¿Quién fue John Henry Newman?
Consideremos, al menos brevemente, lo que voces muy
autorizadas han pronunciado sobre él:
León XIII:
Hablando sobre hacerlo Cardenal en el primer consistorio de su
pontificado, dijo: “No ha sido fácil, no ha sido fácil. Decían que era
demasiado liberal, pero yo he decidido honrar a la Iglesia honrando a Newman.
Siempre he tenido admiración por él.” Le consideró y lo declaró su cardenal.
(De la Carta del Procurador General del Oratorio, P. Edoardo Cerrato, C.
O. 16 de marzo de 2010)
El Catecismo de la Iglesia Católica:
Lo cita junto a
Santo Tomás de Aquino en el apartado La fe y la inteligencia, nº 157: La
fe es cierta, más cierta que todo conocimiento humano, porque se funda en la
Palabra misma de Dios, que no puede mentir. Ciertamente las verdades reveladas
pueden parecer oscuras a la razón y a la experiencia humanas, pero “la certeza
que da la luz divina es mayor que la que da la luz de la razón natural (ST,
2-2, 171, 5). “Diez mil dificultades no hacen una sola duda” (J.H. Newman, Apologia).
San Juan Pablo II:
Si existe el
derecho de ser respetados en el propio camino de búsqueda de la verdad, existe
aún antes la obligación moral, grave para cada uno, de buscar la verdad y de
seguirla una vez conocida. En este sentido el cardenal J. H. Newman, gran
defensor de los derechos de la conciencia, afirmaba con decisión: «La
conciencia tiene unos derechos porque tiene unos deberes». (Encíclica Veritatis
Splendor, 2, 34)
Benedicto XVI:
Durante toda su vida, Newman fue una persona en permanente estado de
conversión, una persona en permanente trance de transformación, y por eso
siempre permaneció y llegó a ser cada vez más él mismo. […] La característica
de todo gran Doctor de la Iglesia, me parece, es que enseña no sólo mediante su
pensamiento y su palabra, sino también con su vida, porque dentro de él,
pensamiento y vida se funden y se definen mutuamente. Si esto es así, entonces
Newman pertenece a los grandes maestros de la Iglesia, porque toca nuestros
corazones y al mismo tiempo ilumina nuestro pensamiento. (Roma, 28 de abril de
1990)
Inglaterra tiene una larga tradición de
santos mártires, cuyo valiente testimonio ha sostenido e inspirado a la
comunidad católica local durante siglos. Es justo y conveniente reconocer hoy
la santidad de un confesor, un hijo de esta nación que, si bien no fue llamado
a derramar la sangre por el Señor, jamás se cansó de dar un testimonio
elocuente de Él a lo largo de una vida entregada al ministerio sacerdotal, y
especialmente a predicar, enseñar y escribir. Es digno de formar parte de la
larga hilera de santos y eruditos de estas islas, San Beda, Santa Hilda, San
Aelred, el Beato Duns Scoto, por nombrar sólo a algunos. En el Beato John
Newman, esta tradición de delicada erudición, profunda sabiduría humana y amor
intenso por el Señor ha dado grandes frutos, como signo de la presencia
constante del Espíritu Santo en el corazón del Pueblo de Dios, suscitando
copiosos dones de santidad. (Homilía de beatificación de Newman, 19 de
septiembre de 2010)
Gilbert K. Chesterton:
Newman es un hombre al desnudo que lleva
una espada desnuda. La excelencia de su estilo literario es tan exitosa que su
mayor triunfo es escapar a las definiciones. La cualidad de su lógica es la de
una paciencia a largo plazo, si bien apasionada, que puede esperar hasta que se
hayan ajustado todos los engranajes de su trampa de hierro. (La era
victoriana en literatura, 2012: 38)
Leonardo Castellani:
Newman era católico pero no era Cardenal
todavía cuando en 1864 escribió su celebrada Apologia pro vita sua, la
autobiografía más leída en lengua inglesa. […] el libro es genial y la mejor
prosa que se ha escrito en Inglaterra, dicen los ingleses –aunque para nosotros
los no-ingleses resulte un poco difícil seguir sus sutiles vericuetos: porque
efectivamente todo un capítulo de la historia religiosa de Inglaterra está
contenido en esa historia de una subjetividad; la cual termina elevándose de
golpe a las alturas con una afirmación de la existencia de Dios y una
demostración de la necesidad de una Iglesia infalible, que son netamente
agustinianas y también (digamos) existencialistas. (San Agustín y nosotros,
2000: 39)
Daniel-Rops:
Aquella
fecha del 8 de octubre de 1845 sería capital para el catolicismo inglés.
Gladstone escribe: “Nunca, desde la Reforma, la Iglesia romana había alcanzado
mayor victoria”. La seriedad con que se había obrado aquella conversión, su
carácter doloroso, el prestigio intelectual y espiritual de Newman, su
influencia en la juventud, todo contribuía a hacer de ello un acontecimiento.
[…] En menos de un año hubo más de trescientas conversiones, todas de
intelectuales, de profesores, de teólogos, de hombres conocidos por la seriedad
de su evolución. La iglesia establecida se sintió sacudida en sus cimientos. (Historia
de la Iglesia. Vol. XI, 1970: 181)