estonios
André Frossard (1915- 1995), hijo del primer
secretario general del Partido Comunista francés, fue educado en el socialismo
y en un ateísmo absoluto. Su familia pensaba que la discusión religiosa era
algo superado por la razón. Se consideraban, además, ateos perfectos, ya que ni
se planteaban la pregunta sobre la existencia de Dios. En esta postura
ideológica es cuando vive la extraordinaria experiencia que él mismo explicaría
después en un libro del que selecciono y sintetizo algunos fragmentos.
A una primera narración de las
circunstancias que preceden al hecho en sí, su espera en la calle de un
compañero que ha entrado por una pequeña puerta a una capilla, añade una
exposición pormenorizada de su estado anímico en aquellos momentos: “¿Cuáles
son mis pensamientos? No me acuerdo. Vagos, como de costumbre... ¿Mi estado
interior?... sin ninguna de esas perturbaciones que, según se pretende, disponen
al misticismo (...) No tengo angustias metafísicas (...) No tengo
preocupaciones, no las causo a los demás... el año es tranquilo... ninguna
ansiedad... Mi salud es buena; soy feliz, tanto como se puede ser y saberse...
y espero. En fin, no siento curiosidad alguna por las cosas de la religión...” Relato
al que sigue una frase que a mí, personalmente, me emociona y estremece cada
vez que la leo por ser quien es el que la pronuncia, alguien que se acaba de
describir a sí mismo, hace solo unos segundos, como un ateo absolutamente
desprovisto de inquietudes hacia la fe. Alguien a quien, sin embargo, va a
sucederle esto:
“Son las cinco y diez. Dentro de dos
minutos seré cristiano.”
Impactante frase que precede a la
descripción del espectacular hecho, de la impresionante experiencia que va a
cambiar su vida. Algo que trastoca su existencia en cuestión de sólo esos “dos
minutos” que él mismo nos acaba de especificar. Definiéndose como un “ateo
tranquilo”, se cansa de esperar a su amigo, que tarda más de lo previsto en
aparecer. Movido por una especie de curiosidad artística hacia el edificio en
sí, entra en la capilla y una vez cruzado el umbral de la puertecita que le da
acceso se detiene e intenta reconocer a su amigo entre las personas
arrodilladas que se encuentran allí. Y examina el lugar...“Mi mirada pasa de
la sombra a la luz, vuelve a la concurrencia sin traer ningún pensamiento, va
de los fieles a las religiosas inmóviles, de las religiosas al altar: luego,
ignoro por qué, se fija en el segundo cirio que arde a la izquierda de la cruz.
No el primero, ni el tercero, el segundo. Entonces se desencadena, bruscamente,
la serie de prodigios cuya inexorable violencia va a desmantelar en un instante
el ser absurdo que soy y va a traer al mundo, deslumbrado, el niño que jamás he
sido”.
A partir de ahí Frossard detalla, con
palabras que se le quedan escasas ante tal experiencia, o -para usar su misma
expresión- que le resultan “huidizas”, la sucesión de extraordinarias vivencias
que como en un alud imparable sacuden su alma: “No digo que el cielo se
abre; no se abre, se eleva, se alza de pronto... ¿Cómo describirlo con estas
palabras huidizas, que me niegan sus servicios y amenazan con interceptar mis
pensamientos para depositarlos en el almacén de las quimeras? El pintor a quien
fuera dado entrever colores desconocidos, ¿con qué los pintaría?
A pesar del alto grado de estupefacción
en que se halla Frossard en aquellos momentos, acierta a describir, como puede
y con vehementes palabras, lo que está viviendo… habla sobre todo de una luz
indescriptible, que podría destruirle si alcanzara un nivel más, transparente y
densa a la vez…Luego se centra en describir la divina realidad que se le
evidencia:
“Él es la realidad, él es la verdad, la
veo desde la ribera oscura donde aún estoy retenido. Hay un orden en el
universo, y en su vértice, más allá de este velo de bruma resplandeciente, la
evidencia de Dios; la evidencia hecha presencia y la evidencia hecha persona de
Aquel mismo a quien yo habría negado un momento antes, a quien los cristianos
llaman Padre nuestro... Su irrupción desplegada, plenaria, se acompaña de una
alegría que no es sino la exultación del salvado, la alegría del náufrago
recogido a tiempo...”.
Más adelante concreta que todo ello acontece justo en un momento de su
vida en que: “...me encontraba en cualquier otro camino
y pensaba en cualquier otra cosa cuando caí en una especie de emboscada: este libro
no cuenta cómo he llegado al catolicismo, sino cómo no iba a él cuando en él me
encontré”. (Fragmentos del libro “Dios existe. Yo me lo encontré” de André
Frossard)
Es uno de entre los muchos testimonios
de personas que, de golpe y sin pretenderlo, reciben esa iluminación que les
lleva al convencimiento total y repentino de que Dios existe, algo que hasta
aquel momento habían negado rotundamente. En el caso de André Frossard nos
encontramos ante un hecho realmente espectacular por la forma de manifestarse
esa conversión, súbita e inesperada, y por los extraordinarios sentimientos que
generó en él. Nada más y nada menos que la Fe.
Fuente: http://www.larespuesta.net/frossard.htm