sábado, 13 de febrero de 2016

Historias de vida: San Valentín, mártir

Romance de San Valentín




Por la plebe y por las tropas
 el gran Claudio es adorado;
 a los godos ha vencido
 con coraje inigualado.

Allá en el Circo romano
 de su capricho dependen,
 -ante miles expectantes,-
 suerte y vida, gloria o muerte.

No sólo los gladiadores
compiten sobre la arena:
también niños, madres, viejos
 han de enfrentarse a las fieras.

¡Extraña cosa es que Roma
 tan sabia para las leyes
 consintiera la bajeza
de divertir con la muerte!

Y más extraño resulta
 que siendo tan tolerantes
 con deidades extranjeras,
 sólo a Uno persiguiera...

De luces, sombras, contrastes,
 está la Historia tan llena,
que por eso nos ilustra
sobre lo que el hombre alberga.

Así fue como llenaron
de patricios y de esclavos
las cárceles, por el crimen
de sospecharse cristianos.

Mientras esto sucedía,
Valentín muy compasivo,
visitaba las mazmorras
arriesgando su destino.

Con viandas y con cariño,
con preces y con palabras,
mas del todo con su ejemplo,
a los presos confortaba.


Muchas veces para ellos
los Misterios celebraba,
y comían aquel Cuerpo
los que el dolor hermanaba.

A los jóvenes amantes
que su bendición pedían
con alborozo de padre
en el santo lazo unía.

Cuentan que el Emperador
prohibió estos casamientos,
pensando que sus soldados
no amarían el Imperio.

Una pareja le pide
que por piedad los casara,
pronto vienen otra y otra,
a concertarse por bodas.

A pesar de su prudencia,
su acción se hacía notar,
y el César enfurecido
al fin lo manda apresar.

Amenazas de torturas
y hasta feroces tormentos
contra una roca se estrellan:
Valentín no se doblega.

Siendo joven, una niña
 su ternura despertaba:
 a la celda se la tiran
para probar su templanza.

Están sus carnes desnudas,
tiembla de miedo y de frío,
tiembla también de impotencia
sobre el pavimento impío.

Él pronto la reconoce,
se le aproxima despacio,
y al voltear ella su rostro,
ve que han quemado sus ojos.

Recuerda aquellos portentos,
recuerda aquellos dos mares,
esos dos cielos profundos
en una cara de ángel.

Se quita, trémulo, el manto
y con suavidad la abriga,
mientras las lágrimas surcan
sus mejillas encendidas.

-No tengas miedo ni sufras;
 soy yo, Valentín, tu amigo;
 para curar tus heridas
el Señor nos ha reunido.

Y mientras esto decía
 a los ojos apagados
como en unción los rozaba
con sus dedos consagrados.

Entonces ella da un grito,
cae de rodillas e intenta
 besar los pies de su amigo,
 que la toma y la levanta.

-Si ves, no es mérito mío;
 yo soy como el acueducto
por donde bajan las aguas
que limpian, sacian, reparan.

Como un relámpago el hecho
 boca a boca se comenta,
y a la mañana siguiente
 habla la ciudad entera.

Tener un santo en la cárcel
 es política incorrecta,
por lo que el César decide
 hacer rodar su cabeza.

Por la espada del verdugo
 quiso acallarlo el tirano:
creyó que tapar se puede
la luz del sol con la mano.

Un catorce de febrero
a Valentín lo mataron,
mas su recuerdo está vivo
 para los enamorados.
 E. I.


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