lunes, 17 de octubre de 2016

EL CURA BROCHERO, UN SANTO DE PELÍCULA


 Por P. Gustavo Domenech


Muchas veces hemos visto a esos héroes de guión de las películas de Holywood, arremetiendo contra el mal, hábiles en muchas cosas, arriesgando la vida, ayudando a los débiles. Pero sabemos que son actuaciones y nada más. Pero hoy la Iglesia proclama santo a un héroe real y bien nuestro: el cura Brochero, que bien podría ser llevada a la pantalla y superar a los pseudo-héroes modernos.
En estos días he leído un libro sobre su vida y me he quedado impresionado al ver la mirada amplia y la capacidad de trabajo que poseía. Así, recorriendo algunos de sus hechos más sobresalientes, el cura Brochero era capaz de conducir a la ciudad de Córdoba, como el general Aníbal, por las altas pampas de Achala, con sus peligros e incomodos a lomo de mula y caballo, tandas de cientos de hombres rudos y mujeres de casa, para que realizaran ejercicios espirituales; un predicador y catequista simple y profundo como los grandes; que descollaba en el género parabólico al estilo de Jesús: “Dios es como los piojos, está más cerca de los pobres”; gran evangelizador que convirtió a aquellos rudos y taimados habitantes en gente de una profunda delicadeza moral y espiritual; gran civilizador, que llegó a construir con escasa ayuda del gobierno pero con los brazos de la gente obras al estilo de un emperador romano, caminos, acueductos, canales de riego, caminos, vías ferroviarias, que asombrarían a cualquier estadista; un alma abierta a todos, empezando por los pecadores y los más empedernidos, así, con su caridad paternal y su tenacidad apostólica, logró convertir en almas tan mansas como corderos a hombres peligrosos que hoy serían buscados por la Interpol, como el montonero Santos Guayama, el “gaucho seco” y el “sapito”. A varios de ellos y sus secuaces los hizo hacer ejercicios espirituales que dejaría sin palabras a todos estos teorizadores de la inserción y de la lucha contra la inseguridad.

Era consciente de que esos diablos se expulsan solo con el ayuno y la oración, por eso no escatimaba darse azotes en su espalda para unirse a la pasión del Señor, lo cual hoy movería al escándalo farisaico de algunos de nuestros periodistas que no tienen ni la menor idea de la ascesis cristiana.
Un día lo encontramos conversando con un rudo gaucho y convenciéndolo de los misterios más altos y a la semana siguiente, hablando con gente copetuda y fina como lo hacía con sus amigos, Juárez Celman y Figueroa Alcorta, presidentes de la Nación.
Un hombre extraordinario, polifacético, que no le “hacía asco a nada” como vulgarmente decimos de aquel que, si la caridad lo exige, es capaz de arremangarse la sotana para cavar una zanja, levantar una pared, cuidar los caballos, arrear animales y cortar leña para dar de comer a los ejercitantes y hacer largas leguas para confesar a un penitente.
Su pobreza evangélica y su amor a los pobres era conocido a nivel nacional, como la de dar a los pobres todo el dinero que tenía para el tranvía y hacer el recorrido a pie. Esta esta preferencia por los pobres y postergados lo llevó a contraer la lepra, ya que Brochero acostumbraba a visitar a un leproso abandonado que solo él visitaba y solía tomar unos mates con él.
Todo esto pudo hacerlo gracias a la profunda piedad y unión a Dios que había logrado por la oración y la Santa Misa. Si bien llevó una tan intensa vida activa dio siempre el primer lugar a la oración, como decía: “después de mis rezos, voy”.
Este es el tipo de hombres que nuestra patria necesita: no se detuvo para quejarse de los males, sino que a pesar de ello, y con todos los obstáculos que se le presentaban llevo adelante, por su santidad, una obra evangelizadora y civilizadora inigualable.

 

Fuente: Boletín Parroquial Nº 214, Parroquia San Maximiliano Kolbe.


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