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Por Tomás Baviera
El Autor propone algo que la
Universidad puede dar, además de la posibilidad de viajar y del título para el
acceso al mundo laboral: una formación humanística.
Texto de la Conferencia impartida
por Tomás Baviera Puig, en el acto de Apertura del Curso Académico
2017-2018, en el Colegio Mayor Montalbán, de Madrid, el 8 de octubre de 2017.
Al final del curso pasado me encontré
por la Universidad con Javier, uno de los mejores alumnos que había tenido en
clase. Estuvimos charlando y le pregunté qué planes tenía para el siguiente
curso. Me comentó que se marchaba a Seúl el primer cuatrimestre. Confieso que
no me esperaba una respuesta así. Le pregunté: “¿Por qué te vas a Corea? ¿Es
buena la universidad allí?” Pero todavía me sorprendió más sus razones para
irse: “No sé si es buena la universidad de allí, pero quería tener experiencias
nuevas. Por eso me interesaba salir fuera, y cuanto más lejos, mejor. Por eso
elegí Seúl. Quizá no me sea posible viajar hasta allí después”.
Esta conversación refleja algo nuevo
que apenas existía cuando empecé la carrera hace 25 años. Hoy en día la
Universidad da la posibilidad de hacer estancias en el extranjero. Se trata de
algo muy valorado a la vista del gran número de estudiantes que se marchan
fuera uno o dos cuatrimestres.
La internacionalización es un aspecto
relativamente nuevo. Sin embargo, lo que la Universidad sigue dando es
un título. Los alumnos reciben al final de sus estudios un
certificado que les acredita una preparación intelectual específica. Esto
sucede desde los mismos orígenes de la Universidad. En nuestra sociedad el
título universitario abre puertas al futuro trabajo. Las
salidas profesionales es un factor importante a la hora de elegir la carrera.
Como nos encontramos al inicio de un
curso académico, me gustaría proponer algo que la
Universidad puede dar, además de la posibilidad de viajar y del
título para el acceso al mundo laboral. En esta conferencia quisiera argumentar
que la Universidad también puede dar una formación
humanística.
Ciertamente se trata de un tipo de
formación que no encaja muy bien con el actual modelo universitario, muy
especializado y orientado hacia la empleabilidad. A mi modo de ver, esta
dificultad se debe en parte a que la formación humanística nació mucho
antes que la Universidad. Cuando hablo de formación humanística me
estoy refiriendo a la tradición que comenzó en la Grecia Clásica,
particularmente con las obras de Platón y Aristóteles. Precisamente una de
ellas refleja muy bien el dinamismo de esta formación. Se trata de la Ética
a Nicómaco, de Aristóteles.
Me gustaría presentar tres aspectos
clave desarrollados en la Ética a Nicómaco y, para ello, me
voy a apoyar en una película que los ilustra de un modo magnífico. Pues bien,
la conferencia tendrá tres partes, y terminará con unas reflexiones finales. En
cada parte señalaré algunas de las dificultades que la cultura actual tiene
para apreciar este tipo de educación. De esta forma espero iluminar mejor el
valor perenne que tiene la formación humanística.
* * *
La película que nos servirá de guía
es El hombre sin rostro. Se estrenó en el año 1993, y se trata de
la primera película que Mel Gibson dirige y protagoniza al mismo tiempo. La
historia se sitúa en el verano de 1968. Mel Gibson interpreta a Justin McLeod,
un pintor que vive bastante aislado en un pueblo costero y que tiene la cara
desfigurada por unas quemaduras. A ese pueblo llega Chuck Norsdtat con su
familia a pasar las vacaciones. Tiene unos 13 ó 14 años, perdió a su padre hace
tiempo, y su relación con su madre y su hermana mayor es muy problemática. Su
gran ilusión es ingresar en una academia militar y llegar a ser piloto de avión
como su padre. El examen de acceso es justo al final de las vacaciones. Sin
embargo, le cuesta mucho estudiar, y, además, su madre no simpatiza mucho con
este proyecto profesional.
