jueves, 25 de febrero de 2016

Peregrinación a Europa: 2° parte Francia

Por Yésica Piastrellini


Francia es a la vez el hogar de los más altos ideales y de los más atroces crímenes. Allí podemos ver desde la austeridad de los claustros monacales a los lujosos palacios de Versalles. La “Hija Predilecta de la Fe”, en sus comienzos plena de basílicas góticas y abadías cistercienses, fue la cuna de la Civilización Occidental Cristiana; sin embargo, llegó en su madurez, a ser la madre de la Revolución. Hoy podemos apreciar las consecuencias de una y otra.
Luego de nuestra visita a la Virgen del Pilar en Zaragoza, atravesamos el paisaje nevado del Pirineo rumbo a Francia. Nuestro primer destino fue Lourdes. La contemplación de la inmensa Basílica gótica llenó nuestro corazón. Poder tocar la cueva donde se apareció la Virgen a Santa Bernardita, y donde hasta hoy brota milagrosa agua, fue un momento de oración y recogimiento. Coronamos nuestro día en el Santuario con el rezo del Santo Vía Crucis por la conversión de los pecadores.

Rumbo al monasterio de  Fontgombaunt, visitamos Carcassone, una fortaleza medieval bellísima. En su iglesia pudimos apreciar sobre todo los vitrales catequéticos.
Ya en Fontgombaunt, pudimos conocer la vida monacal en todo su esplendor. Empezamos el día con la Santa Misa, fue impresionante ver como los monjes tocaban las campanas, cantaban los cantos gregorianos y celebraban el Santo Sacrificio. Durante la tarde, nos unimos a ellos en sus trabajos cotidianos. En los alrededores del monasterio, a orillas del río, pudimos observar cuevas de ermitaños con sus altares, que ya no se usaban, y tratamos de imaginar la vida de un monje allí, en soledad.

En nuestro paso por Francia pudimos conocer muchísimas iglesias góticas, como la Catedral de Chartres, Notre Dame de París, la Catedral de Reims, entre otras. La magnificencia de su arquitectura nos impresionó, pues jamás habíamos visto iglesias tan magníficas. Otra gracia enorme que tuvimos allí, fue poder rezar ante muchos santos incorruptos, como Santa Teresita de Lisieux, San Vicente de Paul, Santa Bernardita y el Santo Cura de Ars.

Conocer París y Lyon fue verdaderamente muy enriquecedor, desde lo cultural, histórico y religioso.
Hemos dejado para el final de este artículo dos lugares que merecen su atención especialísima. El Monte de San Miguel, abadía construida sobre la montaña de una isla, rodeada por el mar y la abadía de Cluny, destruida por la Revolución Francesa. La primera posee una belleza que deja sin palabras desde su iglesia hasta su claustro aéreo. Es una verdadera lástima que ya no vivan monjes allí; a pesar de la hermosura de su arquitectura, a esta abadía le falta la vida, la oración constante del monje, la celebración de la Eucaristía. Esto nos hace meditar sobre lo verdaderamente importante, las piedras por sí solas carecen de sentido, pero la plegaria da sentido a todas las cosas. El templo, para ser tal, debe guardar en su centro un tesoro. Como dijera el poeta francés, Saint-Exupéry, “porque de las piedras del templo, lo único que cuenta es el silencio que las domina. Y ese mismo silencio en el alma de los hombres. Y el alma de los hombres donde existe ese silencio” (Ciudadela, p. 130).

La abadía de Cluny, en su tiempo la más esplendorosa de toda Francia, fue objeto del odio de la Revolución Francesa, que solo dejó en pie un campanario. Desde luego que los revolucionarios conocían muy bien la importancia que tenían las abadías en la instauración de la Cristiandad, de allí la necesidad de destruir y saquear tantas iglesias, dejando de ellas solo escombros del olvido. Elevar un canto sagrado en aquellas ruinas fue una experiencia que jamás olvidaremos.
Después de nuestro paso por la “Bella y Dulce Francia”, estas son las palabras que guarda mi corazón: “Señor, que mi vida sea como una Basílica, firme en la fe, victoriosa al paso del tiempo. Que mi alma, cual aéreo claustro, florezca en invierno como en primavera. Que mi voz sea el silencio de la piedra y mi oración un canto gregoriano”.



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