XIIº Curso de Universitarios en San Rafael - Charla inaugural
Introducción.
“Pocas acusaciones han lanzado los
incrédulos más a menudo contra la religión revelada que la insistencia en que
ésta es hostil al avance de la filosofía y de la ciencia”: Así comienza el
primero de los “Sermones Universitarios” de quien fuera el Card. Newman.
¿Quién es Newman en el momento de
pronunciar estas palabras ante uno de los auditorios más calificados de la
época, el de profesores, intelectuales y alumnos de la Universidad de Oxford?
Es un joven clérigo anglicano de
apenas 25 años, que ha sentido en carne propia lo que significan los ataques a
la fe en nombre de la razón, porque en su adolescencia plena de inquietudes
intelectuales tuvo la experiencia de leer a autores impíos –en la línea de los
racionalistas franceses- que vistiendo de argumentación sus prejuicios, atacaban
la fe, y está viendo cómo día a día avanza la impiedad en la sociedad.
Estamos en la Inglaterra del S XIX, en
medio de la 2da revolución industrial, dominadora de casi la mitad del mundo en
lo económico y en lo político, con el racionalismo y el liberalismo
extendiéndose como una mancha de aceite no sólo en el mundo profano sino hasta
entre teólogos y clérigos. Es la influencia de la Ilustración (Voltaire,
Diderot, Rousseau, D’Alembert…) cuyos frutos pronto se verán en Nietzsche,
Marx, Darwin, Spencer, Comte, anarquistas como Bakunin…
Dividiré
esta charla en dos partes: en primer lugar abordaré una brevísima reseña
biográfica de Newman, y en segundo lugar intentaré mostrar algunas líneas
predominantes de su pensamiento.
1. Bosquejo biográfico.
Newman había nacido en 1801. Padre
empresario. Madre con piedad calvinista. Fue el mayor de seis hermanos.
Desarrolló el gusto por la literatura y la música, tuvo una esmerada educación.
Narra en su autobiografía:
A mis quince años (en el otoño de 1816) un gran cambio hubo lugar en mi
pensamiento. Caí bajo la influencia de un credo definido y recibí en mi
inteligencia impresiones de lo que es un dogma que, por la misericordia de
Dios, nunca se han borrado ni oscurecido […] El instrumento humano de este
comienzo de fe divina en mí fue el excelente varón […] reverendo Walter Mayers,
de Oxford. (Apologia pro vita sua, 5)
A los 19 años gradúa como Bachiller en Artes; pero
no deja de aprender la más difícil de las ciencias, que consiste en conocerse a
sí mismo para mejorar, para corregirse, y no por autocomplacencia, sino para
agradar al Señor. Ya va quedando en claro el papel que jugarán en su vida la
fe, y la confianza en Dios, basadas en una auténtica humildad, así como una
profunda veneración hacia el sacramento de la Eucaristía, que se acrecentará
día a día en su vida. Escribe en su Diario:
Me falta mucho
espíritu en la oración, cariño a mi hermano, docilidad, humildad, perdonar las
ofensas, ser caritativo, paciente.
Tengo mal carácter,
soy vanidoso, orgulloso, arrogante, me irrito en seguida.
Pero sobre todo
quiero conseguir la fuerza de la fe, que ahora noto que me falta. Las nubes de
la duda cruzan por mi cabeza; aunque tengo lo que Dios quiera que dure siempre:
una ‘completa seguridad de la esperanza´ acerca de mi salvación final, y la he
tenido siempre desde el momento de mi conversión. También me hace falta un amor
fervoroso hacia Cristo. (Diario, 4 de agosto de 1821)
Pronto es elegido fellow (tutor) del Oriel
College, centro universitario de Oxford que estaba en lo más encumbrado de
su fama intelectual.
Oriel College, en Oxford |
En 1825, a sus 24 años, es ordenado presbítero
anglicano. La vida de oración, el deseo de profundizar los temas y de mayor
perfección personal, las providenciales amistades, van orientándolo, sin que él
mismo lo sospeche aún, al puerto donde lo lleva la gracia.
Advierte el estado decepcionante de la Iglesia
anglicana. Por una parte, la Baja Iglesia,
más popular, dividida en pequeñas sectas y minada por ideas protestantes, y por
otra parte, la Alta Iglesia,
minoritaria, que conservaba a duras penas el dogma y la liturgia, pero en
decadencia.
