sábado, 4 de agosto de 2018

Aborto: no faltar a la verdad



Aborto: no faltar a la verdad
Los legisladores enfrentan hoy el enorme desafío de superar las confrontaciones para alcanzar consensos que debieran ser superadores

Nos hemos cansado de escuchar todo tipo de afirmaciones, muchas de ellas mendaces, en torno al debate sobre el tema del aborto . En tiempo de definiciones parlamentarias, es necesario agotar las instancias de información, clarificación y reflexión para no caer en decisiones equivocadas. Compartimos aquí algunas consideraciones a postulados en relación con el proyecto que legaliza el aborto, eufemísticamente llamado también de "interrupción voluntaria del embarazo".

·         No se trata de una interrupción, porque jamás se vuelve a reanudar: truncar una vida es siempre un acto irreversible.
·         Tampoco es voluntaria, porque la voluntad termina manipulada cuando se mueve a partir de premisas falsas y no se templa en la verdad.
·         El aborto nunca es seguro, porque los riesgos, tanto físicos como psíquicos, siguen siendo muy grandes.
·         No es gratuito, porque la vida no tiene precio y porque lo pagamos todos los contribuyentes si su costo lo asume el Estado.
·         No es propio de una sociedad que dice buscar ampliar derechos llamar "agresión" al hecho de golpear a un adulto, "crueldad" al maltrato animal y "salud" al aborto de un bebe.
·         Apelar a eufemismos no es llamar las cosas por su verdadero nombre, es recurrir a distorsiones y falacias para disfrazar una verdad tan comprobable como incuestionable.
·         Ser incapaces de reconocer la vida en el vientre habilita más fácilmente a eliminar al bebe sin ambages, reduciendo el valor de una persona a una cosa.
·         Reducir el debate a una cuestión religiosa o de fe es simplista, porque la ciencia y la tecnología demuestran hoy de manera indubitable que la vida se inicia en la concepción, y nuestras leyes avalan esta posición.
·         El proyecto aprobado por Diputados vulnera tanto principios de nuestra Constitución nacional como numerosos tratados internacionales suscriptos por nuestro país y varias constituciones provinciales.
·         No es "una deuda de la democracia", sino una obligación con la vida.
·         No se trata solo del cuerpo de la mujer, porque antes del plazo de 12 o 14 semanas que propone el proyecto de ley, el bebe ya tiene un ADN propio y huellas dactilares.
·         Es un error plantearlo como problema de salud pública, porque un embarazo no se contagia ni es una patología. Es, generalmente, producto de una decisión voluntaria.
·         No se plantea solamente una opción voluntaria de despenalización para la mujer, porque obliga a los profesionales y a las instituciones médicas a prácticas que colisionan con cualquier objeción de conciencia, estableciendo nuevas penas para ellos.
·         Hay 39 causales de muerte de mujeres en edad fértil en el país, mucho más letales y de las que muy pocos se ocupan con el mismo interés y seriedad.
·         No se puede pretender matar a miles de niños para que no mueran decenas de mujeres por año. No se puede ponderar una vida más que otra.
·         No son, como se ha dicho, centenares de miles de mujeres las que mueren en la clandestinidad, porque se han manipulado groseramente estadísticas y evidencias científicas comprobables.
·         No es un aborto lo que puede borrar las tristes huellas de una violación; solo suprimirá al ser en gestación y sumará el sufrimiento de haber abortado.
