2. Resistir y no atacar: el acto propio
de la fortaleza
Sólo el que realiza el bien, haciendo
frente al daño y a lo espantoso, es verdaderamente valiente.
Pero este «hacer frente» a lo espantoso
presenta dos modalidades que sirven, por su parte, de base a los dos actos
capitales de la fortaleza: la resistencia y el ataque.
El acto más propio de la fortaleza,
su actus principalior, no es el atacar, sino el resistir.
Esta afirmación de Santo Tomás se nos
antoja extraña, y a buen seguro que más de un contemporáneo la explicará sin
vacilar como expresión de una concepción y una doctrina de la vida «pasivista»
y «típicamente medieval».
Semejante interpretación, empero,
dejaría intacto el corazón del problema.
Santo Tomás no piensa en modo alguno
que el acto de la resistencia posea en su entera generalidad un valor más alto
que el del ataque, ni afirma tampoco que el resistir sea en cualquier caso más
valiente que el atacar.
¿Qué puede significar entonces con esa
afirmación? No otra cosa sino lo siguiente: que el «lugar» propio de la
fortaleza es ese caso ya descrito de extrema gravedad en el que la resistencia
es, objetivamente, la única posibilidad que resta de oponerse; y que sólo y
definitivamente en una tal situación es donde muestra la fortaleza su verdadera
esencia.
La posibilidad de que el hombre pase
por el trance de ser herido o de sucumbir incluso en la realización del bien,
mientras la iniquidad, mundanamente hablando, emerge prepotente, forma parte de
la imagen del mundo de Santo Tomás y del cristianismo en general, posibilidad
que se ha esfumado en cambio, según sabemos todos, de la imagen del mundo del
liberalismo ilustrado.
Por lo demás, el acto de resistencia
sólo en un sentido extremo es algo pasivo.
De ello se hace cargo Santo Tomás al
plantearse esta objeción: si la fortaleza es una perfección, no puede ser su
acto propio el resistir, ya que la resistencia es pasividad pura y siempre lo
activo del obrar sobrepasa en perfección a lo pasivo del sufrir.
En su respuesta advierte el Santo que
el momento de la resistencia implica una enérgica actividad del alma, un fortissime
inhaerere bono o valerosísimo acto de perseverancia en la adhesión al
bien; y sólo de esta actividad de valiente corazón se nutre la energía que da
arrestos al cuerpo y al alma para sufrir el ultraje de ser herido o muerto.
San Serapio- Zurbarán |
Preciso es confesar que el cristianismo
del pequeño burgués, forzado e intimidado por el canon no cristiano de un ideal
activista y heroico de la fortaleza, ha enterrado en la conciencia común estos
contenidos al interpretarlos torcidamente en el sentido de un oscuro pasivismo
preñado de resentimiento.
Fuente:
Josef Pieper: Las virtudes fundamentales. Madrid: RIALP, ediciones varias.
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