Las sevicias
(Mt 27,
27-31)
jefes del pueblo elegido,
traidores de
su misión,
más
traidores a sí mismos,
en un juicio
infame y sucio
al
condenarte a la muerte
pudieron
pensar tal vez
su trabajo
concluido.
Sin embargo
los demonios
aún no
estaban satisfechos,
y no dejan
la tarea,
-en envidia
comenzada,
con muy
crecida soberbia
y ceguera
realizada,-
para lograr lo inaudito:
poner fin al
que es Principio.
Por lo tanto
han de ensañarse
con tu
Humanidad bendita,
incitando a
los secuaces
a que te
cubran de ultrajes.
Como fieras
te golpean,
inhumanos se
te burlan,
salvajemente
te escupen,
con espinas
te coronan
y te
insultan despreciables.
En todas
esas sevicias
que a mi
corazón indignan,
estaba yo
sin embargo,
presente con
mis pecados.
Mi mano
estaba en las manos
que te
golpeaban con palos,
y mi voz en
esas bocas
que gritaban
“¡Adivina!”
¿Cómo
pedirte perdón
por
semejante maltrato?
¿Cómo poder
reparar
tan abyecto
proceder,
horrible,
cobarde y bajo?
¡Dame un
alma penitente,
con dolor
por ese daño,
con hambre
de consolarte,
ardiendo por
defenderte
y por
siempre acompañarte!
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