7 de octubre, fiesta
de “Nuestra Señora del Rosario”, también conocida por el título de “Nuestra
Señora de las Victorias”.
Esta
fiesta fue instituida por el Papa San Pío V, en acción de gracias por la gran
victoria naval sobre los turcos en la batalla de Lepanto. .En
este día en el año 1571, fue otorgado el favor por el rezo del Rosario. Esta
victoria salvó a Europa de ser invadida por las fuerzas del Islam.
LA
SITUACIÓN CON LOS MUSULMANES TURCOS OTOMANOS
En 1566 ascendió a
la Cátedra de San Pedro San Pío V.
La Cristiandad enfrentaba entonces un enorme peligro. Hacía un siglo que Constantinopla, la puerta de Europa, había caído en poder de los musulmanes otomanos [nombre del imperio turco].
La Cristiandad enfrentaba entonces un enorme peligro. Hacía un siglo que Constantinopla, la puerta de Europa, había caído en poder de los musulmanes otomanos [nombre del imperio turco].
La
flota otomana era casi la dueña del Mediterráneo, asolando constantemente las
costas de los países cristianos.
Solimán
II, llamado El Magnífico, había jurado que no descansaría hasta conquistar Roma
y entrar a caballo en la basílica de San Pedro.
Apenas
un año antes, la isla de Malta se pudo defender heroicamente de los moros,
gracias al generoso arrojo de los Caballeros de la Orden de San Juan de
Jerusalén, llamados
por los infieles de “escorpiones del Mediterráneo”, hoy conocida como la Soberana Orden Militar y Hospitalaria de Malta.
Ese
mismo año de 1566, Alí Pachá, el mismo general que comandara la ofensiva
otomana en Malta, capturó la isla de Chios. Era la última posesión genovesa
al este del Mediterráneo y por medio de una traición hizo asesinar a
la familia Giustiniani que la gobernaba en ese tiempo.
Algunos
meses después, Solimán lideró un enorme ejército, adentrándose en los Balcanes.
Afortunadamente, la tenaz resistencia del Conde
Zriny detuvo al sultán, quien halló la muerte en las montañas
húngaras, sin poder llegar a Viena, que era su meta inmediata.
Selim
II, conocido como el borracho por su vicio a la bebida, ascendió al trono en
Constantinopla, habiendo antes eliminado a todos los rivales de su familia y planeando
el próximo ataque al continente cristiano.
Los
musulmanes ya habían arrasado con la cristiandad en el norte de África, en el
medio oriente y otras regiones. España y Portugal se habían librado después ocho
siglos de lucha. Pero la amenaza se cernía una vez más sobre toda Europa. Los
musulmanes turcos se preparaban para dominarla y acabar con el Cristianismo.
La
situación para los cristianos era desesperada.
Italia se encontraba desolada por una hambruna, el arsenal de Venecia
estaba devastado por un incendio y el cristianismo estaba pagando
el duro precio de la Reforma.
LA INTERVENCIÓN DEL PAPA SAN PIO V
En
toda Europa sólo el Papa San Pío V percibía el grave peligro que se cernía
sobre la Cristiandad. Y fue él quien ideó la única salida posible para el
continente amenazado. San Pío V mandó redoblar las oraciones en todos los
conventos y monasterios. .Y él
mismo trató de llevar su porción de la carga duplicando sus acostumbrados
ejercicios de piedad y mortificación, en particular el rezo del Santo Rosario.
A
fines de 1569 llegó a Constantinopla la noticia de que el arsenal veneciano
había sido destruido por un incendio y, debido a una mala cosecha, la península estaba
amenazada por el hambre.
Selim
II rompe entonces la paz y envía un ultimátum: o Venecia entregaba una de sus posesiones más
queridas: Chipre, al este del Mediterráneo, o era la guerra.
Esto
fue lo que al fin movió a España y Venecia (esta última era evidentemente la que más tenía
que perder con el avance turco) a atender los llamados del Papa, aunque las desavenencias y rivalidades entre estas potencias hacían
muy difícil cualquier negociación.
A
pesar de su temperamento fogoso, S. Pío V intervenía con una paciencia y
cordura heroicas.
Durante estos largos y angustiosos meses, la poderosa personalidad del
Papa barrió con todos los obstáculos y forzó una decisión.
Aunque estaba enfermo y sufría constantemente de dolores insoportables, el indómito Pontífice finalmente llegó a un acuerdo con estos
gobiernos.