Por una casualidad, Chuck se entera
de que McLeod había sido profesor antes. Así que acude a su casa, que se
encuentra fuera del pueblo, y le pide si le podría preparar para el examen de
septiembre. McLeod más bien se muestra distante y declina darle clases. Pero
Chuck no tiene otra posibilidad para estar en condiciones de aprobar. Así que
al día siguiente lleva a McLeod unos ejercicios de latín por si se los quisiera
corregir. Pero McLeod, en lugar de sentarse con él, le entrega una pala, le
conduce al bosque y le pide que haga un hoyo de 1 metro cúbico. Cuando Chuck
termina de cavar, está sucio y agotado. Sube a la casa, y McLeod le pide el
siguiente ejercicio: que escriba una redacción sobre el tema que quiera. Chuck
le pregunta: “¿Para qué? Eso no entra en el examen”. Esta respuesta le da pie a
McLeod para establecer las normas de las clases. Le dice “O aprendes o te vas.
A mí me es indiferente que hagas una cosa u otra. ¿Entendido?”. Chuck se
sorprende de tal repuesta y le dice de modo displicente: “Sí, entendido. Todo
menos cavar esa porquería de hoyos y lo de escribir estupideces”.
McLeod le mira, le dice que no le da lástima, y se retira.
Al día siguiente, Chuck vuelve con su
redacción hecha. Encuentra a McLeod montando a caballo y le entrega el
ejercicio. McLeod lee el título en voz alta: “Porque hay que cambiar el sistema
¡ya!” A continuación le dice que haga mejor el hoyo con forma de cuadrado, que
no está bien hecho, y además, que haga otro hoyo junto al estanque, con forma
de triángulo, de medio metro por cada lado y de un metro de hondo. Chuck no se
esperaba esta tarea, y le espeta: “Oiga, si necesita un hoyo, llame
a un jardinero”. McLeod le contesta con una sonrisa: “No lo necesito”. Y se
marcha a la casa.
Cuando Chuck ha terminado los hoyos,
sube a la casa y se encuentra a McLeod leyendo la redacción. McLeod le pide que
se siente para comentarla. Pronto se pone en evidencia que Chuck ha plagiado la
redacción, y McLeod le dice claramente que ha hecho trampas, y que por tanto,
es un tramposo. Así que McLeod se retira a la cocina indiferente recordándole
las normas de la clase, y Chuck le contesta gritando: “No me gusta escribir. Es
una pérdida de tiempo. Es como... cavar esos hoyos”.
Aquí ya tenemos el primer elemento de
la formación humanística: hacer cosas que no sirven para nada.
Bueno, quizá deberíamos decir con más precisión que no sirven para el
examen. Lo que McLeod está haciendo en realidad es formar el
carácter de Chuck. Para eso se necesita disciplina, pero esto es
algo a lo que Chuck no está nada acostumbrado.
Durante este periodo Hunter constata
un desplazamiento del marco referencial. Si bien a principios del siglo XX se
hablaba todavía de las virtudes clásicas asociadas anteriormente a un carácter
moral fuerte, como podrían ser la valentía, la lealtad y la integridad, a
partir de los años 60 se abre paso un nuevo lenguaje que Hunter denomina
la gramática de la psicología del bienestar, la cual conjuga
primordialmente términos como confianza en sí mismo, integración afectiva y
ajuste social. Hunter estima que el sentido con que hoy se habla de las
virtudes y de la formación moral ya no significa lo mismo que en la primera
mitad del siglo XX. Ahora el punto central que sirve de referencia ineludible
es la salud psicológica. En este nuevo encuadre, la conexión con
cualquier fin siempre se plantea como algo revisable, en función de
cómo afecte al propio bienestar psicológico. La dependencia de
cualquier vínculo se ve como algo potencialmente negativo para
la salud, porque nos podría hacer perder autonomía y madurez
psicológica.
Hunter sostiene que difícilmente se
podrá formar el carácter si se carece de convicciones. Sin un orden objetivo,
que indique el porqué es bueno lo que se considera bueno,
independientemente de cómo uno lo sienta, será muy difícil que la persona
pueda querer esforzarse por cambiar. Si todo se ha de someter
a la autonomía psicológica, entonces Hunter no solo considera que
el carácter está muerto en nuestra sociedad, sino que apenas tenemos
posibilidad de revitalizarlo.
