Charla en el XII Curso de Universitarios (2da. parte)
2. Tres aspectos de su espiritualidad
y pensamiento.
Voy
a destacar tres aspectos notables, sin pretender restringir toda la riqueza
espiritual e intelectual que presenta este gran santo.
1º) La centralidad que ocupa en su vida la fe,
concretamente la fe en el misterio del Verbo Encarnado.
Todo lo dicho sobre la vida, obras y conversión,
las virtudes y la espiritualidad de John Henry Newman tienen, en definitiva,
una sola y única explicación: la fe y el amor arraigados desde la adolescencia
en Cristo Verbo Encarnado. Fe que se elaboró y maduró en el contacto asiduo con
la Sagrada Escritura, en la oración y meditación de los misterios de la vida de
Cristo. Que se fundamentó, profundizó y encontró ejemplo en los Santos Padres,
sobre todo en el trato con los escritos originales y la vida de San Atanasio,
el campeón del Verbo Encarnado. Amor que se intensificó y se tornó cada vez más
ardiente y valeroso, más humilde y entregado a la Voluntad del Padre y a las
necesidades de los hermanos. Que se alimentó en la Santa Misa y la adoración
Eucarística. Que floreció, en definitiva, en un santo que regala Dios a
nuestros tiempos. Escuchémoslo:
¿Por qué
comprendemos tan poco el Evangelio de nuestra salvación? ¿Por qué nuestros ojos
son tan débiles y nuestros oídos tan duros para entender? ¿Por qué tenemos tan
poca fe, tan poco del cielo en los corazones? Por esta única razón, mis
hermanos, si se me permite explicarme en una sola palabra: porque meditamos tan
poco… ¿Qué es meditar sobre Cristo? Se trata sencillamente de esto: pensar
habitual y constantemente sobre Él, sobre su vida y sus sufrimientos. Es
tenerlo presente como Uno al que podemos contemplar, adorar y dirigirnos a Él
cuando nos levantamos a la mañana, cuando nos acostamos, cuando comemos y
cuando bebemos, cuando estamos en casa o en el extranjero, cuando trabajamos, o
caminamos, o descansamos; cuando estamos solos, y también cuando estamos en
compañía, esto es meditar. Mediante esto, y de ningún otro modo, nuestros
corazones llegarán a sentir como debieran. Tenemos corazones de piedra,
corazones duros como el pavimento; la historia de Cristo no nos impresiona. Y,
con todo, si hemos de ser salvados, hemos de adquirir corazones tiernos,
sensibles, vivos; nuestros corazones tienen que resultar rotos, deben ser
roturados como la tierra, y cavados, y regados, y arados, y cultivados, hasta
que se conviertan en jardines, jardines del Edén, aceptables a los ojos de
nuestro Dios, jardines en los que el Dios Altísimo pueda caminar y morar,
lleno, no de zarzas y espinas, sino de plantas aromáticas de dulces perfumes,
con árboles y flores celestiales. El árido y yermo desierto debe hacer brotar
manantiales de agua viva. Si nos hemos de salvar, antes deben cambiar nuestros
corazones. En una palabra, hemos de adquirir lo que no tenemos por naturaleza:
fe y amor. ¿Y cómo se logrará esto, con la gracia de Dios, si no es mediante la
reverente y frecuente meditación a lo largo del día? (Newman, 2011: 196).
2º) La
preocupación que tuvo por la evangelización de la cultura, y por consiguiente
en la educación.
Newman es
un hombre que vive de cara a Dios, que se juega entero por la Verdad, y que
entiende que el primer acto de amor a sus semejantes es aproximársela,
ofrecerla, hacerla asequible. Cuando se comprende -como él- el valor del
Evangelio, lo que significa conocer a Cristo, pertenecer a la Iglesia como
miembro vivo de su Cuerpo misterioso pero más real aún que el visible, nacen
ansias por transmitir esos tesoros que son fuego encendido en el alma del
apóstol.
La
conversión de cada hombre, su apertura a los toques de la gracia, su docilidad
a la voz de la conciencia, en definitiva: su sí a la fe y la Voluntad de Dios, es sin duda un proceso
supremamente íntimo, que depende del asentimiento
personal.
