martes, 26 de enero de 2016

Razón y fe en el Card. Newman (1 de 2)


XIIº Curso de Universitarios en San Rafael - Charla inaugural


Introducción.

“Pocas acusaciones han lanzado los incrédulos más a menudo contra la religión revelada que la insistencia en que ésta es hostil al avance de la filosofía y de la ciencia”: Así comienza el primero de los “Sermones Universitarios” de quien fuera el Card. Newman.
¿Quién es Newman en el momento de pronunciar estas palabras ante uno de los auditorios más calificados de la época, el de profesores, intelectuales y alumnos de la Universidad de Oxford?
Es un joven clérigo anglicano de apenas 25 años, que ha sentido en carne propia lo que significan los ataques a la fe en nombre de la razón, porque en su adolescencia plena de inquietudes intelectuales tuvo la experiencia de leer a autores impíos –en la línea de los racionalistas franceses- que vistiendo de argumentación sus prejuicios, atacaban la fe, y está viendo cómo día a día avanza la impiedad en la sociedad.
Estamos en la Inglaterra del S XIX, en medio de la 2da revolución industrial, dominadora de casi la mitad del mundo en lo económico y en lo político, con el racionalismo y el liberalismo extendiéndose como una mancha de aceite no sólo en el mundo profano sino hasta entre teólogos y clérigos. Es la influencia de la Ilustración (Voltaire, Diderot, Rousseau, D’Alembert…) cuyos frutos pronto se verán en Nietzsche, Marx, Darwin, Spencer, Comte, anarquistas como Bakunin…

Dividiré esta charla en dos partes: en primer lugar abordaré una brevísima reseña biográfica de Newman, y en segundo lugar intentaré mostrar algunas líneas predominantes de su pensamiento.


1. Bosquejo biográfico.    


Newman había nacido en 1801. Padre empresario. Madre con piedad calvinista. Fue el mayor de seis hermanos. Desarrolló el gusto por la literatura y la música, tuvo una esmerada educación. Narra en su autobiografía:
A mis quince años (en el otoño de 1816) un gran cambio hubo lugar en mi pensamiento. Caí bajo la influencia de un credo definido y recibí en mi inteligencia impresiones de lo que es un dogma que, por la misericordia de Dios, nunca se han borrado ni oscurecido […] El instrumento humano de este comienzo de fe divina en mí fue el excelente varón […] reverendo Walter Mayers, de Oxford. (Apologia pro vita sua, 5)

A los 19 años gradúa como Bachiller en Artes; pero no deja de aprender la más difícil de las ciencias, que consiste en conocerse a sí mismo para mejorar, para corregirse, y no por autocomplacencia, sino para agradar al Señor. Ya va quedando en claro el papel que jugarán en su vida la fe, y la confianza en Dios, basadas en una auténtica humildad, así como una profunda veneración hacia el sacramento de la Eucaristía, que se acrecentará día a día en su vida. Escribe en su Diario:
Me falta mucho espíritu en la oración, cariño a mi hermano, docilidad, humildad, perdonar las ofensas, ser caritativo, paciente.
Tengo mal carácter, soy vanidoso, orgulloso, arrogante, me irrito en seguida.
Pero sobre todo quiero conseguir la fuerza de la fe, que ahora noto que me falta. Las nubes de la duda cruzan por mi cabeza; aunque tengo lo que Dios quiera que dure siempre: una ‘completa seguridad de la esperanza´ acerca de mi salvación final, y la he tenido siempre desde el momento de mi conversión. También me hace falta un amor fervoroso hacia Cristo. (Diario, 4 de agosto de 1821)
Pronto es elegido fellow (tutor) del Oriel College, centro universitario de Oxford que estaba en lo más encumbrado de su fama intelectual.
Oriel College, en Oxford