·         Las mujeres que mueren importan, tanto que por eso insistimos en que se salven ambas vidas.
·         Contraponer "legal" a "clandestino" soslaya que, de las dos formas, un ser humano deja de existir.
·         Tampoco se puede asociar el apoyo al aborto con progresismo o feminismos vetustos propios de los años setenta cuando hoy las vanguardias globales promueven el trabajo de mujeres y varones, codo a codo, para lograr los cambios necesarios.
·         Investigaciones serias y no manipuladas confirman que no es cierto que el aborto sea una demanda de las mujeres más pobres.
·         Además de educación para prevenir, el Estado debe brindar contención y apoyo a la embarazada.
·         Experiencias en otros países confirman que la mortalidad materna no desciende necesariamente con la despenalización.
·         No es cierto que quien comete hoy un aborto con la legislación vigente vaya presa pues en los hechos está despenalizado.
·         Muchos enarbolan falsas promesas en su afán de hacer negocios que ponen en peligro la vida.
·         Entran en contradicción quienes pretenden asociar las consignas del #NiUnaMenoscon la despenalización del aborto.
·         Pocos hablan de los graves efectos secundarios de medicamentos como el misoprostol, prohibido ya en países como Francia.
·         Llamar "bebe/beba" a la vida en las entrañas y no usar su nombre técnico no es ignorancia, es reconocer y respetar el milagro de la vida desde la concepción.
·         Plantear temas de derechos o libertades cuando en muchos casos se disfrazan o se encubren actos de egoísmo o de comodidad propia o del entorno, busca acceder a una salida facilista para terminar con la vida del más indefenso.
·         No defendemos los derechos humanos cuando se viola el derecho a vivir, el primero y más fundamental de todos los derechos.
·         No se defiende la tan mentada igualdad de género cuando se deja al padre fuera de la decisión de abortar. La decisión no compete solo a la mujer, porque el padre tiene voz y el bebe tiene derechos.
·         No se puede asignar al consentimiento de la mujer mayor protección legal que a la vida inocente, distinta de ella, que habita en su seno.
·         Promover el proyecto tal como lo aprobó Diputados mirando al resto del mundo, cuando desde muchos centros de poder internacional se impulsa este atajo para el control de la natalidad en los países más pobres, no nos convierte en modernos, independientes o progresistas.
·         Dar cuenta del millonario financiamiento aportado por la IPPF (International Planned Parenthood) a instituciones locales para promover la legalización del aborto es transparentar que se trata de interesados subsidios o subvenciones que no imponen obligación de devolución.
·         No es fomentar la clandestinidad ni condenar a la muerte a una mujer pedir que este proyecto de ley no se apruebe tal como fue sancionado en la Cámara de Diputados; es comprometerse con una educación responsable que permita construir sociedades más maduras para evitar así tanto la muerte de la madre como la del bebe.
·         No es serio dar por supuesto que instaurando el aborto legal se terminará con la falta de educación, la pobreza o las muertes maternas. Defender la vida no es ser anticuado. Es ser humano.
·         En una clara lucha de poder se plantea que el derecho a la vida es equiparable al derecho a la libertad que puede reclamar una embarazada, pero se olvida que la vida es precondición de la libertad y que es obligación del Estado proteger a los más débiles. No puede haber libertad sin vida.

