El espejo
-¡Mamá! ¡Mamá!... ¿me puedes leer esto? – pidió el niño cuyo
cuerpecito sobresalía apenas de una montaña de papeles, cuadernos, lápices y
libros desparramados sobre la mesa del comedor.
-Mmm
... a ver... “di agli daccling”, -leyó la madre, distraídamente.
-¿Qué
quería decir?- volvió a pedir el niño, - ¡me olvidé!
-¿Cómo
te olvidaste? ¡Si hace tan poco que lo leímos!
-
Espera... ¡ya sé! “El patito feo”
-¡Muy bien! ¿Y recuerdas también la historia?
-
Sí. “Había una vez un huevito...”
Ana se perdió
en los ojos de su hijo. No podía borrar de su mente aquellas palabras del
médico: -Señora, lamentablemente los análisis nos hacen pensar en una
malformación genética. Esto es doloroso, pero tengo el deber de advertirla.
-¿Qué me quiere decir? ¿Qué tiene mi bebé?- las preguntas le brotaron trémulas.
-Tenemos que hacer más estudios para definir eso, por ahora lo único que
sabemos es que no es normal... Yo le sugeriría... -¿Qué? –disparó sobresaltada.
-Que vuelva otro día con su esposo y charlemos más tranquilos. -No, no me quedo
tranquila. -Siempre hay alternativas –su voz sonaba conciliadora. -¿En qué
piensa, doctor?- preguntó ella con los ojos ensombrecidos como intuyendo la
respuesta.
-“....y la señora pata, aunque este huevo era tan grande, le dio
su calor, como a los demás, y pronto comenzaron a salir uno por uno, los
patitos... pero el del huevo grande no salía, y la mamá lo abrigó un tiempo
más, y salió un patito...”
-Por de
pronto podemos suspender el proceso. -¿Me habla de interrumpir el embarazo? -Usted tiene idea de lo que es traer a este mundo un niño con alguna
malformación? Por si aún no cayó en cuenta, significa dolor, mucho dolor;
trabajo, mucho trabajo y dedicación personal, gastos extraordinarios... No
todos lo soportan... ¿Está dispuesta a
eso?
-“... el patito era muy feo, era distinto a todos los demás, nadie
lo quería...”
-Voy a
conversarlo con mi marido, esto es muy duro. -A veces una decisión rápida
ahorra muchos dolores de cabeza...
-“... y todos querían picotearlo, entonces el
patito se escapó.”
Ana puso
instintivamente la mano sobre la curva suave de su vientre. Recordaba aquella
sensación en la que se le mezclaban la angustia y la esperanza, la impotencia y
la rebeldía, como si fuera hoy. Sin embargo, habían pasado ocho años desde aquel
momento.
Tomasito la
miró: -¿Te duele la panza, mami?
-No, amor, me
dolía un poquito el corazón, pero ya pasó. ¿Cómo seguía el cuento?
-“Y llegó el invierno, y el patito casi se
queda atrapado en las aguas heladas, pero pataleó, pataleó...”
Ana miró las
piernitas inertes su hijito, y por su mente cruzó la próxima operación a que
sería sometido. La segunda en su corta vida. Y que significaba una nueva
esperanza de acceder a cierta movilidad. -Si se nos presenta la ocasión de
evitar un sufrimiento,... -insistía el médico- hacemos lo que podemos. Justo por esos días Ana había ido a ver esa
película francesa, casi por casualidad. No recordaba bien el título, tal vez
era algo así como “La fuerza del corazón”.
La protagonista estaba embarazada y al habérsele declarado un cáncer, le
plantean la opción entre su vida y la del hijo. Se había quedado con una frase
martillándole la cabeza: “Ningún doctor me va a abrir las piernas para sacarme
a mi bebé y arrojarlo a la basura”. En el film la madre lucha, se arriesga,
continúa peleándole y finalmente ganándole a la muerte.
- Podemos
tener otros niños, - le había dicho José. -Ya sé, querido, pero éste es mi
bebé, y lo quiero defender. -Tú eres la madre, haremos lo que creas mejor.
-Tengo miedo, José – y se abrazaron llorando.
-“De pronto, el patito dio un respingo, porque un tremendo perro
lo miraba. Pero el perro se dio media vuelta sin tocarlo. Así fueron pasando
los largos meses del invierno...”
-A todos nos
asusta el dolor, pero el único modo de hacerlo desaparecer, sería suprimir toda
vida ¿no cree? -le dijo sonriente el pediatra- Es un bonito niño, y el problema
que tiene, si está de acuerdo, vamos a enfrentarlo juntos.
-¿Tú piensas
que el patito era feo? –se interrumpió el niño en el relato, mirándola muy
fijo, y quedó pendiente de la respuesta. Ana lo miró a su vez a los ojos, esos
ojos profundos y tiernos que parecían estar siempre interrogándola sin palabras
sobre sus imposibilidades y sufrimientos. -No, mi amor, creo que era muy
hermoso, pero nadie se había dado cuenta, ni él...
- Claro, así
pasó el invierno, con muchas aventuras –respondió aliviado.
-¿Sabes qué
pienso, también? Que era muy valiente, que fue haciéndose muy fuerte con todo
lo que le pasó – añadió la madre.
Ella también
había tenido que hacerse fuerte, sobre todo después de la separación. Dicen que
el padre suele sufrir la presencia del hijo como la de un intruso que le impone
postergación. José era algo inmaduro, parecía amarla con pasión, se había
aferrado tanto a ella, y fue como si no soportara compartirla con ese niño
especialmente necesitado de cuidados. Se fue alejando, primero con excusas,
hasta que un día Ana supo que en su fuga del dolor buscaba otros consuelos.
Tuvo que hacerse dura para decirle: - Comprendo que quieras huir. Yo también a
veces lo haría. Pero aquí estoy. Supongo que no es mérito mío. Hay algo
superior a mí que me sostiene. Está claro que tu amor no alcanza para
sobrellevar esto. Vete, es mejor para los tres.
¿Qué es la
belleza?, ¿qué hace bellos a los seres?, ¿qué clase de anteojos necesitaremos
para llegar a ver lo que hay en cada uno?, ¿por qué el que ama encuentra
siempre bello al amado?, ¿por qué saberse amado pone un esplendor que irradia
por todos los poros?, se preguntaba interiormente Ana.
-“... y se dio cuenta que él también era un hermoso cisne!” -Tomás selló
la frase con una sonrisa triunfal que como una onda pasó al rostro de su madre
y se quedó allí.
Estaba
orgullosa de su hijo. Ambos, como el patito del cuento, estaban recorriendo su
“camino del héroe”. Con tropiezos, con muchas dificultades y bastante miedo, pero
sin dejar de luchar.
Se le hizo
presente la figura de Andersen. Había estudiado algo de su vida en aquellas
clases de Literatura Nórdica. Los comentaristas planteaban que él mismo era el
protagonista del cuento, ya que por su figura desgarbada y las rarezas de su
trato había sido durante su infancia y juventud el blanco de muchas burlas y
desprecios. Ana sintió que la parábola era más amplia, que desde algún lugar
también la comprendía a ella, y por qué no, nos abarcaba a todos. Y con voz
casi inaudible, susurró: -Donde quiera que estés,... gracias.
- ¿Qué
dijiste, mami?
- Que me
gustó mucho tu cuento.
Tal vez ellos
no lo advirtieron, pero el vuelo potente de una bandada de cisnes cruzó en ese
momento por el cielo de sus almas.
E. I.
***
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