Amazing Jesus!
En la sorpresa hay asombro
ante el bien inesperado,
por esa “medida buena,
apretada y rebosante”
que excede lo imaginado.
Lo que nos traen las sorpresas,
-como el abrir un regalo-
es la experiencia de un gozo
que por ser don e imprevisto,
es doblemente gozado.
Jesús, el Verbo Encarnado,
después de resucitado,
no deja de sorprender
a los suyos muchas veces,
de mil diferentes modos.
A las mujeres que, tristes,
y hacia su Cuerpo piadosas,
le llevaban los aromas,
los ángeles que lo asisten
advertirán de su gloria.
Personalmente consuela
a Magdalena que llora,
de su alegría la colma,
y la pone a la vanguardia
en anunciar su victoria.
A los Once que, reunidos,
se mantienen encerrados
por temor a los judíos,
los visita y deja pruebas
de que en verdad está vivo.
En especial a Tomás
le muestra su humanidad
tan gloriosa y tan marcada,
que él responde conmovido:
“¡Señor mío y Dios mío!”
Durante cuarenta días,
a ellos y a muchos otros,
los sorprende con su amor
y el perdón que les renueva
el llamado a la misión.
Y se irán por todo el mundo,
sorprendiendo con la luz
de un Sol que no tiene ocaso
y una fuente de agua viva
donde brota la salud.
Así su gracia sorprende
a lo largo de los siglos
tanto a viejos como a niños,
poniendo en su corazón
un nuevo y extraño ardor.
Entonces los que eran débiles,
-sólo un puñado de barro,
hato de fragilidades-
de modo maravilloso
llegan a santos y mártires.
¡Oh Jesucristo admirable!
Tú que reinas junto al Padre,
con humildad te lo pido:
¡Sorpréndeme hoy y siempre,
sorpréndeme eternamente!
MGdeJ