Según el tratado,
la elección del comandante general estaba reservada al Papa. San Pío V entró un
día a su capilla para celebrar el Santo Sacrifico de la Misa. Cuando llegó al
evangelio de San Juan, empezó a leer, “Fuit homo missus a Deos, cui nomen erat
Joannes” (“Hubo un hombre enviado por Dios, cuyo nombre era Juan”). Volvió
su rostro hacia la Virgen, hizo una pausa y se dio cuenta, por inspiración
divina, de que el comandante de la Cruzada debía ser Don
Juan de Austria.
Por
fin se ratificó la alianza en mayo del 1571.
El
ejército contaba con 20,000 buenos soldados, además de marineros.
La flota tenía 101 galeones y otros barcos más pequeños.
El
Papa envió su bendición apostólica y predijo la victoria.
Ordenó
además que sacara a cualquier soldado cuyo comportamiento pudiese ofender al
Señor.
San Pío V, era miembro de la Orden de
Santo Domingo, y consciente del poder de la devoción al Rosario. Pidió a toda
la Cristiandad que lo rezara y que hiciera ayuno, suplicándole a la Santísima
Virgen su auxilio ante aquel peligro.
LA
PARTIDA Y LA BÚSQUEDA
El Papa envió a España el estandarte de la Liga: era
un damasco de seda azul con la imagen del Crucificado. Tenía a los pies las
armas del Papa, de España, de Venecia y de Don Juan.
El
Papa envió además, con el Nuncio, una astilla de la Santa y Verdadera Cruz para
cada una de las naves capitanas. Y concedió a todos los miembros de la
expedición las mismas indulgencias propias de las cruzadas.
Don
Juan de Austria prohibió la presencia de mujeres a bordo y decretó pena de
muerte para los blasfemadores.. Algunos
días antes de la partida, los 81 mil soldados y marineros ayunaron durante tres
jornadas.. Luego se confesaron
y recibieron la Sagrada Comunión, haciendo lo mismo los condenados que remaban
en las galeras.
Un ambiente de Cruzada se vivía nuevamente en Europa y un
renovado celo por la gloria de Dios brillaba en los que iban para el combate.
El
15 de setiembre, la mayor flota católica jamás reunida zarpó de Messina, en
Sicilia, para ir en busca de la flota musulmana liderada por el cuñado del
Sultán, Alí Pasha.
Diez
días más tarde llegaron a Corfu, cerca de la costa noroeste de Grecia.
Los turcos habían arrasado el lugar el mes anterior y dejaron sus
usuales cartas de presentación: iglesias reducidas a cenizas,
crucifijos rotos, cuerpos destrozados de sacerdotes, mujeres y niños.
El 6 de Octubre llegaron las exasperantes noticias de que la Cristiandad había sufrido otra cruel humillación de los
otomanos.
Chipre,
la joya de las posesiones insulares remotas de Venecia, había sido atacada el
año anterior. La capital cercada, Nicosia, había caído rápidamente, y sus 20 mil sobrevivientes habían sido liquidados.
Los
ánimos estaban bastante caldeados, cuando al fin llegó la noticia esperada: “¡Alí
Pashá está en Lepanto!”.
LA
BATALLA DE LEPANTO
Poco
antes del amanecer del 7 de Octubre la Liga Cristiana encontró a la flota turca
anclada en el puerto de Lepanto.
Al
ver los turcos a los cristianos, fortalecieron sus tropas y salieron en orden de
batalla.
Los
turcos poseían la flota más poderosa del mundo, contaban con 300 galeras,
además tenían miles de cristianos esclavos de remeros.. Los
cristianos estaban en gran desventaja siendo su flota mucho mas pequeña. Pero
poseían un arma insuperable: el Santo Rosario.. En
la bandera de la nave capitana de la escuadra cristiana ondeaban la Santa Cruz
y el Santo Rosario.
La
línea de combate era de 2 kilómetros y medio.
A la armada cristiana se le dificultaban los movimientos por las rocas y
escollos, y un viento fuerte que le era contrario.
La
más numerosa escuadra turca, tenía facilidad de movimiento en el ancho golfo y
el viento la favorecía grandemente.
Mientras tanto,
miles de cristianos en todo el mundo dirigían su plegaria a la Santísima Virgen
con el rosario en mano, para que ayudara a los cristianos en aquella batalla
decisiva.
