Posted by Isabel Orellana Vilches on 19 February, 2017
Junto con su hermano, el pequeño Francisco, y su
prima Lucía, Jacinta compone la tríada de pastorcitos a los que se les apareció
la Virgen María en Fátima. Francisco nació en Ajustrel el 11 de junio de 1908,
y Jacinta vino al mundo en esa misma localidad el 11 de marzo de 1910. Lucía
era la mayor, nació el 22 de marzo de 1907. Fue la superviviente de los tres.
Falleció el 13 de febrero de 2005. Ella y los dos hermanos compartían
confidencias, jugaban y rezaban unidos mientras cuidaban del rebaño. Lucía les hablaba
de Cristo. El prodigio que aconteció con los niños se produjo entre el 13 de
mayo y el 13 de octubre de 1917. El lugar elegido por la Virgen para hacerse
presente ante ellos fue Cova da Iría. Como les sucedió a otros videntes, los
pastorcitos también sintieron su corazón henchido de amor por Dios y por la
humanidad, disponiéndose a ofrecer sus sufrimientos para rescate de los
pecadores.
Francisco y Jacinta Marto, de 9 y 7 años. |
Sus desdichas aparecieron desde el primer instante
en el que hicieron partícipes a otros de la celeste visión. Fueron objeto de
malas interpretaciones y calumnias, perseguidos y encarcelados. Pero todo lo
soportaron con paciencia y humildad dando pruebas de heroica fortaleza, pese a
su corta edad. En particular Francisco actuó con hombría cuando fueron
amenazados de muerte, a menos que declararan falsas las apariciones. Él
infundió valor a Jacinta y a Lucía. Los tres se mantuvieron firmes: «Si nos
matan no importa; vamos al cielo». De forma específica se hizo patente su
espíritu martirial cuando le engañaron llevándose a su hermana, a la que
supuestamente iban a sacrificar: «No se preocupen, no les diré nada; prefiero
morir antes que eso». También fue palpable su inocencia evangélica y candor en
el transcurso de su enfermedad. Siempre deseó consolar a Dios y a la Virgen en
los que le pareció entrever su tristeza: «¿Nuestro Señor aún estará triste?
Tengo tanta pena de que Él este así. Le ofrezco cuanto sacrificio yo puedo»,
confió a su prima. El Padre se llevó tempranamente junto a Él a este pequeño
beato el 4 de abril de 1919.
Su hermana Jacinta, impresionada también por la
pavorosa visión del infierno, oraba por la conversión de los pecadores: «¡Qué
pena tengo de los pecadores! ¡Si yo pudiera mostrarles el infierno!». Ella,
como su hermano y su prima, no ahorró mortificaciones ni sacrificios. Las
apariciones pusieron al descubierto su espíritu misionero. Así como Francisco
experimentaba inclinación a consolar a Dios y a María, Jacinta quería convertir
a las almas rescatándolas del infierno. El amor a Dios la devoraba: «¡Cuánto
amo a nuestro Señor! A veces siento que tengo fuego en el corazón pero que no
me quema». Obtuvo la gracia de ver los sufrimientos del Santo Padre, que narró
a su hermano y a su prima. Entonces unieron sus oraciones y elevaron
insistentes plegarias por él, a la par que ofrecían sacrificios.
Los dos hermanos fueron testigos de hechos
prodigiosos realizados por mediación de María, que se hizo eco de sus súplicas.
Cuando veían que la atención recaía en ellos por haber sido agraciados con las
visiones, actuaban con la misma sencillez y humildad de siempre, huyendo de la
notoriedad. En concreto Jacinta fue bendecida con apariciones de la Virgen de
la que no fueron testigos ni Francisco ni Lucía. Ésta admiraba a su prima; la
vio madurar después de haberse comprometido con María a ofrecer su vida y
aficiones –como el baile que le agradaba sobremanera– por los pecadores. Antes
se había dejado llevar por un carácter voluble y oscilante que según fuesen las
circunstancias se tornaba en gozo o en llanto.
Cuando al paso de los años Lucía hizo memoria de su
acontecer, manifestó: «Jacinta fue, según me parece, aquella a quien la
Santísima Virgen comunicó mayor abundancia de gracia, conocimiento de Dios y de
la virtud. Tenía un porte siempre serio, modesto y amable, que parecería
traslucir en todos sus actos una presencia de Dios propia de personas avanzadas
ya en edad y de gran virtud. Ella era una niña solo en años […]. Es admirable
cómo captó el espíritu de oración y sacrificio que la Virgen nos recomendó.
Conservo de ella una gran estima de santidad». Otra de las características de
Jacinta fue su devoción por el Sagrado Corazón de Jesús, unida a la que sentía
por María, y una especial dilección por el Santo Padre al que tenía presente en
su ofrenda personal y en las oraciones compartidas con su hermano y con su
prima.
La Virgen había advertido a Francisco y a Jacinta que sus vidas serían
breves. Ésta padeció mucho antes de morir por una llaga abierta en el pecho,
producto de la pleuresía que se infectó por falta de higiene: «Sufro mucho;
pero ofrezco todo por la conversión de los pecadores y para desagraviar al
Corazón Inmaculado de María», confió a su prima Lucía. En una aparición, María
le aseguró que vendría a buscarla. Voló a los brazos del Padre en un centro
hospitalario de Lisboa, donde la llevaron casi in extremis esperando que se
recuperara, el 20 de febrero de 1920, a los 10 años de edad. Ambos hermanos
fueron trasladados al santuario de Fátima. Al abrir el sepulcro de Francisco
vieron que el rosario que colocaron sobre su pecho aparecía enredado en sus
dedos. En cuanto a Jacinta, al trasladarla al santuario, 15 años después de su
muerte, constataron que su cuerpo estaba incorrupto. El 18 de abril de 1989
Juan Pablo II declaró venerables a los dos hermanos. Y el 13 de mayo de 2000,
en el transcurso de su visita a Fátima, los beatificó en presencia de Lucía, la
tercera vidente.
Fuente: www.zenit.org,
19/2/2017
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