Por Yésica Piastrellini
Luego
de nuestra visita a la Virgen del Pilar en Zaragoza, atravesamos el paisaje
nevado del Pirineo rumbo a Francia. Nuestro primer destino fue Lourdes. La
contemplación de la inmensa Basílica gótica llenó nuestro corazón. Poder tocar la cueva
donde se apareció la Virgen a Santa Bernardita, y donde hasta hoy brota
milagrosa agua, fue un momento de oración y recogimiento. Coronamos nuestro día
en el Santuario con el rezo del Santo Vía Crucis por la conversión de los
pecadores.
Rumbo al monasterio de
Fontgombaunt, visitamos Carcassone, una fortaleza medieval bellísima. En
su iglesia pudimos apreciar sobre todo los vitrales catequéticos.
Ya en Fontgombaunt, pudimos conocer la vida monacal en todo su
esplendor. Empezamos el día con la Santa Misa, fue impresionante ver como los
monjes tocaban las campanas, cantaban los cantos gregorianos y celebraban el
Santo Sacrificio. Durante la tarde, nos unimos a ellos en sus trabajos
cotidianos. En los alrededores del monasterio, a orillas del río, pudimos
observar cuevas de ermitaños con sus altares, que ya no se usaban, y tratamos
de imaginar la vida de un monje allí, en soledad.
En nuestro paso por Francia pudimos conocer muchísimas iglesias
góticas, como la Catedral de Chartres, Notre Dame de París, la Catedral de
Reims, entre otras. La magnificencia de su arquitectura nos impresionó, pues
jamás habíamos visto iglesias tan magníficas. Otra gracia enorme que tuvimos
allí, fue poder rezar ante muchos santos incorruptos, como Santa Teresita de
Lisieux, San Vicente de Paul, Santa Bernardita y el Santo Cura de Ars.
Conocer París y Lyon fue verdaderamente muy enriquecedor, desde lo
cultural, histórico y religioso.
Hemos dejado para el final de este artículo dos lugares que merecen
su atención especialísima. El Monte de San Miguel, abadía construida sobre la
montaña de una isla, rodeada por el mar y la abadía de Cluny, destruida por la
Revolución Francesa. La primera posee una belleza que deja sin palabras desde
su iglesia hasta su claustro aéreo. Es una verdadera lástima que ya no vivan
monjes allí; a pesar de la hermosura de su arquitectura, a esta abadía le falta
la vida, la oración constante del monje, la celebración de la Eucaristía. Esto
nos hace meditar sobre lo verdaderamente importante, las piedras por sí solas
carecen de sentido, pero la plegaria da sentido a todas las cosas. El templo,
para ser tal, debe guardar en su centro un tesoro. Como dijera el poeta
francés, Saint-Exupéry, “porque de las
piedras del templo, lo único que cuenta es el silencio que las domina. Y ese
mismo silencio en el alma de los hombres. Y el alma de los hombres donde existe
ese silencio” (Ciudadela, p. 130).
La abadía de Cluny, en su tiempo la más esplendorosa de toda
Francia, fue objeto del odio de la Revolución Francesa, que solo dejó en pie un
campanario. Desde luego que los revolucionarios conocían muy bien la
importancia que tenían las abadías en la instauración de la Cristiandad, de
allí la necesidad de destruir y saquear tantas iglesias, dejando de ellas solo
escombros del olvido. Elevar un canto sagrado en aquellas ruinas fue una
experiencia que jamás olvidaremos.
Después de nuestro paso por la “Bella y Dulce Francia”, estas son
las palabras que guarda mi corazón: “Señor, que mi vida sea como una Basílica,
firme en la fe, victoriosa al paso del tiempo. Que mi alma, cual aéreo
claustro, florezca en invierno como en primavera. Que mi voz sea el silencio de
la piedra y mi oración un canto gregoriano”.
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