martes, 2 de octubre de 2018

EL SENTIDO DE LA VIDA QUE SE ACABA


Por Ignacio Sánchez Cámara


La vida humana terrena empieza en la concepción y termina con la muerte. Por lo tanto, la dignidad de la persona comienza en la concepción y concluye con la muerte, con independencia de la continuidad de la vida personal y su dignidad más allá de la muerte. Y no hay vidas más o menos dignas de ser vividas. No hay ninguna vida indigna ni carente de sentido.
Es curioso cómo la aceptación social del aborto, uno de los dos peores errores morales del siglo XX, según Julián Marías, ha sido muy superior a la de la eutanasia, acaso por la mayor visibilidad de la persona a la que se suprime la vida, y a pesar de que en el caso del aborto no existe el consentimiento de la víctima. Todo lo que precisa del eufemismo, declara por ello su indigencia moral. Así, se prefiere hablar de «muerte digna» o de «interrupción voluntaria del embarazo». La eutanasia goza de algunos argumentos aparentes y prejuicios a su favor. Se cobija bajo la protección de la libertad. Si un hombre no desea continuar viviendo, habría que respetar su voluntad. Seríamos absolutamente libres para hacer todo aquello que no entrañe ningún daño a otro. Además, no se impone nada a nadie. Todos permanecemos libres. Quien la quiera, la tendrá a su disposición, y quien no, a nada estará obligado. Perfecta libertad. Y acaso el más extendido argumento sea la piedad, el cese del sufrimiento, el supremo mal.
Pero la realidad no favorece a sus defensores. La aceptación de la eutanasia niega la condición personal del hombre, y entiende que la vida no vale en sí misma, sino que se acepta a beneficio de inventario. Cuando el balance es negativo, se repudia. El dolor es un mal, pero no todo en el dolor es un mal. Ni tampoco es el único ni el peor mal. Cuando todos los valores superiores se niegan, sólo quedan el placer y la supresión del dolor. Muchos contemporáneos pretenden que la vida sea una permanente noche de juerga o un eterno jardín de infancia.
No hay ninguna vida humana indigna, ni la del joven sano y fuerte, ni la que se extingue por la edad y la enfermedad. Si no de otras fuentes, al menos deberíamos aprender de los horrores del nazismo. Frente a la eutanasia, se levanta el precepto «no matarás», nunca, ni siquiera por compasión. La idea de un médico o enfermero homicidas constituye, en sí misma, una aberración. El fin de las profesiones sanitarias es la curación y la supresión, hasta donde es posible, del dolor. Y esto último es, cada vez, más real. Lo que necesita la vida que se acaba es amor, compañía y cuidados paliativos, no la inyección letal.

La idea de un médico o enfermero homicidas constituye, en sí misma, una aberración. 

Estamos ante otro episodio de la equivocada relación entre medios y fines. La legalización de la eutanasia pretende que el fin de suprimir el dolor justifica el medio de acabar con la vida. Pero sabemos que esto no es así. Gregorio Marañón afirmó que ser liberal consiste en negar que el fin justifique los medios, sino que, por el contrario, son los medios los que justifican el fin. Y aquí, el medio es matar. Algo parecido podría decirse sobre la pena de muerte o la tortura. No es posible que el bien surja del mal.
En la valoración de la vida, no caben medias tintas. Nietzsche dijo: «¿Era esto la vida? Bien, que venga otra vez». Sí a la vida, a toda vida, también a la vida terminal.
Las posiciones divergentes sobre la eutanasia derivan de actitudes antagónicas sobre el hombre y la vida. No pueden coincidir quienes, por ejemplo, conciben la vida como un don de Dios, indisponible, por tanto, para el hombre, que quienes la consideran una mera propiedad inherente a ciertos seres. Si hay un derecho a la vida, no puede haber un deber de matar. Entre una concepción religiosa o metafísica y otra materialista o hedonista, es muy difícil encontrar un acuerdo. ¿Existe una vía media conciliadora? No parece que lo sea dejar la solución en manos de médicos, familiares y pacientes. En cualquier caso, los médicos no son meros servidores de la arbitrariedad del cliente o de un familiar en quien, eventualmente, haya podido delegar. Los médicos tienen obligaciones derivadas de la moral general y de la deontología profesional, incompatibles con la idea mercantil de que el cliente, es decir, el paciente, siempre tiene razón.
Otra cosa es que el Derecho deba tener en cuenta la moral social y atenerse a las convicciones dominantes. Pero la solución no es fácil cuando la opinión pública se encuentra radicalmente escindida. La clave se halla, como siempre, en la educación, y en la ejemplaridad de quienes poseen la autoridad espiritual, si es que hoy queda algún residuo de tal cosa. Pero nada tiene que ver la oposición a la eutanasia con la defensa del llamado encarnizamiento terapéutico, ni con la adopción de medidas excepcionales para mantener a toda costa la vida que se apaga.

 Lo que está en crisis no es ya la dignidad de la persona, sino la condición personal del hombre.


El declive actual de la protección jurídica de la vida tiene mucho que ver con la propagación de una actitud antihumanista y, por tanto, antipersonalista. Lo que está en crisis no es ya la dignidad de la persona, sino la condición personal del hombre. Caminamos, como mínimo, hacia una eutanasia sibilina y vergonzante. Y puede que este diagnóstico sea optimista. La crisis intelectual y moral, en suma, espiritual, de nuestro tiempo parece evidente. Pero no solo de éste. Un personaje de Pérez Galdós, en La corte de Carlos IV, afirma: «La elevación de los tontos, ruines y ordinarios no es, como algunos creen, desdicha peculiar de los modernos tiempos». Cuando luchan la verdad y la mentira, el bien y el mal, la belleza y la fealdad, lo justo no se encuentra en el término medio. No deberíamos olvidar nunca, y menos en estos tiempos extraviados, pero no desesperanzados, la vieja enseñanza de Antístenes: las ciudades sucumben cuando dejan de distinguir entre el bien y el mal.