Los legisladores enfrentan el enorme desafío de superar las actuales confrontaciones para concretar un sano y muy necesario aporte a la convivencia pacífica entre los argentinos, en un debate respetuoso que haga honor a la verdad, dispuesto a concertar esfuerzos desde una mirada superadora y positiva que contribuya a defender activa y comprometidamente las dos vidas.
Fuente: La Nación, Editorial del 29-7-2018

miércoles, 1 de agosto de 2018

Pedagogía, Didáctica y Psicología educacional según los Ejercicios Espirituales Ignacianos (2 de 2)


Pedagogía, Didáctica y Psicología educacional según los Ejercicios Espirituales Ignacianos
1. Aclarando términos.
2. Pedagogía de los EE.
2.1. Lo primero: tener claro el fin.
2.2. Trabajar sobre todas las potencias, ordenándolas.
2. 3. Salvar siempre la libertad personal.
3. Didáctica de los EE.
3.1. Los momentos de todo aprendizaje.
3.2. La tarea de formar hábitos.
4. Psicología educacional de los EE.



3. Didáctica de los EE.

3.1. Los momentos de todo aprendizaje.
¿Por qué ocurre que los alumnos pasan años y años en la escuela y en muchos casos no logran tener aprendidos, o sea, poseídos, ciertos conocimientos, habilidades o procedimientos básicos, como el de la lectura comprensiva, la correcta escritura, un orden elemental en el pensamiento, o un mínimo sentido crítico?
Si es verdad que el aprendizaje consiste en una apropiación, en un aprehender, “hacer carne” determinados contenidos, es claro que se debe conocer, pero la mera noticia no basta, porque, para decir que se sabe, es imprescindible contextualizar, encontrar relaciones, causas y consecuencias. Por eso, además de conocer, es necesario comprender. Pero no basta conocer y comprender si no se retiene lo fundamental, porque implicaría comenzar de cero cada vez. Y aun conociendo, comprendiendo y reteniendo, si no se posee la capacidad de aplicar, de llevar a la vida ese saber, el contenido queda estéril.
Se hace imprescindible, por tanto, trabajar como momentos específicos: conocer o tener noticia, comprender o haber reflexionado, retener o memorizar lo necesario y finalmente ser capaz de poder aplicar, sea ya al ámbito teórico, ya al práctico del hacer o del obrar. Recién cuando el discípulo es capaz de llevar a la vida real lo que se le ha enseñado, hacerlo con facilidad, y –por qué no- con gozo, podemos decir que lo ha aprehendido.
Es interesante confrontar este planteo con las investigaciones de los cognitivistas contemporáneos, por ejemplo, David Perkins (1997) en “La escuela inteligente”, coincide a tal punto que se diría conoce cómo se trabaja en los EE, salvo el hecho de que su propuesta apunta principalmente a revertir el problema económico político que se presenta a una nación cuando su gente no ha aprendido a pensar.
Pero volvamos a los EE: quienes los hayan hecho, recordarán que se aplica y respeta siempre el siguiente esquema didáctico:
1.    una presentación teórica del objeto, tema o cuestión, explicación tan breve como sea posible, pero al mismo tiempo medular, incisiva, “porque no el mucho saber harta y satisface al ánima, mas el sentir y gustar las cosas internamente” [2]: CONOCER.
2.    un tiempo importante dedicado a discurrir sobre lo presentado, a la meditación, a la reflexión personal rumiando el asunto, al análisis exhaustivo, al encuentro de relaciones, a la extracción de conclusiones, a la contemplación de una verdad; pues “así como el pasear, caminar y correr son ejercicios corporales, por la misma manera… (éstos) se llaman ejercicios espirituales” [1]: COMPRENDER.
3.     la repetición, al cierto tiempo, de las anteriores verdades y reflexiones: “repetir el primero y segundo ejercicio, notando y haciendo pausa…” [62]; “resumiendo, porque el entendimiento sin divagar discurra asiduamente por la reminiscencia…” [64]; “este ejercicio se hará dos veces al día…” [99], “…se harán dos repeticiones…” [204]: RETENER.
4.    finalmente, las aplicaciones, las decisiones concretas, que significan llevar a la vida todo lo pensado [23], [53], [61], [63], [98],…: APLICAR.
Se trata, en todos estos pasos, de poner en acto el principio de actividad del sujeto, quien es el verdadero motor del propio aprendizaje. Los demás agentes y mediadores prestan ayuda para que el propio sujeto pueda efectuar todas las actividades necesarias para hacer suyo el contenido, para aprender (Hernández de Lamas, 2008: 392)
¡Tenemos así planteado el esquema de un plan de clase, de unidad y de curso!

3.2. La tarea de formar hábitos.
En todos los casos se trata de formar hábitos intelectuales o morales. En la educción de los hábitos buenos, en forma plena y ordenada, está toda la clave de la educación. Recordemos que los hábitos son cualidades estables del alma, y que, en el caso de los hábitos operativos, habilitan las potencias para obrar con prontitud, facilidad y gozo.
Los hábitos normalmente se forman por la repetición de actos, por lo tanto, se trata de ejercitar reiteradamente esos actos que llevarán a la posesión del hábito, ejercicio que será en un comienzo dificultoso, pero se irá tornando cada vez más fácil hasta hacerse gozoso, fuente de íntima satisfacción y alegría. Esto vale tanto para los hábitos intelectuales, tales el arte, la ciencia, la sabiduría,… como para los morales: prudencia, justicia, fortaleza, templanza, misericordia…
Es fundamental el trabajo mancomunado de docente y discípulo. El docente, como buen mediador, ha de ir mostrando, guiando, conduciendo, alentando, corrigiendo, aconsejando, entusiasmando. Y el discípulo en actitud activa, abierta, receptiva, atenta, ha de ir probando, ejercitando, puliendo, ampliando, profundizando y aplicando esos hábitos que lo habilitan para ejercitar sus aptitudes, para lograr sus metas, para desarrollarse en plenitud y libertad.

