jueves, 18 de mayo de 2017

Chesterton y el evolucionismo


La mayoría de las historias modernas de la humanidad empiezan con la palabra evolución. Y es que hay no sé qué de blando, de suave, de gradual, de tranquilizador en la palabra y en la idea. Desde luego, no es una palabra práctica ni una idea aprovechable. Nadie puede imaginarse cómo la nada pudo evolucionar hasta convertirse en algo. Ni siquiera se acercará más a ello, al tratar de explicarse cómo ese algo se convirtió en alguien. Es mucho más lógico empezar diciendo: "En el principio Dios creó el cielo y la tierra", aun cuando solo se quiera decir: "En el principio, cierto poder inconcebible dio comienzo a un inconcebible proceso".
Porque Dios es, por naturaleza, un nombre de misterio, y nadie puede imaginar cómo pudo ser creado el mundo, lo mismo que nadie se siente capaz de crearlo. En cambio, la palabra "evolución" parece tener cierta tendencia a sustituir la palabra "explicación", y son muchos los que se figuran que aquella les dispensa de reflexionar, igual que son muchos los que creen de buena fe porque han leído "El origen de las especies".


Chesterton, G. K. (1987) El hombre eterno. Buenos Aires: Libreros y Editores Asociados. P. 23.

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