Fuente: ABC 2 de Junio de 2018

jueves, 30 de agosto de 2018

Que todos queden atrás

 Por A. Pérez Reverte

Me lo comenta Javier Marías después de cenar, cuando se fuma el segundo cigarrillo en la terraza del bar Torre del Oro, en la Plaza Mayor de Madrid. Estamos sentados, disfrutando de la noche, cuando me habla del artículo que tiene previsto escribir uno de estos días. ¿Te has dado cuenta –dice– de que en los últimos tiempos está de moda destruir la imagen de cuantos hombres ilustres tenemos en la memoria? Pienso un poco en ello y le doy la razón. Pero no sólo en España, respondo. Ocurre en toda Europa, o más bien en lo que aún llamamos Occidente. Destruir a quienes fueron respetables o respetados. Derribar estatuas y bailar sobre los escombros. Es como una necesidad reciente. Como una urgencia.
Javier menciona nombres. No se trata ahora tanto, dice, de reivindicar a las muchas mujeres a las que la historia dejó en la oscuridad, ni de atacar a las conocidas, pues con ellas se atreven menos –aunque les llegará el turno–, como de ensombrecer biografías masculinas. Alfred Hitchcock, indiscutible genio del cine, pasó hace poco por eso: misógino, sádico, despótico. La película con Anthony Hopkins lo dejaba, además, como un idiota. De Gaulle tuvo lo suyo hace unos años, y ahora le toca a Churchill. El más brillante político de la Segunda Guerra Mundial, el que hizo posible que Europa resistiera a los nazis, aparece como un cretino en las películas que se han hecho sobre él.
Mientras damos un paseo antes de despedirnos, le paso revista a España. No se trata ya de Churchill, Hitchcock o De Gaulle, pues no los tuvimos; pero sí de quienes destacaron por sus actos o talla intelectual. Cierto es que en demoler reputaciones aquí tenemos solera: Olavide, Moratín, Jovellanos, Blasco Ibáñez, Unamuno, Chaves Nogales y tantos más. Incluso quienes fueron decisivos en la historia reciente: Suárez, Fraga, Carrillo, González. Pocos escapan a la máquina de picar carne, la necesidad de restar méritos, de rebajarlos según la tendencia, como dice Javier, deno admirar nunca a nadie. No se trata tanto de desmitificar como de destruir. Nada existe que no pueda ser violado, como decía Cicerón. Nadie merece ya respeto por su inteligencia o biografía. Cualquier analfabeto apesebrado en una formación política, cualquier cantamañanas nacido ayer, cualquier director de cine o periodista ágrafos hasta el disparate, cualquier tarugo con Twitter, cuestiona sin complejos a quienes ni podría rozar en talento, honradez o prestigio. Y acto seguido, centenares de imbéciles, tan ignorantes como él, asienten con la estólida gravedad de los tontos solemnes.
Tengo una teoría personal sobre eso. Y digo personal, así que no hagan responsable a Javier –en bastantes líos lo meto ya–, sino a mí. Del mismo modo que antes se admiraba a hombres y mujeres por su mérito, ahora unos y otros molestan. El talento incomoda como nunca. Los mediocres, los acomplejados, los bobos, necesitan que la vida descienda hasta su nivel para sentirse cómodos, y es destruyendo la inteligencia y ensalzando la mediocridad como están a gusto. En España, el talento real está penalizado. Convierte a quien lo posee en automáticamente sospechoso. De ahí a la nefasta palabra élite, tan odiada, sólo media un paso, claro. Y la palabrafascista está a la vuelta de la esquina.
¿Creen que exagero?… Echen un vistazo a los colegios, a los niños. Lo he escrito alguna vez: todo el sistema educativo actual está basado en aplastar la individualidad, la inteligencia, la iniciativa, el coraje y la independencia. En destruir a los mejores, con reproches incluidos a los padres: Luisa no habla con sus compañeras y prefiere leer, Alberto levanta demasiado la mano, Juan no juega al fútbol ni se integra en trabajos de equipo. Etcétera. Todo se orienta a rebajarlos al nivel de los más torpes, convirtiéndolos en rebaño sin substancia. No se busca ya que nadie quede atrás, sino quetodos queden atrás. 
Ganarán los mediocres, no cabe duda. Suyo es el futuro, y se nota mucho. A ellos pertenece un mundo que los imbéciles –ni siquiera hay malvados en esto–, asistidos por sus cómplices los cobardes, fabrican a su imagen y semejanza. Por eso es tan admirable el tesón de quienes resisten: chicos, profesores, padres. Los que se mantienen erguidos y libres en estos tiempos de sumisión, rodillas en tierra y cabeza baja. Los que siguen necesitando referentes a los que admirar, nutrirse de libros, cine, ciencia, historia, literatura y cuanto sirva para obtener vitaminas con las que sobrevivir en el paisaje hostil que se avecina. Lecciones inolvidables de inteligencia y de vida.

Fuente: XLSemanal, 19 de Agosto, 2018; at. Dr. José Pérez Adán, Univ. de Valencia y ULIA.

martes, 28 de agosto de 2018

Sobre la apostasía final



Está escrito que vendrá una apostasía, y que el "Hombre de Pecado" será revelado. En otras palabras, el Hombre de Pecado nace de una apostasía, o por lo menos, accede al poder por medio de una apostasía, o es precedido por una apostasía, o no existiría si no fuese por una apostasía.
...

¿No hay acaso motivos para temer que dicha apostasía se esté preparando gradualmente, reuniendo, madurando, en nuestros mismos días? ¿Acaso no existe en este mismo momento un especial empeño en casi todo el mundo en prescindir de la religión, más o menos evidente en este o aquel lugar, pero más visible y formidable en aquellas regiones más civilizadas y poderosas? ¿No existe acaso un consenso creciente de que una nación no tiene nada que ver con la religión, de que se trata de algo concerniente solo a la conciencia individual? Lo que es lo mismo que decir que podemos dejar que la Verdad desaparezca de la faz de la tierra sin que hagamos nada por evitarlo.
...

Sin duda, existe actualmente una confederación del mal, que recluta sus tropas de todas partes del mundo, organizándose a sí misma, tomando sus medidas para encerrar a la Iglesia de cristo como en una red, y preparando el camino para una Apostasía general. No podemos saber si de esta misma Apostasía nacerá el Anticristo, o si él será todavía retrasado, como lo ha sido por tanto tiempo; pero en todo caso esta Apostasía, y todos sus signos e instrumentos, son del Maligno, y tienen un sabor de muerte.