4. Psicología educacional de los EE.

En este campo encontramos que los EE contienen avances notables, que presuponen un profundo conocimiento del alma humana y sus movimientos, así como observaciones que se corresponden con los mejores hallazgos de la reciente psicología cognitiva.
San Ignacio prevé cómo debe ser la relación entre el que guía y el discípulo, con anticipos del trato empático persona a persona (Tausch y Tausch,  1981: 215- 221):
1.        Respeto absoluto a la libertad del otro, que lo es a su dignidad de persona: “el que da los ejercicios, no debe mover al que los recibe, más a… ni a…” [15].
2.        Atención a la realidad del discípulo, a sus posibilidades: “si la persona que hace los ejercicios es viejo o débil, o aunque fuerte…” [129]; “Según la edad, disposición y temperamento…” [205].
3.        Atención a sus sentimientos y operaciones, procurando comprender al otro y alentarlo siempre: “el que da los ejercicios, cuando siente que al que se ejercita no le vienen algunas mociones espirituales… mucho le debe interrogar acerca de los ejercicios, si los hace, a sus tiempos destinados, y cómo…” [6]; “si ve al que los recibe, que está desolado y tentado, no se haya con él duro ni desabrido, mas blando y suave, dándole ánimo y fuerzas para adelante…”  [7].
4.        Respeto a los tiempos de cada uno: “Porque como unos son más tardos para hallar lo que buscan,… asimismo unos sean más diligentes que otros,… requiérese algunas veces acortar… y otras alargar…” [4].
5.        Proveer condiciones externas que favorezcan los objetivos, dejando a un lado todo lo que puede resultar distractivo: “…tanto más se aprovechará cuanto más se apartare…” [20].
6.        Establecer la relación sobre la base de la buena voluntad de ambos: “Para que así el que da los ejercicios… como el que los recibe, más se ayuden y se aprovechen, se ha de presuponer que todo buen cristiano ha de ser más pronto en salvar la proposición del prójimo que a condenarla; y si no la puede salvar, pregunte cómo la entiende, y si mal la entiende, corríjale con amor, y si no basta, busque todos los medios para que, bien entendiéndola, se salve” [22].
7.        Importancia de la docilidad, estudiosidad y magnanimidad del discípulo: “al que recibe los ejercicios, mucho aprovecha entrar en ellos con grande ánimo y liberalidad…” [5].
Dedica gran atención al trabajo sobre el autoconocimiento, clave de bóveda del edificio de la sabiduría.
Para ello comienza por detectar y tener delante de los ojos lo que debe ser corregido, enderezado: “…haga el primer examen demandando cuenta a su alma de aquella cosa propuesta y particular de la que se quiere corregir y enmendar…” [25]; recomienda trabajar la autoobservación mediante el examen particular diario, comparando de semana en semana si se ha mejorado [27] a [31]. Describe los estados anímicos de consolación y desolación [316] y [317]. Brinda reglas para distinguir las agitaciones en el propio interior y aprender a dominarlas con el ejercicio de la razón y de la voluntad [318] a [336].
Pone el acento en involucrar a la persona entera: lo corporal, lo afectivo y lo espiritual han de acompañarse solidaria y armónicamente: mirar, ver, contemplar;  oír, escuchar, gustar, tocar, imaginar; traer a la memoria y experimentar sentimientos de pena, vergüenza, así como de dignidad, honor, generosidad, gratitud;  considerar, razonar, reflexionar, discernir sobre consolaciones y desolaciones, deliberar, elegir, desear, querer, determinar [47], [48],...
Muestra la efectividad de recordar lo que se desea antes del sueño. “acostado ya,… pensar a la hora que me tengo que levantar, y a qué, resumiendo el ejercicio que tengo que hacer” [73] y las reiteraciones a lo largo del día, en momentos clave y fijos.
Apela a la nobleza que presupone en cada uno, y la búsqueda de grandes y heroicas decisiones “considerar qué deben responder los buenos súbditos a un rey tan liberal y tan humano” [94]; “considerar que todos los que tuvieren juicio y razón, ofrecerán todas sus personas al trabajo” [96];  “los que más se querrán afectar y señalar en todo servicio de su rey eterno y Señor universal, no solamente ofrecerán sus personas al trabajo, mas aun haciendo contra su propia sensualidad y contra su amor carnal y mundano, harán oblaciones de mayor estima y mayor momento, diciendo” [97]:
“Eterno Señor de todas las cosas, yo hago mi oblación con vuestro favor y ayuda, …, que yo quiero y deseo, y es mi determinación deliberada, sólo que sea vuestro mayor servicio y alabanza, de imitaros en pasar todas injurias y todo vituperio y toda pobreza, así actual como espiritual, queriéndome vuestra santísima majestad recibir en tal vida y estado.” [98].
He subrayado las palabras que expresan rotundamente la magnanimidad, la voluntad de entrega heroica, total, absoluta. Que esto no ha quedado en las palabras, o en las buenas intenciones, lo demuestran las vidas de hombres formados en esta escuela: un San Pedro Claver, que pidió ir a Cartagena de Indias para evangelizar a los negros esclavos. Los recibía como verdadero hermano, ya que arribaban en condiciones deplorables, tanto físicas como psíquicas y espirituales; los ayudaba cuanto podía, y llegó a bautizar ¡a 300 mil de ellos!; o un San Isaac Jogues, torturado y mutilado por los indios del Canadá, quien tras un rescate y haber vuelto a Francia, pidió con insistencia regresar a esa misión, donde completó su martirio.
Enseña cómo tomar decisiones nobles y libres.
Destaca siempre lo positivo, el bien que hay en cada existencia, los bienes recibidos y la gratitud que ha de corresponder, así como la esencia del amor: la “Contemplación para alcanzar amor” nos conduce desde la consideración de los múltiples bienes recibidos en forma particular a lo largo de la vida, hasta anegar la mirada en un deslumbramiento impregnado de alegre gratitud, sobre la miríada de bienes que desciende constantemente sobre todo el universo [234] a [237].
Que los EE concluyan con esta contemplación, es imagen de lo que ha de suceder en toda vida humana realizada, en el encuentro de la persona con la sabiduría, con la verdad, el bien y la belleza que colman todas las expectativas, todos los deseos, que configuran un principio y gozoso anticipo de lo que ha de ser la felicidad eterna.

