Más se habla del fenómeno, más impotente se muestra la escuela para
frenarlo. Se ha “confiscado la autoridad del profesor”, acusa un especialista.
Las desopilantes “orientaciones” oficiales para docentes.
cpeiro@infobae.com
El bullying está de moda. El problema no es nuevo. Lo nuevo es
la impotencia para frenarlo. Proliferan especialistas, ong, libros,
especializaciones, seminarios, campañas y hasta una ley… Un crecimiento
inversamente proporcional a los resultados.
Tal vez no se está apuntando a donde corresponde.
El especialista en educación Narodowski es
categórico: "El 'bullying' es el reconocimiento de la rendición de los
adultos a actuar como tales". "En los nuevos tiempos indoloros de
desresponsabilización adulta –explica el ex ministro de Educación
porteño y autor de Un mundo sin adultos. Familia, escuela y medios frente
a la desaparición de la autoridad de los mayores-, el bullying ocupa
el lugar de la vieja disciplina escolar, del control férreo, la vigilancia
precisa, la sanción, el castigo, que presuponía una autoridad adulta
incuestionable y muchas veces autoritaria a la que los niños debían
obedecer. Con la paulatina desaparición de la autoridad de los
adultos los conflictos se vuelven anónimos: ya no hay una voz
autorizada a la que recurrir".
"La ideología de la indulgencia ha construido el fenómeno",
acusa sin vueltas Samuel Piquet, profesor y columnista de la revista francesa de debates Causeur,
en un artículo demoledor contra la "escuela moderna" a
la que señala como "responsable" de que el acoso escolar se
haya convertido en un fenómeno irrefrenable.
Lo que vale para el "patoteo" vale también para la violencia
de alumnos hacia profesores o de los padres hacia los docentes. Es otro dique
que ha cedido, arrasando con la autoridad.
"Como en muchos otros flagelos que deterioran la convivencia
social, la impunidad es la clave –escribe Piquet-. No hay
castigos, no hay culpables; siempre hay atenuantes y culpas
colectivas que diluyen la responsabilidad".
Cualquiera que escuche esta descripción pensaría que está hablando de la
Argentina: "Los docentes hacen lo que pueden, es decir no gran cosa,
despojados como están desde hace años de toda autoridad; el Ministerio (de
Educación) está persuadido de que los principales peligros que acechan
al niño en la escuela son la humillación (¡por los profesores!) y el
aburrimiento, a los cuales hay que poner remedio mediante la 'pedagogía de
la indulgencia'; los adultos ya no tienen ningún poder desde que la
escuela decretó que la palabra del alumno valía tanto como la del profesor;
la dirección cierra los ojos o minimiza los actos de acoso y no castiga más a
sus autores".
"Los (alumnos) acosadores no son casi nunca excluidos", dice
Piquet. La consecuencia es la impunidad y por lo tanto la reproducción del
fenómeno. "No se puede predicar sin cesar la indulgencia hacia los
'verdugos', hacerlos pasar por víctimas y esperar que desaparezcan
milagrosamente esos vejámenes", agrega.
"En esta escuela que ha invertido todos los valores, a los
acosadores se les buscan todas las circunstancias atenuantes posibles. Y
es por lo tanto mucho más frecuente que sea el acosado el que deja la
escuela".
Todo parecido con Argentina no es
casualidad, sino resultado de los mismos enfoques y las mismas claudicaciones de la autoridad educativa.
Y adulta en general.
"Invitando a los 'educandos' a
edificar ellos mismos su propio saber–agrega Piquet-, (la escuela moderna) ha
confiscado la autoridad del profesor. Buscando por todos los medios hacer
de éste último un par del alumno, lo ha convertido en un ser incapaz de
protegerlo de sus camaradas".
Este reconocimiento es un primer paso. Falta ver qué se hará. La nueva
gestión elige poner el acento en la formación docente.
Pero, ¿no está deteriorada esa relación asimétrica en la escuela
actual?
