La
ideología de género se basa en la facultad humana de la libertad, que no tiene
origen genético.
No deja de
sorprenderme la enorme capacidad de los modernos progresistas para desarrollar
tesis absolutamente contradictorias. No usan la mentira –“ese prejuicio
pequeñoburgués”, según el camarada Lenin- con tanto descaro como los comunistas
o los liberales, pero se contradicen a cada paso.
Sí, también como
los liberales: es lo que tiene ser nietos de la modernidad y no haber
digerido que la Ilustración es una hija revolucionaria del Cristianismo, cosa
que entienden los tipos inteligentes como Vattimo, por poner el ejemplo de un
comunista que vuelve a casa, aunque sea débilmente.
Los modernos
progresistas han creado un engendro monstruoso que llaman “ideología de
género” y que, en resumen, consiste en decir que el sexo se elige, que es
algo cultural y que, bueno, uno es lo que le parece bien ser o no ser. Es
decir, que el sexo no es natural. O lo que es lo mismo: en la naturaleza mando
yo.
Sigamos. Por otra
parte, estos mismos progresistas e ideólogos de género no dejan de clamar en
contra del calentamiento global, y a favor de cualquier cosa que tenga relación
con la naturaleza y la ecología. Es decir, que lo natural es lo
prioritario y todos debemos obedecer a la naturaleza y no estropearla.
Por supuesto, les
pone mucho Darwin y la teoría de la evolución, salvar monos y ballenas, y
proteger a los galgos abandonados. Del tema de los niños asesinados
antes de nacer, prefieren no hablar: se los cargan como “conjunto de células” y
ya.
Sin embargo, un
chimpancé es un conjunto de células y el ser humano, que dicen que desciende
del chimpancé, también es un conjunto de células. Imagino que el niño de pocas
semanas es un conjunto de células no humanas. Iba a decir “células de
animal” pero entonces, seguro, los progres modernos clamarían en su defensa. De
las células, digo.
Bien, pues ahora
díganle ustedes al chimpancé macho que en realidad es un chimpancé hembra.
Mejor: díganle que elija él mismo lo que desea ser. Naturalmente, el chimpancé
no entenderá nada y, si llegase a comprender algo, se miraría el miembro viril
y retornaría su estupor: ¿Una hembra, yo?
El problema es que
el chimpancé no tiene conciencia de sí mismo. No tiene conciencia de sí mismo
como elemento separado de la naturaleza. No puede alejarse de sus
percepciones. Y por lo tanto no puede decidir libremente. Un chimpancé
macho no puede elegir ser un chimpancé hembra.
Un hombre,
un ser humano, puede pensar en que le gustaría ser mujer, como puede pensar en
una jarra de cerveza o en la Teoría de la Relatividad. O puede pensar en ser
hermafrodita, o chimpancé, o Batman. Y puede pensar porque un elemento
no material se ha colado entre sus neuronas: la libertad. Que la
libertad radique en algún neurotransmisor es poco probable porque la vida
humana, en lo que tiene de más humana, no es “modelizable”. No es replicable.
No es “clonable”.
Y así, la
capacidad de elección y la libertad que reclaman los ideólogos de género solo
tiene un fundamento espiritual que sitúa al hombre por encima de las abejas, de
las morsas y de las jirafas, las cuales, como se ha dicho, no pueden elegir si
cambian de sexo o no. Sonaría muy raro “jirafo”, “morso” o “abejo”. (Abejorro
suena mejor, pero es tan hispánico en sus “erres” y en sus “jotas” que a los
liberales y a los modernos igual les daba un ataque agudo de corrección política
y se tiraban a un pozo).
Y así, en
fin, la ideología de género está defendiendo de una manera radical la
superioridad de la raza humana.
La
extraordinaria superioridad de la raza humana sobre cualquier otra clase de
seres vivos. Y sobre la naturaleza.
Una
superioridad que lleva al ser humano a la condición de divinidad que decide
sobre el ser y la nada, sobre el bien y el mal, sobre la vida y la muerte.
La
ideología de género demuestra irrefutablemente que Dios existe.
Y que el
hombre ha ocupado Su puesto.
Fuente: Actuall,
23/05/2016
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