REFERENCIAS:
Frankl, Viktor (2004) El hombre en busca de sentido. Barcelona: Herder.
Guardini, Romano (1994) La aceptación de sí mismo. Las edades de la vida. Buenos Aires: Lumen.
Hernández de Lamas, Graciela (2008) Retórica y educación. El discurso pedagógico desde la Retórica de Aristóteles. Buenos Aires: Instituto de Estudios Filosóficos “Santo Tomás de Aquino”.
Hernández de Lamas, Graciela (2010) Dios y la educación ¿Personalizar o divinizar? Conferencia en Universidad Federal de Río Grande, Río Grande do Sul, Brasil, Septiembre de 2010.
Newman, John Henry (1994) La misión de San Benito, en Historical Sketches. En Revista Newmaniana, año IV, Nº 11, Mayo 1994 y Nº 12, Septiembre de 1994.
Perkins, David (1997) La escuela inteligente. Barcelona: Gedisa.
Ruiz Sánchez, Francisco (2003) Fundamentos y fines de la educación. San Rafael (Mendoza): Ediciones del Verbo Encarnado.
San Ignacio de Loyola (2010) Libro de los Ejercicios Espirituales. San Rafael (Mendoza): Ediciones del Verbo Encarnado.
Tausch, Reinhard y Tausch, Anne-Marie (1981) Psicología de la educación. Barcelona: Herder.

lunes, 30 de julio de 2018

Pedagogía, Didáctica y Psicología educacional según los Ejercicios Espirituales Ignacianos (1 de 2)


Pedagogía, Didáctica y Psicología educacional según los Ejercicios Espirituales Ignacianos
1. Aclarando términos.
2. Pedagogía de los EE.
2.1. Lo primero: tener claro el fin.
2.2. Trabajar sobre todas las potencias, ordenándolas.
2. 3. Salvar siempre la libertad personal.
3. Didáctica de los EE.
3.1. Los momentos de todo aprendizaje.
3.2. La tarea de formar hábitos.
4. Psicología educacional de los EE.


