“Es casi medianoche. En torno a mi jaula
de madera hay lanzas y largos sables. En un rincón de la sala algunos soldados
juegan a las cartas; otros se divierten con los dados. De vez en cuando, los
centinelas golpean en el tam-tam y el tambor las horas de la noche. A dos
metros de mí, una lámpara proyecta su luz vacilante sobre mi hoja de papel
chino y me permite trazar estas líneas… Espero cada día mi sentencia. Tal vez
mañana me llevarán a la muerte. Probablemente me cortarán la cabeza. Dichosa
muerte, ¿verdad? Muerte deseada que conduce a la vida… Voy a ver aquellas
bellezas que el ojo humano no vio nunca; a oír aquellas armonías que no oyó el
oído del hombre; a gozar de los goces que el corazón no ha gustado jamás…”
De una carta de San Teóphanes Vénard, de
la Sociedad de Misiones Extranjeras de París, prisionero y condenado a muerte en
Tonkín, Indochina, en 1861, a los 32 años, llamado el “mártir alegre”.
Citado en: Daniel-Rops
(1970) Historia de la Iglesia. La Iglesia de las Revoluciones. Vol. XI.
Madrid: Círculo de Amigos de la Historia. p. 123.
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