miércoles, 9 de septiembre de 2015

El orden y la educación (2 de 4). El orden moral.


 ¿Es posible un orden moral objetivo? 


Lo que podemos preguntarnos a continuación es si cabe hablar de un orden moral, un orden de la conducta del hombre, y si esa ética puede ser objetiva.
Evidentemente el concepto de orden moral sólo puede aplicarse a los actos de la persona en tanto sujeto responsable, capaz de decisiones libres, de deberes y derechos.
El orden moral supone un fundamento. Si el fundamento es el puro arbitrio de cada uno, su subjetividad, su interés, “su verdad”, nos enfrentamos a un sistema arbitrario, que en los hechos observamos suele terminar como libertinaje y abuso de la libertad, o ley del más fuerte y abuso del poder. En este caso, para hacer la vida mínimamente soportable habrá que consensuar determinadas pautas comunes que todos respeten, o se impondrá alguno sobre el resto, estableciendo su propio orden.
Para que el fundamento no sea arbitrario, para que sea objetivo, el orden moral tiene que apoyarse en la realidad.
El “deber ser” necesita mirar al ser. El bien está en el ser y un acto es bueno si otorga alguna plenitud al ser.
Image result for personasNuestro obrar como seres humanos no puede obviar la realidad del ser, el orden del ser, porque ponernos de espaldas a la realidad es ignorancia o locura. Por lo tanto, la fundamentación del orden moral en busca de una ética objetiva, es el conocimiento de la realidad.
Ser objetivo es poder renunciar a los intereses individuales y mezquinos a favor de la verdad de las cosas. 
No siempre es fácil ser objetivo; no siempre se ve con nitidez la línea que separa el mal del bien; no siempre están cristalinos nuestros ojos ni se presenta clara la situación. Por eso es tan necesario como formar la mirada de la inteligencia para penetrar la realidad, el ensanchar el corazón para aceptarla, pues sin ese “sí” cordial la imagen se distorsiona y opaca.

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Fuente: Ianantuoni, Elena (2010) Pedagogía de la sexualidad. Buenos Aires: Bonum. 2ª Ed. 2ª Parte. Cap. III. pp. 119-125.

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