El
pensamiento vigente, salvo en círculos de excelencia, como veremos en el caso
del Movimiento de Oxford, se cifra en el más ramplón utilitarismo, en el culto
del confort, en el racionalismo vulgar, en el positivismo científico y el
liberalismo económico, pero sobre todo, en el cinismo político que se viste con
el rigor puritano.
Todo ello
genera una sociedad marcada por la búsqueda del éxito a través del dinero y el
individualismo, mientras mantiene una inflexible moral sexual. Aunque la
religión todavía se practica
externamente, deriva hacia el materialismo ateo en el fuero interno, que
se manifestará en ese fin de siglo bajo el aspecto de teorías científicas. Son
exponentes de ello, por ejemplo, las de Charles Darwin y Sigmund Freud.
Newman ve
este cuadro, y lo denuncia reiteradamente en sus sermones:
[…]
resulta una consideración temible que pertenecemos a una nación que en buena
medida subsiste a fuerza de hacer dinero. No insistiré en esto, ni inquiriré
acerca de si los males políticos específicos de los días que corren arraigan en
este principio, que San Pablo llama la raíz de todos los males, el amor del
dinero. Sólo propongo que consideremos el hecho de que somos un pueblo que hace
dinero, y esto pese a que tenemos delante nuestro las declaraciones de Nuestro
Salvador contra el dinero y la confianza en el dinero. (Newman, 2011: 114)
Sin
duda, existe actualmente una confederación del mal, que recluta sus tropas de
todas partes del mundo, organizándose a sí misma, tomando sus medidas para
encerrar a la Iglesia de Cristo como en una red, y preparando el camino para
una Apostasía general. (Newman, 2006: 41)
Cuando queda como Párroco de Saint
Mary, la iglesia universitaria de Oxford, comienza a estudiar
sistemáticamente a los Padres de la
Iglesia, en busca de la pureza y la verdad de los orígenes.
Saint Mary de Oxford |
Newman vislumbra entonces que los teólogos y exégetas protestantes -imbuidos
de las ideas liberales- hacen una relectura arriana o semiarriana de la Biblia
y un replanteo del dogma. Trabaja sobre cuestión de esta herejía escribiendo un
libro: Los arrianos del siglo IV.
En 1833, uno de sus amigos del Oriel,
John Keble, predica en Santa
María un sermón que marca el comienzo público del Movimiento de Oxford: La
apostasía nacional. Pronto el grupo comenzó a publicar unos folletos sobre
temas teológicos: Tracts for the Times,
uno de cuyos principales redactores era Newman.
Se volvió a orar, a los sacramentos, a
la comunión, al breviario romano.
La alarma ante este renacimiento religioso del dogma
católico y la moral tradicional cundió no sólo entre los protestantizados
miembros de la Low Church, los cuales
ya habían caído en gran parte de los errores combatidos en los Tracts, sino también en las filas de la High Church, cuyo alcázar era nada menos
que Oxford.
Una de las características del
liberalismo, tanto en religión como en política, será tolerar todas las
posturas, menos la verdad. Es así que las autoridades eclesiásticas del
anglicanismo -las cuales venían tolerando que se pusiera en entredicho, por
ejemplo, la historicidad de los evangelios, o que se destratara la materia
eucarística supuestamente consagrada, o que se despreciara a los pobres por su
propia condición, o que se buscaran en primer lugar beneficios económicos- ante
la piedad y ortodoxia del grupo y sus publicaciones, se escandaliza y lanza su
condena. Esto no disminuyó, al contrario, aumentó el interés de muchos que
seguían de cerca los Tracts y a sus
autores.
En 1836 el British Critic
publica los comentarios positivos de Newman a las conferencias dadas por el
Obispo Católico Nicholas Wiseman sobre la conexión entre la ciencia y la
Revelación, tema sobre el que viene reflexionando intensamente y que ha ocupado
un espacio de privilegio en sus Sermones
Universitarios.
Febrero de 1841: escribe el Tract
90. En defensa de la Iglesia Anglicana, muestra la compatibilidad de los Treinta y nueve Artículos anglicanos con
la doctrina católica. Generó una reacción de rechazo por parte de liberales y
protestantes, incluyendo a los obispos anglicanos, a punto que la Junta de
directores de Oxford condena a Newman por deslealtad.
