Primera
aparición de Cristo Resucitado
En tu penosa
pasión,
toda vez que
levantabas
la mirada
del agobio,
nunca
dejaste de ver
siguiéndote
aquellos ojos.
A pesar que
en ese encuentro
tan
silencioso y profundo,
ambos dos se
comprendían
como nadie
jamás pudo,
también con
ello se herían.
Porque eran
los mismos ojos
que vieron
cómo crecías,
que no se
abrían sin verte,
y hasta
velándote el sueño
adivinaban
tu anhelo.
Los viste
llenos de lágrimas,
cargados con
todo el peso
de ser Madre
del Clavado,
también de
los que clavaban;
enrojecidos
primero,
y luego
negros de duelo.
Por eso Tú
te apresuras
a
iluminarlos con gozo:
son esos
ojos queridos
los primeros
que Tú buscas
para
enjugarles las lágrimas
demostrándole
que vives;
y aunque
Ella lo sabía,
pues te
escuchaba y creía,
los abrirá
sorprendida.
Así como en
Nazareth
el deseo de
su amor
adelantó tu
venida,
es éste, que
se ha trenzado
totalmente
con tu vida,
el que
también apresura
el tercero
de los días.
Con
gratitud, deslumbrados,
por el
torrente de gloria
de tu Vida
arrolladora
que hace
nuevas a las cosas,
están sus
ojos gozando,
y
contemplando, te adoran.
MGdeJ
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