miércoles, 23 de noviembre de 2016

Polonia siempre fiel!

Polonia reconoce a Jesucristo como ‘Rey’ del país
Aunque el título resulta rimbombante se trata del reconocimiento honorífico del reinado de Jesucristo en todo el mundo. La Iglesia describe la ceremonia como "un acto de aceptación nacional del reino de Cristo y de sumisión a su poder divino".

El presidente de la república de Polonia, Andrzej Duda, durante el acto de entronización.

Los obispos de Polonia han declarado a Jesucristo como Rey del país, un título rimbombante que no es otra cosa que el reconocimiento honorífico de su reinado en todo el mundo, aunque en la documentación eclesiástica se describe la ceremonia como “un acto de aceptación nacional del reino de Cristo y de sumisión a su poder divino”.
Para ello se celebró una misa de entronización en el santuario de Lagiewniki, cerca de Cracovia, al que asistieron cerca de 6.000 fieles para ser testigos de ver a Jesucristo en el trono siete meses después de que la jerarquía católica aprobase la entronización.
Principio del formulario
Final del formulario
En realidad no es la primera vez que se concede a Jesucristo el trono de Polonia, ya que en 1997 en Jasna Góra y tres años después en Sagiewnikim se celebraron ceremonias similares, aunque nunca antes habían contado con la presencia del jefe del Estado.
En esta ocasión el presidente de la república, Andrzej Duda, del partido Ley y Justicia, presidió el acto acompañado de su madre, Jadwiga, y los ministros de Justicia y de Medio Ambiente, Zbigniew Ziobro y Jan Szyszko, así como varios diputados de esta formación.
La presencia en la ceremonia de altos representantes del conservador partido en el Gobierno demuestra la desacomplejada defensa de los valores vinculados al catolicismo que encarna la primera ministra Beata Szydlo.

Fuente: Actuall, 22/11/2016.


martes, 22 de noviembre de 2016

¡Guerra al hombre!