1. Aclarando términos.
Desde hace años, los docentes venimos escuchando la reiterada crítica de los neopedagogos a la mal llamada “escuela tradicional”, los cuales identifican con tal nombre a la escuela enciclopedista, que recarga la memoria con datos y pierde de vista la causalidad final y la síntesis metafísica.
Es hora de deshacer el malentendido, que por otro lado, forma parte de las deformaciones y falsificaciones históricas con que se pretende, desde las ideologías, trastornar el modo de entender y valorar -tanto el pasado como el presente- por parte del común de  las personas.
Pensar en la “escuela tradicional” es, para nosotros, evocar toda la gran tradición que tiene la institución escolar desde la antigüedad.
En las más importantes culturas que recuerda la humanidad: Sumer, Israel, Grecia, Roma, India, China,…  las escuelas surgen para atesorar el depósito de la sabiduría que guarda la memoria viva del pueblo y para adquirir la técnica de la escritura que permitirá plasmarla de modo indeleble en los grandes libros, sobre todo, en los libros sagrados.
Por eso el mismo nombre “escuela”, que proviene del latín, schola, y este del griego, σχολή scholḗ; propiamente 'ocio', hace referencia al ocio contemplativo, al cultivo del espíritu, al arte de hacer humanos a los hombres, y por lo mismo, libres. Es precisamente en Occidente donde este concepto de libertad y plenitud humana aflora con mayor nitidez y cristaliza magníficamente en la cosmovisión cristiana. Tal es la tradición que reconocemos y a la que deseamos ser fieles en nuestro empeño docente. Y tal es la raíz de nuestra educación humanista.
No se trata de copiar lo que hacían los griegos o los medievales, sino de captar el espíritu que los inspiró para llegar a lo que lograron. ¿En qué consiste ese espíritu? Creo que posee tres características esenciales: una inspiración heroica, una orientación contemplativa y un amoroso cultivo del lenguaje.
Entiendo por inspiración heroica, el espíritu que mueve al alma magnánima, buscadora incansable de la verdad y decidida a jugarse por ella, dispuesta a dar siempre más, una vida que se vive por aquello por lo que se es capaz de morir, una vida iluminada por el ideal, es decir, con “norte” y con coraje, por lo tanto, capaz de realizar cosas grandes.
Por orientación contemplativa, entiendo el anhelo en pos de la verdad, el bien y la belleza, el deslumbramiento enamorado que suscita su hallazgo, la capacidad de reposar y de gozar en ellos; hábito buscado y cultivado como perfección y fin de la vida humana en este mundo, y preparación óptima para la vida eterna a que aspiramos y que la Misericordia Divina nos promete.
Con la expresión: amoroso cultivo del lenguaje, me refiero al trabajo dedicado, delicado y profundo de lectura y escritura en torno al signo, todo signo, pero muy especialmente la palabra. Esto ha producido históricamente todo tipo de maravillas artísticas, desde poemas hasta pinturas y monumentos, los cuales expresan simbólicamente las vivencias que devienen de la contemplación y son también exhortación al heroísmo, a la trascendencia.

2. Pedagogía de los EE.
Precisamente cuando la Revolución comienza, con la Reforma, a hacer estragos en el alma de la Cristiandad, partiéndola, no sólo religiosa, política y geográficamente, sino hasta en su visión de la realidad y del hombre mismo, surge el santo que trae un remedio: Ignacio y sus Ejercicios Espirituales.
¿Qué promueven los Ejercicios? Esencialmente:
Ø  tener claro el fin de cada vida humana, y por lo tanto, ayudan a distinguir lo que está al servicio del hombre de lo que lo esclaviza [23][1];
Ø  actualizar todas las potencias llevándolas a una ordenada plenitud, a través del autoconocimiento, la corrección de los defectos y la educción de virtudes [21];
Ø  cuidar de modo especial la libertad personal, para que todas las decisiones, grandes y pequeñas, pertenezcan real y plenamente al que las toma.
Desarrollaremos brevemente estos ítems, pues hacen al corazón de todo quehacer educativo.

2.1. Lo primero: tener claro el fin.
San Ignacio no trepida en poner por delante lo que es primero, y lo llama  “Principio y fundamento” [23]: es el sentido total de la vida, lo que inspirará todos los esfuerzos y trabajos, el saber para qué existimos, para qué fuimos creados.
En educación, sin un fin claro, no hay posibilidad de formación, pues todos los objetivos parciales deben subordinarse al fin, como cuando caminamos: cada paso ha de orientarse en la dirección hacia donde deseamos ir, de lo contrario habrá idas y vueltas, avances y retrocesos, detenciones injustificadas y vueltas desorientadas.
Psicológicamente lo vio con claridad Victor Frankl en su penosa, mas fructífera  estadía en el campo de concentración, pues comprobó que sobrevivían principalmente los que tenían algo por qué o por quién vivir, es decir, sabían que sus vidas tenían un sentido, una orientación, un fin. Por eso habla del “hombre en busca de sentido”, ya que es una necesidad de la inteligencia conocer el para qué de la vida, y de la voluntad, querer lograrlo. Sin metas, la vida se torna desde insípida hasta insoportable.
Metafísicamente, el fin es tan fundamental porque de él depende el resto, siempre, ya que el fin es la causa que mueve todas las demás causas. De hecho, el agente en tanto causa eficiente, ordena la materia y la forma según el fin que tiene propuesto.
Poseer claridad en cuanto al fin provee además un criterio esencial de discernimiento: es el “tanto cuanto” [23], que plantea San Ignacio. Algo sirve o no, vale o no, he de elegirlo o no, según me acerque o aleje del fin.
En todo lo que hacemos siempre hay algún fin, que puede ser explícito o implícito, consciente o inconsciente. Toda política educativa, sea familiar, escolar o nacional, tiene sus objetivos y su fin, confesos o no. La historia de todos los tiempos nos muestra que se puede poner a la persona en función de lo social o de ciertos interesas particulares hasta llegar a sacrificar sus posibilidades y derechos, incluso su libertad; o incorporarla a lo social desarrollando sus potencialidades e intereses, llevándola hacia una plenitud.
Una educación que no busque la perfección de la persona en el marco de su naturaleza, y por ello su felicidad, seguramente está subordinada a pretensiones que perjudican al hombre como tal.
Por eso sostenemos enfáticamente la necesidad de comenzar por plantearnos el fin: el fin del hombre, al que debe subordinarse de la educación, y de allí los fines y objetivos para cada estadio, situación, nivel de escolaridad, área de contenidos, asignatura o tarea (Cfr. Ruiz Sánchez, 2003).

