1. EL
DERECHO DE HUELGA
¿Qué es una
huelga?
En
primer lugar hemos de definir la huelga como el abandono del trabajo que, en
forma colectiva, realizan ciertos grupos como modo de presionar sobre otro
grupo, a fin de obtener por parte de este último el otorgamiento de ciertas
ventajas o el reconocimiento de ciertos derechos.
Entre
otras distinciones, pueden ser laborales o políticas, según se persiga la
reivindicación de derechos socio-económicos frente al sector empresario o al
propio Estado.
Cabe
diferenciar entre la huelga propiamente tal y la llamada por los marxistas
“huelga revolucionaria”. Esta última -cuyo principal propagandista y estudioso
fue Lenin- no se identifica sin más con la huelga política, aun cuando pueda
coincidir en algunos aspectos. La “revolucionaria” tiene una finalidad
directamente subversiva y tiende como objetivo propio a obtener la caída de un
gobierno o a sembrar un caos social de tal envergadura, que la conducción
política se vuelva muy difícil si no imposible. En este sentido la huelga
revolucionaria es un “arma de guerra” predilecta de las organizaciones
comunistas.
¿Cuándo es legítima una huelga?
Existe un derecho de huelga, hoy
reconocido en casi todas las naciones, pero como todo derecho, está sometido a
exigencias de orden moral que fundamentan su aplicación concreta.
Las condiciones esenciales que
legitiman la medida de fuerza son:
1) padecer una injusticia actual o
inminente, por ej.: salarios bajos, condiciones insalubres, jornadas excesivas,
malos tratos, etc.;
2) es un recurso extremo que no ha
de aplicarse sino después de agotados todos los otros medios pacíficos;
3) los medios empleados han de ser
lícitos moralmente y adecuados al fin perseguido. Ni las amenazas, ni el
sabotaje, ni la extorsión, etc., pueden ser adoptados como tales; y
4) su empleo debe ser moderado en
lo posible, definiendo su carácter, su alcance y duración, etc., para no causar
mayores males que los acarreados por la injusticia que la provoca.
Las huelgas de mejora son lícitas a
condición de exigir medidas muy fundadas en su esencia y según las
circunstancias concretas, tanto para el sector productivo como para la economía
nacional. La huelga política es lícita solo cuando se trata de obtener del
Estado la rectificación de una política o leyes que comprometen gravemente el
futuro de la sociedad o cuando se asiste a un verdadero abuso de poder y
siempre en casos de excepcional gravedad.
Textos
extraídos de: Sacheri, Carlos (1980) El orden natural. Buenos Aires: Ed.
del Cruzamante. pp. 116 a 118.
2. LA HUELGA DOCENTE
El
motivo principal de las huelgas docentes en Argentina ha sido el sueldo de los
maestros, situación de difícil discernimiento, pues si bien es cierto que suele
estar entre los menores rangos, sobre todo al inicio, también es cierto que la
obligación de asistencia es de cinco días a la semana, con un horario acotado
dentro de las cuatro horas, y con vacaciones más extensas que en otras tareas.
Frente
a estos datos también se debe tener en cuenta que a los maestros se les exige
haber concluido una carrera terciaria y mantener una constante actualización. Además
quienes actúan con profesionalidad, planifican, preparan siempre sus clases y materiales,
corrigen tareas, lo que implica amplia dedicación fuera del horario presencial.
Pero sobre todo hay que considerar que
se trata de un oficio delicado, con gran resonancia social, que implica una
grave responsabilidad por parte de quienes lo ejercen. En gran medida, el
futuro de la sociedad está en sus manos.
Ahora
bien, para decidir si la medida de fuerza que implica la huelga es legítima, como
hemos visto en el artículo de Sacheri, es elemental considerar los perjuicios personales y sociales que ocasionará. En este caso se trata de:
- Los días de clase que pierden los
alumnos. Es muy grave, porque el tiempo perdido no se recupera. Y más porque se
trata de tiempo en edades cruciales para la formación.
- Se lesiona el derecho de los alumnos a ser enseñados y a aprender, derecho reconocido también por la Constitución Nacional (art. 14).
- El conflicto y trastorno para los padres que
cuentan con el horario de escuela mientras trabajan.
- Los peligros a que se expone a
muchos niños que quedarán sin guarda, a veces en sus casas, pero también en
la calle.
- La extorsión que representa la
medida cuando se trata de no comenzar el ciclo lectivo, con las ansiedades que
esto provoca en unos y otros.
- La proletarización de la profesión docente,
su pérdida de jerarquía y respeto social, triste situación que día a día se
hace más patente y que desanima muchas veces la vocación de los mejores.
- El sospechoso olor político que rodea la situación, desperdiciando fuerzas que deberían dedicarse a construir lazos sociales, concordia en definitiva, y se aplican al caos y la discordia.
- El peligroso hecho de que su reiteración y fijación en la memoria de los niños esté orientada a promover un ejercicio revolucionario, es decir, de guerra social, desestabilizadora y destructora.
- El penoso ejemplo de una escala de
valores que comienza por lo económico. Llama la atención que el reclamo sea
insistentemente en torno al salario, y nunca sobre la libertad de enseñanza o
de conciencia, por elevar el nivel de la enseñanza, por exigir más alta
capacitación, por cuestionar intromisiones ideológicas en la escuela, etc.
- El más triste de la injusticia que
se comete al perjudicar a terceros inocentes: los alumnos y sus familias, para
presionar al empleador, en este caso, al Estado.
Convengamos
que el docente no sólo enseña con lo que dice, sino fundamentalmente con lo que
hace y lo que es.
En
la sociedad de consumo es muy difícil que un sueldo standard se considere
satisfactorio, pues son tantas y tales las necesidades que permanentemente se
crean, que resulta imposible cubrirlas, salvo que la persona se imponga una
austeridad hoy fuera de lo común, pero para la que también debemos educar.
Es
cierto que la profesión docente debe ser mejor valorada. Para ello es
imprescindible una jerarquización que comience por una excelente y rigurosa
formación, por una selección estricta del personal, por su capacitación
permanente, por hacer que los gremios busquen también la excelencia y no se
presten a la politiquería sindical, que sus representantes posean la jerarquía
intelectual y moral que los haga admirables por la sociedad, que la escuela se
aboque a sus funciones, enseñando principalmente a leer comprendiendo y a escribir
con corrección, y teniendo como fin el
perfeccionamiento de las personas.
Prof. M.G. de J. Ianantuoni
Prof. M.G. de J. Ianantuoni
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