Altamira, una mirada torcida contra la Iglesia
En la película Altamira estamos ante la
enésima manipulación destinada a presentar a la Iglesia católica como la mayor
enemiga de los hombres.
Por Jorge
Soley -
El pasado primero de abril se
estrenó la película Altamira, que cuenta entre sus atractivos el
papel protagonista de Antonio Banderas y que intenta (o al
menos eso pretende) explicar lo sucedido en torno al descubrimiento de las
pinturas de la Cueva de Altamira por parte de Marcelino Sanz de
Sautuola (1831-1888).
Estamos, a priori, con una iniciativa
que reúne varios méritos: buenos actores y dirección y una historia nuestra,
apasionante y con enseñanzas para el día de hoy. Y sin embargo, esa primera
impresión se desvanece pronto al comprobar, ya desde los carteles
promocionales, que estamos ante la enésima manipulación destinada a
presentar a la Iglesia católica como la mayor enemiga de los hombres. La
caracterización de Rupert Everett, en su papel de párroco de Santillana del
Mar, no deja lugar a dudas: su rostro desagradable, su mirada torva, más propia
de un psicópata asesino que de un sacerdote, recuerda a la más trasnochada
propaganda anticlerical. A la hora de presentar a la Iglesia como repulsiva no
hay sutilezas que valgan, habrán pensado los ideadores del film, y para que
nadie se llame a engaño presentan al sacerdote como una mezcla de Nosferatu y Voldemort.
Lo que las imágenes anunciaban, la
película lo confirma. La Iglesia es presentada como enfrentada a la ciencia y
el gran obstáculo en su desarrollo. El tema no es banal, pues como bien señala
el P. Spitzer, uno de los caminos por los que los jóvenes pierden la fe es el
considerarla incompatible con la ciencia. Una parte importante de la propaganda
atea va en esta línea: la ciencia es verdadera, se puede verificar, y
contradice la religión, un cuento de hadas fantástico impropio de personas
adultas y cultivadas. Poco importa que todas las evidencias indiquen lo
contrario (desde innumerables científicos católicos que no han percibido
ninguna contradicción entre su fe y la ciencia hasta documentos magisteriales y
obras de filosofía que desmontan el relato antirreligioso), las películas y las
series van conformando la mentalidad de la gente, que se quedan con la
cantinela de una Iglesia enemiga de la ciencia y empeñada en seguir manteniendo
su poder sobre la gente por cualquier medio, incluso la mentira y la violencia.
Por fortuna, aún hay quien no traga
y, todavía más, investiga y estudia lo que realmente ocurrió. Es el caso
de Alfonso V. Carrascosa, científico del CSIC, que arroja luz sobre
Altamira en una serie de artículos publicados en Religión en
Libertad, a los que se suman los redactados por Pablo Ginés para
completar un acercamiento histórico riguroso que desmonta la versión de la
película.
¿Y en qué se diferencia la realidad
de lo que nos intenta vender la Altamira de Antonio Banderas? En base a lo
aportado por Carrascosa y Ginés, podemos afirmar lo siguiente:
1. Marcelino Sanz de Sautuola era
católico practicante y nunca encontró
que su fe chocara con su actividad científica. Curiosamente, este aspecto se
silencia en la película.
2. El científico español que más
le apoyó, Juan Vilanova y Piera, considerado el padre de la
geopaleontología española, también era un fervoroso católico.
3. No es verdad que la Iglesia
católica viera con aprensión el descubrimiento de Altamira como contrario a la
interpretación literal de la Creación. Lo cierto es que nadie con autoridad en
la Iglesia sostenía la necesidad de interpretar literalmente la Biblia. De
hecho, Vilanova y Piera, en 1872, siete años antes de los
descubrimientos de Altamira, había publicado una obra, “Origen,
naturaleza y antigüedad del hombre”, que incluía dataciones geológicas
y biológicas distintas a las de la Biblia y a la que la vicaría apostólica
de Madrid había dado su visto bueno. En las palabras literales del censor de la
época, “La Iglesia no ha declarado el número fijo de años que lleva
el hombre en la tierra… Tampoco vemos que se contraríe el texto
sagrado cuando la geología ha descubierto que las capas terrestres nos
demuestran que la vida ha debido sucederse por grados en la tierra y aun en razón
directa de la complicación del organismo“. Así pues, los personajes de
la película que se espantan, aferrados a las cronologías bíblicas, no son
creíbles, son una manifiesta manipulación. Como se ve, nada que ver con lo
que la película nos intenta hacer creer.
4. En la película se sostiene que la
Iglesia se opuso al descubrimiento y acusó a Sanz de Sautuola de falsificador.
No es verdad. No hubo ningún pronunciamiento oficial de la Iglesia
Católica, ni en España ni en el Vaticano, sobre la autenticidad o falsedad de
las pinturas de Altamira.
