En la Encarnación (Jn 1,14)
Verbo eterno, Tú
que expresas
en el sonoro
silencio
y en el instante
perpetuo
la perfección
infinita
y la belleza
divina
del acto inmenso
de ser;
Tú, fecundante
esplendor,
luz de la gloria
increada,
que contienes los
posibles
donde el poder
creador
se regocija ab aeterno
en elecciones de
amor:
¿Qué lógicas
inefables,
qué misteriosos
decretos
anteriores a los
tiempos,
qué razones
insondables,
quisieron que
fueras nuestro?
¿Qué inconcebible
deseo,
qué locura de tu
amor,
te arrebató de tu
Cielo
a este paraje de
penas
que nosotros,
pecadores,
sumimos en las
tinieblas?
Porque
en el dártenos más,
parece
más no podías,
te
diste un cuerpo animado
del
alma más exquisita
para
ser sacrificado
como
perfecta primicia.
Te
diste Madre purísima
para
asociarla a la dicha
de
unírsete en la oblación
poniendo
su Corazón,
desde
Belén al Calvario,
junto
al Tuyo traspasado.
¡Qué
extrañas tus preferencias:
vida
oculta y abnegada,
persecución y pobreza,
trabajos, penas y lágrimas;
ser maestro de los rudos,
amigo de despreciados,
defensor de Magdalenas,
... ¡si hasta me llamaste a mí
para
seguirte de cerca!
MGdeJ
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