viernes, 24 de febrero de 2017

Bullying: la indulgente pedagogía moderna es la culpable

Más se habla del fenómeno, más impotente se muestra la escuela para frenarlo. Se ha “confiscado la autoridad del profesor”, acusa un especialista. Las desopilantes “orientaciones” oficiales para docentes.

Por Claudia Peiró 23 de febrero de 2017
cpeiro@infobae.com

El bullying está de moda. El problema no es nuevo. Lo nuevo es la impotencia para frenarlo. Proliferan especialistas, ong, libros, especializaciones, seminarios, campañas y hasta una ley… Un crecimiento inversamente proporcional a los resultados.
Tal vez no se está apuntando a donde corresponde.
El especialista en educación Narodowski es categórico: "El 'bullying' es el reconocimiento de la rendición de los adultos a actuar como tales". "En los nuevos tiempos indoloros de desresponsabilización adulta –explica el ex ministro de Educación porteño y autor de Un mundo sin adultos. Familia, escuela y medios frente a la desaparición de la autoridad de los mayores-, el bullying ocupa el lugar de la vieja disciplina escolar, del control férreo, la vigilancia precisa, la sanción, el castigo, que presuponía una autoridad adulta incuestionable y muchas veces autoritaria a la que los niños debían obedecer. Con la paulatina  desaparición de la autoridad de los adultos los conflictos se vuelven anónimos: ya no hay una voz autorizada a la que recurrir".
"La ideología de la indulgencia ha construido el fenómeno", acusa sin vueltas Samuel Piquet, profesor y columnista de la revista francesa de debates Causeur, en un artículo demoledor contra la "escuela moderna" a la que señala como "responsable" de que el acoso escolar se haya convertido en un fenómeno irrefrenable.
Lo que vale para el "patoteo" vale también para la violencia de alumnos hacia profesores o de los padres hacia los docentes. Es otro dique que ha cedido, arrasando con la autoridad.
"Como en muchos otros flagelos que deterioran la convivencia social, la impunidad es la clave –escribe Piquet-. No hay castigos, no hay culpables; siempre hay atenuantes y culpas colectivas que diluyen la responsabilidad".
Cualquiera que escuche esta descripción pensaría que está hablando de la Argentina: "Los docentes hacen lo que pueden, es decir no gran cosa, despojados como están desde hace años de toda autoridad; el Ministerio (de Educación) está persuadido de que los principales peligros que acechan al niño en la escuela son la humillación (¡por los profesores!) y el aburrimiento, a los cuales hay que poner remedio mediante la 'pedagogía de la indulgencia';  los adultos ya no tienen ningún poder desde que la escuela decretó que la palabra del alumno valía tanto como la del profesor; la dirección cierra los ojos o minimiza los actos de acoso y no castiga más a sus autores".
"Los (alumnos) acosadores no son casi nunca excluidos", dice Piquet. La consecuencia es la impunidad y por lo tanto la reproducción del fenómeno. "No se puede predicar sin cesar la indulgencia hacia los 'verdugos', hacerlos pasar por víctimas y esperar que desaparezcan milagrosamente esos vejámenes", agrega.
"En esta escuela que ha invertido todos los valores, a los acosadores se les buscan todas las circunstancias atenuantes posibles. Y es por lo tanto mucho más frecuente que sea el acosado el que deja la escuela".
Todo parecido con Argentina no es casualidad, sino resultado de los mismos enfoques y las mismas claudicaciones de la autoridad educativa. Y adulta en general.
"Invitando a los 'educandos' a edificar ellos mismos su propio saber–agrega Piquet-, (la escuela moderna) ha confiscado la autoridad del profesor. Buscando por todos los medios hacer de éste último un par del alumno, lo ha convertido en un ser incapaz de protegerlo de sus camaradas".
Este reconocimiento es un primer paso. Falta ver qué se hará. La nueva gestión elige poner el acento en la formación docente. 
Pero, ¿no está deteriorada esa relación asimétrica en la escuela actual?
