Al Jesús de las misericordias
(Lc 7,
12-14)
Sospecho
lo que sentiste,
acercándote
a Naím,
al
cruzarte aquel cortejo
enlutado
y plañidero
que
llevaba a un joven muerto,
pues la
vista de su madre,
que de
a pie le acompañaba,
te
evocó la de que un día
a tu
Cuerpo ensangrentado,
traspasada
miraría.
Sin que
nadie lo pidiera,
más que
el llanto de sus ojos,
tu
Corazón, que es piadoso,
se
conmovió de tal modo,
que le
dijiste: “No llores”;
y
acercándote al difunto,
con tus
dedos sobre el féretro,
por la
fuerza que Tú emanas
y el
poder de tu palabra
devolviste
vida al muerto.
Oh
Jesús, mi Salvador,
yo
también estoy llorando;
mas no
me atrevo a pedirte,
-por
saberme tan indigna-
el
deseo que me anima.
Mira
otra vez a tu Madre:
¡que la
fuente mansa y clara
de la piedad
derramada
por sus
lágrimas benditas,
sea la
que te lo pida!
MGdeJ
Biblioteca estatal de Baviera. Munchen. Alemania |
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