Aristóteles, en cambio, dio una gran
importancia a la formación del carácter. Buena parte de la Ética a
Nicómaco esté dedicada a explicar el dinamismo de la afectividad y el
desarrollo de las virtudes. Para Aristóteles, resulta esencial en la educación
que el alumno tenga predilecciones y aversiones adecuadas. De esta
forma, cuando llegue a la edad en que pueda reflexionar, podrá comprender con
mayor facilidad los principios éticos.
Todo el entramado de virtudes en
Aristóteles se orienta hacia un fin muy claro que es desvelado en el último
capítulo de la Ética a Nicómaco. La disciplina de las pasiones
tiene como finalidad saber pensar, y para Aristóteles el ejercicio
intelectual más excelente es el que conduce hacia el conocimiento de la
sabiduría.
De alguna forma, todos hemos experimentado
este planteamiento. Por ejemplo, resulta muy difícil estudiar cuando estamos
alterados por el partido de fútbol de esta noche, o cuando estamos muy
enfadados por lo que alguien nos acaba de hacer, o cuando estamos eufóricos por
la fiesta de ayer. Para concentrarse y reflexionar se requiere cierta
disciplina emocional, y así es como Aristóteles concibe en buena medida toda la
formación del carácter.
¿En qué consiste ese ejercicio
intelectual que Aristóteles tanto aprecia? Para responder a esta pregunta
debemos volver a El hombre sin rostro.
* * *
Habíamos dejado a Chuck enfadado
porque McLeod le había echado en cara la trampa de haber copiado la redacción.
Chuck coge la mochila para marcharse con un mal gesto y con peores palabras.
Pero cuando está cerca de la puerta, se detiene resoplando, y decide sentarse a
escribir la redacción que le ha pedido McLeod. No tiene otra opción si quiere
aprobar el examen de ingreso.
Escribir la redacción le cuesta un
notable esfuerzo. Una vez finalizada, busca a McLeod y se la entrega con un
gesto desafiante. McLeod lee en voz alta el título: “Por qué Spiderman apesta más
que el surfista de plata”. Conviene decir que la película nos había mostrado
antes a Chuck leyendo cómics de superhéroes y que su vocabulario es un tanto
limitado y zafio.
Esta redacción marca un punto de
inflexión en la relación entre maestro y alumno. A partir de este momento,
Chuck rebajará su aire altivo y McLeod se volcará en la enseñanza de las
materias que van para el examen. Me gustaría detenerme en cómo MacLeod le
enseña literatura.
En una escena se ve a Chuck leyendo
un pasaje de poesía en voz alta, mientras McLeod le escucha sentado. Chuck
pronuncia las palabras en un monotono y con la misma cadencia. McLeod le dice
que está destrozando el poema, y Chuck le replica que detesta la poesía. Le
dice: “Todo es amor, amada... es aburrido, soporífero... blandengue”.
McLeod comenta que ya se ve que odia la palabra amor. Se levanta,
coge un libro de la biblioteca, busca un poema de 20 líneas y le pide que lo
lea en casa cuando pueda.
Ya de vuelta a casa, Chuck se pone a
leer el poema junto a una ventana. El poema no trata del amor sino de un piloto
de avión que está volando. El texto cuenta lo que siente el piloto en el aire,
y cómo goza interiormente al cruzar el cielo mientras contempla todo desde allá
arriba. Este poema conmueve el corazón de Chuck, pues
justamente su ilusión es llegar a ser piloto de avión. Lee el poema con una
genuina ternura, como si él mismo lo estuviera viviendo. Al
terminar la lectura, levanta los ojos del libro hacia la ventana para
contemplar el cielo, con una mirada emocionada y anhelante por
poder volar así algún día.
Chuck cada vez se involucra más en su
estudio. Así llegamos a otra escena que comienza de un modo muy similar a la
anterior. Chuck está leyendo un libro de teatro en voz alta, en concreto El
Mercader de Venecia, de Shakespeare. McLeod le hace ver que lo lee como si
fuera “una caja de cereales”. De nuevo Chuck es incapaz de comprender cómo
debería leerlo. McLeod le dice que es teatro, y que el teatro se
debe interpretar. McLeod toma la palabra y recita de memoria el
mismo pasaje transmitiendo vida al texto. Se inicia así una de las secuencias
más logradas de la película.