"Sin asimetría entre adultos y niños no hay educación –insiste Narodowski-. La utopía de una escuela indolora, 'copada', para 'disfrutar', como valor único y supremo de la existencia, es un artilugio para no hacerse cargo de formar. Es un remedio 'progre' para no sentir el dolor de nuestra cultura contradictoria y renegar de nuestro lugar de adultos que, lo queramos o no, somos a quienes recurren nuestros alumnos para reconocer los límites que impone la vida social. Negarnos a esa palabra, negarnos al no, es habilitar cualquier forma de vínculo, incluso los más abyectos".
Fustiga también la deserción adulta y la idea de que el bullying es un problema a solucionar "entre todos", como sostienen "los nuevos especialistas indoloros, en un mundo en el que las responsabilidades entre grandes y chicos tienden a igualarse y donde las relaciones son cada vez más desjerarquizadas".
Lo que está desvirtuado, en el fondo, es la función misma de la institución: "En una escuela 'divertida' donde los alumnos no deben aburrirse y en la que el valor mayor es el 'entusiasmo', los conflictos o las agresiones están vistos como un fenómeno exterior a la educación que debe resolverse con consensos aplanados o, en casos extremos, debe tercerizarse en especialistas", dice Narodowski. Y remata: "La autoridad docente quedó relegada a una sombra por temor al exceso autoritario. En la escuela esto es cada vez más evidente siendo que los más grandes ya no están llamados a hacerse cargo de dirimir conflictos entre niños o adolescentes, sino que son espectadores o, en el mejor de los casos, unos árbitros muy blandos".
No existen estadísticas sobre bullying –no las había en la anterior gestión-, lo que vuelve difícil evaluar resultados. Las herramientas heredadas por el nuevo gobierno son dos documentos pomposamente bautizados "Guía Federal de Orientaciones para la intervención educativa en situaciones complejas relacionadas con la vida escolar n° 1 y 2". Por si no alcanzara, un subtítulo agrega: Recuperar el saber hacer de las escuelas en relación con la convivencia y el cuidado comunitario.
Las guías ministeriales son producciones de 2014, gestión de Alberto Sileoni. Una veintena de páginas cada una y un total de más de 20 mil palabras para decir muy poco de concreto. Al eufemismo, a la jerga pedagogista y a la redundancia conceptual, se suma un lenguaje inclusivo que -como educadores deberían saberlo- es incorrecto castellano. "En esta guía se sostiene que la intervención institucional se define por su potencial de transformación de los sentidos y modos de la organización escolar (espacios, tiempos, posiciones, tareas y trabajos, modos de circulación de la palabra y de asunción de responsabilidades en la escuela) (…) Así también promueve miradas interdisciplinarias y la asunción de la propia responsabilidad junto a con otros y otras, en tanto adulto y adulta, docente, directivo o directiva,…."
Aunque el documento incluya entre sus objetivos el "propiciar una política de cuidado de cada estudiante, estableciendo un vínculo asimétrico entre las personas adultas frente al alumnado", la escuela argentina hace tiempo viene destruyendo ese vínculo mediante la deslegitimación del rol docente y la propia guía se contradice renglones después.
Por caso, se propone "pensar la generación y desarrollo de vínculos en las escuelas a partir de la construcción de una autoridad pedagógica democrática, entendida como la autoridad construida a partir del diálogo, del reconocimiento del otro y una asimetría entre personas adultas y jóvenes…". La economía de palabras no es virtud de los autores de la guía.
La mayor parte de las recomendaciones están dirigidas a evitar que los adultos estigmaticen a los pequeños angelitos. "…. las acciones de niños, niñas y adolescentes deben nombrarse de modo que no estigmaticen ni rotulen la identidad de los involucrados, tal como está estipulado legalmente [N. de la R: nótese la amenaza velada]. Asimismo los modos de intervención deben mantener propósitos principalmente educativos y no punitivos, jurídicos o patologizantes".
