jueves, 3 de marzo de 2016

El valor de las lecturas

Recreación y síntesis del texto de Ana Benda: Libro e identidad (publicado)
por Elián Morant
Reconocemos, aquellos que hemos tenido la dicha de haber disfrutado de una infancia alimentada por la lectura, que gran parte de nuestro ser, de eso que hoy somos, se lo debemos en gran medida a los libros. Cuando nos paramos frente a las distintas situaciones de la vida, ante las distintas imágenes que el mundo nos ofrece, afloran desde ese baúl de nuestra interioridad, los libros, las frases, las ideas que alguna vez encontramos en esos libros que leímos o estamos leyendo.
En efecto, el camino de la lectura es un camino que generalmente nos lleva desde lo más general hacia la profundidad. Cuando somos niños, los libros infantiles nos muestran las realidades más sencillas, la presentación del mundo exterior, la diferencia entre bien y mal, entre aquello que es bello y aquello que no lo es.
En nuestra juventud, nos acercamos a los libros clásicos que nos presentan a un héroe, un hombre de bien, un hombre de ideales decidido a realizarlo todo por la salvación de su pueblo, por la consecución de la mujer que ama; así conocemos al Rey Arturo, Aquiles, Odiseo, quienes despiertan en nuestro corazón el deseo de la heroicidad.
También aparece en nuestra vida el texto escolar, aquel que nos presenta la realidad del mundo en su mismidad, lo que ha sido creado, la biología, la historia del hombre, la geografía, eso que nos conecta con el mundo exterior y nos hace pensar en Aquel que hizo todas estas cosas. Llegan también las ciencias exactas, que nos preparan el terreno de la lógica, del orden de las cosas.
Y llegamos al libro de Filosofía, que nos hace levantar vuelo en el pensamiento, que nos permite ahondar en el mar de causas, que nos da el alimento propio de la inteligencia humana, aquel que hace contacto directo con la Verdad de las cosas. Y con él, el libro de Teología, que se atreve a pensar en Dios mismo, y busca entenderlo sabiendo que no logrará abarcarlo. Ciencia que nos hace volar y a la vez humillarnos.
Con todo este revestimiento, con todas estas realidades y estos roles interpretados por nuestra propia imaginación, con estos tantos libros y todo lo que ellos implican, con la vivencia de cada página a lo largo de nuestra vida, ¿qué seríamos despojados de este bagaje? Aparece nuestra identidad frente a nuestros ojos, reconocemos que somos los mismos que éramos en el vientre de nuestra madre y, sin embargo, arropados y alimentados con toda esta rica experiencia.

El libro nos hace, como el alfarero, moldear nuestra propia vida, sacar de nosotros aquello que somos, dar a luz aquello que traemos desde las manos del Creador para el mundo. Nos trae toda la cultura, la religión, el rito, la tradición humana, el pensamiento del hombre, para hacerlo propio, para asirse de ello, y moldear desde ello la luz que cada uno trae. El libro nos ayuda a pararnos en los hombros de aquellos gigantes de antaño, y agregarle siquiera una pulgada al rico tesoro cultural de la humanidad, pero será nuestra pulgada, aquella que estábamos llamados a agregar. 

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