viernes, 6 de octubre de 2017

Nuestra Señora del Rosario y de las Victorias

7 de octubre, fiesta de “Nuestra Señora del Rosario”, también conocida por el título de “Nuestra Señora de las Victorias”.

Esta fiesta fue instituida por el Papa San Pío V, en acción de gracias por la gran victoria naval sobre los turcos en la batalla de Lepanto. .En este día en el año 1571, fue otorgado el favor por el rezo del Rosario. Esta victoria salvó a Europa de ser invadida por las fuerzas del Islam.

LA SITUACIÓN CON LOS MUSULMANES TURCOS OTOMANOS
En 1566 ascendió a la Cátedra de San Pedro San Pío V.
La Cristiandad enfrentaba entonces un enorme peligro. Hacía un siglo que Constantinopla, la puerta de Europa, había caído en poder de los musulmanes otomanos [nombre del imperio turco].
La flota otomana era casi la dueña del Mediterráneo, asolando constantemente las costas de los países cristianos.
Solimán II, llamado El Magnífico, había jurado que no descansaría hasta conquistar Roma y entrar a caballo en la basílica de San Pedro.
Apenas un año antes, la isla de Malta se pudo defender heroicamente de los moros, gracias al generoso arrojo de los Caballeros de la Orden de San Juan de Jerusalén, llamados por los infieles de “escorpiones del Mediterráneo”, hoy conocida como la Soberana Orden Militar y Hospitalaria de Malta.
Ese mismo año de 1566, Alí Pachá, el mismo general que comandara la ofensiva otomana en Malta, capturó la isla de Chios. Era la última posesión genovesa al este del Mediterráneo y por medio de una traición hizo asesinar a la familia Giustiniani que la gobernaba en ese tiempo.
Algunos meses después, Solimán lideró un enorme ejército, adentrándose en los Balcanes.
Afortunadamente, la tenaz resistencia del Conde Zriny detuvo al sultán, quien halló la muerte en las montañas húngaras, sin poder llegar a Viena, que era su meta inmediata.
Selim II, conocido como el borracho por su vicio a la bebida, ascendió al trono en Constantinopla, habiendo antes eliminado a todos los rivales de su familia y planeando el próximo ataque al continente cristiano.
Los musulmanes ya habían arrasado con la cristiandad en el norte de África, en el medio oriente y otras regiones. España y Portugal se habían librado después ocho siglos de lucha. Pero la amenaza se cernía una vez más sobre toda Europa. Los musulmanes turcos se preparaban para dominarla y acabar con el Cristianismo.
La situación para los cristianos era desesperada.
Italia se encontraba desolada por una hambruna, el arsenal de Venecia estaba devastado por un incendio y el cristianismo estaba pagando el duro precio de la Reforma.