Newman, John Henry (2006) Cuatro sermones sobre el Anticristo. La idea patrística del Anticristo. Buenos Aires: Pórtico. pp. 37-41 (extracto).

miércoles, 15 de agosto de 2018

15 de Agosto: la Asunción


 La Asunción

¿Podía ser cielo el Cielo
sin que estuviera María?
Pues desde el primer instante
quedó Ella preservada
de la desgracia que aflige
a toda la raza humana,
por la conquista que haría
a su tiempo el Unigénito,
¿por qué su carne tendría
que pagar el mismo precio?
Si nueve lunas moró
el Sol, tal sagrado seno,
¿cómo no protegería
con su Poder amoroso,
a la que lo amamantó,
de las tinieblas del cieno
y el horror del cementerio?
¡No fuera cielo su Cielo
si le faltara María!
Y ya que el Verbo humanado
recibió de aquellas manos
mil caricias y cuidados
con los besos de sus labios,
ordenó que sus legiones
–los ángeles que lo sirven-
se la llevaran en brazos.
Por eso el Cielo es más cielo
desde que tiene a María.
 MGdeJ
***
Resultado de imagen para asunción de la Virgen

Los ejes de la educación humanista


LA EDUCACIÓN HUMANISTA
1.    ¿QUÉ INTENTA, QUÉ PRETENDE LA EDUCACIÓN HUMANISTA?
Podemos comenzar por la magnífica definición que plantea Ruiz Sánchez al referirse al proceso de la educación como “el auxilio al hombre, en tanto indigente y falible, para que alcance la plenitud dinámica, esto es, la capacidad estable y el orden interior que le permita alcanzar libre y rectamente, los bienes individuales y comunes, naturales y sobrenaturales, que plenifican su naturaleza”.
En síntesis: Que el hombre llegue a ser verdaderamente hombre.
Sí, por cierto, se trata de ayudar al otro –hijo, alumno, discípulo- a alcanzar la plenitud, el completamiento, toda la perfección posible en esta vida, la plenitud dinámica, ese plexo armónico de virtudes intelectuales y morales que hacen al hombre verdaderamente humano y libre. Por supuesto, esto consiste en la adquisición de la templanza, la fortaleza, el arte, la ciencia, la prudencia, la sabiduría, la justicia,…  todos hábitos que se adquieren mediante el ejercicio.
El término “auxilio” destaca el hecho de que la actividad principal corre por cuenta del sujeto que se educa, quien está en potencia activa para hacerlo. La persona nunca es un material absolutamente pasivo frente a los actos del educador, como lo sería la arcilla en manos del escultor. Por eso es importante que en la medida que pueda comprenderlo, el educando conozca el fin de lo que se le pide que haga, y que participe queriéndolo.
Se trata, para quien se está educando, de adquirir hábitos operativos, y que estos sean perfectivos: hábitos que no solo permitan hacer obras perfectas, sino que perfeccionen al que las realiza.
Pero además de la adquisición parcial de cada hábito operativo perfectivo, debe buscarse el orden entre ellos, de modo que conduzcan a una personalidad desarrollada armónicamente.
Sabemos que alguien puede ser eximio en un campo, por ejemplo, en el manejo de una técnica artística, o en la indagación científica acerca de un objeto, pero fallar como ser humano en una carencia de autodominio, o de comprensión; también hay casos de personas muy generosas, muy entregadas, pero faltas de modales o rudimentarias intelectualmente. Ambos extremos exhiben desproporciones que implican desarmonía, en el fondo algún desorden.
Por eso para llegar al hombre pleno, al ideal, no se puede prescindir del orden. La educación debe ordenar interiormente a la persona y hacerlo ordenadamente, para lograr la esa armonía que hace bella el alma.

2.    SOBRE EL ORDEN DE LAS POTENCIAS
Mencionar las potencias del alma humana es hablar de las cognoscitivas y las apetitivas. Por ser el hombre un animal racional, las potencias sensibles: sentidos y apetitos sensibles, son análogas a las de los no racionales, aunque siempre impregnadas de la especificidad humana.
A través de los sentidos externos accedemos al mundo que nos rodea: vemos, escuchamos, olemos, gustamos, percibimos lo táctil. Los sentidos internos unifican ese magma de sensaciones, lo organizan, le otorgan valor y conservan, de modo que conformen imágenes y recuerdos: la base de la experiencia.
Para el hombre este acceso al mundo sensible no culmina allí, sino que por la capacidad de “leer-dentro”, la inteligencia capta lo esencial de las cosas, lo universal de ellas, nombrándolo con un verbo mental, o concepto, que se hace expreso en la palabra.
Eso que busca y aprehende la inteligencia, como la vista percibe el color o el oído el sonido, es la verdad, no la verdad moral, que depende de la veracidad de quien habla, sino la verdad ontológica, la verdad que posee cada ser por ser lo que es y no otra cosa.
Por otra parte están los apetitos, que son inclinaciones, tendencias a lo que el conocimiento ha presentado y el sujeto valora como bien para sí.
En el plano sensible se distinguen dos apetitos: el concupiscible, que apetece el bien deleitable, lo que da gusto, disfrute y descanso al cuerpo; y el apetito irascible, que se orienta al bien arduo, ya para conseguir algo difícil, ya para defender el bien que se posee.
Pero el hombre por ser racional puede saltar por encima de los apetitos sensibles, e incluso oponérseles, cuando la inteligencia le muestra un bien más estimable. La voluntad, o apetito racional, es el motor de los actos específicamente humanos.
El uso de la inteligencia y la voluntad coloca al ser humano por encima del resto de los entes del mundo sensible, lo introduce en el universo de la libertad y le permite traspasar las barreras naturales del espacio y el tiempo, otorgando trascendencia e historicidad a sus actos y obras.

La experiencia personal y de la humanidad entera nos muestra que el recto uso de la libertad nos resulta arduo, pues muchas veces “hacemos el mal que no queremos” (Rom 15, 19). A veces fallamos porque nos equivocamos, otras simplemente por ignorancia o por debilidad, y así vamos a los tumbos por la vida. Esa penosa indigencia y ese desorden que tanto termina doliendo, exigen un trabajo continuo, constante, perseverante, para sacarnos del error y la ignorancia, de las tendencias rastreras y egoístas, e ir construyendo el armazón de las virtudes intelectuales y morales que harán de nuestro obrar el de personas prudentes y justas, libres, plenas, sembradoras de paz y de bien, felices.