"Sin asimetría entre adultos y
niños no hay educación –insiste Narodowski-. La utopía de una escuela indolora, 'copada',
para 'disfrutar', como valor único y supremo de la existencia, es un artilugio
para no hacerse cargo de formar. Es un remedio 'progre' para no sentir el dolor
de nuestra cultura contradictoria y renegar de nuestro lugar de adultos que, lo
queramos o no, somos a quienes recurren nuestros alumnos para reconocer los
límites que impone la vida social. Negarnos a esa palabra, negarnos al no, es
habilitar cualquier forma de vínculo, incluso los más abyectos".
Fustiga también la deserción adulta y la idea de que
el bullying es un problema a solucionar "entre todos", como
sostienen "los nuevos especialistas indoloros, en un mundo en el que las
responsabilidades entre grandes y chicos tienden a igualarse y donde las
relaciones son cada vez más desjerarquizadas".
Lo que está desvirtuado, en el fondo, es la función misma de la
institución: "En una escuela 'divertida' donde los alumnos no deben
aburrirse y en la que el valor mayor es el 'entusiasmo', los conflictos o las
agresiones están vistos como un fenómeno exterior a la educación que debe
resolverse con consensos aplanados o, en casos extremos, debe tercerizarse en
especialistas", dice Narodowski. Y remata: "La autoridad docente
quedó relegada a una sombra por temor al exceso autoritario. En la escuela esto
es cada vez más evidente siendo que los más grandes ya no están
llamados a hacerse cargo de dirimir conflictos entre niños o adolescentes,
sino que son espectadores o, en el mejor de los casos, unos árbitros muy
blandos".
No existen estadísticas sobre bullying –no las había en la anterior
gestión-, lo que vuelve difícil evaluar resultados. Las herramientas heredadas
por el nuevo gobierno son dos documentos pomposamente bautizados "Guía Federal de Orientaciones para la intervención educativa en
situaciones complejas relacionadas con la vida escolar n° 1 y 2". Por si no alcanzara, un
subtítulo agrega: Recuperar el saber hacer de las escuelas en relación
con la convivencia y el cuidado comunitario.
Las guías ministeriales son producciones de 2014, gestión de Alberto
Sileoni. Una veintena de páginas cada una y un total de más de 20 mil palabras
para decir muy poco de concreto. Al eufemismo, a la jerga pedagogista y a la
redundancia conceptual, se suma un lenguaje inclusivo que -como educadores
deberían saberlo- es incorrecto castellano. "En esta guía se
sostiene que la intervención institucional se define por su potencial de
transformación de los sentidos y modos de la organización escolar (espacios,
tiempos, posiciones, tareas y trabajos, modos de circulación de la palabra y de
asunción de responsabilidades en la escuela) (…) Así también promueve miradas
interdisciplinarias y la asunción de la propia responsabilidad junto a
con otros y otras, en tanto adulto
y adulta, docente, directivo o directiva,…."
Aunque el documento incluya entre sus objetivos el "propiciar una
política de cuidado de cada estudiante, estableciendo un vínculo
asimétrico entre las personas adultas frente al alumnado", la
escuela argentina hace tiempo viene destruyendo ese vínculo mediante la
deslegitimación del rol docente y la propia guía se contradice renglones
después.
Por caso, se propone "pensar la generación y desarrollo de vínculos
en las escuelas a partir de la construcción de una autoridad pedagógica democrática,
entendida como la autoridad construida a partir del diálogo, del
reconocimiento del otro y una asimetría entre personas adultas y
jóvenes…". La economía de palabras no es virtud de los autores de la guía.
La mayor parte de las recomendaciones están dirigidas a evitar
que los adultos estigmaticen a los pequeños angelitos. "…. las
acciones de niños, niñas y adolescentes deben nombrarse de modo que no
estigmaticen ni rotulen la identidad de los involucrados, tal como está
estipulado legalmente [N. de la R: nótese la amenaza velada]. Asimismo
los modos de intervención deben mantener propósitos principalmente
educativos y no punitivos, jurídicos o patologizantes".
