La
clave de todos los problemas morales es la contemplación, o sea la Sabiduría:
la contemplación no es sino la Sabiduría poseída con todos sus efectos; el
principal de todos es la felicidad imperfecta, la cual es posible en esta vida,
y no solamente a los nobles y a los sabios sino en cierto modo a todos, porque “la
Sabiduría anda por las plazas y las calles y sus delicias son estar con los
hijos de los hombres…” (Prov. 8, 2 y 31)
La contemplación y posesión de la
Verdad es una cosa que tiene que ver con el maestro, con el cura y con el
político.
El
maestro debe ser un dador de sangre y no un dador de vómitos. El Doctor, o sea,
el apto para enseñar, debe poseer la ciencia en estado perfecto, es decir, como
contemplación; en estado de “habitus”, que significa simplemente en estado de
una vida, -quiere decir pues que no son maestros los que leen y vomitan, los
que leen exclusivamente para enseñar: para un enseñar que no es auténtico
enseñar. El maestro debe aprender para sí mismo, para su vida, para su
salvación, para su perfección, como quien come, digiere y asimila, y después
debe dar sangre. “El Doctor enseña del rebalse de su contemplación” –dice Santo
Tomás; y el rebalse no significa las sobras, sino el cogüelmo, la plenitud; de
modo que toda enseñanza de acuerdo con la teoría del placer, debe ser gozosa.
Castellani,
Leonardo (2000) San Agustín y nosotros. Mendoza: Jauja. Pp. 239 y 240.
No hay comentarios:
Publicar un comentario