A través de la educación se trata de adquirir hábitos de reflexión y discernimiento en lo intelectual, de decisión y realización en lo volitivo, acompañando estos actos con la afectividad.
Ese plexo armónico de hábitos buenos constituye el fin mismo de toda educación, pues es lo único que puede otorgar al hombre “la capacidad estable para ordenarse libre y rectamente, en su dinamismo interior y en su autoconducción hacia los bienes individuales y comunes, naturales y sobrenaturales, que plenifican su naturaleza.” (Ruiz Sánchez, 2003: 21)
Una persona ordenada por las virtudes intelectuales y morales, por tanto plena y en paz consigo misma, se constituye en terreno fértil para la contemplación, se hace capaz del goce más alto que el hombre puede tener en esta vida, el deleite que llena el alma poniéndola de algún modo, en contacto con lo divino.
Pero sobre todo, la persona interiormente ordenada queda naturalmente abierta a la acción de nuevas y mayores gracias, que Dios da a todo hombre, pues “quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2, 4).

3.         LOS EJES DE LA EDUCACIÓN HUMANISTA
Aquí me propongo indagar en torno a qué ejes construyeron el entretejido de esa educación las grandes culturas humanistas que sobresalen en la historia: la Grecia y la Roma Clásicas, la Cristiandad medieval, la Hispanidad... Postulo que los rasgos que las distinguen fueron eminentemente los tres que siguen:
1. Una inspiración heroica.
2. Una orientación contemplativa.
3. Un amoroso cultivo del signo, en especial del lenguaje.
Entiendo por inspiración heroica, el espíritu que mueve al alma magnánima, buscadora incansable de la verdad y decidida a jugarse por ella, dispuesta a dar siempre más, una vida que se vive con pasión por lo que se es capaz de morir, una vida iluminada constantemente por el ideal, es decir, con “norte” y con coraje, por lo tanto, capaz de realizar cosas grandes. Sin duda, para que el ideal no quede en meros deseos o intenciones, se trata de forjar una voluntad no solo decidida, sino preparada para afrontar lo duro, lo costoso, lo arduo y sacrificado, y esto de modo constante, con tenaz perseverancia.
¿Por qué una inspiración heroica? Porque sin esa vitalidad espiritual, sin el fuego del amor al ideal y el entusiasmo que genera tenerlo, sin la imprescindible fortaleza, no puede darse nada realmente grande, ningún sacrificio constructivo, ni siquiera la perseverancia que exigen las obras importantes, costosas, en las que hay que poner de sí, en una palabra: entregarse. Se necesita para estar disponible cuando se trata de defender o responder por la Fe y por la Patria; y también cuando hay que cumplir el deber cotidiano y los compromisos contraídos a pesar de fatigas, malestares, desilusiones, tentaciones o contratiempos.
Pero para que pueda darse tal inspiración heroica es indispensable que la persona haya visto ejemplos: lejanos y cercanos, virtuales –a través de historias, cuentos, películas-  y sobre todo reales: de la gente que convive; y que a través de esos ejemplos se haya enamorado de un ideal, es decir, que se haya admirado al mirar viendo, y al ver amando, es decir, que haya contemplado la hermosura de esa grandeza moral, de su belleza. Por eso es necesario generar una orientación contemplativa.
Por orientación contemplativa, entiendo el anhelo en pos de la verdad, el bien y la belleza, el deslumbramiento enamorado que suscita su hallazgo, la capacidad de reposar y de gozar en ellos; hábito buscado y cultivado como perfección y fin de la vida humana en este mundo, y preparación óptima para la vida eterna a que aspiramos y que la Misericordia Divina nos promete.
¿Por qué, para que haya educación humanista, ha de darse una orientación contemplativa? Porque lo propio del hombre, lo que lo diferencia del resto del mundo natural y lo especifica, es ser racional. Y pues posee la luz de la inteligencia, el acto de contemplación, que une inteligencia y voluntad en la mirada simple y enamorada de la realidad, es el más elevado y plenificante que realiza el espíritu, por tanto, el más humano y por qué no -tal como plantearon los clásicos- el más divino de los actos.
Para que pueda darse esa orientación contemplativa, que implica la actividad más alta del espíritu, es necesario al hombre tener los espacios necesarios de serenidad, de respeto, de silencio, condiciones que hacen posible refinar la mirada intelectual. El modo natural y óptimo en orden a ese perfeccionamiento de la inteligencia, radica en la capacitación para descubrir el sentido de los signos, para poder producirlos, leerlos y gozarlos, pues tal es su tarea específica.
Por lo tanto, con la expresión: amoroso cultivo del lenguaje, me refiero al trabajo dedicado, delicado y profundo de lectura y escritura en torno al signo, todo signo, pero muy especialmente la palabra. Esto ha producido históricamente todo tipo de maravillas científicas, artísticas y artesanales, desde tratados, poemas y músicas, hasta pinturas, monumentos, así como descubrimientos e inventos, los cuales expresan simbólicamente las vivencias que devienen de la contemplación y son también muchas veces, exhortación al heroísmo, a la superación y trascendencia.
Hoy se ha revalorizado, a partir de las mejores investigaciones de la psicología cognitiva y las neurociencias, la tempranísima inserción del niño en el lenguaje, sobre todo por la importancia que reviste el hecho de darle vocabulario a través de hablarle, contarle, leerle textos, recitar, cantar y hacerlo participar en conversaciones.
De alguna manera, la capacidad de lenguaje, de simbolizar y de descifrar signos, es decir, de encontrar significado más allá de lo sensible, es la que habilita para la contemplación. Y la contemplación de la verdad, la bondad y la belleza, a través de la elevación espiritual que produce, es la que posibilita ensanchar el corazón en las inconmensurables dimensiones de la magnanimidad y el heroísmo. Así vemos cómo se encadenan y sustentan entre sí estos que hemos llamado ejes de la educación humanista.

****

lunes, 13 de agosto de 2018

San Juan de la Cruz: la letra y el espíritu (2 de 2)

II. Claves para leer el espíritu que vive en la letra.

Debería incorporar aquí dos tópicos antropológicos que daré por supuestos: la estructura de las potencias del alma humana y su interrelación, así como el dinamismo de las pasiones. Voy a referirme a otras dos realidades que impregnan toda su vida y su obra:

1ª.- El heroísmo. El hombre y su tiempo.