La escena combina la
interpretación apasionada de varios monólogos de El
Mercader de Venecia por parte de McLeod con el rostro embobado de
Chuck ante lo que se cuenta y cómo se cuenta. En la siguiente
escena aparecen alumno y profesor interpretando la obra de teatro. Chuck
termina disfrutando y haciendo suyos los sentimientos de los personajes. El
Mercader de Venecia ya nunca será para él como si leyera una caja de
cereales. Cuando Chuck regresa a casa, se le ve entusiasmado por
saber más de la obra de Shakespeare.
La evolución de Chuck refleja muy
bien lo que puede lograr la formación humanística. Al principio las historias
que Chuck lee son bastante intrascendentes y superficiales. Pero McLeod le
proporciona libros adecuados a su capacidad, le enseña cómo tiene que leerlos,
y Chuck termina disfrutando con la lectura, incluso con la
lectura de los clásicos.
En este punto, me gustaría afrontar lo
que, a mi modo de ver, hoy en día más dificulta el interés por la formación
humanística. Se trata de las explicaciones acerca de cómo conocemos.
Esta es una de las grandes cuestiones de la modernidad, en cuyo desarrollo han
intervenido numerosos autores. No se trata de un proceso lineal, pero pienso
que un autor crucial que contribuyó decisivamente fue Immanuel Kant.
Kant vivió en el siglo XVIII, y una
de las misiones que asume personalmente es salvar la ciencia después de Hume.
Para Hume, el conocimiento cierto de la realidad solo proviene
de las impresiones registradas en nuestros sentidos. Todo lo que no haya dejado
su huella o su registro sensible, tendrá su
interés, pero no responderá a la realidad. Para Hume, solo es real lo
verificable por los sentido. Asumiendo este punto, Hume cuestiona seriamente
los conceptos abstractos y las generalizaciones, porque solo tenemos
experiencia sensible de lo particular y lo inmediato. Así, cuando Hume encara
el principio de causalidad, observa que este principio no se percibe como tal en
nuestros sentidos. Puesto que no tenemos ninguna impresión de la que poder
formar la idea de causalidad, carece de sentido hablar de causas.
Tan solo podremos asociar fenómenos coyunturales, pero no establecer relaciones
causales entre las cosas. Este razonamiento conduce a Hume a una posición
escéptica radical que cuestiona la validez del conocimiento científico.
Kant comparte las premisas de Hume,
pero no comparte su conclusión de escepticismo. Kant no cuestiona que el
principio de causalidad no registra ninguna impresión en
nuestros sentidos, como tampoco cuestiona la validez causal del
conocimiento científico, puesto que es evidente su capacidad
predictiva. La recién formulada Ley de Gravitación Universal por parte de
Newton proporciona una precisión inimaginable hasta ese momento, tanto a nivel
del sistema solar como a nivel terrestre. Entonces, ¿cómo es posible
reconciliar las tesis de Hume sobre el conocimiento sensible con la capacidad
predictiva del conocimiento científico?
Para lograr esta reconciliación, lo
que hace Kant es cambiar el proceso de conocimiento. Así
resuelve el problema. Para Kant, el conocimiento ya no consiste en conformar la
mente con lo que tiene fuera, sino que la mente es quien construye el
conocimiento. La respuesta a Hume es clara: efectivamente el principio de
causalidad no es captado en los sentidos, no se registra en la
experiencia sensible, sino que es añadido por el sujeto, en un
proceso de ordenación de las impresiones sensibles. En este
conocimiento construido, Kant asegura la validez de las leyes
científicas, y con ellas, las relaciones causales entre los fenómenos
sensibles registrados.
Pero cuando Kant pase al terreno
moral, su nueva concepción del conocimiento construido por el sujeto le conduce
a un escenario muy precario. Hablar de moral supone hablar del alma y de Dios.
