"...a diferentes horas del día, rodeado de la familia monástica, el monje, cual otro Moisés en la montaña, levanta sus brazos al cielo por los hermanos que luchan en la planicie; y está cierto de que, mediante su oración fervorosa y constante, puede obtener la victoria para los ejércitos de Israel sobre los enemigos de Dios y de su pueblo. Su mirada, iluminada por la fe, se extiende a todo lo concerniente al reino de Dios; su caridad, inflamada por la devoción, quiere abrazar las almas todas que se revuelven en la ignorancia, el error, la miseria, la tentación, el sufrimiento, el pecado; todas aquellas que se desviven por extender en la tierra el reino de Cristo, y aquellas otras a quienes la llama del amor impulsa a estar más cerca del Señor. A fin de hacer más eficaz su intercesión, une su plegaria a la omnipotente y siempre oída de la divina Víctima, que extiende sus brazos sobre el nuevo Calvario, el altar mayor."
Fuente: Marmion, Dom Columba, O.S.B (1949) Jesucristo, ideal del monje. Barcelona: Editorial Litúrgica Española. P. 112.
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