LA INTERVENCIÓN DEL PAPA SAN PIO V
En toda Europa sólo el Papa San Pío V percibía el grave peligro que se cernía sobre la Cristiandad. Y fue él quien ideó la única salida posible para el continente amenazado. San Pío V mandó redoblar las oraciones en todos los conventos y monasterios. .Y él mismo trató de llevar su porción de la carga duplicando sus acostumbrados ejercicios de piedad y mortificación, en particular el rezo del Santo Rosario.
A fines de 1569 llegó a Constantinopla la noticia de que el arsenal veneciano había sido destruido por un incendio y, debido a una mala cosecha, la península estaba amenazada por el hambre.
Selim II rompe entonces la paz y envía un ultimátum: o Venecia entregaba una de sus posesiones más queridas: Chipre, al este del Mediterráneo, o era la guerra.
Esto fue lo que al fin movió a España y Venecia (esta última era evidentemente la que más tenía que perder con el avance turco) a atender los llamados del Papa, aunque las desavenencias y rivalidades entre estas potencias hacían muy difícil cualquier negociación.
A pesar de su temperamento fogoso, S. Pío V intervenía con una paciencia y cordura heroicas.
Durante estos largos y angustiosos meses, la poderosa personalidad del Papa barrió con todos los obstáculos y forzó una decisión.
Aunque estaba enfermo y sufría constantemente de dolores insoportables, el indómito Pontífice finalmente llegó a un acuerdo con estos gobiernos.
Según el tratado, la elección del comandante general estaba reservada al Papa. San Pío V entró un día a su capilla para celebrar el Santo Sacrifico de la Misa. Cuando llegó al evangelio de San Juan, empezó a leer, “Fuit homo missus a Deos, cui nomen erat Joannes” (“Hubo un hombre enviado por Dios, cuyo nombre era Juan”). Volvió su rostro hacia la Virgen, hizo una pausa y se dio cuenta, por inspiración divina, de que el comandante de la Cruzada debía ser Don Juan de Austria.
Por fin se ratificó la alianza en mayo del 1571.
El ejército contaba con 20,000 buenos soldados, además de marineros.
La flota tenía 101 galeones y otros barcos más pequeños.
El Papa envió su bendición apostólica y predijo la victoria.
Ordenó además que sacara a cualquier soldado cuyo comportamiento pudiese ofender al Señor.
San Pío V, era miembro de la Orden de Santo Domingo, y consciente del poder de la devoción al Rosario. Pidió a toda la Cristiandad que lo rezara y que hiciera ayuno, suplicándole a la Santísima Virgen su auxilio ante aquel peligro.
LA PARTIDA Y LA BÚSQUEDA
El Papa envió a España el estandarte de la Liga: era un damasco de seda azul con la imagen del Crucificado. Tenía a los pies las armas del Papa, de España, de Venecia y de Don Juan.
El Papa envió además, con el Nuncio, una astilla de la Santa y Verdadera Cruz para cada una de las naves capitanas. Y concedió a todos los miembros de la expedición las mismas indulgencias propias de las cruzadas.
Don Juan de Austria prohibió la presencia de mujeres a bordo y decretó pena de muerte para los blasfemadores.. Algunos días antes de la partida, los 81 mil soldados y marineros ayunaron durante tres jornadas.. Luego se confesaron y recibieron la Sagrada Comunión, haciendo lo mismo los condenados que remaban en las galeras.
Un ambiente de Cruzada se vivía nuevamente en Europa y un renovado celo por la gloria de Dios brillaba en los que iban para el combate.
El 15 de setiembre, la mayor flota católica jamás reunida zarpó de Messina, en Sicilia, para ir en busca de la flota musulmana liderada por el cuñado del Sultán, Alí Pasha.
Diez días más tarde llegaron a Corfu, cerca de la costa noroeste de Grecia.
Los turcos habían arrasado el lugar el mes anterior y dejaron sus usuales cartas de presentación: iglesias reducidas a cenizas, crucifijos rotos, cuerpos destrozados de sacerdotes, mujeres y niños.
El 6 de Octubre llegaron las exasperantes noticias de que la Cristiandad había sufrido otra cruel humillación de los otomanos.
Chipre, la joya de las posesiones insulares remotas de Venecia, había sido atacada el año anterior. La capital cercada, Nicosia, había caído rápidamente, y sus 20 mil sobrevivientes habían sido liquidados.
Los ánimos estaban bastante caldeados, cuando al fin llegó la noticia esperada: “¡Alí Pashá está en Lepanto!”.
  