Pasar a las propuestas de la guía es sólo más frustración. El docente
debe analizar el problema en sus muchas dimensiones y además tener en cuenta una
serie de leyes –14, ni más ni menos- además de las provinciales, si cabe, y las
resoluciones del ministerio: por ejemplo, Ley de Educación, de Derechos de los
niños, de Identidad de género, de Migración (¿?), de Bullying, etcétera. Se
insiste en que los niños son "sujetos de derecho, superando el paradigma
tutelar".
De entrada se desresponsabiliza al alumno y se culpa al entorno.
"Podemos afirmar que las respuestas violentas de las alumnas y los
alumnos se producen en muchas ocasiones frente a la supresión o
negación del conflicto, frente a la falta de reconocimiento de las
posibilidades del estudiante, frente a la negación de las diferencias, frente a
la ausencia de proyectos y a la falta de intervención de las personas
adultas".
Las recomendaciones para el "Antes (del conflicto)" son
"no minimizar los pedidos de ayuda", "crear en la escuela un clima
de valores", "un pluralismo razonable" porque "en la
homogeneidad sólo encontraremos disciplina, rutina y ausencia de
respuestas a lo inesperado".
Nótese que la única mención a la disciplina
en toda la guía es con categoría de mala
palabra.
Se sugiere desplegar "estrategias pedagógicas tendientes al
desarrollo de habilidades en la búsqueda de arribar a la resolución no violenta
de conflictos y la participación ciudadana". ¿La concisión?:
bien, gracias.
A no desesperar. Por si no bastara con esta guía, hay una
segunda, más extensa. Aquí se tratan temas realmente serios, como la
agresión de alumnos o de padres hacia los profesores y hasta la
aparición de armas en las aulas, pero no por ello se aportan soluciones.
Sólo algunas indicaciones genéricas que cualquiera que transita las aulas
argentinas sabe que no se cumplen.
Otra recomendación: "Contener al estudiante, poner en
palabras la situación; y conversar acerca de lo ocurrido (…) evitando los
detalles y la estigmatización". Y, por supuesto, "no olvidar (…) el
trabajo acerca de las causas o situaciones".
Pasamos a las "violencias entre personas adultas", eufemismo
para referirse a los cada vez más frecuentes ataques de padres a docentes.
"Ante una agresión se debe procurar mantener la calma, tratando de contener la
situación", sugieren. Siguen otras obviedades como intentar calmar al
agresor, avisar a las autoridades, al médico si hay heridos, y nuevamente
"contener al docente" agredido, etc.
Más concretas son las instrucciones para encarar a un alumno
armado… Hay que tratar de llevarlo a la dirección para aislarlo del resto.
Convocar a la familia, evaluar si cabe revisarle la mochila (cuidado con su la
privacidad). "El tema no debe ser planteado como un delito [sic],
sino como una preocupación".
Si efectivamente tiene el arma, el docente debe "intentar convencer
a la o el estudiante de que apunte el arma hacia un mueble o piso de
madera o hacia una mochila con libros, (…) pedirle que saque el dedo
del gatillo; sugerirle que deje el arma sobre un superficie
horizontal", etcétera. Es textual.
Se recomienda "la realización de talleres y jornadas de reflexión e
intercambio grupal", "tener presente el rol de la escuela en la
promoción y protección de los derechos", y siguen largas parrafadas sobre
maltrato infantil, violencia de género en el noviazgo, abuso sexual, suicidio,
etcétera.
La conclusión es que el maestro tiene que ser asistente social,
psicoanalista, psicólogo social, terapista de grupo, animador, abogado
conocedor de leyes, relacionista público… Y policía o por qué no swat, para
desarmar a un alumno.
¿Cuándo enseña? En síntesis, los docentes están
atrapados entre la liviandad de las autoridades educativas y la tendencia de
las demás autoridades a dictar leyes que serán letra muerta.
Fuente: Extractado de www.infobae.com,
23/2/2017
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