La
auténtica «humanitas» como camino hacia Dios. Itinerario científico de la
Profesora Jutta Burggraf
Por la Dra. Barbara Schellenberger. (Extracto)
Jutta nació en 1952 en el seno de una familia
católica, en la localidad de Hildesheim, en el norte de Alemania, una región de
minoría católica. Su padre y su madre eran ambos médicos. Jutta era la segunda
de tres hermanas. Su hermana mayor, que lleva a Jutta sólo un año, está enferma
desde su nacimiento. En 1960, cuando Jutta tenía ocho años, perdieron a su
madre. Su padre se casó en segundas nupcias, también con una médica. Las tres
hermanas pronto establecieron una buena relación con su segunda madre. Por
motivos profesionales la familia cambió varias veces de domicilio, lo que
comportaba el correlativo cambio de colegios para las niñas.
Tras el Bachillerato, se decidió por el
estudio de la Pedagogía médica, una
materia orientada más hacia la práctica terapéutica que hacia la teoría. Al término
de sus estudios Jutta recibió la licencia docente para la enseñanza en escuelas
especiales para niños discapacitados corporalmente o con dificultades para el
habla.
Itinerario científico
Dra. Jutta Burggraf |
Jutta siguió el consejo de realizar el
Doctorado en Pedagogía en la Escuela Universitaria de Pedagogía de Renania. Eligió
investigar un tema histórico, en el que se abordaba el fundamento de la acción
pedagógica terapéutica: «Elementos de un programa moderno de pedagogía
terapéutica en las obras de Hildegarda de Bingen y en Juan Luis Vives, como
representantes de la Edad Media y del Renacimiento».
En la Introducción, Jutta dirige su atención,
nos dice, a «las dimensiones éticas y antropológicas de la Pedagogía
terapéutica» 2. En efecto, en
cuanto ciencia de la educación de personas que se encuentran en difíciles
condiciones individuales, o en condiciones de sufrimiento y en fases de aguda
necesidad, la Pedagogía terapéutica, más que otras líneas de investigación,
está condicionada por las orientaciones vitales y por los valores últimos del
ser humano. Se trata de la convicción acerca del valor de la vida humana y de
la asunción del dolor mediante la búsqueda de su sentido intrínseco. En el ser
humano, afirmará Jutta Burggraf, «ser y sentido, realidad y valor» no pueden separarse entre sí. Y llega a esta
consecuencia: las cuestiones relativas al objetivo educacional de la Pedagogía
terapéutica «se enraízan en fundamentos extra-pedagógicos».
Con ello no se alude a una mera cuestión
teórica, sino a los concretos destinos humanos como, por ejemplo, dice, a «la
situación de un niño con parálisis cerebral, que apenas es capaz de un
movimiento intencional, y que depende de manera permanente del cuidado que le
proporcione su entorno. O piénsese en el niño con síndrome de Down, que a causa
de sus deficientes capacidades intelectuales parece más una carga que una
utilidad; o bien en un niño psicótico que, rodeado de su oscuridad espiritual,
lleva una vida aislada de las demás personas».
A la vista de tales casos, Jutta Burggraf
planteaba los siguientes interrogantes:
«1.
¿Sigue mereciendo vivirse la existencia humana?
2.
¿Hay un sentido para el sufrimiento que se produce en esas situaciones límite?
3.
¿Cómo pueden ser ayudadas tales personas cuando se han agotado todos los recursos
médicos?».
Jutta nos ofrecía también tres respuestas en
su investigación doctoral:
«1.
El valor determinante de toda vida humana es independiente de las condiciones
externas.
2.
El sentido último del sufrimiento experimentado por la persona se encuentra
oculto en la Transcendencia.
3.
La persona portadora del dolor puede ser ayudada desde el punto de vista
anímico y espiritual mediante una orientación hacia la búsqueda de sentido».
La
auténtica «humanitas» en la obra sobre Teresa de Ávila
La prestigiosa editorial Ferdinand Schöningh
editó la obra en 1996, con el título: Teresa von Avila. Humanität und
Glaubensleben [Teresa de Ávila. Humanidad y vida de fe].
Como su disertación doctoral en Pedagogía,
también este trabajo está atravesado por la pregunta por el ser humano, y más
exactamente por la «humanidad» del ser humano. Su objetivo se ilustra con unas
palabras de la poetisa Gertrud von Le Fort, que Jutta sitúa al inicio de su
investigación: la «verdadera humanidad» es «la única prueba de la existencia de
Dios» que todavía está dispuesta a aceptar gran parte de la sociedad occidental
industrializada de nuestro mundo.
De una parte, la expresión «verdadera humanidad»
alude a la idea de «humanitas» ya conocida en la antigüedad; de otra parte, se
refiere a la noción cristiana que, en última instancia, descubre la «verdadera
humanidad» en el amor a Dios y en el amor al prójimo. El ser humano es imagen
de Dios. Por tanto, la «humanitas» cristiana encuentra su punto de referencia
en el Hijo de Dios hecho hombre. En esta «humanitas» del Señor participa todo
ser humano que ha sido incorporado a Cristo mediante la gracia. Cuanto más el
hombre se dirige hacia Dios, tanto más alcanzará una cierta perfección de su
naturaleza, es decir, la «humanitas». Esto sucede según un proceso que dura la
vida entera, y que normalmente no discurre de manera lineal, sino que en
diferentes modos está acompañado de esfuerzos y de resignación, de peligros y
de retrocesos; está marcado por la experiencia de la ayuda divina, por la
contrición y por la conversión; un proceso que se dirige hacia una plenitud que
se alcanza de manera definitiva sólo en la vida del más allá. Al término de su
trabajo, Jutta Burggraf concluía: no hay auténtica humanidad sin encuentro con
Dios y sin la superación de las inclinaciones inferiores desordenadas del ser
humano.
La imagen de Dios resplandece de manera especialmente
clara en los santos. El amor del que Teresa da testimonio no sólo se dirige a
los hombres, sino que ante todo se dirige a Dios. El ejemplo de esta santa, nos
dice la Profesora Burggraf, ilustra «que el proceso de santificación acontece
en un mismo y único proceso de humanización... Cuanto más hondamente el hombre
realiza su condición humana, más se acerca a Dios».
Testimonio vital
El tema de la «auténtica humanidad», su
interés por el hombre, atravesaba como un hilo rojo el trabajo científico de
Jutta, pero también su propia vida. Quizá a causa de su experiencia en la
propia familia e influida por sus estudios pedagógicos, tuvo siempre un gran
corazón para los débiles, para todos aquellos desfavorecidos en cualquier modo.
Por naturaleza era una pedagoga con talento.
Sus reflexiones sobre la auténtica humanidad
abarcaban el dolor, el perdón y, no en último lugar, la libertad.
«La aventura de la filiación divina es
comparable a un viaje sin fin. Conduce a un océano cuya otra orilla sólo puede
ser presentida. El cristiano ya respira la brisa que viene de mar adentro... Su
mirada alcanza el lejano horizonte ‘donde se unen el cielo y la tierra’. Pero
todavía está anclado el barco que le llevará. Todavía no es capaz de reconocer
lo que está oculto ‘detrás’ de ese horizonte. Pero un día se alzará el ancla.
Entonces el cristiano emprenderá el viaje a un mundo todavía más bello en el
que le recibirá lleno de alegría Aquel que desde siempre era su Padre –y que
siempre quiso lo mejor para él–. Y podrá experimentar definitivamente el
insondable misterio del amor de Dios por los hombres en toda su ‘longitud y
anchura, altura y profundidad’ (Ef 3, 18)».
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