LA BATALLA DE LEPANTO
Poco antes del amanecer del 7 de Octubre la Liga Cristiana encontró a la flota turca anclada en el puerto de Lepanto.
Al ver los turcos a los cristianos, fortalecieron sus tropas y salieron en orden de batalla.
Los turcos poseían la flota más poderosa del mundo, contaban con 300 galeras, además tenían miles de cristianos esclavos de remeros.. Los cristianos estaban en gran desventaja siendo su flota mucho mas pequeña. Pero poseían un arma insuperable: el Santo Rosario.. En la bandera de la nave capitana de la escuadra cristiana ondeaban la Santa Cruz y el Santo Rosario.
La línea de combate era de 2 kilómetros y medio.
A la armada cristiana se le dificultaban los movimientos por las rocas y escollos, y un viento fuerte que le era contrario.
La más numerosa escuadra turca, tenía facilidad de movimiento en el ancho golfo y el viento la favorecía grandemente.
Mientras tanto, miles de cristianos en todo el mundo dirigían su plegaria a la Santísima Virgen con el rosario en mano, para que ayudara a los cristianos en aquella batalla decisiva.
Don Juan dio la señal de batalla enarbolando la bandera enviada por el Papa con la imagen de Cristo crucificado y de la Virgen y se santiguó. Los generales cristianos animaron a sus soldados y dieron la señal para rezar. Los soldados cayeron de rodillas ante el crucifijo y continuaron en esa postura de oración ferviente hasta que las flotas se aproximaron.
Los turcos se lanzaron sobre los cristianos con gran rapidez, pues el viento les era muy favorable, especialmente siendo superiores en número y en el ancho de su línea.
Pero el viento que era muy fuerte, se calmó justo al comenzar la batalla. Pronto el viento comenzó en la otra dirección, ahora favorable a los cristianos. El humo y el fuego de la artillería se iban sobre el enemigo, casi cegándolos y al fin agotándolos.
La batalla fue terrible y sangrienta. Después de tres horas de lucha, el ala izquierda cristiana, bajo Barbarigo, logró hundir el galeón de Siroch. Su pérdida desanimó a su escuadrón y, presionado por los venecianos, se retiró hacia la costa.
Don Juan, viendo esta ventaja, redobló el fuego, matando a Alí, el general turco, abordó su galeón, bajó su bandera y gritó: ¡victoria!
Los cristianos procedieron a devastar el centro.
La batalla duró desde alrededor de las 6 de la mañana hasta la noche, cuando la oscuridad y aguas picadas obligaron a los cristianos a buscar refugio.
Finalmente, Don Juan, con un gran sable en una mano y un hacha en la otra, lideró una embestida contra la Sultana que terminó con la muerte de Alí Pashá.
Los turcos estaban derrotados y el pánico se apoderó rápidamente entre sus huestes a partir del momento en que el estandarte de Cristo comenzó a flamear en la Sultana.
Finalizada la batalla, algunos islamistas, prisioneros de los católicos, confesaron que una brillante y majestuosa Señora había aparecido en el cielo, amenazándolos e inspirándoles un gran miedo.
La batalla, que por un momento había parecido favorable a los turcos, se revirtió. Estos huían ahora desordenadamente, dejando tras de sí sus propios escombros y a los cristianos victoriosos.

EN LA RETAGUARDIA
El Papa Pío V, desde el Vaticano, no cesó de pedirle a Dios, con manos elevadas como Moisés.
Durante la batalla se hizo procesión del rosario en la iglesia de Minerva en la que se pedía por la victoria.
El Papa estaba conversando con algunos cardenales pero, de repente los dejó.
Se quedó algún tiempo con sus ojos fijos en el cielo y cerrando el marco de la ventana dijo: “No es hora de hablar mas sino de dar gracias a Dios por la victoria que ha concedido a las armas cristianas”.
Las autoridades después compararon el preciso momento de las palabras del Papa Pío V con los registros de la batalla y encontraron que concordaban de forma precisa.
Dios, que en su justicia había permitido que parte de las naciones cristianas cayeran bajo la opresión turca, impuso aquel día un límite y no permitió que el cristianismo desapareciera.
El Dios que pone límites a las aguas y conoce cada grano de arena, escuchó la oración y manifestó su poder salvador.

En gratitud perpetua a Dios por la victoria, el Papa Pío V instituyó la fiesta de la Virgen de las Victorias, después conocida como la fiesta del Rosario y a las letanías de Nuestra Señora añadió “Auxilio de los cristianos”.
El senado veneciano coloca debajo del cuadro que representa la batalla la siguiente frase: “Non virtus, non arma, non duces, sed Maria Rosarii Victores nos fecit”; “Ni las tropas, ni las armas, ni los comandantes, sino la Virgen María del Rosario es la que nos dio la victoria”.
En 1573, el Papa Gregorio XIII le cambió el nombre a la fiesta, por el de Nuestra Señora del Rosario.
El Papa Clemente XI extendió la fiesta del Santo Rosario a toda la Iglesia de Occidente, en 1716 (el mismo Papa canonizó al Papa Pío V en 1712).
El Papa Benedicto XIII la introdujo en el Breviario Romano.
Y San Pío X la fijó en el 7 de Octubre y afirmó: “Dénme un ejército que rece el Rosario y vencerá al mundo”.