2ª.- La contemplación. 

  1ª. Clave: el heroísmo. El hombre y su tiempo.

Puesto que, como dijo Ortega, “yo soy yo y mis circunstancias”, para entender la obra, hay que intentar conocer al autor y su tiempo. Volemos, pues, hacia el Siglo de Oro español, época de una riqueza humana y cultural con difícil parangón en la historia.
Mientras la Cristiandad se fractura por la Reforma luterana a partir de 1517, vemos surgir una España de vitalidad avasallante, con una catolicidad pletórica y produciendo una constelación de santos de primera magnitud.
En 1534, el mismo año del infausto Cisma Anglicano, San Ignacio ha fundado la Compañía de Jesús, un aguerrido ejército espiritual al servicio del Papa y de la Iglesia.
España, librada ya la secular cruzada contra el musulmán invasor, dueña de su territorio y más dueña de su fe, se impondrá la nueva cruzada de llevar la cruz de Cristo a las gentes de los territorios recién descubiertos.
Rivalizando en hazañas, Hernán Cortés conquista Méjico en 1520, y dos años más tarde, Magallanes con El Cano completan la primera vuelta al mundo, mientras, hacia 1534, Pizarro conquista el Perú. Cada uno de los dos más grandes y organizados imperios de América, cae ante un puñado de españoles que protagonizan estas asombrosas aventuras.
En 1515 ha nacido Santa Teresa, que será llamada por la Providencia para liderar la Reforma del Carmelo, la Orden más antigua de la Iglesia, ya que remonta su tradición al profeta San Elías.
Entre 1545 y 1563 se desarrolla el gran Concilio de Trento.
Y cuando el Siglo de Oro llega al cenit, en 1542, nace en Fontiveros, Ávila, San Juan de la Cruz. Su infancia queda signada por la pérdida de su padre y una angustiosa situación económica familiar, pero también por el oportuno socorro de la Virgen que lo salva de morir ahogado cuando accidentalmente cae en un pozo. En su adolescencia aplica talento y esfuerzo al estudio, mientras trabaja como ayudante en un hospital. Desde niño se ha destacado por su piedad y espíritu penitente.
Cursa Humanidades con los jesuitas de Medina, lo que le otorga una sólida formación intelectual, mientras madura su vocación. A los 21 años ingresa al Carmelo. Los cuatro años siguientes serán de intensos estudios en la Universidad de Salamanca, para ser ordenado sacerdote en 1567. Por esa fecha, con 25 años, tiene la primera entrevista con Santa Teresa, experimentada ya en los caminos del espíritu y que está buscando al monje que pueda secundarla, pues ha obtenido la autorización para fundar conventos descalzos de monjas y frailes fuera de Ávila. Cinco años antes, ha comenzado la Reforma en San José de Ávila.
Socialmente vibran en el aire el ideal caballeresco, las ansias de conquista, no solo material y política, sino ante todo para la fe, como lo prueba la ingente cantidad de misioneros que se despliega a lo largo y a lo ancho de las nuevas tierras conocidas, así como los vientos de sana reforma eclesial que favorece Felipe II (1556- 1598), como defensor de la Fe.
Hay derroche de magnanimidad, espíritu de grandeza, de entrega generosa, de dar el todo por el todo. El gesto de Hernán Cortés al quemar sus naves es representativo de este espíritu resuelto a no volver atrás, a no andar con medias tintas, a ser todo o nada.
El heroísmo raigal, como esfuerzo eminente de la voluntad, hecho con abnegación, con una disposición de entrega personal absoluta y que obtiene como fruto, actos extraordinarios al servicio de Dios, del prójimo o de la Patria, flota en el ambiente, se respira y crea un clima social de generosa disponibilidad y ansias de gloria.
Este espíritu reinante está también inspirado en la oblación solemne de sí que hace San Ignacio a Cristo: “que yo quiero y deseo y es mi determinación deliberada, sólo que sea vuestro mayor servicio y alabanza, de imitaros en pasar todas injurias y todo vituperio y toda pobreza, así actual como espiritual, queriéndome Vuestra Santísima Majestad elegir y recibir en tal vida y estado.” (EE, 98)
En San Juan de la Cruz este heroísmo se hará carne en la doctrina de “las nadas para llegar al Todo” y por su vida de fidelidad sin renuncias, sin dar jamás un paso atrás, sino avanzando siempre hacia la cruz y a la unión de amor con Cristo. Como San Pablo, podrá decir: “En cuanto a mí, nunca suceda que me gloríe sino en la cruz de NSJC, por quien el mundo para mí está crucificado y yo para el mundo” (Gál 6, 14).
El camino para la unión con Dios es la fe. Por ella se renuncia a lo que se ve y en esperanza se aguarda lo que no se ve. El alma debe atravesar la noche de la desnudez, de las negaciones, del despojo, de las renuncias, para, purificada, poder unirse con Dios. “Cuando la fe, a través de la desnudez, la oscuridad y la pobreza espiritual, echa sus raíces en el alma, se vierten en ella, al mismo tiempo, esperanza y amor, ciertamente un amor que no se da a conocer por sentimiento alguno de ternura en el alma, sino que se manifiesta por un mayor ánimo y una desconocida fortaleza.”(Stein, 2006: 119)
Él creyó de modo absoluto las palabras del Señor y se atuvo a ellas: “El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí” (Mt 10, 38). Por eso dice Edith Stein (2006: 47): “La cruz en su vida fue verdad viva, real y operante. El misterio de la cruz se convirtió en su forma interior, en alma de su alma.”
Varón heroico a lo largo de su existencia, buscó parecerse a Cristo y sufrir por Él y con Él en su misión redentora. Aceptó el tenebroso encarcelamiento de Toledo y graves maltratos, perdonando y bendiciendo a sus perseguidores. Sufrió sin quejas el relegamiento final, la dolorosa enfermedad y el cruel tratamiento a que debió someterse. Supo el día y hora de su muerte y la esperó envuelto en dichosa paz.

2ª. Clave: la contemplación.

