martes, 15 de septiembre de 2015

El orden y la educación (4 de 4). Orden en los procedimientos y orden como virtud.

 ¿Cómo enseñar en la escuela los aspectos procedimentales y actitudinales del orden? 

No basta con enseñar el concepto de orden, sino el orden de los conceptos, de los procedimientos, los actos y las actitudes.
El pensamiento será más fiel y verdadero, más riguroso científica y lógicamente, cuanto mejor refleje el orden de la realidad.
El buen pensar se aprende y a ello contribuye en gran medida el lenguaje. Porque pensamos con palabras y con estructuras gramaticales, la riqueza lingüística hace posible un pensamiento más afinado, más sutil, más penetrante y exacto. 
Los procesos del pensamiento y del lenguaje exigen ejercitación. Se aprenden primeramente por modelado, en forma casi inconsciente y de modo implícito con el lenguaje. Lo que corresponde a la escuela es sistematizar y profundizar ese aprendizaje.
Image result for lenguajeSe habla mucho de la necesidad de enseñar a pensar. Para ello ha de instaurarse en la escuela una cultura del pensamiento, con cultivo asiduo de la definición, de la argumentación, del lenguaje de pensamiento, de la metacognición. El ejercicio de la definición se basa en la distinción entre conceptos, pues al definir primero discriminamos, diferenciamos lo que es de lo que no es la cosa que estamos definiendo y luego delimitamos, marcamos los límites del concepto. Sólo desde aquí podremos lograr un pensamiento crítico que garantice la libertad de las personas frente al asedio del hedonismo y el consumismo.
Para trabajar los procesos de pensamiento deben educarse adecuadamente los procesos cognitivos naturales que nos ponen en contacto con la realidad: la atención, la observación, la percepción.

El orden externo en la distribución del espacio y del tiempo son ayudas inestimables e indispensables para lograr efectividad, eficacia y eficiencia.
Los niños pueden aprender a planificar sus tareas. El docente debe explicitar de modo acorde a la capacidad de sus alumnos, la planificación del curso y de la clase, de modo que ellos participen conscientemente de ese orden y se lo apropien.
Los juegos reglados son una forma de introducción al mundo de las normas que rige toda la actividad social humana.
A la hora de pensar y debatir un marco ético de acciones, contrato o código de convivencia, -tarea que satisface tanto a los más chicos como a los jóvenes,- es importante buscar siempre el fundamento de la norma, y que ese fundamento esté en la realidad y apunte al bien común.
Cuando se pase a analizar normas éticas hay que sostener este mismo camino. Los niños poseen extraordinaria sensibilidad frente a lo que perciben injusto. Debemos ayudarlos a pensar por qué algo es justo o injusto, bueno o malo. En el fondo, nos encontramos ante un orden o desorden.
Si lo justo es dar a cada uno lo que corresponde, y si toda persona posee una dignidad intrínseca por el hecho de serlo, justo será el respeto a sí mismo y a los demás.
El respeto impone una distancia, una consideración que nos impide el trato abusivo. Incluso genera un sano temor de dañar, por lo que lleva al cuidado. El respeto de sí mismo y del otro hace que la persona sea asertiva, evitando tanto las conductas sumisas como las agresivas.
El respeto de sí y del otro nos disuade de vernos como simples objetos. Por consiguiente, nos frena ante la tentación de hacer un uso abusivo o explotador de las personas. Esto tiene enormes consecuencias en el campo de la actividad y las costumbres sexuales de las personas y de la sociedad. Descartar la perspectiva del hombre como objeto, sea para el placer o para convertirlo en un insumo industrial, lleva a condenar prácticas como la prostitución, el sexo ocasional, la experimentación con seres humanos, el uso de embriones vivos o la destrucción de los mismos con fines diversos, -aún terapéuticos,- y la clonación de seres humanos. También lleva a cuestionar las autoagresiones como horadar o roturar el cuerpo y experimentar con drogas o juegos peligrosos.
Las destrezas cognitivas, las habilidades sociales y las virtudes intelectuales y morales son hábitos que se adquieren, esencialmente y desde la primera infancia, por la práctica. Las vivencias aportadas por los climas psicológicos y sociales que producen los ejemplos reales o de ficción, constituyen un terreno donde se favorece o perjudica su desarrollo normal.
La instrucción veraz, la reflexión, el análisis de conductas y sus consecuencias, el juicio crítico desarrollado y bien aplicado son factores favorables a las conductas sensatas.
Pero es en última instancia el ejercicio libérrimo de la decisión que se toma en lo más íntimo de la voluntad, lo que concreta su realización. Por eso, procuremos formar hombres buenos.

Fuente: Ianantuoni, Elena (2010) Pedagogía de la sexualidad. Buenos Aires: Bonum. 2ª Ed. 2ª Parte. Cap. III. pp. 119-125.

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