Pasar a las propuestas de la guía es sólo más frustración. El docente debe analizar el problema en sus muchas dimensiones y además tener en cuenta una serie de leyes –14, ni más ni menos- además de las provinciales, si cabe, y las resoluciones del ministerio: por ejemplo, Ley de Educación, de Derechos de los niños, de Identidad de género, de Migración (¿?), de Bullying, etcétera. Se insiste en que los niños son "sujetos de derecho, superando el paradigma tutelar".
De entrada se desresponsabiliza al alumno y se culpa al entorno. "Podemos afirmar que las respuestas violentas de las alumnas y los alumnos se producen en muchas ocasiones frente a la supresión o negación del conflicto, frente a la falta de reconocimiento de las posibilidades del estudiante, frente a la negación de las diferencias, frente a la ausencia de proyectos y a la falta de intervención de las personas adultas".
Las recomendaciones para el "Antes (del conflicto)" son "no minimizar los pedidos de ayuda", "crear en la escuela un clima de valores", "un pluralismo razonable" porque "en la homogeneidad sólo encontraremos disciplina, rutina y ausencia de respuestas a lo inesperado".
Nótese que la única mención a la disciplina en toda la guía es con categoría de mala palabra.
Se sugiere desplegar "estrategias pedagógicas tendientes al desarrollo de habilidades en la búsqueda de arribar a la resolución no violenta de conflictos y la participación ciudadana". ¿La concisión?: bien, gracias.
A no desesperar. Por si no bastara con esta guía, hay una segunda, más extensa. Aquí se tratan temas realmente serios, como la agresión de alumnos o de padres hacia los profesores y hasta la aparición de armas en las aulas, pero no por ello se aportan soluciones. Sólo algunas indicaciones genéricas que cualquiera que transita las aulas argentinas sabe que no se cumplen.
Otra recomendación: "Contener al estudiante, poner en palabras la situación; y conversar acerca de lo ocurrido (…) evitando los detalles y la estigmatización". Y, por supuesto, "no olvidar (…) el trabajo acerca de las causas o situaciones".
Pasamos a las "violencias entre personas adultas", eufemismo para referirse a los cada vez más frecuentes ataques de padres a docentes. "Ante una agresión se debe procurar mantener la calma, tratando de contener la situación", sugieren. Siguen otras obviedades como intentar calmar al agresor, avisar a las autoridades, al médico si hay heridos, y nuevamente "contener al docente" agredido, etc.
Más concretas son las instrucciones para encarar a un alumno armado… Hay que tratar de llevarlo a la dirección para aislarlo del resto. Convocar a la familia, evaluar si cabe revisarle la mochila (cuidado con su la privacidad). "El tema no debe ser planteado como un delito [sic], sino como una preocupación".
Si efectivamente tiene el arma, el docente debe "intentar convencer a la o el estudiante de que apunte el arma hacia un mueble o piso de madera o hacia una mochila con libros, (…) pedirle que saque el dedo del gatillo; sugerirle que deje el arma sobre un superficie horizontal", etcétera. Es textual.
Se recomienda "la realización de talleres y jornadas de reflexión e intercambio grupal", "tener presente el rol de la escuela en la promoción y protección de los derechos", y siguen largas parrafadas sobre maltrato infantil, violencia de género en el noviazgo, abuso sexual, suicidio, etcétera.
La conclusión es que el maestro tiene que ser asistente social, psicoanalista, psicólogo social, terapista de grupo, animador, abogado conocedor de leyes, relacionista público… Y policía o por qué no swat, para desarmar a un alumno.
¿Cuándo enseña? En síntesis, los docentes están atrapados entre la liviandad de las autoridades educativas y la tendencia de las demás autoridades a dictar leyes que serán letra muerta.

Fuente: Extractado de  www.infobae.com, 23/2/2017

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