Hablar de San Juan de la Cruz, y en general, de los místicos, es imposible si no rozamos al menos el concepto de contemplación, porque toda su obra y su vida se centran allí.
¿De qué hablamos cuando decimos “contemplación”?
Si apelamos a nuestra propia experiencia, recordaremos momentos en que necesitamos detenernos frente a un paisaje, quedarnos con una música, con ese algo que maravilla y deleita, que proporciona un gozo que eleva y al mismo tiempo exige ser manifestado y compartido. También recordaremos el habernos deslumbrado ante una idea, o una relación que descubrimos y nos ha iluminado muchas otras, dando íntima alegría; o haber experimentado una profunda admiración ante actos de virtud heroica, sentimiento de tan hondo calado que genera un vuelco en el corazón y nos hace mejores personas; en todos esos casos hemos tenido un vislumbre de lo que significa contemplar.
Desde la más remota antigüedad, aquellos que fueron reputados como verdaderos sabios, vivieron la contemplación, y algunos llegaron a poder decir algo de ella.
Sin dudas, en la Grecia clásica constituye el ideal más alto.
Platón, en su “Banquete” (212, a), hace decir a Diotima: “Si en algún lugar contempla la bondad divina, en él es digna de vivirse la vida del hombre: por este hecho es inmortal”.
Aristóteles plantea con claridad y sumo realismo que el fin del hombre es la felicidad, la plenitud, la realización máxima, el estado en el que ya no puede desearse ningún otro bien. El bien mayor es el que procede del acto más elevado del hombre sobre el objeto mejor: la contemplación de Dios. A propósito dice Castellani (1995: 229): “Contemplación es el nombre misterioso de la felicidad en la filosofía aristotélica”.
En el principio y en el fin de la contemplación hay amor.
Santo Tomás confirma: “Y puesto que el deleite consiste en alcanzar lo que se ama, el término de la vida contemplativa es el gozo, que radica en la voluntad y que, a su vez, aumenta el amor.” ST, 2-2, q 180 ad 2.
Como el término es análogo, podemos distinguir una contemplación natural y otra sobrenatural. La natural puede provenir del deleite estético frente a la belleza sensible, o el moral que produce el atractivo de la virtud, o el intelectual, por la luz que genera una verdad. La contemplación sobrenatural es infusa, acompaña la vivencia de las virtudes teologales y tiene grados. Pero entre la contemplación natural y la mística hay una diferencia que no es de grado, sino esencial.
San Juan de la Cruz nos habla de la contemplación mística, de ciertas disposiciones que le abren las puertas del alma y, hasta donde un ser humano puede balbucearlo en esta vida, de sus efectos.
En definitiva, contemplación es visión amorosa, es una inmersión, un perderse gozoso en el objeto, admirarse, sorprenderse, alegrarse. En el Cielo será la vida eterna.
La contemplación es “mirada simple de la verdad bajo la influencia del amor” dicen los Salmanticenses. El amor es esencial a su principio y a su fin, por lo que el espíritu entero, inteligencia y voluntad, lejos de apartarse de la realidad, se unen según su capacidad, al objeto.
Por ello se dan en la persona estos fenómenos, que vemos expresados en su poesía:
* Sorpresa, asombro, admiración: pues aunque se haya buscado, el regalo es siempre mayor a lo esperado: “Mi Amado, la montañas,/ los valles solitarios nemorosos,/ las ínsulas extrañas,/ los ríos sonorosos,/ el silbo de los aires amorosos;/ la noche sosegada/ en par de los levantes del aurora,/ la música callada,/ la soledad sonora,/ la cena que recrea y enamora.” (Cántico espiritual, 14 y 15)
* Deslumbramiento: se experimenta una invasión de luz, hermosura, grandeza, armonía. “Mil gracias derramando/ pasó por estos sotos con presura/ y, yéndolos mirando,/ con sola su figura/ vestidos los dejó de hermosura.” (Cántico, 5)
* Contento, gozo: es una alegría profunda de saciedad espiritual que estremece todas las potencias: “Gocémonos, Amado,/ y vámonos a ver en tu hermosura/ al monte y al collado,/ do mana el agua pura;/ entremos más adentro en la espesura.” (Cántico, 36)
* Hay deseo de quedarse allí, permanecer, profundizar… un salir de sí, olvidarse, experimentarse inmerso en una realidad mayor, hermosa y perfecta. “¡Oh noche que guiaste!,/ ¡oh noche amable más que la alborada!/ ¡Oh noche que juntaste Amado con amada,/ amada en el Amado transformada!” (Noche, 5).
* Y puede darse el éxtasis: “El aire del almena,/ cuando yo sus cabellos esparcía,/ con su mano serena/ en mi cuello hería,/ y todos mis sentidos suspendía.” (Noche, 7)

Todo hombre está llamado a la felicidad, a la contemplación. San Juan de la Cruz nos invita, mostrándonos el camino.


REFERENCIAS:
Alonso, Dámaso (1948) La poesía de San Juan de la Cruz. Thesaurus. T. IV. Nº 3. Disponible en: https://cvc.cervantes.es/lengua/thesaurus/pdf/04/TH_04_003_032_0.pdf
Castellani, L. (1995) Psicología humana. Mendoza: Ed. Jauja.
Crisógono de Jesús, Fr. O. C. D. (1964) Biografía de San Juan de la Cruz, en: Vida y Obras de San Juan de la Cruz. Madrid: BAC.
Maritain, Jacques (1947) Prólogo. En: P. Bruno de Jésus Marie, San Juan de la Cruz. Buenos Aires: Desclée.
San Ignacio de Loyola (2010) Ejercicios Espirituales. San Rafael: EDIVE.
Platón (1970) Banquete.Madrid: Aguilar.
San Juan de la Cruz (2005) Obras completas. Ed. Crítica por Fr. Lucinio Ruano de la Iglesia. Madrid: BAC.
Santa Edith Stein (2006) La ciencia de la Cruz. Burgos: Monte Carmelo.
Sancho Fermín, Francisco Javier (s/f) La Ciencia de la Cruz de Edith Stein. Disponible en: http://www.teresianum.net/wp-content/uploads/2016/11/Ter_44_1993-2_323-352

sábado, 11 de agosto de 2018

San Juan de la Cruz: la letra y el espíritu (1 de 2)

I. La letra: su obra como poeta y como maestro.

II. Claves para leer el espíritu que vive en la letra:

1ª.- El heroísmo. El hombre y su tiempo: Puesto que, como dijo Ortega, “yo soy yo y mis circunstancias”, para entender la obra, hay que intentar conocer al autor y su época.