Pero al alma y a Dios les sucede lo mismo que al principio de causalidad: no
registran ninguna impresión sensible, y por tanto, de acuerdo con las premisas
de Hume, no podemos saber nada con certeza sobre Dios y el
alma. Ahora bien, para evitar el escepticismo moral, Kant acude a la decisión sobre
la existencia de Dios. Es la única solución si no se puede saber nada con
certeza sobre Dios. Así pues, Kant optará por postular la
existencia de Dios. Pero también cabe optar por lo contrario.
En efecto, unos años más tarde Nietzsche optará por certificar la
muertede Dios. Nietzsche ya no sale del paradigma del conocimiento que Kant
ha establecido, pero cambia el escenario moral radicalmente. Nietzsche
reivindicará la autonomía absoluta del sujeto para decidir los
propios valores y rechazará cualquier vínculo moral en favor de la vitalidad
del individuo.
Hunter tenía razón: el carácter está
muerto porque carecemos de convicciones objetivas, y −lo que es peor− no
podremos revitalizarlo mientras se conciban los valores morales como subjetivos
y arbitrarios. Quedamos a merced de la mera afectividad. En cuanto al esfuerzo,
solo tiene sentido en la medida en que convenga a la propia
necesidad o a las propias preferencias. Así es como Chuck se mueve al principio
de la película: busca aprender únicamente por el interés de
aprobar el examen de ingreso.
En cambio, la tradición humanística
concibe el conocimiento de una forma totalmente distinta, porque no restringe
la actividad intelectual al conocimiento verificable experimentalmente.
La película ilustra muy bien cómo
Chuck se va introduciendo en un nuevo tipo de conocimiento a través de la lectura convenientemente
elegida. El punto de inflexión se produce cuando el poema sobre el piloto le
abre los ojos al cielo de un modo nuevo, y le proporciona un gozo que antes no
conocía. Este cambio paulatino alcanza su culmen en la escena del teatro. Nunca
se hubiera imaginado que podría disfrutar tantodeclamando una obra
de Shakespeare. McLeod expresa la pasión adecuada a cada línea de un modo
fascinante, y lo puede hacer porque ha sabido disciplinar su carácter. Chuck
termina participando de esta experiencia interpretativa con todo su corazón. Lo
disfruta, lo saborea, y desea saber más.
¿Cómo es posible esto, si antes sólo
le preocupaba lo que iba para el examen? Nos puede venir muy bien acudir en
este punto a Santo Tomás de Aquino, que fue uno de los mejores discípulos de
Aristóteles. A diferencia de Kant, Aristóteles y Santo Tomás asumen que el
conocimiento versa sobre las cosas en sí mismas: no sobre lo que yo
ordeno, o construyo con mi mente, sino sobre lo que descubro acerca
de la realidad. Santo Tomás distingue entre conocer que algo existe,
y conocer la causa por la cual existe. El movimiento entre
descubrir un efecto y buscar su causa viene impulsado por el deseo de
admiración. Uno se asombra de cómo ha podido producirse
tal efecto, y desea saber más sobre su causa porque aspira a saber lo que las
cosas son. Santo Tomás dirá que “porque se admira, se investiga”. Santo Tomás
no dice que éste sea el único motivo por el que uno indaga en la realidad, pero
sí que afirma que este ejercicio de investigación movido por el asombroproduce
uno de los mayores disfrutes que uno puede experimentar. Este dinamismo se
encuentra en la base del conocimiento de la sabiduría.
Pero hemos de afrontar la
pregunta difícil: ¿Para qué sirve este conocimiento? ¿Vale la pena
el esfuerzo por cultivar la sabiduría, tal y como la conciben
Aristóteles y Santo Tomás? Estas preguntas son pertinentes porque nuestra
cultura ningunea cualquier tipo de conocimiento que no sea aplicado ni
predictivo.