Fuente: Extractado de;  http://forosdelavirgen.org/325/nuestra-senora-del-rosario-fiesta-universal-7-de-octubre/

martes, 3 de octubre de 2017

Serva ordinem et ordo servabit te.


Aristóteles afirma en su Metafísica que “ordenar es propio del sabio” (I, 2, 982a 18), sapientis est ordinare.

“Conserva el orden y el orden te conservará”. Más que un retruécano esta máxima suena a paradoja. Pero es cierto: la disposición externa de algo no es una acción ajena a nuestra persona. El orden parte del hombre y al hombre vuelve, es una operación que transforma un entorno y que al mismo tiempo repercute en los sujetos. El orden aumenta la “calidad de vida”: ayuda a la economía y al ahorro, permite aprovechar mejor nuestro tiempo, aporta paz y serenidad a uno mismo y a los demás, crea un espacio propicio para cualquier actividad humana (estudio, descanso, convivencia, oración) y la facilita. Es menos complicado cocinar si se conoce con precisión dónde se encuentran los ingredientes e instrumentos requeridos y cuando, de hecho, están allí… de otro modo, se termina llamando con urgencia a un servicio de entrega a domicilio.

Para crear un orden (llámese éste clasificación, catalogación, o la simple asignación de un sitio a un grupo de objetos) se requiere una cabeza muy bien puesta, hace falta razonar. Ordenar-disponer es una tarea humana. El gran filósofo de la antigüedad, Aristóteles, afirma en su Metafísica que “ordenar es propio del sabio” (I, 2, 982a 18), sapientis est ordinare. Antes de establecer un orden tenemos que dedicar unos minutos para pensar dos cosas muy sencillas: qué es lo que tenemos y qué es lo que queremos. El orden será el medio para llegar a ese fin, partiendo de los elementos con que contamos. Cualquier ámbito que exija orden se reduce a este esquema tan simple (qué y para qué), sólo hay que pensar un poco y está hecho.

La conquista del orden abarca fundamentalmente dos etapas: primera, establecer el orden; segunda, mantenerlo. En la primera es preciso dedicar todo el tiempo que se requiera y estar dispuesto a reordenar las veces que sea necesario, sin cansarse de volver a empezar. En la segunda, nunca hay tregua: el orden “se mantiene” en gerundio, soportado por nuestra voluntad y nunca por generación espontánea. En otras palabras: en la formación de este hábito, como en cualquier otro, hay que actuar con decisión y constancia.

¿Cuáles son los lugares o ámbitos en los que conviene establecer y conservar el orden? La respuesta la tiene uno mismo. Las omisiones voluntarias en este punto no tienen ningún sentido. Ser desordenado a propósito no es una virtud ni una moda. Es verdad que no existe ninguna “Liga-internacional-contra-el-desorden” que vaya a meternos a la cárcel por vivir en una habitación en la que parece que habita un huracán. Tampoco hay que temer una confiscación de bienes por carencia de decoro. Los platos rotos los paga cada uno, cada día, a cada instante en su oficina, armario, cocina, estudio, coche, agenda de compromisos… Uno mismo es juez y víctima de su desorden. A veces no pasa casi nada (un retraso inofensivo), otras el precio es demasiado caro (pérdida de una cita, de un examen o del empleo).

Para algunos hombres privilegiados el orden es una manifestación natural de su temperamento. Lo cultivan de modo espontáneo, sin tener que matarse para conservarlo. Otros, más privilegiados aún, deben desgastarse el triple para conseguirlo. La lucha puede durar años, quizá toda la vida, pero vale la pena. Vale la pena cualquier cosa que nos ayude a ser mejores y a vivir con mayor plenitud como, por ejemplo, el orden.

El orden es una elección personal. Si lo quieres y te esfuerzas por alcanzarlo, ¡felicidades y adelante! Si aún no comienzas o no te has convencido, ¡ánimo, nunca es tarde para empezar!

Recuerda: Serva ordinem et ordo servabit te.