2ª.- La contemplación: hablar de San Juan de la Cruz, y en general, de los místicos, es imposible si no rozamos al menos el concepto de contemplación, porque toda su obra y su vida se centran allí. 

 Resultado de imagen para san juan de la cruz

I. La letra: su obra como poeta y como maestro.


En cuanto a los escritos que nos han quedado, la crítica coincide en que una parte importante de su obra ha quedado perdida o fue destruida, en medio de las mudanzas, los trabajos y sobre todo, de las persecuciones.
Nos quedan 990 versos, entre ellos, los notables que integran la Noche, la Llama de amor, el Cántico espiritual, Romances y otros menores. De la Noche escribió dos interpretaciones, que constituyen los tratados de la Subida del Monte Carmelo o purificación activa del alma y la Noche oscura o purificación pasiva del alma, ambos inconclusos. La Llama y el Cántico también fueron explicados por el santo; aunque el más elaborado es el Cántico.
En ese breve, mas riquísimo, inagotable, legado literario, han bebido generaciones enteras a lo largo de más de cuatro siglos, se han educado religiosos y laicos en pos de una santidad seria, aprendiendo el difícil arte de conocerse y buscar a Dios.
San Juan de la Cruz, el escritor, es encomiado como “el más grande de los poetas castellanos” - así lo afirma con gran autoridad Dámaso Alonso- y ha sido nombrado patrono de los mismos.
“Los caminos del arte, en el poeta místico, llevan nuestro asombro por las orillas del milagro”, afirma Alonso, y luego: “San Juan de la Cruz se nos manifiesta así como un consumado técnico, un refinado artista de la palabra como instrumento literario; y su obra, tan breve, es, sin embargo, de una gran variedad. Quedan, pues, estos hechos que, puestos en contacto, producen escalofrío: San Juan de la Cruz es un maravilloso artista literario y el más alto poeta de España; este máximo poeta gana tal cumbre con cuatro poemas en endecasílabos, una media docena de coplas y unos pocos romances; y estas composiciones tienen tal variedad, que cada una casi representa una visión y una técnica distinta: fenómeno único en la literatura castellana.” (Dámaso, 1948: 496 y 515).
Efectivamente, brota de su pluma una magia que jamás deja de conmover, de sugerir el misterio, de suscitar en el lector que afloren las ansias más profundas del alma humana, es decir, la búsqueda de la plenitud, de la felicidad, el hambre y la sed de Dios.
“Sus Obras forman en conjunto el himno más grandioso de expresión y de la más suave melodía que jamás ha entonado el hombre al amor divino”, sostiene Ruano de la Iglesia (2005: 30).
Su actualidad es innegable, dada la profusión de tesis, artículos, comentarios y reediciones de sus obras. El mismo San Juan Pablo II dejó expresada la gratitud que le debía en su formación
espiritual: “Aprendí a conocerlo en mi juventud y pude entrar en diálogo íntimo con este maestro de la fe, con su lenguaje y pensamiento, hasta culminar con la elaboración de mi tesis doctoral… Desde entonces he encontrado en él un amigo y maestro, que me ha indicado la luz que brilla en la oscuridad para caminar siempre hacia Dios…” (S. Juan Pablo II, 1982; citado por Ruano de la Iglesia 2005: 7)

“Durante el siglo XX la producción literaria sanjuanista se ha incrementado de modo increíble, entre la fecha de declaración de «Doctor de la Iglesia» (1926), y la celebración del IV Centenario de su muerte (1991)” (Sancho Fermín, 323).
¿Y qué decir de la obra póstuma de Santa Edith Stein, La ciencia de la Cruz? Dado que apenas concluido ese encargo realizado por sus superiores para la celebración del IVº centenario del nacimiento de San Juan de la Cruz, ella fue apresada con su hermana el 2 de agosto de 1942 y asesinada en Auschwitz el 9 de agosto, podemos pensar cuánto la acompañó este querido santo en el último camino hacia el martirio. El estudio de la santa y filósofa carmelita nos ofrece un panorama global de toda la obra sanjuanista, mostrando su unidad y solidez, captadas por una inteligencia rigurosamente formada en la filología, la fenomenología y el tomismo, como fue la de Edith Stein.
¿Qué hay en San Juan de la Cruz, que lo hace tan atractivo y contemporáneo? Podemos hablar del magnetismo de una personalidad que ha logrado la integridad del diamante y brilla como él, de la magia de su poesía, de los caminos que abren sus explicaciones magisteriales, poniendo luz sobre el misterio del hombre al hablar de cuanto vibra en las honduras del alma y de su ansia más profunda.
Pero se debe advertir también lo que muchos repiten: Que “resulta temerario meterse con San Juan de la Cruz sin claves de lectura”, pues “Su fisonomía y su doctrina lo constituyen en uno de los pioneros indiscutibles, que viene de un mundo misterioso a traernos un mensaje que no tiene precio en valores de testimonio y experiencias. Mas es cierto que quedan pendientes una traducción, repetida lectura y mucha paciencia, hasta lograr emplazarse en la síntesis y hacerse con la lógica de este autor difícil.” (Ruano de la Iglesia, 2005: 7 y 8)
“¡Dichoso quien toma por maestros, después de Cristo, a Santo Tomás de Aquino, para recibir de él el supremo saber comunicable, y a San Juan de la Cruz, como guía para alcanzar el supremo saber incomunicable!”, exclama Maritain (1947: 28).

sábado, 4 de agosto de 2018

Aborto: no faltar a la verdad



Aborto: no faltar a la verdad
Los legisladores enfrentan hoy el enorme desafío de superar las confrontaciones para alcanzar consensos que debieran ser superadores

Nos hemos cansado de escuchar todo tipo de afirmaciones, muchas de ellas mendaces, en torno al debate sobre el tema del aborto . En tiempo de definiciones parlamentarias, es necesario agotar las instancias de información, clarificación y reflexión para no caer en decisiones equivocadas. Compartimos aquí algunas consideraciones a postulados en relación con el proyecto que legaliza el aborto, eufemísticamente llamado también de "interrupción voluntaria del embarazo".