Newman abordó precisamente este tema
en una época en la que la formación humanística estaba siendo cuestionada
seriamente en los ámbitos académicos de Oxford a mediados del siglo XIX. En sus
discursos sobre el fin de la Universidad, Newman sostiene que el fruto de la
formación humanística es una “visión conectada de las cosas”. En esto consiste
propiamente la sabiduría. La persona que se ejercita en este tipo de actividad
intelectual será capaz de distinguir lo importante de lo periférico, de valorar
el peso que tiene cada cosa, y lo que es más importante, sabrá fundamentar en
qué pone su esperanza. Y este sí que es un conocimiento valioso
para la propia vida. La esperanza es como el corazón: siempre va medio
latido por delante de nosotros. La ciencia nos podrá proporcionar
seguridad con sus predicciones, pero el corazón se alimenta de otras cosas.
Necesita de una esperanza en la que poder confiar. Ya lo vio Pascal
con meridiana claridad cuando escribió que “el corazón tiene sus razones que la
razón no entiende”.
Cuando se capta esta visión
conectada de las cosas, se sabe mejor qué no podemos pedir a las cosas
porque no es posible que lo den, y qué se puede
esperar de un modo fiable. Se puede ilustrar este punto con los dos tipos
de lecturas que nos presenta la película. Al principio Chuck es un ávido lector
de cómics. Estas historias son entretenidas, pues sirven para pasar un buen
rato. Sin embargo, de la lectura de los clásicos como Shakespeare podemos
esperar mucho más, siempre y cuando los leamos con la disposición adecuada y
sepamos indagar en el sentido de lo que cuentan.
Quizá sea poco frecuente releer un
cómic de Spiderman, o del surfista de plata. Al fin y al cabo, ya sabemos cómo
termina. Se podría decir que esa historia ya ha sido usada, puesto
que ha cumplido su función de entretenernos. Ahora bien, cualquier obra de
Shakespeare puede ser leída varias veces, aunque sepamos el final. Los grandes
libros tienen la cualidad de hablarnos cosas nuevas cada vez
que los leemos, porque despiertan nuestra admiración y nos empujan a
indagar en las causas del comportamiento humano.
Si pensamos, siguiendo a Kant y a
tantos pedagogos actuales, que todo conocimiento es construido por nuestra
mente, entonces difícilmente podremos tener esa resonancia interior que
vemos en Chuck al leer a Shakespeare. Precisamente son estas experiencias de
vibración interna las que nos proporcionan la certezade acceder a
un conocimiento más profundo y más digno de ser buscado por sí mismo.
* * *
Vamos con el tercer y último elemento
de la Ética a Nicómaco. En este caso, no puedo dar detalles de cómo
la película desarrolla este aspecto, pues supondría hacer un spoiler.
No obstante, el guionista nos da una pistaque sí puedo contar sin
estropear la historia. En el examen de ingreso a la academia, uno de los
ejercicios que Chuck tiene que hacer consiste en traducir un texto sobre el
valor y la naturaleza de la amistad. El texto está tomado del
libro Sobre la amistad de Cicerón. Esta sencilla escena nos
sugiere que toda la formación humanística que McLeod ha transmitido a
Chuck conduce hacia el tipo de amistad que propusieron los
clásicos.
El panorama moral configurado por
Kant y reconfigurado por Nietzsche tiene una especial incidencia en el modo en
que nos relacionamos con los demás. Si al final las cosas que valen la pena
dependen de lo que uno decida, sin necesidad de guardar una
referencia intrínseca a la realidad, y si los sentimientos tienen la última
palabra para asegurar una adecuada salud psicológica, entonces fácilmente la
amistad termina concibiéndose como una relación de carácter transaccional. En
la medida en que interesa una amistad, se mantiene, y en la medida en que
supone una contrariedad o disgusto, se rompe.
No concibe así la amistad
Aristóteles. La Ética a Nicómaco dedica 2 de sus 10 capítulos
a reflexionar sobre la amistad. En ellos Aristóteles afirma que efectivamente
puede haber una relación de amistad basada en la utilidad y en el placer, pero
estas formas no responden a la amistad plena. El motivo es que estas relaciones
se romperán cuando la utilidad o el placer desaparezcan.
Para que haya una amistad plena se
requieren tres cosas: que haya benevolencia hacia el amigo,
que sea recíproca, y que esté mediada por un bien.
