Por Madre
Adela Galindo, SCTJM
El
mensaje de arrepentimiento y conversión va siempre y primariamente dirigido a
nuestros corazones: "Desgarrad vuestros corazones, no vuestros
vestidos" nos dice el profeta Joel 2,12-18. Este es el pasaje de las
Escrituras que escuchamos en la primera lectura del miércoles de ceniza.
"Como
vemos en los profetas, la llamada de Jesús a la conversión y a la penitencia no
mira, en primer lugar, a las obras exteriores "el saco y la ceniza",
los ayunos y las mortificaciones, sino a
la conversión del corazón, la penitencia interior. Sin ella, las obras
de penitencia permanecen estériles y engañosas; por el contrario, la conversión
interior impulsa a la expresión de esta actitud por medio de signos visibles,
gestos y obras de penitencia" (Catecismo #1430).
La
conversión es el cambio de corazón. Si este cambio es auténtico, debe
manifestarse en todas las áreas de nuestra vida, ya que el corazón mueve
nuestras decisiones, acciones, sentimientos y disposiciones. El corazón es la
sede interior de la persona humana. Toda realidad interior debe necesariamente
manifestarse en el exterior. Dios reveló su amor por nosotros enviando a su Único
Hijo en el misterio de la Encarnación. "La Palabra se hizo carne". Así
debe ser en nuestras vidas: la conversión debe tener una expresión concreta y
encarnada en cada área de nuestra vida. La conversión no es solamente decir
Señor, Señor… sino decir que toda mi vida, mi mente, mi corazón, mis talentos,
mis dones, mis capacidades, mi cuerpo le pertenecen al Señor y son para su gloria.
La conversión sincera es cambiar los intereses de mi corazón, ya no es vivir para mi propio placer, pues es contrario al evangelio: "el que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo".
La conversión sincera es cambiar los intereses de mi corazón, ya no es vivir para mi propio placer, pues es contrario al evangelio: "el que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo".
Somos
creados con alma y cuerpo. La necesaria purificación interior para la conversión
de nuestros corazones es también necesaria en nuestro cuerpo, sentidos,
pensamientos, acciones y hábitos. La penitencia interior, ese rasgar el corazón,
también tiene que tener expresiones externas y así llevarnos a un crecimiento de
la gracia en todo nuestro ser. Todo debe estar integrado y ordenado por la gracia
con nuestra cooperación en la oración y la penitencia.
La
Iglesia nos enseña que hay tres expresiones tradicionales de penitencia. Éstas
son el ayuno, la oración y la limosna. Las tres son mencionadas por Jesús en el
Evangelio de San Mateo 6,1-6 y 16, 18; precisamente en el Evangelio del miércoles
de ceniza. El ayuno, la oración y limosna nos recuerdan que la conversión
incluye todos los aspectos de la vida: "expresan conversión con relación a
uno mismo, con relación a Dios y con relación a los demás." (Catecismo
#1434).
En
esta enseñanza quiero específicamente dedicarme al ayuno, tan necesario para
crecer en el dominio propio, en la moderación de nuestros apetitos y en abrirnos
cada vez a las realidades espirituales y al alimento eterno.
Fuente: www.corazones.org
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