viernes, 24 de marzo de 2017

Al Verbo Encarnado  
En la Encarnación (Jn 1,14)
 Verbo eterno, Tú que expresas
 en el sonoro silencio
 y en el instante perpetuo
 la perfección infinita
 y la belleza divina
 del acto inmenso de ser;
 Tú, fecundante esplendor,
 luz de la gloria increada,
 que contienes los posibles
 donde el poder creador
 se regocija ab aeterno
 en elecciones de amor:
 ¿Qué lógicas inefables,
 qué misteriosos decretos
 anteriores a los tiempos,
 qué razones insondables,
 quisieron que fueras nuestro?
 ¿Qué inconcebible deseo,
 qué locura de tu amor,
 te arrebató de tu Cielo
 a este paraje de penas
 que nosotros, pecadores,
 sumimos en las tinieblas?

 Porque en el dártenos más,
parece más no podías,
te diste un cuerpo animado
del alma más exquisita
para ser sacrificado
como perfecta primicia.
Te diste Madre purísima
para asociarla a la dicha
de unírsete en la oblación
poniendo su Corazón,
desde Belén al Calvario,
junto al Tuyo traspasado.
¡Qué extrañas tus preferencias:
vida oculta y abnegada,
persecución y pobreza, 
trabajos, penas y lágrimas;
ser maestro de los rudos,
amigo de despreciados,
defensor de Magdalenas,
... ¡si hasta me llamaste a mí
para seguirte de cerca!

MGdeJ