En el huerto
(Lc 22, 39-46)
No es
destino inevitable
sino el
combate buscado;
quieres
triunfar sobre el Malo
donde estaba
atrincherado:
en los
terrenos hollados
de las almas
en pecado.
Cargas con
todas las culpas
y te cubres
de inmundicias:
no sólo de
las caídas
de nuestra
fragilidad;
también de
las infamantes
de
contumacia y malicia.
Pues dejas
que se desate
el poder de
las tinieblas,
voluntariamente entras
en un túnel
de miserias,
y así ante
la faz del Padre
cual maldito
te presentas.
Terror,
angustia, pavura,
es ese mar
de amargura
que va
anegando tu alma,
y en tan
enorme quebranto,
todo tu
cuerpo hecho llanto
comenzará a
derramar
la Sangre
preciosa y santa
con que
pronto has de saldar
la deuda que
nos mataba.
¡Ah, si la
luna pudiera
cerrar su
ojo al espanto
de ver al
Grande, aplastado,
y a la
Alegría llorando;
todo el
infierno al acecho,
mientras
malvados se acercan,
y a tus
amigos dormidos
entre los
viejos olivos…!
Yo pido
verte, Señor,
y sentir el
gran dolor
de ser causa
de tus males;
padecer,
Jesús, quebranto,
ante Ti tan
quebrantado,
lágrimas,
interna pena,
porque tanto
padeciste
pagando por
mis pecados;
y pido, no
ya besarte,
sino ser
beso de amor,
por reparar
aquel otro
con que el
traidor te entregó!
MGdeJ.
No hay comentarios:
Publicar un comentario