Beata Natalia Tulasiewicz
«Hambre de santidad y belleza; el perdón liberador,
sintetizan la vida de esta valerosa polaca, filóloga, investigadora, narradora
de cuentos, que renunció a un matrimonio y dio su vida por Cristo en
la cámara de gas»
Beata Natalia Tulasiewicz
De 108 mártires beatificados por Juan
Pablo II el 13 de junio de 1999, 9 eran laicos, hombres en su mayoría. Dos
mujeres componían este grupo. Una era Natalia. Había entregado su vida por la
fe a sus 39 años. Quiso defender los pilares que sustentaban su existencia y
acompañar a los débiles. Un testimonio de indudable valor siempre, y
especialmente en el periodo que atravesamos.
Era polaca. Había nacido el 9 de
abril de 1906 en Rzeszów. Fue la segunda de seis hijos. Su familia sembró en su
corazón la semilla de la fe, y la defensa de este sagrado depósito se convirtió
en lo más importante de su vida. De otro modo, ni habría sido agente de
pastoral, ni se habría expuesto conscientemente a ponerla en peligro. Debido a
la profesión de su padre, inspector fiscal, vivieron en distintos lugares. En
Cracovia estudió en el colegio regido por las clarisas. Y en 1921, al
establecerse en Poznań, siguió su formación con las ursulinas. Entre 1931 y
1932 se licenció en filología polaca. A lo largo de los años afianzó sus
principios evangélicos que le ayudarían a afrontar la pérdida de su hermana
mayor por causa de la tuberculosis, lesión que ella misma contrajo. Fue a Rabki
para recibir tratamiento, y allí impartió clases en el colegio de la Sagrada
Familia de Nazaret. Todo ello acontecía en los preámbulos de un momento histórico-político
álgido que cambiaría la faz de su país.
Dándole la espalda a un amor que se
resistía a compartir con ella la fe, entendió, pese a todo, que su lugar estaba
en el mundo, no en el convento. Fue honesta, coherente, generosísima. No
entraba en sus planes de futuro forjar un hogar junto a un hombre que
abiertamente profesaba el ideal comunista. Ocho años intentando que Jack se
convirtiera sin conseguirlo le bastaron para dejar cerrado este capítulo de su
vida, no sin dolor, no sin sacrificio. En 1934 canceló su compromiso y abrió
sus brazos a un nuevo horizonte. Inteligente, vital e inquieta, solía rodearse
de personas que no cediesen a lo banal. Amaba la música –en 1931 había
defendido la tesis «Mickiewicz y la música»– y le fascinaba la literatura.
Además, se deleitaba con la naturaleza, con el teatro… Era políglota,
investigadora, narradora de cuentos, relatos, y estaba inclinada también a la
labor periodística que tuvo su manifestación en elaborados reportajes
publicados en la prensa de su país. Viajó por Italia y al pasar por Asís debió
experimentar gran emoción al encontrarse en la patria del Poverello, que era
uno de los santos que admiraba. Entre sus lecturas se hallaba su vida, junto a
la de Teresa de Avila, Juan de la Cruz y Alberto Chmielowski. Una personalidad
muy atractiva, prolongación de su encanto natural.
Desde 1933 a 1937 en su quehacer
docente fue sembrando de esperanza el futuro de sus alumnos que acudían a las
aulas de la escuela de San Casimiro de Poznań, y en el liceo regido por las
madres ursulinas. Era una líder apostólica nata. Por influjo de la excepcional
formación que había recibido en su hogar, desde niña se había ido abriendo paso
en su interior un poderoso sentimiento impregnado de la bienaventuranza «los
que tienen hambre y sed de justicia». Así lo expresó: «El hambre es doble
dentro de mí. El hambre de santidad y el hambre de belleza. En realidad, son
los mismos». Formaba parte de la Sociedad de María.
Nada más producirse la invasión de
Hitler y Stalin sobre Polonia en 1939, responsables de regímenes opuestos a
todo fenómeno religioso dictaron contra ella una orden de extrañamiento. Y de
la noche a la mañana se encontró desprovista de hogar y de la elemental
seguridad y libertad a la que todo ciudadano tiene derecho. Profesionalmente
pasó a ser una docente obligada a impartir enseñanza de forma clandestina.
Vivió en Ostrowiec Kielecki y finalmente se trasladó a Cracovia, lugar al que
también se desplazó su familia. En ese momento vio consternada cómo el
ejercicio de las clases quedaba completamente vedado para ella. Infinitamente
más doloroso fue ver que las circunstancias dramáticas le impedían ejercitar su
apostolado. Y sumamente preocupada por la repercusión que los hechos que
acontecían podían tener en la vida espiritual de tantas jóvenes como ella,
especialmente de las que habían sido enviadas a Alemania para realizar trabajos
forzados, en 1943 se ofreció voluntariamente para partir allí, y se convirtió
en obrera de una de las fábricas. De ese modo podía alentar a sus compañeras a
que conservaran intacta la fe. La decisión surgió después de visitar a uno de
sus hermanos en el ghetto y ver las condiciones infrahumanas que rodeaban a
todos.
Ella formaba parte de la resistencia
polaca. No es difícil imaginar el desaliento y la angustia de estas jornaleras,
y el bálsamo que supuso la ofrenda de Natalia que les transmitía su plena
confianza en Dios omnipotente. Junto al trabajo que desempeñaba en la fábrica
Günther-Wagner de Hannover, de forma valerosa infundía esperanza en el Creador
y animaba a confiarse a Él a más de trescientas obreras polacas. Este intenso
apostolado laical que llevaba a cabo llamó la atención. Y fue arrestada por la
Gestapo en 1944. La reclusión les parecía poco y la torturaron de forma atroz,
ultrajándola en la cárcel de Colonia para internarla después en el campo de
exterminio de Ravensbrück, Alemania. Ese Dios al que imploraba le había dado
una fuerza de hierro.
El Viernes Santo de 1945, a pesar de
las vejaciones sufridas que la habían dejado extremadamente debilitada, dio una
lección en el barracón sobre la Pasión y Resurrección de Cristo que infundió
gran ánimo en los creyentes. Una de sus heroicas lecciones fue el perdón: «No
se puede vivir con el odio, el odio lleva siempre a la muerte […]. No se puede
odiar ni siquiera a aquellos que nos han hecho mal». El 31 de marzo, Domingo de
Pascua, la condujeron a la cámara de gas, donde entregó su vida al Padre. Dos
días más tarde los aliados liberaron a todos los prisioneros.
Fuente: www.zenit.org, 30/3/2017
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