Don Juan dio la
señal de batalla enarbolando la bandera enviada por el Papa con la imagen de
Cristo crucificado y de la Virgen y se santiguó. Los generales cristianos
animaron a sus soldados y dieron la señal para rezar. Los soldados cayeron de
rodillas ante el crucifijo y continuaron en esa postura de oración ferviente
hasta que las flotas se aproximaron.
Los turcos se
lanzaron sobre los cristianos con gran rapidez, pues el viento les era muy
favorable, especialmente siendo superiores en número y en el ancho de su línea.
Pero el viento que
era muy fuerte, se calmó justo al comenzar la batalla. Pronto el viento comenzó
en la otra dirección, ahora favorable a los cristianos. El humo y el fuego de
la artillería se iban sobre el enemigo, casi cegándolos y al fin agotándolos.
La
batalla fue terrible y sangrienta. Después de tres horas de lucha, el ala
izquierda cristiana, bajo Barbarigo, logró hundir el galeón de Siroch. Su pérdida desanimó a su
escuadrón y, presionado por los venecianos, se retiró hacia la
costa.
Don
Juan, viendo esta ventaja, redobló el fuego, matando a Alí, el general turco, abordó su galeón, bajó su
bandera y gritó: ¡victoria!
Los
cristianos procedieron a devastar el centro.
La
batalla duró desde alrededor de las 6 de la mañana hasta la noche, cuando la oscuridad y aguas
picadas obligaron a los cristianos a buscar refugio.
Finalmente,
Don Juan, con un gran sable en una mano y un hacha en la otra, lideró una
embestida contra la Sultana que terminó con la muerte de Alí Pashá.
Los turcos estaban derrotados y el pánico se apoderó rápidamente entre
sus huestes a partir del momento en que el estandarte de Cristo comenzó
a flamear en la Sultana.
Finalizada la
batalla, algunos islamistas, prisioneros de los católicos, confesaron que una
brillante y majestuosa Señora había aparecido en el cielo, amenazándolos e
inspirándoles un gran miedo.
La
batalla, que por un momento había parecido favorable a los turcos, se revirtió.
Estos huían ahora desordenadamente, dejando tras de sí sus propios escombros y
a los cristianos victoriosos.
EN
LA RETAGUARDIA
El
Papa Pío V, desde el Vaticano, no cesó de pedirle a Dios, con manos elevadas como
Moisés.
Durante
la batalla se hizo procesión del rosario en la iglesia de Minerva en la que se
pedía por la victoria.
El Papa estaba
conversando con algunos cardenales pero, de repente los dejó.
Se quedó algún
tiempo con sus ojos fijos en el cielo y cerrando el marco de la ventana dijo: “No
es hora de hablar mas sino de dar gracias a Dios por la victoria que ha
concedido a las armas cristianas”.
Las autoridades después compararon el preciso momento de las palabras
del Papa Pío V con los registros de la batalla y encontraron que concordaban de
forma precisa.
Dios,
que en su justicia había permitido que parte de las naciones cristianas cayeran
bajo la opresión turca, impuso aquel día un límite y no permitió que el
cristianismo desapareciera.
El Dios que pone límites a las aguas y conoce cada grano de arena, escuchó la oración y manifestó su poder salvador.
En
gratitud perpetua a Dios por la victoria, el Papa Pío V instituyó la fiesta de
la Virgen de las Victorias, después conocida como la fiesta del Rosario y a las
letanías de Nuestra Señora añadió “Auxilio de los cristianos”.
El senado veneciano
coloca debajo del cuadro que representa la batalla la siguiente frase: “Non
virtus, non arma, non duces, sed Maria Rosarii Victores nos fecit”; “Ni las
tropas, ni las armas, ni los comandantes, sino la Virgen María del Rosario es
la que nos dio la victoria”.
En
1573, el Papa Gregorio XIII le cambió el nombre a la fiesta, por el de Nuestra
Señora del Rosario.
El
Papa Clemente XI extendió la fiesta del Santo Rosario a toda la Iglesia de
Occidente, en 1716 (el mismo Papa canonizó al Papa Pío V en 1712).
El
Papa Benedicto XIII la introdujo en el Breviario Romano.
Y San
Pío X la fijó en el 7 de Octubre y afirmó: “Dénme un ejército que rece el
Rosario y vencerá al mundo”.
Fuente: Extractado de; http://forosdelavirgen.org/325/nuestra-senora-del-rosario-fiesta-universal-7-de-octubre/