Si puedes forzar a la gente a
pensar que no existen hombres y mujeres, sino que los sexos son algo fluido y
cambiante, el Estado sabe que ya nada le puede detener.
Advertir de que la corrupción del
lenguaje es el cáncer que arruina las sociedades es algo tan repetido que uno
se sorprende de que suceda ante nuestros ojos y sean tan pocos los que
reaccionen.
Podríamos empezar citando a los
clásicos, o el no menos certero newspeak orwelliano, pero en esta ocasión, recurriré
a Julio Camba: “Si las designaciones son justas, el orden reina; si son
equívocas, reina el desorden” –es la cita china con que Camba encabeza su
“Haciendo de República”-, que sigue: “El
que confunde las designaciones corrompe el lenguaje. Las cosas
prohibidas sustituyen entonces a las permitidas. La inexactitud toma el
lugar de la exactitud y lo falso ocupa el sitio de lo verdadero”.
¿Puede haber un retrato más fiel
de nuestro presente desorden?
No falla nunca. Interrupción
voluntaria del embarazo, muerte dulce, matrimonio igualitario, solución
habitacional… para llegar a la “gestación subrogada”, un modo elegante de
designar el alquiler de un cuerpo humano, el cuerpo de alguien tan desesperado
como para prestarse a ello por un puñado de dinero.
Pero el futuro de esta práctica
de pervertir el lenguaje, lejos de agotarse, promete un despliegue de
creatividad que seguirá sorprendiéndonos. Desde Gran Bretaña nos llegan
noticias que confirman que el mundo occidental sigue avanzando con entusiasmo
por este sendero, el camino de la corrupción y la mentira.
En concreto, la British Medical
Association acaba de dar instrucciones para que se deje de usar el término
“futura madre”, que debe de ser sustituido por “persona embarazada” (en inglés:
“expectant mother” por “pregnant person”). Las directrices afirman que “si bien
una amplia mayoría de las personas que se quedan embarazadas son mujeres, no
debemos desdeñar los sentimientos de los intersex y los trans que pudieran quedar
embarazados”. ¡Que viva lo “médicamente correcto”!
[...] La cesárea tampoco está bien vista por la British Medical
Association, quizás porque recuerda al parto de Julio César, que debía de ser
probablemente fascista y, con toda seguridad, un odioso hombre blanco
heteropatriarcal e imperialista; en vez de esa palabreja que nos recuerda que
somos herederos del Imperio Romano, ordenan utilizar de ahora en adelante la
expresión “nacimiento por ventana” (“window birth”).
Uno está tentado de tomarse la
cosa a guasa, pero por desgracia es mucho más grave de lo que podríamos pensar.
Como decíamos al principio, los literatos llevan ya mucho tiempo advirtiendo de
esa gravedad, de las nefastas consecuencias de vivir y hablar desde el reino de
la mentira. Cuando la British Medical Association dice que “una amplia mayoría
de las personas que se quedan embarazadas son mujeres”, dando a entender que
existen otras situaciones, está mintiendo.
En el debate que ha seguido a la
publicación de estas directrices en el Reino Unido se señaló que el único caso de un “hombre embarazado” que tenemos es el de una mujer (biológica, añadimos, para
evitar malentendidos) que no ha perdido ni su útero ni sus ovarios y que
decidió posponer su operación quirúrgica de “cambio de sexo” para poder tener
un hijo.
Subyace pues en estos intentos de
imponer un lenguaje política o, médicamente correcto, un rechazo
de la realidad, que creemos que puede ser alterada si la nombramos de otro modo,
como si sólo fuera una emanación de nuestras mentes (y no, la realidad es real,
perdonen el pleonasmo, externa a nuestra mente y no depende del modo en que la
designemos); al mismo tiempo que una noción de lo que son las personas francamente
deprimente. A base de dinero y presiones se puede pretender que no existen
sexos diferenciados, que el pasar de uno a otro solo depende de un poco de
cirugía y de unas cuantas pastillas de hormonas. No es verdad. Podremos,
externamente, confundir a quien nos observa, pero la realidad de quién somos,
inscrita en nuestro ADN, permanece intacta. Y pretender que no es así, obligar
a hablar como si no fuera así, es una gran mentira de la que no puede salir
nada bueno.
Algunos pensarán que no hay
peligro para ellos, pues les queda lejos o, en cualquier caso, usar unas pocas
palabras para complacer a unos chalados tampoco es para tanto. Creo,
sinceramente, que se equivocan.
Una vez que puedes forzar a la gente a pensar que no existen hombres y mujeres, sino que los sexos son algo fluido y cambiante, el Estado sabe que ya nada le puede detener. Sabe, por ejemplo, que puede perfectamente asumir el papel de educar a los niños, incluyendo la visión de la sexualidad que antes era tarea reservada a los padres y que ahora corresponde a ese Estado-niñera. Si pueden obligarnos a pensar y actuar contra la evidencia, significa que no estamos lejos de que se arroguen el control total sobre nuestras vidas. Esperemos que al menos nadie diga que no se veía venir.
Una vez que puedes forzar a la gente a pensar que no existen hombres y mujeres, sino que los sexos son algo fluido y cambiante, el Estado sabe que ya nada le puede detener. Sabe, por ejemplo, que puede perfectamente asumir el papel de educar a los niños, incluyendo la visión de la sexualidad que antes era tarea reservada a los padres y que ahora corresponde a ese Estado-niñera. Si pueden obligarnos a pensar y actuar contra la evidencia, significa que no estamos lejos de que se arroguen el control total sobre nuestras vidas. Esperemos que al menos nadie diga que no se veía venir.
Fuente: Extractado de www.actuall.com,
7/3/2017
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