ayudan luego a entender con más facilidad lo simple. ¿Cómo distinguir la calidad si no se ha tenido contacto con ella?

Todos recordamos mucho más al profesor que nos dio mucho y nos exigió en proporción. Ese es el docente que deja huella, que despierta potencial y vocaciones. Al que, más allá de pataleos y protestas, hoy le estamos agradecidos. 
Pero hoy un profesor de secundario bonaerense -por hablar sólo de esa provincia- tiene que invertir 15 minutos en intentar establecer alguna disciplina en el aula antes de poder dar clase.
No se trata de estar en contra de la tecnología, sino de este fetichismo tecnológico que les hace pensar a algunos que un celular o una tablet pueden reemplazar al profesor.
También es, en definitiva, la rendición del adulto -padre, docente, directivo de escuela, funcionario- que no quiere ejercer su autoridad y su responsabilidad. Que renuncia a ser guía, tutor; es decir, Maestro.
Entonces, entre el garantismo educativo de ayer y el fetichismo tecnológico de hoy, podemos seguir haciendo el duelo de la calidad de la enseñanza.


Fuente: Extractado de  Infobae, 29/10/2016

martes, 8 de noviembre de 2016

OTRA MIRADA PARA EL SÍNDROME DE DOWN

Los Down están de moda. El escritor Marcos Chicot, finalista del Premio Planeta por su novela El asesinato de Pitágoras, dedicó el galardón a su hija Lucía, de 7 años, que nació con el síndrome.
Y no sólo eso sino que dijo que la niña era la mayor fuente de satisfacción de su vida. El novelista madrileño aprovechó el escaparate que le proporcionaba el Planeta para desmontar algunos de los tópicos que siguen lastrando la imagen de quienes tienen trisomía 21.
Por ejemplo, que su cociente intelectual no se sitúa entre el 25 y el 55, lo que equivale a un retraso entre moderado y severo, sino que, en su mayoría, el cociente se sitúa entre 40 y 70, lo que equivale a un retraso entre moderado y leve.
Otra etiqueta, relacionada con la anterior, era su baja, por no decir nula, capacidad intelectual y de aprendizaje. No es así, lo que ocurre es que hasta hace poco se les valoraba por su capacidad de expresión oral, que es la capacidad más afectada en las personas con síndrome de Down. Pero su capacidad intelectual es superior a su capacidad de expresión oral.
Por esa razón hasta mediados del siglo XX a los niños mongólicos -como se les llamaba entonces- no se les educaba ni se les escolarizaba. Ahora, sin embargo, gracias al empeño de médicos y padres, reciben una educación, aprenden a leer y escribir y muchos terminan con una salida laboral. Cada vez son más frecuentes los casos de Down que hacen carreras universitarias.
Uno de esos casos es de Noelia Garella, una niña argentina que tuvo una pésima bienvenida cuando vino al mundo.
“Malas noticias” le dijeron los médicos a su padre después del parto. “¿Ha muerto?” preguntó éste. “Mucho peor, es Down” le respondieron.
Treinta y un años después, aquella niña que -según los médicos- no debía haber nacido, es profesora de preescolar y ha traído la felicidad a sus padres y a sus alumnas.
No lo tuvo fácil. Cuando la llevaron a la guardería, la directora les dijo a los padres: “Aquí señores ni monstruos, ni síndromes de Down”. Al problema médico se sumaba el estigma social, la incomprensión y los prejuicios.
Noelia es ahora la primera profesora con síndrome de Argentina y todo un ejemplo de coraje y superación. Joana Ortiz cuenta su emocionante historia en http://www.actuall.com/vida/la-noe-se-convierte-en-la-primera-maestra-con-sindrome-de-down-en-argentina/
No pueden decir lo mismo otros muchos niños Down que no llegan a ver la luz porque son abortados en el vientre materno. En España, nueve de cada diez que son diagnosticados síndrome de Down antes de las 22 semanas acaban muriendo mediante un aborto intencionado.
Es una forma de limpieza étnica, un control de pureza racial de una sociedad que desprecia al débil, sin reparar en el inmenso tesoro que supone cada vida humana, por pequeña o aparentemente inútil que sea.
Paradójicamente todos los padres de Down constatan que esos hijos han sido para ellos un regalo inmerecido. Y que, tras el dolor inicial, han llenado sus vidas de alegría.
Fuente: Actuall, 29/10/2016