Pero
porque somos sociales, se da la importancia del ambiente, del clima espiritual,
de la cultura en que se desenvuelve la vida de la persona. Cuando una comunidad
-familia, hermandad, asociación, ciudad o nación- ha hecho carne el evangelio,
su gente comienza a vivir principalmente conforme a los criterios que éste
postula. Se ha evangelizado la cultura, tal como describe la Exhortación
Apostólica Evangelii Nuntiandi:
Para la Iglesia no se trata
solamente de predicar el Evangelio en zonas geográficas cada vez más vastas o
poblaciones cada vez más numerosas, sino de alcanzar y transformar con la
fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los
puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los
modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con la palabra de Dios
y con el designio de salvación. (EN, 19)
El
cristiano sabe que “Toda verdad, la diga quien la diga, viene del Espíritu
Santo” como enseñó S. Ambrosio (glosa a Cor XII, 3) y cita tantas veces Tomás
de Aquino, que supo buscar, encontrar y amar la verdad, así la dijera un
pagano, un mahometano o quien fuere. Es que, como afirmó reiteradamente Newman,
“la verdad se deja encontrar de quienes la buscan sinceramente”.
Desde sus
años del Oriel, las inquietudes de
Newman -que son en primer lugar religiosas- se vuelcan por eso mismo a la
educación. Le preocupan sus tutorados, luego sus parroquianos, más tarde sus
discípulos y amigos reunidos en Littlemore, los Padres del Oratorio, los niños
de la catequesis, los futuros alumnos de la Universidad Católica, los católicos
ingleses, los hombres todos. Tiene muy claro que todos necesitamos formación.
Ante la
ola de conversiones de intelectuales anglicanos, se generó una gran ansiedad en
los ambientes católicos. No se trataba solo de fomentarlas, sino de verlas
concretadas. Newman no es exitista, y se muestra cauto para alentar entusiasmos
que no tengan un fundamento firme. Ve la importancia de que los creyentes
tengan la fe bien arraigada, la amen conociéndola y sepan defenderla ante las
tentaciones y los ataques exteriores.
(Se trata de) intentar mejorar la situación,
el “status” de los católicos, a base de una cuidadosa revisión de las formas de
argumentar, de los puntos de contacto con las filosofías y tendencias actuales,
proporcionarles puntos de vista más justos, ampliar y hacer menos basta su
cabeza, en una palabra, darles Educación […]. De principio a fin, mi objetivo
ha sido la Educación en el sentido amplio de la palabra. (Del Diario, 21 de
enero de 1863)
Newman
advierte la importancia de la formación temprana, porque, dice: “hay un gran
peligro de que la escuela científica se aparte de la Iglesia cristiana, y a la
larga reniegue de la madre a quien tanto debía. Esta desgracia en cierta medida
ya nos ha ocurrido; para que no aumente, hemos de cuidar de aquella educación
religiosa temprana que sin ninguna duda deben recibir todas las personas, tanto
de las clases elevadas como de las más humildes de la comunidad”(Newman, 1993:
67).
Por eso
uno de los proyectos reiteradamente intentados, fue el de crear colegios
católicos, reunir a los jóvenes, formar
grupos de intereses afines.
Quería
despertar al laicado, movilizarlo intelectualmente, lograr que tuvieran
defensas doctrinales frente a los avances del liberalismo, que no sólo irrumpía
en las sociedades trastornando las costumbres tradicionales, sino que iba
penetrando también en la Iglesia. Él encontró que la mayoría de los católicos,
inclusive los obispos, no tenían claro el problema ni lo que era urgente hacer.
El
verdadero problema católico inglés era la carencia de educación. Ante la
creación de obispados, cuando fue restaurada la jerarquía, Newman decía:
“Necesitamos seminarios, más que sedes episcopales”. Él comprendía que lo más
importante era formar a los sacerdotes, impulsar colegios propios, aprovechar
las campañas contra los católicos para “promover una gran campaña que llegue a
los pueblos, se podrían organizar sermones o conferencias,… comenzar un
periódico, una revista, etc.” Debía haber conferenciantes laicos y reuniones
públicas en las grandes ciudades, que pusieran sobre el tapete los temas
importantes de la vida y de la fe. Los católicos jóvenes deberían unirse, como
habían hecho en su momento los tractarianos.