Uno demuestra que aprecia y quiere a un amigo en la medida en que está
dispuesto a darle las cosas que le convienen al amigo, aunque
a uno no le gusten o incluso salga perjudicado. Cuando esta benevolencia con
obras es correspondida, entonces podemos hablar de una amistad plena.
Para Aristóteles, el fruto de la
verdadera amistad es que el amigo es como otro yo. ¿Y por qué es
tan importante tener amigos así? Porque sabemos que nunca nos encontraremos
solos si tenemos un amigo cerca que procura nuestro bien de modo
incondicional. Y eso lo puede hacer porque hay un conocimiento
hondodel otro: le conoce en su realidad, no en mi
construcción. El autor peruano Julio Ramón Ribeyro describe así esta
relación de la verdadera amistad:
Un amigo es alguien que conoce la
canción de tu corazón y puede cantarla cuando a ti ya se te ha olvidado la
letra.
Este tipo de amistad es uno de los
mejores frutos de la formación humanística, porque tanto Aristóteles como
Cicerón afirmarán que este tipo de amistad solo se puede dar
entre personas virtuosas. Es totalmente lógico. Cuando se ha sabido adecuar la
afectividad para gozar con lo amable, y cuando se ha ejercitado la
mente para el conocimiento de las cosas valiosas en sí mismas, solo
entonces resulta posible buscar el bien del otro
desinteresadamente y mirar al amigo con una mirada de esperanza que
le ayude a querer sacar lo mejor de sí mismo.
* * *
Los tres aspectos clave de la
formación humanística que Aristóteles desarrolla son la formación del carácter,
la sabiduría y la amistad. Son tres elementos fundamentales para la felicidad,
que es justamente el tema de la Ética a Nicómaco. La película El
hombre sin rostro nos ha ilustrado el fruto de esta formación: al
principio Chuck busca aprobar, pero termina creciendo como
persona.
Cuando uno entra en la Universidad,
también busca aprobar y obtener un título, e igualmente tiene la opción de
crecer como persona. Como hemos visto, la formación humanística requiere
de buenos libros. En este sentido, podemos decir que la
Universidad puede dar esta formación puesto que en cualquier
biblioteca universitaria encontramos buena literatura.
Pero la película ha puesto de manifiesto
que no basta con tener a disposición buenos libros. Se requiere aquello que el
catedrático de Derecho Romano de la Universidad de Navarra Álvaro D’Ors
consideraba la mejor manifestación de la educación universitaria: una convivencia
culta. No se refiere a culta en el sentido de erudita,
que sabe mucho de mucho, sino culta en el sentido de sabia,
que saborea aquello que sabe.
El fundador de este Colegio Mayor,
San Josemaría Escrivá de Balaguer, apreció el valor transformador de este tipo
de formación. En las muchas instituciones universitarias que promovió, siempre
procuró alentar en sus directivos la ilusión de crear un ambiente de altura
humana y cultural. Hoy precisamente se cumplen 50 años de uno de los textos más
emblemáticos de su predicación, y por cierto, más bellamente escritos. Se trata
de la homilía Amar al mundo apasionadamente, y no fue casualidad
que la misa tuviera lugar en un campus universitario, en la Universidad de
Navarra.
Quizá el modelo actual de la
Universidad en España tenga difícil dar una convivencia culta.
Pero siempre uno puede encontrar profesores que transmitan personalmente la
formación humanística. En cualquier caso, residir en un Colegio Mayor como
Montalbán abre más posibilidades para cultivar esta formación en los años
universitarios y para participar activamente en una convivencia que estimule lo
más noble de lo humano.
Termino con unas palabras de Platón,
el maestro de Aristóteles, que escribió en el Parménides. Las cito
pensando en los estudiantes aquí presentes, y especialmente en los que acaban
de empezar la Universidad:
El impulso que te lleva a pensar [en
el sentido clásico] es, desde luego, hermoso y divino. Aunque parezca poco útil
y la gente más vulgar lo tenga por palabrería, tú dedícate a esto ahora que
eres joven, porque si no, la verdad se te escapará de entre las manos.
Tomás Baviera Puig
Fuente: https://www.almudi.org/articulos/12095-lo-que-la-universidad-puede-dar