martes, 9 de febrero de 2016

Entrando en el espíritu de la Cuaresma

 Las tentaciones   (Mt 4, 1-11)
Para vernos redimidos
parece no te bastara
hacerte de nuestra raza:
asumiste tu hermandad
tan profunda y tan total
que no te quedaron penas
ni amarguras sin probar.
Pasaste tu cuarentena
en un monte solitario,
todo dureza y aristas
que a la vista estremecía;
desierto de suavidades,
sin ternura o compañía,
todo piedra, piedra fría,
sin un verde que cobije,
sin consuelos ni caricias;
días con soles de fuego
y largas noches sin luna,
con sonidos fantasmales
atizando las angustias.
  
También las grandes ciudades
todas cemento y aristas,
de rostros desconocidos,
duros, pétreos más que vivos,
bajo los fuegos ardientes
del poder y la codicia,
o ateridos por el frío
de todos los egoísmos,
son una especie de monte
donde el Maligno nos prueba
tentándonos con las cosas,
para hacer almas esclavas
que debieran ser señoras.
En estos nuevos desiertos
el tentador se cobija,
prometiendo con sus panes
satisfacciones sensuales;
la saciedad de la carne.
Nos incita en la vidriera
de la sociedad moderna
a apropiarnos de sus lujos,
comodidad y maneras.
Nos lleva hasta la locura
de negar al Creador,
renunciando a la razón
por la absurda fatuidad
de no ser sus creaturas.

Oh, Cristo, manso y humilde,
que te hiciste vencedor
de los engaños sutiles
y los feroces ataques
del diabólico agresor:
Tú, solo Rey victorioso,
¡llévanos sobre tus alas,
-alas de virtud y gracia-
como las águilas llevan
seguras a sus nidadas!
Monasterio de la Cuarentena
MGdeJ

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