2.2. Trabajar sobre todas las potencias, ordenándolas.
Mencionar las potencias del alma humana es hablar de las cognoscitivas y las apetitivas. Por ser el hombre un animal racional, las potencias sensibles: sentidos y apetitos sensibles, son análogas a las de los no racionales, aunque siempre impregnadas de la especificidad humana.
A través de los sentidos externos accedemos al mundo que nos rodea: vemos, escuchamos, olemos, gustamos, percibimos lo táctil. Los sentidos internos unifican ese magma de sensaciones, lo organizan, le otorgan valor y conservan, de modo que conformen imágenes y recuerdos: la base de la experiencia.
Para el hombre este acceso al mundo sensible no culmina allí, sino que por la capacidad de “leer-dentro”, la inteligencia capta lo esencial de las cosas, lo universal de ellas, nombrándolo con un verbo mental, o concepto, que se hace expreso en la palabra.
Eso que busca y aprehende la inteligencia, como la vista percibe el color o el oído el sonido, es la verdad, no la verdad moral, que depende de la veracidad de quien habla, sino la verdad ontológica, la verdad que posee cada ser por ser lo que es y no otra cosa.
Por otra parte están los apetitos.
En el plano sensible se han distinguido clásicamente dos apetitos: el concupiscible, que apetece el bien deleitable, lo que da gusto, disfrute y descanso al cuerpo; y el apetito irascible, que se orienta al bien arduo, ya para conseguir algo difícil, ya para defender el bien que se posee.
Pero el hombre por ser racional puede saltar por encima de los apetitos sensibles, e incluso oponérseles, cuando la inteligencia le muestra un bien más estimable. La voluntad, o apetito racional, es el motor de los actos específicamente humanos.
El uso de la inteligencia y la voluntad coloca al ser humano por encima del resto de los entes del mundo sensible, lo introduce en el universo de la libertad y le permite traspasar las barreras naturales del espacio y el tiempo, otorgando trascendencia e historicidad a sus actos y obras.

La experiencia personal y de la humanidad entera nos muestra que el recto uso de la libertad nos resulta arduo, pues muchas veces “hacemos el mal que no queremos” (Rom 15, 19). A veces fallamos porque nos equivocamos, otras simplemente por ignorancia o debilidad, y así vamos a los tumbos por la vida. Esa penosa indigencia y ese desorden que tanto termina doliendo, exigen un trabajo continuo, constante, perseverante, para sacarnos del error y la ignorancia, de las tendencias rastreras y egoístas, e ir construyendo el armazón de las virtudes intelectuales y morales que harán de nuestro obrar el de personas prudentes y justas, libres, plenas, sembradoras de paz y de bien,  felices.

A través de los EE se trata de adquirir hábitos de reflexión y discernimiento en lo intelectual, de decisión y realización en lo volitivo, acompañando estos actos con la afectividad. Por eso son ejercicios que debe ejecutar el que los realiza, el ejercitante, siempre bajo la guía de un maestro, pero con muchísima libertad personal [1].
Ese plexo armónico de hábitos buenos constituye el fin mismo de toda educación, pues es lo único que puede otorgar al hombre “la capacidad estable para ordenarse libre y rectamente, en su dinamismo interior y en su autoconducción hacia los bienes individuales y comunes, naturales y sobrenaturales, que plenifican su naturaleza.” (Ruiz Sánchez, 2003: 21)
Una persona así ordenada por las virtudes intelectuales y morales, se constituye en terreno fértil para la contemplación, se hace capaz del goce más alto que el hombre puede tener en esta vida, el deleite que llena el alma poniéndola de algún modo, en contacto con lo divino (Hernández de Lamas, 2010).
Pero sobre todo, la persona interiormente ordenada queda naturalmente abierta a la acción de nuevas y mayores gracias, que Dios da a todo hombre, pues “quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2, 4).