En 1825, a sus 24 años, es ordenado presbítero anglicano. La vida de oración, el deseo de profundizar los temas y de mayor perfección personal, las providenciales amistades, van orientándolo, sin que él mismo lo sospeche aún, al puerto donde lo lleva la gracia.
Advierte el estado decepcionante de la Iglesia anglicana. Por una parte, la Baja Iglesia, más popular, dividida en pequeñas sectas y minada por ideas protestantes, y por otra parte, la Alta Iglesia, minoritaria, que conservaba a duras penas el dogma y la liturgia, pero en decadencia.
El pensamiento vigente, salvo en círculos de excelencia, como veremos en el caso del Movimiento de Oxford, se cifra en el más ramplón utilitarismo, en el culto del confort, en el racionalismo vulgar, en el positivismo científico y el liberalismo económico, pero sobre todo, en el cinismo político que se viste con el rigor puritano.
Todo ello genera una sociedad marcada por la búsqueda del éxito a través del dinero y el individualismo, mientras mantiene una inflexible moral sexual. Aunque la religión todavía se practica  externamente, deriva hacia el materialismo ateo en el fuero interno, que se manifestará en ese fin de siglo bajo el aspecto de teorías científicas. Son exponentes de ello, por ejemplo, las de Charles Darwin y Sigmund Freud.
Newman ve este cuadro, y lo denuncia reiteradamente en sus sermones:
[…] resulta una consideración temible que pertenecemos a una nación que en buena medida subsiste a fuerza de hacer dinero. No insistiré en esto, ni inquiriré acerca de si los males políticos específicos de los días que corren arraigan en este principio, que San Pablo llama la raíz de todos los males, el amor del dinero. Sólo propongo que consideremos el hecho de que somos un pueblo que hace dinero, y esto pese a que tenemos delante nuestro las declaraciones de Nuestro Salvador contra el dinero y la confianza en el dinero. (Newman, 2011: 114)

Sin duda, existe actualmente una confederación del mal, que recluta sus tropas de todas partes del mundo, organizándose a sí misma, tomando sus medidas para encerrar a la Iglesia de Cristo como en una red, y preparando el camino para una Apostasía general. (Newman, 2006: 41)

Cuando queda como Párroco de Saint Mary, la iglesia universitaria de Oxford, comienza a estudiar sistemáticamente a los Padres de la Iglesia, en busca de la pureza y la verdad de los orígenes. 
Saint Mary de Oxford

