La capacidad de concentración se
resiente con tantas aplicaciones que reclaman nuestro interés. Saltamos de una
cosa a otra, nos cuesta mantener el foco. El móvil crea adicción. Domesticarlo
no es sencillo.
Por JOSEBA ELOLA
Vamos
por la vida con un arma de distracción masiva en el bolsillo. Con un dispositivo maravilloso que
pone el mundo al alcance de nuestra mano, sí, con un artilugio que es la puerta
al conocimiento, o al menos a la información. Pero en ese objeto que ha cambiado
nuestra forma de vivir anidan, agazapadas, toda una
serie de aplicaciones que reclaman atención con homologables grados de
urgencia.
Bienvenidos a la era de las mentes
dispersas, de los cerebros a los que les cuesta centrar el foco, de las
microconversaciones y la microatención, de personas que por momentos tienen la
sensación de operar cual pollo sin cabeza en el ecosistema digital (cuando no,
también, en la vida real).
Domesticar
esa arma de distracción masiva que reclama atención sonando, silbando,
vibrando, parpadeando no es cosa fácil. Por un lado, estamos nosotros, dotados
de un cerebro que es un auténtico devorador de información, un órgano que busca
constantemente novedades, estímulos, con nuestra necesidad de sentirnos
conectados con otros.
Fue en torno al año 2004 cuando la
profesora Gloria Mark, titular del Departamento de Informática de
la Universidad de California Irvine, comparó nuestra tendencia a chequear de
modo compulsivo el correo electrónico y las redes sociales con nuestro comportamiento ante una máquina tragaperras. Miramos
el móvil porque buscamos una gratificación. Y la mera expectativa de poder
obtenerla es suficiente para hacer que volvamos una y otra vez en su busca. Esas
píldoras de información que consumimos a través del móvil generan descargas de
dopamina como las que recibe el cerebro del fumador en el momento en que
enciende un cigarro. Por eso regresamos con obstinación en busca de nuevos
caramelos digitales.
“Nos centramos demasiado en la gestión de nuestro tiempo y poco en la
gestión de nuestra atención”, dice la experta Linda Stone
Las investigaciones llevadas a cabo por
Mark, doctora en Psicología por la Universidad de Columbia, especializada desde
2003 en estudiar cómo las tecnologías de la información afectan a la
multitarea, a la atención, al humor y al estrés, resultan reveladoras. Con su
estudio Los neuróticos no pueden concentrarse: Un estudio in situ sobre la
multitarea online en el trabajo (2016), que firma junto a
especialistas de Microsoft y del prestigioso Media Lab del Massachusetts
Institute of Technology, observó que cuando trabajamos frente al ordenador
cambiamos de pantalla (es decir, el foco de atención) cada 47 segundos. Descubrió que cuanto más neurótica e
impulsiva es una persona (y cuanto peor ha dormido), menor es su capacidad de
concentrarse.
Mentes
errantes, mentes infelices. Lo decía un artículo científico de la revista
Science, publicado en noviembre de 2010 (A wandering mind is an unhappy mind:
Matthew A. Killingworth and David T. Gilbert): una mente errante es una mente
infeliz. Conclusión a la que se llegó tras insertar una app en los móviles de
5.000 personas de 83 países distintos para que contestaran a preguntas sobre
sus pensamientos, sentimientos y sensaciones en tiempo real. Somos más felices
si centramos la atención.
Hay marcha atrás para la dispersión. Esa dificultad de centrar la atención
es reversible. El cerebro es un órgano que se adapta constantemente, que se
puede reeducar. La capacidad de concentrarse es algo que se recupera con
entrenamiento.
Estrategias
de defensa. Llevar el móvil en modo silencio.
Desactivar las notificaciones que aparecen en pantalla para que las alertas no
nos interrumpan una y otra vez en la tarea que estemos llevando a cabo. No
dormir junto al teléfono para no acostarse y levantarse con él. Aparcarlo un
poco durante el fin de semana y también en las vacaciones. Son tan solo algunas
de las medidas que proponen neuropsicólogos y estudiosos de la atención y que
ellos mismos usan para no mermar su capacidad de concentración.
La atención, que funciona gracias a la
interacción entre el lóbulo frontal, el parietal y el cerebro emocional, es
algo difícilmente divisible. Cuando parece que estamos haciendo dos cosas a la
vez es porque una de las tareas se puede automatizar (como, por ejemplo,
caminar). Hacer dos cosas que impliquen un esfuerzo cognitivo (como hablar y
escribir un mensaje de texto) a la vez no es posible. En realidad, lo que hacemos es cambiar rápidamente el foco de
una tarea a otra.
Linda Stone, una exejecutiva de Apple y Microsoft,
miembro del consejo asesor del MIT Media Lab, desarrolló a finales del siglo
pasado el concepto de atención parcial continua. Para ella, la
multitarea consiste en hacer varias cosas a la vez porque exigen poca capacidad
cognitiva (ordenar papeles y hablar por teléfono mientras comemos un sándwich). Es prestar atención a varias
fuentes de información de manera superficial.
Stone afirma que esa conexión
permanente para no perdernos nada, ese estar permanentemente conectados y en
alerta, acaba pasando factura cuando
se convierte en modo de vida. Genera estrés y compromete la
capacidad para tomar decisiones, para ser creativo.
Proteger y cultivar la atención. Preservar el derecho de las personas
a concentrarse, es uno de los retos que ahora está sobre la mesa. El
Manifiesto Onlife, encargado a un panel de expertos por la Comisión
Europea, reclama que la atención no sea considerada como una mercancía.
En un mundo cada vez más regido por las
lógicas de la llamada “economía de la atención”, donde la valoración de una
gran empresa del nuevo ecosistema tecnológico está ligada a su capacidad para
atraer ojos e interacciones, necesitamos de una tecnología que esté al
servicio del ser humano, que nos permita elegir, que haga que nuestra vida sea
mejor, que nos haga más libres, y no una que secuestre nuestra atención y que
se rija por la lógica del negocio. En nuestras manos está reclamarla. Atentos.
Fuente: Extractado de El País, España, 24 Jun 2017.
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