·         No se trata de una interrupción, porque jamás se vuelve a reanudar: truncar una vida es siempre un acto irreversible.
·         Tampoco es voluntaria, porque la voluntad termina manipulada cuando se mueve a partir de premisas falsas y no se templa en la verdad.
·         El aborto nunca es seguro, porque los riesgos, tanto físicos como psíquicos, siguen siendo muy grandes.
·         No es gratuito, porque la vida no tiene precio y porque lo pagamos todos los contribuyentes si su costo lo asume el Estado.
·         No es propio de una sociedad que dice buscar ampliar derechos llamar "agresión" al hecho de golpear a un adulto, "crueldad" al maltrato animal y "salud" al aborto de un bebe.
·         Apelar a eufemismos no es llamar las cosas por su verdadero nombre, es recurrir a distorsiones y falacias para disfrazar una verdad tan comprobable como incuestionable.
·         Ser incapaces de reconocer la vida en el vientre habilita más fácilmente a eliminar al bebe sin ambages, reduciendo el valor de una persona a una cosa.
·         Reducir el debate a una cuestión religiosa o de fe es simplista, porque la ciencia y la tecnología demuestran hoy de manera indubitable que la vida se inicia en la concepción, y nuestras leyes avalan esta posición.
·         El proyecto aprobado por Diputados vulnera tanto principios de nuestra Constitución nacional como numerosos tratados internacionales suscriptos por nuestro país y varias constituciones provinciales.
·         No es "una deuda de la democracia", sino una obligación con la vida.
·         No se trata solo del cuerpo de la mujer, porque antes del plazo de 12 o 14 semanas que propone el proyecto de ley, el bebe ya tiene un ADN propio y huellas dactilares.
·         Es un error plantearlo como problema de salud pública, porque un embarazo no se contagia ni es una patología. Es, generalmente, producto de una decisión voluntaria.
·         No se plantea solamente una opción voluntaria de despenalización para la mujer, porque obliga a los profesionales y a las instituciones médicas a prácticas que colisionan con cualquier objeción de conciencia, estableciendo nuevas penas para ellos.
·         Hay 39 causales de muerte de mujeres en edad fértil en el país, mucho más letales y de las que muy pocos se ocupan con el mismo interés y seriedad.
·         No se puede pretender matar a miles de niños para que no mueran decenas de mujeres por año. No se puede ponderar una vida más que otra.
·         No son, como se ha dicho, centenares de miles de mujeres las que mueren en la clandestinidad, porque se han manipulado groseramente estadísticas y evidencias científicas comprobables.
·         No es un aborto lo que puede borrar las tristes huellas de una violación; solo suprimirá al ser en gestación y sumará el sufrimiento de haber abortado.
·         Las mujeres que mueren importan, tanto que por eso insistimos en que se salven ambas vidas.
·         Contraponer "legal" a "clandestino" soslaya que, de las dos formas, un ser humano deja de existir.
·         Tampoco se puede asociar el apoyo al aborto con progresismo o feminismos vetustos propios de los años setenta cuando hoy las vanguardias globales promueven el trabajo de mujeres y varones, codo a codo, para lograr los cambios necesarios.
·         Investigaciones serias y no manipuladas confirman que no es cierto que el aborto sea una demanda de las mujeres más pobres.
·         Además de educación para prevenir, el Estado debe brindar contención y apoyo a la embarazada.
·         Experiencias en otros países confirman que la mortalidad materna no desciende necesariamente con la despenalización.
·         No es cierto que quien comete hoy un aborto con la legislación vigente vaya presa pues en los hechos está despenalizado.
·         Muchos enarbolan falsas promesas en su afán de hacer negocios que ponen en peligro la vida.
·         Entran en contradicción quienes pretenden asociar las consignas del #NiUnaMenoscon la despenalización del aborto.
·         Pocos hablan de los graves efectos secundarios de medicamentos como el misoprostol, prohibido ya en países como Francia.
·         Llamar "bebe/beba" a la vida en las entrañas y no usar su nombre técnico no es ignorancia, es reconocer y respetar el milagro de la vida desde la concepción.
·         Plantear temas de derechos o libertades cuando en muchos casos se disfrazan o se encubren actos de egoísmo o de comodidad propia o del entorno, busca acceder a una salida facilista para terminar con la vida del más indefenso.
·         No defendemos los derechos humanos cuando se viola el derecho a vivir, el primero y más fundamental de todos los derechos.
·         No se defiende la tan mentada igualdad de género cuando se deja al padre fuera de la decisión de abortar. La decisión no compete solo a la mujer, porque el padre tiene voz y el bebe tiene derechos.
·         No se puede asignar al consentimiento de la mujer mayor protección legal que a la vida inocente, distinta de ella, que habita en su seno.
·         Promover el proyecto tal como lo aprobó Diputados mirando al resto del mundo, cuando desde muchos centros de poder internacional se impulsa este atajo para el control de la natalidad en los países más pobres, no nos convierte en modernos, independientes o progresistas.
·         Dar cuenta del millonario financiamiento aportado por la IPPF (International Planned Parenthood) a instituciones locales para promover la legalización del aborto es transparentar que se trata de interesados subsidios o subvenciones que no imponen obligación de devolución.
·         No es fomentar la clandestinidad ni condenar a la muerte a una mujer pedir que este proyecto de ley no se apruebe tal como fue sancionado en la Cámara de Diputados; es comprometerse con una educación responsable que permita construir sociedades más maduras para evitar así tanto la muerte de la madre como la del bebe.
·         No es serio dar por supuesto que instaurando el aborto legal se terminará con la falta de educación, la pobreza o las muertes maternas. Defender la vida no es ser anticuado. Es ser humano.
·         En una clara lucha de poder se plantea que el derecho a la vida es equiparable al derecho a la libertad que puede reclamar una embarazada, pero se olvida que la vida es precondición de la libertad y que es obligación del Estado proteger a los más débiles. No puede haber libertad sin vida.

Los legisladores enfrentan el enorme desafío de superar las actuales confrontaciones para concretar un sano y muy necesario aporte a la convivencia pacífica entre los argentinos, en un debate respetuoso que haga honor a la verdad, dispuesto a concertar esfuerzos desde una mirada superadora y positiva que contribuya a defender activa y comprometidamente las dos vidas.
Fuente: La Nación, Editorial del 29-7-2018