Recreación y síntesis del texto de Ana Benda: Libro e identidad (publicado)
por Elián Morant
Reconocemos,
aquellos que hemos tenido la dicha de haber disfrutado de una infancia
alimentada por la lectura, que gran parte de nuestro ser, de eso que hoy somos,
se lo debemos en gran medida a los libros. Cuando nos paramos frente a las
distintas situaciones de la vida, ante las distintas imágenes que el mundo nos
ofrece, afloran desde ese baúl de nuestra interioridad, los libros, las frases,
las ideas que alguna vez encontramos en esos libros que leímos o estamos
leyendo.
En efecto, el
camino de la lectura es un camino que generalmente nos lleva desde lo más
general hacia la profundidad. Cuando somos niños, los libros infantiles nos
muestran las realidades más sencillas, la presentación del mundo exterior, la
diferencia entre bien y mal, entre aquello que es bello y aquello que no lo es.
En nuestra
juventud, nos acercamos a los libros clásicos que nos presentan a un héroe, un
hombre de bien, un hombre de ideales decidido a realizarlo todo por la
salvación de su pueblo, por la consecución de la mujer que ama; así conocemos
al Rey Arturo, Aquiles, Odiseo, quienes despiertan en nuestro corazón el deseo
de la heroicidad.
También
aparece en nuestra vida el texto escolar, aquel que nos presenta la realidad
del mundo en su mismidad, lo que ha sido creado, la biología, la historia del
hombre, la geografía, eso que nos conecta con el mundo exterior y nos hace
pensar en Aquel que hizo todas estas cosas. Llegan también las ciencias
exactas, que nos preparan el terreno de la lógica, del orden de las cosas.
Y llegamos al
libro de Filosofía, que nos hace levantar vuelo en el pensamiento, que nos
permite ahondar en el mar de causas, que nos da el alimento propio de la
inteligencia humana, aquel que hace contacto directo con la Verdad de las
cosas. Y con él, el libro de Teología, que se atreve a pensar en Dios mismo, y
busca entenderlo sabiendo que no logrará abarcarlo. Ciencia que nos hace volar
y a la vez humillarnos.
Con todo este
revestimiento, con todas estas realidades y estos roles interpretados por
nuestra propia imaginación, con estos tantos libros y todo lo que ellos
implican, con la vivencia de cada página a lo largo de nuestra vida, ¿qué
seríamos despojados de este bagaje? Aparece nuestra identidad frente a nuestros
ojos, reconocemos que somos los mismos que éramos en el vientre de nuestra
madre y, sin embargo, arropados y alimentados con toda esta rica experiencia.
El libro nos
hace, como el alfarero, moldear nuestra propia vida, sacar de nosotros aquello
que somos, dar a luz aquello que traemos desde las manos del Creador para el
mundo. Nos trae toda la cultura, la religión, el rito, la tradición humana, el
pensamiento del hombre, para hacerlo propio, para asirse de ello, y moldear
desde ello la luz que cada uno trae. El libro nos ayuda a pararnos en los
hombros de aquellos gigantes de antaño, y agregarle siquiera una pulgada al
rico tesoro cultural de la humanidad, pero será nuestra pulgada, aquella que
estábamos llamados a agregar.
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