Estamos
en un tiempo y un país en el que, más que nunca, los hombres disponen de
ciertas oportunidades para lo que se llama progresar en el mundo, ascender en
la escala social, obtener riquezas; y claro, una vez en posesión de riquezas,
todas las demás cosas que siguen: consideración, prestigio, influencia,
placeres, concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y soberbia de
la vida. Así es que desde que los hombres disponen de más oportunidades que en
otros tiempos para obtener bienes mundanos, no es de extrañar que crezca la
tentación de esforzarse por obtenerlos; ni tampoco nos extraña que
efectivamente algunos incrementan su fortuna y así ponen su corazón en los
tales bienes.
Y
sucederá a menudo que, a partir de la codicia antes de obtenerlos, pasando a su
celebración una vez obtenidos, los hombres se ven inducidos a recurrir a medios
ilícitos, ora para incrementarlos, ora para no perderlos. […]
Y
así como estos bienes inducen a amar al mundo, así también inducen a confiar en
el mundo: no sólo nos volvemos mundanos, sino infieles también; se corrompe la
voluntad, se oscurece la inteligencia, la verdad produce disgusto y
gradualmente aprendemos a sostener y defender el error.
Newman. John Henry (2011) El mundo invisible. Buenos Aires: Vórtice. Pp. 117 y
121.
No hay comentarios:
Publicar un comentario