Recibe con
entusiasmo el proyecto de la Universidad Católica de Irlanda. En sus discursos
defiende la unión de la razón y la fe:
Éste, pues, imagino
que es el objetivo de la Santa Sede y de la Iglesia Católica al fundar
universidades: volver a unir cosas que en el principio estaban unidas por Dios,
y que han sido separadas por el hombre. […] Deseo que el intelecto se expanda
con la mayor libertad, y que la religión disfrute de igual libertad, pero lo
que pongo como condición es que deben encontrarse en uno y el mismo sitio, y
ejemplificado en las mismas personas... No me satisfará lo que satisface a
tantos, tener dos sistemas independientes, intelectual y religioso, caminando
uno al lado del otro al mismo tiempo, por una especie de división del trabajo,
y sólo reunidos accidentalmente. No me satisfará si... los jóvenes conversan
con la ciencia todo el día y se presentan ante la religión por la noche... La
devoción no es una especie de final ofrecido a las ciencias, ni la ciencia
es... un ornamento y una bagatela de la devoción. Quiero que los seglares
intelectuales sean religiosos, y los eclesiásticos devotos sean intelectuales. (Del Discurso en la iglesia de la Universidad Católica de Irlanda).
Newman
muestra constantemente la preocupación por el fin último de cada vida humana.
Es evidente, que si la educación ha de servir al hombre, y no a otros intereses
contrarios a él y a su felicidad, el fin de la educación debe subordinarse al
fin del hombre. Para que esto suceda, debemos primero tomar conciencia de que
tenemos un destino y una misión particular, que hemos sido creados con un
propósito que es personal para cada ser humano, y que en cumplirlo está nuestra
perfección.
Así
es, hermanos míos; cada ser que alienta en este mundo, grande o humilde,
educado o ignorante, joven o viejo, varón o mujer, tiene una misión, tiene una
obra. No hemos sido enviados al mundo para nada; no hemos nacido de casualidad;
no estamos aquí para que podamos irnos a dormir por la noche y levantarnos por
la mañana, ganarnos el pan con fatiga, comer y beber, reír y jugar, pecar
cuando tenemos gana y reformarnos cuando estamos cansados de pecar, fundar una
familia y morir. Dios ve a cada uno de nosotros; Él ha creado cada alma, y las
infunde en cada cuerpo, una por una, con algún propósito. Él necesita, se digna
necesitar, de cada uno de nosotros. Él tiene para cada uno de nosotros un fin;
somos iguales ante sus ojos, y estamos colocados en diferentes rangos y
posiciones, no para sacar de ellos todo el provecho que podamos para nosotros
mismos, sino para trabajar en ellos por Él. Así como Cristo tuvo su obra,
nosotros también tenemos la nuestra; y como Él se regocijó en hacer su obra,
nosotros también debemos gozarnos en las nuestras. (Newman, 1947: 85)
3º) La
lucha que emprendió contra el modernismo o liberalismo como perversión de la
religión y entrega al mundo.
Ve
anticipadamente la relación que puede darse entre las seducciones del mundo y
el error:
Estamos
en un tiempo y un país en el que, más que nunca, los hombres disponen de
ciertas oportunidades para lo que se llama progresar en el mundo, ascender en
la escala social, obtener riquezas; y claro, una vez en posesión de riquezas,
todas las demás cosas que siguen: consideración, prestigio, influencia,
placeres, concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y soberbia de
la vida. Así es que desde que los hombres disponen de más oportunidades que en
otros tiempos para obtener bienes mundanos, no es de extrañar que crezca la
tentación de esforzarse por obtenerlos; ni tampoco nos extraña que
efectivamente algunos incrementan su fortuna y así ponen su corazón en los
tales bienes.
Y sucederá
a menudo que, a partir de la codicia antes de obtenerlos, pasando a su
celebración una vez obtenidos, los hombres se ven inducidos a recurrir a medios
ilícitos, ora para incrementarlos, ora para no perderlos. […]
Y así como
estos bienes inducen a amar al mundo, así también inducen a confiar en el
mundo: no sólo nos volvemos mundanos, sino infieles también; se corrompe la
voluntad, se oscurece la inteligencia, la verdad produce disgusto y
gradualmente aprendemos a sostener y defender el error. (Newman 2011 b: 117 y
121)
Cuando en 1879 recibe su designación cardenalicia,
su discurso de agradecimiento contiene la tesis que alimentó la dura lucha
librada a lo largo de su vida, que fue contra el liberalismo. Dice así:
Y me alegra decir que me he opuesto desde el
comienzo a un gran mal. Durante treinta, cuarenta, cincuenta años, he resistido
con lo mejor de mis fuerzas al espíritu del liberalismo en religión. ¡Nunca la
Santa Iglesia necesitó defensores contra él con más urgencia que ahora, cuando
desafortunadamente es un error que se expande como una trampa por toda la
tierra! Y en esta ocasión, en que es natural para quien está en mi lugar
considerar el mundo y mirar la Santa Iglesia tal como está, y su futuro, espero
que no se juzgará fuera de lugar si renuevo la protesta que hecho tan a menudo.
El liberalismo religioso es la doctrina que afirma
que no hay ninguna verdad positiva en religión, que un credo es tan bueno como
otro, y esta es la enseñanza que va ganando solidez y fuerza diariamente. Es
incongruente con cualquier reconocimiento de cualquier religión como verdadera.
Enseña que todas deben ser toleradas, pues todas son materia de opinión. La
religión revelada no es una verdad, sino un sentimiento o gusto; no es un hecho
objetivo ni milagroso, y está en el derecho de cada individuo hacerle decir tan
sólo lo que impresiona a su fantasía. La devoción no está necesariamente
fundada en la fe. (Biglietto Speech)
El Movimiento de Oxford concluye con
la conversión de Newman, pero no ha dejado de tener repercusiones. Entre muchas
otras, es destacable el llamamiento lanzado por una importante cantidad de
miembros del clero anglicano en 1932, documento en el que, rehaciendo las
teorías de los Padres de Oxford, se
censuraba las ruinas del dogma, de la tradición y de la moral aportadas por el
modernismo.
Periódicamente
se producen hechos que reavivan aquellas inquietudes espirituales. En 2009 el
Papa Benedicto XVI aprobó, mediante la Constitución Apostólica
Anglicanorum Coetibus (Grupos de
Anglicanos), la creación de Ordinariatos destinados a recibir grupalmente tanto
al clero como a los fieles anglicanos que habían pedido unirse a la
catolicidad. Fueron miles los que se acogieron al beneficio de ser recibidos en
la Iglesia Católica.
Concluyo con una oración de entrega y
confianza, escrita por el propio Newman:
Señor, Haz de mí lo que Tú quieras. No
pretendo regatear, no impongo condición, ni intento ver adónde me llevas.
Señor, haz de mí lo que Tú quieras. Seré nada más lo que Tú quieras. Y no digo
que te seguiré por todas partes, porque soy débil. Pero me entrego a Ti para
que me lleves adonde Tú quieras.
Hna. María Gloria de Jerusalén Ianantuoni
San Rafael,
16/1/2016.
Referencias:
Ker, Ian (2010) John Henry Newman. Una
biografía. Madrid: Palabra.
Newman,
John Henry (1947) Discursos para auditorios mixtos. Buenos Aires: La colmena.
Newman,
John Henry (1993) La fe y la razón. Quince sermones predicados ante la Universidad de
Oxford (1826-1843). Madrid: Encuentro.
Newman,
John Henry (1996) Cartas y diarios. Selección, traducción y notas de Víctor
García Ruiz y José Morales. Madrid: Rialp.
Newman, John Henry (2006) Cuatro sermones sobre el Anticristo.
Buenos Aires: Pórtico.
Newman,
John Henry (2011) El mundo invisible. Buenos Aires: Vórtice.
Newman, John Henry (2013) Apologia
“pro vita sua”. Madrid: BAC.
Web
recomendada: www.amigosdenewman.com.ar