Newman procura evitar el enfrentamiento con los obispos viviendo en
soledad, oración, penitencia, estudio y reflexión. Se retira entonces a la
aldea de Littlemore. Amigos, discípulos y visitantes irán integrando
paulatinamente algo muy parecido a una pequeña comunidad religiosa.
Su régimen de vida consiste en hacer cada día 4 a 5 horas de oración y dedicar
otras 9 a las traducciones de los tratados de San Atanasio contra los arrianos.
San Atanasio, a costa de
persecuciones, cinco destierros, incomprensiones y dolores de todo tipo,
defendió que en la Encarnación, la naturaleza divina se había unido a la
naturaleza humana en la única Persona del Verbo eterno, consubstancial con el
Padre. Los seguidores de Arrio atacaban esta verdad, aunque manteniendo que
Cristo había sido un gran hombre, el más grande que existiera, cuasi divino,
pero no Dios, pues lo consideraban creatura, igual que al Espíritu Santo. Los semiarrianos
diluían los conceptos, tomando el término homoiousios (igual, o la misma sustancia), que
era el centro de toda la controversia, en el sentido de semejanza y no de consubstancialidad.
Accede a obras de San Alfonso María de Ligorio y de los EE de San
Ignacio. Van cayendo de su mente los prejuicios contra Roma, que eran muchos y
fuertes. Lo católico era sinónimo de superstición, atraso, incultura,
marginación… Pero la verdad puede en su alma más que los prejuicios. Así, en
1843 se retracta de todo lo dicho en contra de la Iglesia Católica.
8 de
octubre de 1845: llega, empapado hasta los huesos, a la casa de Littlemore,
citado por Newman, el P. Domenico Barbieri, un pasionista que había comenzado a
predicar en Inglaterra. Esta vez había viajado durante cinco horas en la parte
alta de una diligencia, al aire libre, bajo la fría lluvia de otoño. El gran
momento, tan esperado, tan rogado por almas santas, estaba ante él. Así lo
narra el buen misionero: “Ocupé mi sitio junto al fuego para secarme. Se abrió
la puerta y ¡qué escena para mí ver de repente a mis pies a John Henry Newman
pidiéndome oír su confesión y ser admitido en el seno de la Iglesia!”
Con este
paso pierde su carrera, muchos amigos, casi todos sus familiares. Pero ya hay
brazos abiertos que lo aguardan en el catolicismo.
En 1846 llega a Roma para prepararse para la ordenación sacerdotal. Se entusiasma con la forma de vida comunitaria del Oratorio, combinando
oración, apostolado y trabajo intelectual.
En diciembre de 1847 regresa a su patria, con el objetivo de fundar el
primer Oratorio inglés, en Maryvale, al que seguirán el de Birmingham y el de
Londres.
El Oratorio aborda muy pronto un intensísimo trabajo pastoral: además de
los actos de culto, prédicas, confesiones todos los días, a toda hora;
conferencias los lunes y jueves, instrucción religiosa para los no católicos,
catequesis de niños,… una verdadera campaña de conquista de almas.
Casas adquiridas para la UC de Irlanda |
Casa de Newman en Dublin, de la Universidad Católica de Irlanda |
De la injusta y pública
acusación de haber sido traidor y mentiroso, de ese desafío a su honor y de
tanto dolor brota una de esas obras inmortales, una autobiografía notable, la
más conocida entre sus numerosas obras: la Apología
pro vita sua. Historia de mis ideas religiosas.
A los 78 años recibe con sorpresa la comunicación
de que León XIII ha decidido hacerlo Cardenal. Su escudo ostentará el lema: Cor ad cor loquitur.
El año siguiente va a estar marcado por nuevas
alegrías y merecidos reconocimientos. El duque de Norfolk lo invita a pasar una
temporada en Londres, donde le ofrece una serie de recepciones, de las que
participan católicos y anglicanos. También se le recibió en Oxford. Pudo ir a
ver sus antiguas habitaciones. Las autoridades le devuelven la confianza y el
honor, nombrándolo fellow honorario
del Trinity College. “Ahora era tanto
fellow de un college de Oxford, como cardenal de la Iglesia de Roma. Las dos
mitades de su vida se habían unido en un sorprendente final”, dice Ian Ker
(2010: 723). Añadir leyenda
Terminó sus días pacíficamente, en su hogar de
tantos años, rodeado del cariño de los suyos. El 11 de agosto de 1890 pasó de
este valle de lágrimas al reino de la alegría infinita.
No hay comentarios:
Publicar un comentario