Newman vislumbra entonces que los teólogos y exégetas protestantes -imbuidos de las ideas liberales- hacen una relectura arriana o semiarriana de la Biblia y un replanteo del dogma. Trabaja sobre cuestión de esta herejía escribiendo un libro: Los arrianos del siglo IV.
En 1833, uno de sus amigos del Oriel, John Keble, predica en Santa María un sermón que marca el comienzo público del Movimiento de Oxford: La apostasía nacional. Pronto el grupo comenzó a publicar unos folletos sobre temas teológicos: Tracts for the Times, uno de cuyos principales redactores era Newman.
Se volvió a orar, a los sacramentos, a la comunión, al breviario romano.
La alarma ante este renacimiento religioso del dogma católico y la moral tradicional cundió no sólo entre los protestantizados miembros de la Low Church, los cuales ya habían caído en gran parte de los errores combatidos en los Tracts, sino también en las filas de la High Church, cuyo alcázar era nada menos que Oxford.
Una de las características del liberalismo, tanto en religión como en política, será tolerar todas las posturas, menos la verdad. Es así que las autoridades eclesiásticas del anglicanismo -las cuales venían tolerando que se pusiera en entredicho, por ejemplo, la historicidad de los evangelios, o que se destratara la materia eucarística supuestamente consagrada, o que se despreciara a los pobres por su propia condición, o que se buscaran en primer lugar beneficios económicos- ante la piedad y ortodoxia del grupo y sus publicaciones, se escandaliza y lanza su condena. Esto no disminuyó, al contrario, aumentó el interés de muchos que seguían de cerca los Tracts y a sus autores.
En 1836 el British Critic publica los comentarios positivos de Newman a las conferencias dadas por el Obispo Católico Nicholas Wiseman sobre la conexión entre la ciencia y la Revelación, tema sobre el que viene reflexionando intensamente y que ha ocupado un espacio de privilegio en sus Sermones Universitarios.
Febrero de 1841: escribe el Tract 90. En defensa de la Iglesia Anglicana, muestra la compatibilidad de los Treinta y nueve Artículos anglicanos con la doctrina católica. Generó una reacción de rechazo por parte de liberales y protestantes, incluyendo a los obispos anglicanos, a punto que la Junta de directores de Oxford condena a Newman por deslealtad.
Newman procura evitar el enfrentamiento con los obispos viviendo en soledad, oración, penitencia, estudio y reflexión. Se retira entonces a la aldea de Littlemore. Amigos, discípulos y visitantes irán integrando paulatinamente algo muy parecido a una pequeña comunidad religiosa.
Su régimen de vida consiste en hacer cada día 4 a 5 horas de oración y dedicar otras 9 a las traducciones de los tratados de San Atanasio contra los arrianos.
San Atanasio, a costa de persecuciones, cinco destierros, incomprensiones y dolores de todo tipo, defendió que en la Encarnación, la naturaleza divina se había unido a la naturaleza humana en la única Persona del Verbo eterno, consubstancial con el Padre. Los seguidores de Arrio atacaban esta verdad, aunque manteniendo que Cristo había sido un gran hombre, el más grande que existiera, cuasi divino, pero no Dios, pues lo consideraban creatura, igual que al Espíritu Santo. Los semiarrianos diluían los conceptos, tomando el término homoiousios (igual, o la misma sustancia), que era el centro de toda la controversia, en el sentido de semejanza y no de consubstancialidad.
Accede a obras de San Alfonso María de Ligorio y de los EE de San Ignacio. Van cayendo de su mente los prejuicios contra Roma, que eran muchos y fuertes. Lo católico era sinónimo de superstición, atraso, incultura, marginación… Pero la verdad puede en su alma más que los prejuicios. Así, en 1843 se retracta de todo lo dicho en contra de la Iglesia Católica.
8 de octubre de 1845: llega, empapado hasta los huesos, a la casa de Littlemore, citado por Newman, el P. Domenico Barbieri, un pasionista que había comenzado a predicar en Inglaterra. Esta vez había viajado durante cinco horas en la parte alta de una diligencia, al aire libre, bajo la fría lluvia de otoño. El gran momento, tan esperado, tan rogado por almas santas, estaba ante él. Así lo narra el buen misionero: “Ocupé mi sitio junto al fuego para secarme. Se abrió la puerta y ¡qué escena para mí ver de repente a mis pies a John Henry Newman pidiéndome oír su confesión y ser admitido en el seno de la Iglesia!”
Con este paso pierde su carrera, muchos amigos, casi todos sus familiares. Pero ya hay brazos abiertos que lo aguardan en el catolicismo.
En 1846 llega a Roma para prepararse para la ordenación sacerdotal. Se entusiasma con la forma de vida comunitaria del Oratorio, combinando oración, apostolado y trabajo intelectual.
En diciembre de 1847 regresa a su patria, con el objetivo de fundar el primer Oratorio inglés, en Maryvale, al que seguirán el de Birmingham y el de Londres.
El Oratorio aborda muy pronto un intensísimo trabajo pastoral: además de los actos de culto, prédicas, confesiones todos los días, a toda hora; conferencias los lunes y jueves, instrucción religiosa para los no católicos, catequesis de niños,… una verdadera campaña de conquista de almas.
Casas adquiridas para la UC de Irlanda
En 1850, Pío IX confiere a Newman el Doctorado en Teología y decide la restauración de la Jerarquía católica en Inglaterra. Pronto es requerido para fundar la Universidad Católica de Irlanda. Defiende los estudios liberales y el ideal del saber por sí mismo, así como la universalidad de los saberes fundada en la búsqueda de la verdad y la sabiduría.
Casa de Newman en Dublin, de la Universidad Católica de Irlanda
De la injusta y pública acusación de haber sido traidor y mentiroso, de ese desafío a su honor y de tanto dolor brota una de esas obras inmortales, una autobiografía notable, la más conocida entre sus numerosas obras: la Apología pro vita sua. Historia de mis ideas religiosas.
A los 78 años recibe con sorpresa la comunicación de que León XIII ha decidido hacerlo Cardenal. Su escudo ostentará el lema: Cor ad cor loquitur.

El año siguiente va a estar marcado por nuevas alegrías y merecidos reconocimientos. El duque de Norfolk lo invita a pasar una temporada en Londres, donde le ofrece una serie de recepciones, de las que participan católicos y anglicanos. También se le recibió en Oxford. Pudo ir a ver sus antiguas habitaciones. Las autoridades le devuelven la confianza y el honor, nombrándolo fellow honorario del Trinity College. “Ahora era tanto fellow de un college de Oxford, como cardenal de la Iglesia de Roma. Las dos mitades de su vida se habían unido en un sorprendente final”, dice Ian Ker (2010: 723).Añadir leyenda

Terminó sus días pacíficamente, en su hogar de tantos años, rodeado del cariño de los suyos. El 11 de agosto de 1890 pasó de este valle de lágrimas al reino de la alegría infinita.

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