5. Quienes sí se pronunciaron fueron
los laicistas, que atacaron despiadadamente el descubrimiento, pensando que era
contrario a la visión del hombre prehistórico predominante en la época. La
Institución Libre de Enseñanza, con el laicista Francisco Giner de los
Ríos a la cabeza y la Real Sociedad Española de Historia Natural, con el
laicista Ignacio Bolívar al frente afirmaron que las pinturas
eran falsas y se negaron a admitir su autenticidad, poniendo a Sanz de
Sautuola en una dificilísima situación. Las críticas también llegaron del
extranjero, donde el paleontólogo Gabriel de Mortillet, llevado de su
pasión anticlerical, llegaría a escribir acerca de Altamira, en una carta a su
colega Carthailac lo siguiente: “No te fíes, amigo, es una trampa que
nos tienden los jesuitas a los prehistoriadores para reírse de nosotros”. Es
decir, que en 1881 lo que creían los científicos enemigos de Sautuola era que
“sus pinturas” eran el fruto de una conspiración de la Iglesia.
6. Finalmente, y tras mucho
sufrimiento, la comunidad científica mundial confirmó la autenticidad de las
pinturas. ¿Quién fue el abogado de Sanz de Sautola? ¿Algún científico
comecuras? Pues no precisamente: quien logró que Carthailac retirase sus
acusaciones de falsificación fue el sacerdote y paleontólogo Henri
Breuil. Ya lo ven, los curas empeñados siempre en atacar a la ciencia…
7. Como explica Carrascosa, la
película presenta a la esposa del descubridor como una católica fanática,
algo histérica e ignorante, una caricatura que no por repetida deja de ser
lamentable y que, por cierto, supone una actitud machista que desprecia la
capacidad de raciocinio del sexo femenino.
8. El párroco de
Santillana proclama en la película, para justificar su oposición al
descubrimiento: “Mi deber es proteger la fe de la Iglesia”. La frase es
absurda, pues ya hemos visto que ni la fe, ni la Iglesia estaban amenazadas por
la autenticidad de las pinturas, una apreciación que nadie compartió y menos
aún científicos católicos como Sanz de Sautuola o Juan Vilanova.
9. Más frases absurdas y gratuitas,
esta vez en boca de Sanz de Sautola: “Es el hombre desafiando la
voluntad de Dios”, “Si alguien explora el misterio de la Creación,
le despoja de su grandiosidad”. El científico, como buen católico,
sabía que era exactamente al revés:penetrando en el misterio de la Creación
se descubre la grandiosidad del Creador. No hay ningún desafío, sino un ir
comprendiendo mejor la obra de Dios y un maravillarse ante ésta.
10. De hecho, esta versión
anticatólica de don Marcelino Sanz de Sautuola se contradice con la imagen que
de él ha conservado su familia. Ramon Pérez Maura, descendiente del
descubridor de Altamira, escribía en un artículo en ABC al respecto que jamás
habían oído hablar de nada semejante en la tradición familiar.
11. Añadía, Pérez Maura que Don Marcelino
Menéndez Pelayo, el develador de heterodoxos y herejes, se deshace
en elogios hacia su tocayo y paisano: “La verdadera revelación del arte
primitivo se debe a un español modestísimo, al caballero montañés don Marcelino
Sanz de Sautuola, persona muy culta y aficionada a los buenos estudios, pero
que, seguramente, no pudo adivinar nunca que su nombre llegaría a hacerse
inmortal en los anales de la prehistoria“. Difícilmente Menéndez Pelayo
habría elogiado a Sanz de Sautuola, si cualquier autoridad eclesiástica
mínimamente significativa de la época hubiese considerado el hallazgo de
Altamira, ya no contrario a la fe, sino una mera dificultad para ella.
Ramón Pérez Maura atribuye el sesgo
anticatólico de Altamira a necesidades del guión: “cabe entender la
relevancia del papel malvado jugado en «Altamira» por el párroco de Santillana
del Mar como una necesidad narrativa antes que como un hecho histórico de la
relevancia que se le da”, y más adelante escribe que se “requiere de licencias
para contar la esencia de una historia. Como cualquier obra de arte, «Altamira»
las tiene“. Se advierte que Pérez Maura se esfuerza en hacer una
interpretación bondadosa de la película en la que su antepasado es el héroe,
desfigurado, sí, pero héroe al cabo.
Los indicios aquí reseñados son
demasiados para ser ignorados y apuntan a que se ha querido aprovechar
la historia de un científico católico, de un hombre que hace un
descubrimiento trascendental y que luego, ante los ataques injustos de sus colegas
laicistas, supo defender la verdad y asumir las dolorosas consecuencias, para
montar el enésimo ataque contra todo lo que huela a religión católica. Si
la víctima es la verdad, la misma que con tanto ahínco defendió Sanz de
Sautuola, peor para ella. Ya se sabe que en toda guerra hay daños colaterales y
que en la tarea de aplastar a la Infame, que decía Voltaire, uno no se puede
andar con chiquitas.
Lástima. Don Marcelino Sanz de
Sautuola no se merecía el ser usado como ariete contra la fe que iluminó su
vida. Sí, las películas se toman libertades, pero no hasta explicar lo
contrario de lo que realmente sucedió. De asistir a un pase de
Altamira, Sanz de Sautuola no habría llegado hasta el The End: se
habría levantado, indignado, y habría abandonado la sala donde otro que no es
él pretende suplantarlo.
Un último apunte: quien quiera saber
más sobre el tema, Stella Maris ha publicado un libro, “Altamira. Historia
de una polémica”, de José Calvo Poyato, donde se pueden
encontrar más detalles acerca de lo que realmente sucedió.
Fuente: Actuall,
14/04/2016.
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