Se está librando una nueva e insólita guerra, solapada o desembozada, pero siempre artera.
Ya no se trata solamente de pueblos, facciones o partidos que luchan entre sí, aunque también se dan esas tristes y crueles luchas. Hoy el hombre mismo es el enemigo; todo hombre, cualquier hombre. Por lo tanto pesa sobre él un anatema de aniquilación, de exterminio.
Uno de los frentes tiene por objetivo que no nazcan hombres. De muchas maneras esto se va logrando.
En principio se inculca en las mujeres cierto horror a la maternidad: que te esclavizas, que pierdes la figura y el encanto, que te impide realizarte, que ya tendrás tiempo… Y se disuelve en los varones el sentido de paternidad, de autoridad, de cuidado y responsabilidad.
Para facilitar y promover tal objetivo se brinda a varones y mujeres variedad de medios para tener sexo infecundo, y no sólo se presenta como posibilidad y se hace muy accesible, sino que se aconseja, se publicita y se promueve a través de todo tipo de campañas y últimamente a través de programas de educación de todos los niveles de escolaridad. Por si todo esto no alcanza, se alienta de todas las formas posibles la homosexualidad, que por definición es infecunda. Se busca corromper desde la infancia, inoculando ideas perversas acerca de la identidad sexual, destruyendo el pudor y la inocencia.
Si por casualidad, descuido, error, ignorancia o pasión se ha dado una concepción no deseada,  todo el aparato “sanitario” -¡qué macabra ironía!- se pone al servicio de tronchar esa nueva vida, de cercenar la del inocente con una condena a muerte avalada por la legislación de la enorme mayoría de los países.
En este frente quedan millones y millones de caídos. Caídos sin voz que los defienda o reclame, caídos supremamente inocentes e indefensos.
Pero hay otro frente de guerra para los que lograron sortear aquella barrera puesta a la vida. Éste es el de nacer o crecer en una familia destruida o sin familia.
Muchos quedan privados de la experiencia de tener un padre. Crecen junto a madres solas, que suelen ser atentas por sus hijos, pero que muchas veces aplacan su soledad y dificultades con nuevas parejas, las cuales, habitualmente y por diversos motivos, no asumen el rol paterno, o lo desfiguran con esos niños que no viven como propios.
Algunos quedan con papá y mamá a medias, de tiempo compartido, compartido con otras actividades, cuando no con otros hijos, otras familias, otras parejas, para los cuales muchas veces son vistos no sólo como intrusos o como extraños, sino como potenciales competidores o actuales enemigos.
Otros, aunque viven con sus padres biológicos, saben que ellos no están casados, que no han podido o no han querido hacer el compromiso para siempre. Esto también trae inseguridad, porque los seres humanos necesitamos vivir con certezas, con esa certeza que provee la entrega generosa y la voluntad firme de estar junto a los que amamos pase lo que pase.
Se ha desalentado el compromiso matrimonial, sobre todo a través del cine, las novelas y los modelos de famosos que presenta el periodismo. Así se ha dado el fenómeno social inverso al que en otros momentos ejercieron los santos, de modo que el hombre común se dice: “Si éstos y éstas pudieron, ¿por qué yo no?”.  Las consecuencias sociales están a la vista: desde mitad del s XX hasta hoy ha habido una rotunda transformación de costumbres acompañada por una violenta degradación moral.
Puede que alguno piense así: “Mira, aquí en este mundo cada uno hace lo que se le antoja; nadie es fiel a su palabra; nadie puede confiar demasiado en el otro, ni yo mismo sé si voy a poder mantenerme en las promesas que hago… quiero ser honesto, por lo tanto prefiero vivir el día a día.” Pero ésta, aún en gente con supuestas “buenas intenciones”, no llega a ser una actitud propiamente humana. El hombre es capaz, por el espíritu, de elevarse por encima de las circunstancias y hasta del instinto, hacer lo que le indica su conciencia y mantener sus convicciones aun a costa de su vida.
El matrimonio natural –de un varón con una mujer, para siempre- y por ende la familia, es la institución que socialmente protege a los más débiles en los momentos cruciales del nacimiento y desarrollo: los niños. Pero no sólo: también protege a la mujer de ser explotada sexualmente y al ser humano anciano de quedar en abandono. La familia es la primera transmisora de la cultura, especialmente a través del lenguaje y de las costumbres y hábitos que inculca.
Cristo ha elevado a sacramento el matrimonio natural: ¿qué significa esto?: Que lo santifica, es decir, que no sólo es bueno y necesario para la vida en la tierra, sino que prepara y da méritos para la vida del cielo. Además, que otorga gracias especiales para llevar adelante el compromiso y la misión de los esposos, los cuales implican inmensas satisfacciones, pero también enormes renuncias y dificultades. Y desde entonces, para un cristiano, estar casado significa haber recibido el sacramento. Hay quienes no lo reciben porque no pueden, ya que los ata algún compromiso anterior. Esos tales pueden ofrecer el dolor que les provoca tal situación, y mantener la oración. Dios no dejará caer una sola de sus súplicas ni de sus lágrimas.
Pero si un cristiano desprecia la gracia, es como si dijera al Señor: “¡Guárdate esas gracias, que a mí no me sirven, ni me interesan. Tampoco para mi familia y mis hijos. He elegido vivir de espaldas a tus leyes!” Por eso no es extraño, sino de una profunda y terrible lógica, todo el mal que vemos hiriendo aquí y allá, asaltándonos.
La guerra al hombre está llegando a límites insospechados. Cuando nos preguntamos por los motivos, salen a relucir cuestiones políticas y económicas, que no terminan de explicar un fenómeno tan monstruoso.

En esta guerra quedamos todos, absolutamente todos involucrados. No hay neutralidad posible. Por eso, vale preguntarse: Yo, ¿de qué lado estoy?
MGdeJ