2. 3. Salvar siempre la libertad personal.
Una verdadera educación ha de forjar hombres libres, dueños de sí, señores, con espíritu de príncipes, capaces de lo grande y de donarse porque se poseen, porque sus actos son guiados por una inteligencia abrevada en la verdad y por una voluntad que adquirió la capacidad de no doblegarse ante las dificultades y de aspirar siempre a algo más.
Es notable el cuidado y la promoción de la libertad que se realiza a través de los EE. Siempre se trata al ejercitante en su dignidad personal, procurando que la descubra y lleve al máximo, que conozca y decida por sí mismo.
Los EE tienen por objeto explícito llevar las almas a su salvación para la gloria de Dios, y en ese sentido son un tesoro para la Iglesia y para la humanidad. 
La pedagogía que despliega San Ignacio se ha demostrado pertinente y eficaz en el orden sobrenatural: ha sido escuela de notables santos y admirables mártires.  Y lo es también en el orden natural, prueba de ello, las magnas obras emprendidas, tan grandes como originales: basta pensar en las Reducciones, con su organización económico social solidaria y creativa, un nuevo modo de hacer política, tan exitoso y renovador, que fue quizás uno de los principales motivos políticos que pesaron en la supresión de la Orden; los escritores que se formaron en su escuela: Lope de Vega, Calderón de la Barca, Miguel de Cervantes, científicos como Matteo Ricci, Angelo Secchi, por nombrar algunos casos notables entre otros cientos; los artistas, poetas, arquitectos, pintores, músicos que crearon estilo y todavía deslumbran con sus realizaciones. Basta dar una vuelta por las imágenes y la música que ha quedado de Chiquitos, en plena selva boliviana, para admirar el poder de ese espíritu magnánimo que inspiró tales prodigios.

La pedagogía de los EE está notablemente impregnada de las dos primeras características que hemos señalado para toda educación clásica: una inspiración heroica (el magis ignaciano: no sólo buscar la gloria de Dios, sino la mayor gloria, lo que más nos conduce al fin) y una orientación contemplativa, la mirada embriagada de luz, con el corazón rebosante de gratitud, que ha de culminar en una realización, prueba del amor. Es necesario destacar también que se apoya en la tercera característica: el amoroso cultivo del signo, en especial, de la palabra. En la dinámica de los EE, todos los signos son tenidos en cuenta y por tanto, esmeradamente cuidados: la luz y la sombra, las posturas y los gestos corporales, las imágenes y la música; pero indudablemente la palabra tiene el privilegio de ser expresión del concepto, y por lo tanto, del espíritu, de lo específicamente humano. Se comienza con las palabras que propone el punto para la reflexión, se transita por ellas en la meditación y en el discernimiento, se las busca para expresarse en el coloquio.
Llegados a este punto conviene tener en cuenta una sagaz observación que formula Newman (1994: 41), a quien la preocupación por la educación acompañó toda su vida. Él  distingue tres edades o tiempos en la educación cristiana, que han quedado integrados en la cultura católica:
1º) una edad poética, la benedictina, forjada en la vida de los monasterios.
2º) una edad científica, escolástica, principalmente ejemplificada por los dominicos.
3ª) una edad orientada a la práctica, guiada por la Prudencia, de expansión escolar, que ve liderada por los jesuitas.
En cada persona debería reproducirse de algún modo ese recorrido: comenzar por el contacto con la naturaleza, las narraciones y la poesía (Gramática); apoyándose en estos conocimientos y ampliándolos, buscar las razones, las causas y relaciones, adquirir el dominio del pensamiento (Lógica); y manteniendo todo aquello, aprender a concebir, decir y realizar las aplicaciones que indique la prudencia en cada campo: el de la propia persona, el de la sociedad y el del mundo (Retórica). Estamos así recuperando el currículum clásico, el Trivium, que prepara la mente dotándola de hábitos indispensables para alcanzar las profundidades de las ciencias y la elevación de la sabiduría.
Debemos señalar que, a partir de la Modernidad, se produce el despliegue de infinidad de congregaciones y sociedades religiosas católicas entregadas a la educación de niños y jóvenes, con especial énfasis en la dedicación hacia los más pobres. Y también que, contemporáneamente los Estados procuran arrebatar a los padres y a la Iglesia el derecho y deber de la docencia. Todos los problemas de la política educativa actual arrancan de esa situación.




[1] Los números entre corchetes corresponden al Libro de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola.