jueves, 28 de enero de 2016

Santo Tomás, maestro de maestros!

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     Entre los Doctores escolásticos brilla grandemente Santo Tomás de Aquino, Príncipe y Maestro de todos, el cual, como advierte Cayetano, «por haber venerado en gran manera los antiguos Doctores sagrados, obtuvo de algún modo la inteligencia de todos». Sus doctrinas, como miembros dispersos de un cuerpo, reunió y congregó en uno Tomás, dispuso con orden admirable, y de tal modo las aumentó con nuevos principios, que con razón y justicia es tenido por singular apoyo de la Iglesia católica; de dócil y penetrante ingenio, de memoria fácil y tenaz, de vida integérrima, amador únicamente de la verdad, riquísimo en la ciencia divina y humana, comparado al sol, animó al mundo con el calor de sus virtudes, y le iluminó con esplendor. No hay parte de la filosofía que no haya tratado aguda y a la vez sólidamente: trató de las leyes del raciocinio, de Dios y de las substancias incorpóreas, del hombre y de otras cosas sensibles, de los actos humanos y de sus principios, de tal modo, que no se echan de menos en él, ni la abundancia de cuestiones, ni la oportuna disposición de las partes, ni la firmeza de los principios o la robustez de los argumentos, ni la claridad y propiedad del lenguaje, ni cierta facilidad de explicar las cosas abstrusas.

     Añádese a esto que el Doctor Angélico indagó las conclusiones filosóficas en las razones y principios de las cosas, los que se extienden muy latamente, y encierran como en su seno las semillas de casi infinitas verdades, que habían de abrirse con fruto abundantísimo por los maestros posteriores. Habiendo empleado este método de filosofía, consiguió haber vencido él solo los errores de los tiempos pasados, y haber suministrado armas invencibles, para refutar los errores que perpetuamente se han de renovar en los siglos futuros. Además, distinguiendo muy bien la razón de la fe, como es justo, y asociándolas, sin embargo amigablemente, conservó los derechos de una y otra, proveyó a su dignidad de tal suerte, que la razón elevada a la mayor altura en alas de Tomás, ya casi no puede levantarse a regiones más sublimes, ni la fe puede casi esperar de la razón más y más poderosos auxilios que los que hasta aquí ha conseguido por Tomás.
León XIII, de la Encíclica "Aeterni Patris"
Zurbarán (1631) "Apoteosis de Santo Tomás de Aquino", Sevilla.

miércoles, 27 de enero de 2016

Razón y fe en el Card. Newman (2 de 2)

Charla en el XII Curso de Universitarios (2da. parte)


2. Tres aspectos de su espiritualidad y pensamiento.


Voy a destacar tres aspectos notables, sin pretender restringir toda la riqueza espiritual e intelectual que presenta este gran santo.
1º) La centralidad que ocupa en su vida la fe, concretamente la fe en el misterio del Verbo Encarnado.
Todo lo dicho sobre la vida, obras y conversión, las virtudes y la espiritualidad de John Henry Newman tienen, en definitiva, una sola y única explicación: la fe y el amor arraigados desde la adolescencia en Cristo Verbo Encarnado. Fe que se elaboró y maduró en el contacto asiduo con la Sagrada Escritura, en la oración y meditación de los misterios de la vida de Cristo. Que se fundamentó, profundizó y encontró ejemplo en los Santos Padres, sobre todo en el trato con los escritos originales y la vida de San Atanasio, el campeón del Verbo Encarnado. Amor que se intensificó y se tornó cada vez más ardiente y valeroso, más humilde y entregado a la Voluntad del Padre y a las necesidades de los hermanos. Que se alimentó en la Santa Misa y la adoración Eucarística. Que floreció, en definitiva, en un santo que regala Dios a nuestros tiempos. Escuchémoslo:
¿Por qué comprendemos tan poco el Evangelio de nuestra salvación? ¿Por qué nuestros ojos son tan débiles y nuestros oídos tan duros para entender? ¿Por qué tenemos tan poca fe, tan poco del cielo en los corazones? Por esta única razón, mis hermanos, si se me permite explicarme en una sola palabra: porque meditamos tan poco… ¿Qué es meditar sobre Cristo? Se trata sencillamente de esto: pensar habitual y constantemente sobre Él, sobre su vida y sus sufrimientos. Es tenerlo presente como Uno al que podemos contemplar, adorar y dirigirnos a Él cuando nos levantamos a la mañana, cuando nos acostamos, cuando comemos y cuando bebemos, cuando estamos en casa o en el extranjero, cuando trabajamos, o caminamos, o descansamos; cuando estamos solos, y también cuando estamos en compañía, esto es meditar. Mediante esto, y de ningún otro modo, nuestros corazones llegarán a sentir como debieran. Tenemos corazones de piedra, corazones duros como el pavimento; la historia de Cristo no nos impresiona. Y, con todo, si hemos de ser salvados, hemos de adquirir corazones tiernos, sensibles, vivos; nuestros corazones tienen que resultar rotos, deben ser roturados como la tierra, y cavados, y regados, y arados, y cultivados, hasta que se conviertan en jardines, jardines del Edén, aceptables a los ojos de nuestro Dios, jardines en los que el Dios Altísimo pueda caminar y morar, lleno, no de zarzas y espinas, sino de plantas aromáticas de dulces perfumes, con árboles y flores celestiales. El árido y yermo desierto debe hacer brotar manantiales de agua viva. Si nos hemos de salvar, antes deben cambiar nuestros corazones. En una palabra, hemos de adquirir lo que no tenemos por naturaleza: fe y amor. ¿Y cómo se logrará esto, con la gracia de Dios, si no es mediante la reverente y frecuente meditación a lo largo del día? (Newman, 2011: 196).

2º) La preocupación que tuvo por la evangelización de la cultura, y por consiguiente en la educación.

Newman es un hombre que vive de cara a Dios, que se juega entero por la Verdad, y que entiende que el primer acto de amor a sus semejantes es aproximársela, ofrecerla, hacerla asequible. Cuando se comprende -como él- el valor del Evangelio, lo que significa conocer a Cristo, pertenecer a la Iglesia como miembro vivo de su Cuerpo misterioso pero más real aún que el visible, nacen ansias por transmitir esos tesoros que son fuego encendido en el alma del apóstol.
La conversión de cada hombre, su apertura a los toques de la gracia, su docilidad a la voz de la conciencia, en definitiva: su a la fe y la Voluntad de Dios, es sin duda un proceso supremamente íntimo, que depende del asentimiento personal.
Pero porque somos sociales, se da la importancia del ambiente, del clima espiritual, de la cultura en que se desenvuelve la vida de la persona. Cuando una comunidad -familia, hermandad, asociación, ciudad o nación- ha hecho carne el evangelio, su gente comienza a vivir principalmente conforme a los criterios que éste postula. Se ha evangelizado la cultura, tal como describe la Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi:
Para la Iglesia no se trata solamente de predicar el Evangelio en zonas geográficas cada vez más vastas o poblaciones cada vez más numerosas, sino de alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con la palabra de Dios y con el designio de salvación. (EN, 19)
El cristiano sabe que “Toda verdad, la diga quien la diga, viene del Espíritu Santo” como enseñó S. Ambrosio (glosa a Cor XII, 3) y cita tantas veces Tomás de Aquino, que supo buscar, encontrar y amar la verdad, así la dijera un pagano, un mahometano o quien fuere. Es que, como afirmó reiteradamente Newman, “la verdad se deja encontrar de quienes la buscan sinceramente”.
Desde sus años del Oriel, las inquietudes de Newman -que son en primer lugar religiosas- se vuelcan por eso mismo a la educación. Le preocupan sus tutorados, luego sus parroquianos, más tarde sus discípulos y amigos reunidos en Littlemore, los Padres del Oratorio, los niños de la catequesis, los futuros alumnos de la Universidad Católica, los católicos ingleses, los hombres todos. Tiene muy claro que todos necesitamos formación.
Ante la ola de conversiones de intelectuales anglicanos, se generó una gran ansiedad en los ambientes católicos. No se trataba solo de fomentarlas, sino de verlas concretadas. Newman no es exitista, y se muestra cauto para alentar entusiasmos que no tengan un fundamento firme. Ve la importancia de que los creyentes tengan la fe bien arraigada, la amen conociéndola y sepan defenderla ante las tentaciones y los ataques exteriores.
(Se trata de) intentar mejorar la situación, el “status” de los católicos, a base de una cuidadosa revisión de las formas de argumentar, de los puntos de contacto con las filosofías y tendencias actuales, proporcionarles puntos de vista más justos, ampliar y hacer menos basta su cabeza, en una palabra, darles Educación […]. De principio a fin, mi objetivo ha sido la Educación en el sentido amplio de la palabra. (Del Diario, 21 de enero de 1863)
Newman advierte la importancia de la formación temprana, porque, dice: “hay un gran peligro de que la escuela científica se aparte de la Iglesia cristiana, y a la larga reniegue de la madre a quien tanto debía. Esta desgracia en cierta medida ya nos ha ocurrido; para que no aumente, hemos de cuidar de aquella educación religiosa temprana que sin ninguna duda deben recibir todas las personas, tanto de las clases elevadas como de las más humildes de la comunidad”(Newman, 1993: 67).
Por eso uno de los proyectos reiteradamente intentados, fue el de crear colegios católicos, reunir  a los jóvenes, formar grupos de intereses afines.
Quería despertar al laicado, movilizarlo intelectualmente, lograr que tuvieran defensas doctrinales frente a los avances del liberalismo, que no sólo irrumpía en las sociedades trastornando las costumbres tradicionales, sino que iba penetrando también en la Iglesia. Él encontró que la mayoría de los católicos, inclusive los obispos, no tenían claro el problema ni lo que era urgente hacer.
El verdadero problema católico inglés era la carencia de educación. Ante la creación de obispados, cuando fue restaurada la jerarquía, Newman decía: “Necesitamos seminarios, más que sedes episcopales”. Él comprendía que lo más importante era formar a los sacerdotes, impulsar colegios propios, aprovechar las campañas contra los católicos para “promover una gran campaña que llegue a los pueblos, se podrían organizar sermones o conferencias,… comenzar un periódico, una revista, etc.” Debía haber conferenciantes laicos y reuniones públicas en las grandes ciudades, que pusieran sobre el tapete los temas importantes de la vida y de la fe. Los católicos jóvenes deberían unirse, como habían hecho en su momento los tractarianos.
Recibe con entusiasmo el proyecto de la Universidad Católica de Irlanda. En sus discursos defiende la unión de la razón y la fe:
Éste, pues, imagino que es el objetivo de la Santa Sede y de la Iglesia Católica al fundar universidades: volver a unir cosas que en el principio estaban unidas por Dios, y que han sido separadas por el hombre. […] Deseo que el intelecto se expanda con la mayor libertad, y que la religión disfrute de igual libertad, pero lo que pongo como condición es que deben encontrarse en uno y el mismo sitio, y ejemplificado en las mismas personas... No me satisfará lo que satisface a tantos, tener dos sistemas independientes, intelectual y religioso, caminando uno al lado del otro al mismo tiempo, por una especie de división del trabajo, y sólo reunidos accidentalmente. No me satisfará si... los jóvenes conversan con la ciencia todo el día y se presentan ante la religión por la noche... La devoción no es una especie de final ofrecido a las ciencias, ni la ciencia es... un ornamento y una bagatela de la devoción. Quiero que los seglares intelectuales sean religiosos, y los eclesiásticos devotos sean intelectuales. (Del Discurso en la iglesia de la Universidad Católica de Irlanda).

Newman muestra constantemente la preocupación por el fin último de cada vida humana. Es evidente, que si la educación ha de servir al hombre, y no a otros intereses contrarios a él y a su felicidad, el fin de la educación debe subordinarse al fin del hombre. Para que esto suceda, debemos primero tomar conciencia de que tenemos un destino y una misión particular, que hemos sido creados con un propósito que es personal para cada ser humano, y que en cumplirlo está nuestra perfección.
Así es, hermanos míos; cada ser que alienta en este mundo, grande o humilde, educado o ignorante, joven o viejo, varón o mujer, tiene una misión, tiene una obra. No hemos sido enviados al mundo para nada; no hemos nacido de casualidad; no estamos aquí para que podamos irnos a dormir por la noche y levantarnos por la mañana, ganarnos el pan con fatiga, comer y beber, reír y jugar, pecar cuando tenemos gana y reformarnos cuando estamos cansados de pecar, fundar una familia y morir. Dios ve a cada uno de nosotros; Él ha creado cada alma, y las infunde en cada cuerpo, una por una, con algún propósito. Él necesita, se digna necesitar, de cada uno de nosotros. Él tiene para cada uno de nosotros un fin; somos iguales ante sus ojos, y estamos colocados en diferentes rangos y posiciones, no para sacar de ellos todo el provecho que podamos para nosotros mismos, sino para trabajar en ellos por Él. Así como Cristo tuvo su obra, nosotros también tenemos la nuestra; y como Él se regocijó en hacer su obra, nosotros también debemos gozarnos en las nuestras. (Newman, 1947: 85)

3º) La lucha que emprendió contra el modernismo o liberalismo como perversión de la religión y entrega al mundo.

Ve anticipadamente la relación que puede darse entre las seducciones del mundo y el error:
Estamos en un tiempo y un país en el que, más que nunca, los hombres disponen de ciertas oportunidades para lo que se llama progresar en el mundo, ascender en la escala social, obtener riquezas; y claro, una vez en posesión de riquezas, todas las demás cosas que siguen: consideración, prestigio, influencia, placeres, concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y soberbia de la vida. Así es que desde que los hombres disponen de más oportunidades que en otros tiempos para obtener bienes mundanos, no es de extrañar que crezca la tentación de esforzarse por obtenerlos; ni tampoco nos extraña que efectivamente algunos incrementan su fortuna y así ponen su corazón en los tales bienes.
Y sucederá a menudo que, a partir de la codicia antes de obtenerlos, pasando a su celebración una vez obtenidos, los hombres se ven inducidos a recurrir a medios ilícitos, ora para incrementarlos, ora para no perderlos. […]
Y así como estos bienes inducen a amar al mundo, así también inducen a confiar en el mundo: no sólo nos volvemos mundanos, sino infieles también; se corrompe la voluntad, se oscurece la inteligencia, la verdad produce disgusto y gradualmente aprendemos a sostener y defender el error. (Newman 2011 b: 117 y 121)

Cuando en 1879 recibe su designación cardenalicia, su discurso de agradecimiento contiene la tesis que alimentó la dura lucha librada a lo largo de su vida, que fue contra el liberalismo. Dice así:
Y me alegra decir que me he opuesto desde el comienzo a un gran mal. Durante treinta, cuarenta, cincuenta años, he resistido con lo mejor de mis fuerzas al espíritu del liberalismo en religión. ¡Nunca la Santa Iglesia necesitó defensores contra él con más urgencia que ahora, cuando desafortunadamente es un error que se expande como una trampa por toda la tierra! Y en esta ocasión, en que es natural para quien está en mi lugar considerar el mundo y mirar la Santa Iglesia tal como está, y su futuro, espero que no se juzgará fuera de lugar si renuevo la protesta que hecho tan a menudo.
El liberalismo religioso es la doctrina que afirma que no hay ninguna verdad positiva en religión, que un credo es tan bueno como otro, y esta es la enseñanza que va ganando solidez y fuerza diariamente. Es incongruente con cualquier reconocimiento de cualquier religión como verdadera. Enseña que todas deben ser toleradas, pues todas son materia de opinión. La religión revelada no es una verdad, sino un sentimiento o gusto; no es un hecho objetivo ni milagroso, y está en el derecho de cada individuo hacerle decir tan sólo lo que impresiona a su fantasía. La devoción no está necesariamente fundada en la fe. (Biglietto Speech)

El Movimiento de Oxford concluye con la conversión de Newman, pero no ha dejado de tener repercusiones. Entre muchas otras, es destacable el llamamiento lanzado por una importante cantidad de miembros del clero anglicano en 1932, documento en el que, rehaciendo las teorías de los Padres de Oxford, se censuraba las ruinas del dogma, de la tradición y de la moral aportadas por el modernismo.
Periódicamente se producen hechos que reavivan aquellas inquietudes espirituales. En 2009 el Papa Benedicto XVI aprobó, mediante la Constitución Apostólica Anglicanorum Coetibus (Grupos de Anglicanos), la creación de Ordinariatos destinados a recibir grupalmente tanto al clero como a los fieles anglicanos que habían pedido unirse a la catolicidad. Fueron miles los que se acogieron al beneficio de ser recibidos en la Iglesia Católica.

Concluyo con una oración de entrega y confianza, escrita por el propio Newman:
Señor, Haz de mí lo que Tú quieras. No pretendo regatear, no impongo condición, ni intento ver adónde me llevas. Señor, haz de mí lo que Tú quieras. Seré nada más lo que Tú quieras. Y no digo que te seguiré por todas partes, porque soy débil. Pero me entrego a Ti para que me lleves adonde Tú quieras.

Hna. María Gloria de Jerusalén Ianantuoni
San Rafael, 16/1/2016.
Referencias:
Ker, Ian (2010) John Henry Newman. Una biografía. Madrid: Palabra.
Newman, John Henry (1947) Discursos para auditorios mixtos. Buenos Aires: La colmena.
Newman, John Henry (1993) La fe y la razón. Quince sermones predicados ante la Universidad de Oxford (1826-1843). Madrid: Encuentro.
Newman, John Henry (1996) Cartas y diarios. Selección, traducción y notas de Víctor García Ruiz y José Morales. Madrid: Rialp.
Newman, John Henry (2006) Cuatro sermones sobre el Anticristo. Buenos Aires: Pórtico.
Newman, John Henry (2011) El mundo invisible. Buenos Aires: Vórtice.
Newman, John Henry (2013) Apologia “pro vita sua”. Madrid: BAC.

Web recomendada: www.amigosdenewman.com.ar

martes, 26 de enero de 2016

Razón y fe en el Card. Newman (1 de 2)


XIIº Curso de Universitarios en San Rafael - Charla inaugural


Introducción.

“Pocas acusaciones han lanzado los incrédulos más a menudo contra la religión revelada que la insistencia en que ésta es hostil al avance de la filosofía y de la ciencia”: Así comienza el primero de los “Sermones Universitarios” de quien fuera el Card. Newman.
¿Quién es Newman en el momento de pronunciar estas palabras ante uno de los auditorios más calificados de la época, el de profesores, intelectuales y alumnos de la Universidad de Oxford?
Es un joven clérigo anglicano de apenas 25 años, que ha sentido en carne propia lo que significan los ataques a la fe en nombre de la razón, porque en su adolescencia plena de inquietudes intelectuales tuvo la experiencia de leer a autores impíos –en la línea de los racionalistas franceses- que vistiendo de argumentación sus prejuicios, atacaban la fe, y está viendo cómo día a día avanza la impiedad en la sociedad.
Estamos en la Inglaterra del S XIX, en medio de la 2da revolución industrial, dominadora de casi la mitad del mundo en lo económico y en lo político, con el racionalismo y el liberalismo extendiéndose como una mancha de aceite no sólo en el mundo profano sino hasta entre teólogos y clérigos. Es la influencia de la Ilustración (Voltaire, Diderot, Rousseau, D’Alembert…) cuyos frutos pronto se verán en Nietzsche, Marx, Darwin, Spencer, Comte, anarquistas como Bakunin…

Dividiré esta charla en dos partes: en primer lugar abordaré una brevísima reseña biográfica de Newman, y en segundo lugar intentaré mostrar algunas líneas predominantes de su pensamiento.


1. Bosquejo biográfico.    


Newman había nacido en 1801. Padre empresario. Madre con piedad calvinista. Fue el mayor de seis hermanos. Desarrolló el gusto por la literatura y la música, tuvo una esmerada educación. Narra en su autobiografía:
A mis quince años (en el otoño de 1816) un gran cambio hubo lugar en mi pensamiento. Caí bajo la influencia de un credo definido y recibí en mi inteligencia impresiones de lo que es un dogma que, por la misericordia de Dios, nunca se han borrado ni oscurecido […] El instrumento humano de este comienzo de fe divina en mí fue el excelente varón […] reverendo Walter Mayers, de Oxford. (Apologia pro vita sua, 5)

A los 19 años gradúa como Bachiller en Artes; pero no deja de aprender la más difícil de las ciencias, que consiste en conocerse a sí mismo para mejorar, para corregirse, y no por autocomplacencia, sino para agradar al Señor. Ya va quedando en claro el papel que jugarán en su vida la fe, y la confianza en Dios, basadas en una auténtica humildad, así como una profunda veneración hacia el sacramento de la Eucaristía, que se acrecentará día a día en su vida. Escribe en su Diario:
Me falta mucho espíritu en la oración, cariño a mi hermano, docilidad, humildad, perdonar las ofensas, ser caritativo, paciente.
Tengo mal carácter, soy vanidoso, orgulloso, arrogante, me irrito en seguida.
Pero sobre todo quiero conseguir la fuerza de la fe, que ahora noto que me falta. Las nubes de la duda cruzan por mi cabeza; aunque tengo lo que Dios quiera que dure siempre: una ‘completa seguridad de la esperanza´ acerca de mi salvación final, y la he tenido siempre desde el momento de mi conversión. También me hace falta un amor fervoroso hacia Cristo. (Diario, 4 de agosto de 1821)
Pronto es elegido fellow (tutor) del Oriel College, centro universitario de Oxford que estaba en lo más encumbrado de su fama intelectual.
Oriel College, en Oxford

En 1825, a sus 24 años, es ordenado presbítero anglicano. La vida de oración, el deseo de profundizar los temas y de mayor perfección personal, las providenciales amistades, van orientándolo, sin que él mismo lo sospeche aún, al puerto donde lo lleva la gracia.
Advierte el estado decepcionante de la Iglesia anglicana. Por una parte, la Baja Iglesia, más popular, dividida en pequeñas sectas y minada por ideas protestantes, y por otra parte, la Alta Iglesia, minoritaria, que conservaba a duras penas el dogma y la liturgia, pero en decadencia.
El pensamiento vigente, salvo en círculos de excelencia, como veremos en el caso del Movimiento de Oxford, se cifra en el más ramplón utilitarismo, en el culto del confort, en el racionalismo vulgar, en el positivismo científico y el liberalismo económico, pero sobre todo, en el cinismo político que se viste con el rigor puritano.
Todo ello genera una sociedad marcada por la búsqueda del éxito a través del dinero y el individualismo, mientras mantiene una inflexible moral sexual. Aunque la religión todavía se practica  externamente, deriva hacia el materialismo ateo en el fuero interno, que se manifestará en ese fin de siglo bajo el aspecto de teorías científicas. Son exponentes de ello, por ejemplo, las de Charles Darwin y Sigmund Freud.
Newman ve este cuadro, y lo denuncia reiteradamente en sus sermones:
[…] resulta una consideración temible que pertenecemos a una nación que en buena medida subsiste a fuerza de hacer dinero. No insistiré en esto, ni inquiriré acerca de si los males políticos específicos de los días que corren arraigan en este principio, que San Pablo llama la raíz de todos los males, el amor del dinero. Sólo propongo que consideremos el hecho de que somos un pueblo que hace dinero, y esto pese a que tenemos delante nuestro las declaraciones de Nuestro Salvador contra el dinero y la confianza en el dinero. (Newman, 2011: 114)

Sin duda, existe actualmente una confederación del mal, que recluta sus tropas de todas partes del mundo, organizándose a sí misma, tomando sus medidas para encerrar a la Iglesia de Cristo como en una red, y preparando el camino para una Apostasía general. (Newman, 2006: 41)

Cuando queda como Párroco de Saint Mary, la iglesia universitaria de Oxford, comienza a estudiar sistemáticamente a los Padres de la Iglesia, en busca de la pureza y la verdad de los orígenes. 
Saint Mary de Oxford

Newman vislumbra entonces que los teólogos y exégetas protestantes -imbuidos de las ideas liberales- hacen una relectura arriana o semiarriana de la Biblia y un replanteo del dogma. Trabaja sobre cuestión de esta herejía escribiendo un libro: Los arrianos del siglo IV.
En 1833, uno de sus amigos del Oriel, John Keble, predica en Santa María un sermón que marca el comienzo público del Movimiento de Oxford: La apostasía nacional. Pronto el grupo comenzó a publicar unos folletos sobre temas teológicos: Tracts for the Times, uno de cuyos principales redactores era Newman.
Se volvió a orar, a los sacramentos, a la comunión, al breviario romano.
La alarma ante este renacimiento religioso del dogma católico y la moral tradicional cundió no sólo entre los protestantizados miembros de la Low Church, los cuales ya habían caído en gran parte de los errores combatidos en los Tracts, sino también en las filas de la High Church, cuyo alcázar era nada menos que Oxford.
Una de las características del liberalismo, tanto en religión como en política, será tolerar todas las posturas, menos la verdad. Es así que las autoridades eclesiásticas del anglicanismo -las cuales venían tolerando que se pusiera en entredicho, por ejemplo, la historicidad de los evangelios, o que se destratara la materia eucarística supuestamente consagrada, o que se despreciara a los pobres por su propia condición, o que se buscaran en primer lugar beneficios económicos- ante la piedad y ortodoxia del grupo y sus publicaciones, se escandaliza y lanza su condena. Esto no disminuyó, al contrario, aumentó el interés de muchos que seguían de cerca los Tracts y a sus autores.
En 1836 el British Critic publica los comentarios positivos de Newman a las conferencias dadas por el Obispo Católico Nicholas Wiseman sobre la conexión entre la ciencia y la Revelación, tema sobre el que viene reflexionando intensamente y que ha ocupado un espacio de privilegio en sus Sermones Universitarios.
Febrero de 1841: escribe el Tract 90. En defensa de la Iglesia Anglicana, muestra la compatibilidad de los Treinta y nueve Artículos anglicanos con la doctrina católica. Generó una reacción de rechazo por parte de liberales y protestantes, incluyendo a los obispos anglicanos, a punto que la Junta de directores de Oxford condena a Newman por deslealtad.
Newman procura evitar el enfrentamiento con los obispos viviendo en soledad, oración, penitencia, estudio y reflexión. Se retira entonces a la aldea de Littlemore. Amigos, discípulos y visitantes irán integrando paulatinamente algo muy parecido a una pequeña comunidad religiosa.
Su régimen de vida consiste en hacer cada día 4 a 5 horas de oración y dedicar otras 9 a las traducciones de los tratados de San Atanasio contra los arrianos.
San Atanasio, a costa de persecuciones, cinco destierros, incomprensiones y dolores de todo tipo, defendió que en la Encarnación, la naturaleza divina se había unido a la naturaleza humana en la única Persona del Verbo eterno, consubstancial con el Padre. Los seguidores de Arrio atacaban esta verdad, aunque manteniendo que Cristo había sido un gran hombre, el más grande que existiera, cuasi divino, pero no Dios, pues lo consideraban creatura, igual que al Espíritu Santo. Los semiarrianos diluían los conceptos, tomando el término homoiousios (igual, o la misma sustancia), que era el centro de toda la controversia, en el sentido de semejanza y no de consubstancialidad.
Accede a obras de San Alfonso María de Ligorio y de los EE de San Ignacio. Van cayendo de su mente los prejuicios contra Roma, que eran muchos y fuertes. Lo católico era sinónimo de superstición, atraso, incultura, marginación… Pero la verdad puede en su alma más que los prejuicios. Así, en 1843 se retracta de todo lo dicho en contra de la Iglesia Católica.
8 de octubre de 1845: llega, empapado hasta los huesos, a la casa de Littlemore, citado por Newman, el P. Domenico Barbieri, un pasionista que había comenzado a predicar en Inglaterra. Esta vez había viajado durante cinco horas en la parte alta de una diligencia, al aire libre, bajo la fría lluvia de otoño. El gran momento, tan esperado, tan rogado por almas santas, estaba ante él. Así lo narra el buen misionero: “Ocupé mi sitio junto al fuego para secarme. Se abrió la puerta y ¡qué escena para mí ver de repente a mis pies a John Henry Newman pidiéndome oír su confesión y ser admitido en el seno de la Iglesia!”
Con este paso pierde su carrera, muchos amigos, casi todos sus familiares. Pero ya hay brazos abiertos que lo aguardan en el catolicismo.
En 1846 llega a Roma para prepararse para la ordenación sacerdotal. Se entusiasma con la forma de vida comunitaria del Oratorio, combinando oración, apostolado y trabajo intelectual.
En diciembre de 1847 regresa a su patria, con el objetivo de fundar el primer Oratorio inglés, en Maryvale, al que seguirán el de Birmingham y el de Londres.
El Oratorio aborda muy pronto un intensísimo trabajo pastoral: además de los actos de culto, prédicas, confesiones todos los días, a toda hora; conferencias los lunes y jueves, instrucción religiosa para los no católicos, catequesis de niños,… una verdadera campaña de conquista de almas.
Casas adquiridas para la UC de Irlanda
En 1850, Pío IX confiere a Newman el Doctorado en Teología y decide la restauración de la Jerarquía católica en Inglaterra. Pronto es requerido para fundar la Universidad Católica de Irlanda. Defiende los estudios liberales y el ideal del saber por sí mismo, así como la universalidad de los saberes fundada en la búsqueda de la verdad y la sabiduría.
Casa de Newman en Dublin, de la Universidad Católica de Irlanda
De la injusta y pública acusación de haber sido traidor y mentiroso, de ese desafío a su honor y de tanto dolor brota una de esas obras inmortales, una autobiografía notable, la más conocida entre sus numerosas obras: la Apología pro vita sua. Historia de mis ideas religiosas.
A los 78 años recibe con sorpresa la comunicación de que León XIII ha decidido hacerlo Cardenal. Su escudo ostentará el lema: Cor ad cor loquitur.

El año siguiente va a estar marcado por nuevas alegrías y merecidos reconocimientos. El duque de Norfolk lo invita a pasar una temporada en Londres, donde le ofrece una serie de recepciones, de las que participan católicos y anglicanos. También se le recibió en Oxford. Pudo ir a ver sus antiguas habitaciones. Las autoridades le devuelven la confianza y el honor, nombrándolo fellow honorario del Trinity College. “Ahora era tanto fellow de un college de Oxford, como cardenal de la Iglesia de Roma. Las dos mitades de su vida se habían unido en un sorprendente final”, dice Ian Ker (2010: 723).Añadir leyenda

Terminó sus días pacíficamente, en su hogar de tantos años, rodeado del cariño de los suyos. El 11 de agosto de 1890 pasó de este valle de lágrimas al reino de la alegría infinita.